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Los espantos de la quinta Mayda

 

Todavía hay quienes pre­gun­tan si hemos vis­to a la mujer enfun­da­da en tra­je de novia que en noches oscuras baila en las aceras y la entra­da pos­te­ri­or de la quin­ta May­da, por la car­rera 16 entre 42 y 43 y aún pasan aprisa, asus­ta­dos, quienes han escucha­do sus his­to­rias de muer­tos y aparecidos.

Hay quienes aún recuer­dan la his­to­ria de amor del acau­dal­a­do yaritagueño dueño de “Mer­can­tiles El Globo” don Carme­lo Giménez quien la hizo con­stru­ir frente a lo que años después sería el par­que Ayacu­cho, entre 1921 y 1922, sim­i­lar a las de las afueras de París, como le pidiera una baila­r­i­na france­sa veni­da a Bar­quisime­to con la com­pañía de Filo Vagon­tier con quien viviera un tór­ri­do pero breve romance que ter­minó cuan­do ella le habría pedi­do una grue­sa suma en prés­ta­mo y él, loco de amor, se la entregó y ella se fue a Paris con el com­pro­miso de volver y más nun­ca regresó.

Una casona para Yuya

Doña Yuya Jou­bert de Yepes Gil. Foto: Colec­ción de Luis Per­o­zo Padua

Arru­ina­do y despecha­do don Carme­lo Giménez ‚vendió la casa al cañicul­tor del valle del Tur­bio Cruz María Yepes Gil, en 1928 para su esposa Julia Ele­na Jou­bert “Yuya”, para sacar a los hijos Edgar y Bey­la a la ciu­dad. En 1935 nace allí su hija May­da y tam­bién bau­ti­zaron la casa con el nom­bre de la niña.

Dos bodas fas­tu­osa hubo en la casa. La noc­tur­na de la hija may­or, Bey­la con el abo­ga­do Raúl Castil­lo Fer­nán­dez con la huer­ta ilu­mi­na­da para 2500 invi­ta­dos, con fes­te­jos traí­dos des­de Cara­cas y la segun­da, la diur­na de May­da con el abo­ga­do tachirense Rómu­lo Mon­ca­da Colmenares. 

Por el amor de una cocin­era en los años 60’, el may­or­do­mo mató a puñal­adas al albañil ital­iano que hacía repara­ciones a la man­sión, des­gra­cia que motivó a los Yepes Gil volver a la hacien­da del valle del Tur­bio. Casa­dos, los hijos se habían marchado.

Al morir don Cruz María a medi­a­dos de los 70’, doña Yuya regresó a la man­sión pero se mudó a un sitio más acoge­dor traspasán­dola a su hijo Edgar porque” la casa se había llena­do de espíri­tus malig­nos y fan­tas­mas”, uno de ellos  al decir de los veci­nos, el albañil asesina­do por el may­or­do­mo. Edgar Yepes la habitó menos tiem­po que su madre, alegó que en ella vivía un alma ator­men­ta­da y “el sonido de car­retas y cabal­los durante la noche no lo deja­ban dormir”.

La casa había queda­do para fies­tas y un her­mano de don Cruz María cel­e­bra­ba saraos de dis­fraces en Car­naval muy comen­ta­dos en la ciu­dad. Otra his­to­ria nar­ra que una sob­ri­na de don Cruz planeó su boda en la casa y cuan­do regresa­ba de la com­pra del ajuar el avión en que venía se estrel­ló en un páramo de Tru­jil­lo y ella es quien baila en tra­je de novia, para sus­to de quienes pasan por allí.

A medi­a­dos de los 90’ Edgar la pone en ven­ta pues nadie de la famil­ia desea­ba habitar­la, además ame­naz­a­ban expropi­ar­la para anexar­la al par­que Ayacu­cho. Autor­iz­a­ba su demoli­ción la adquiere la Cor­po­ración Denu Park para un desar­rol­lo de aparta­men­tos de lujo.

La quin­ta May­da está inva­di­da por buhoneros y vende­dores de piña que allí per­noc­tan. El peor fan­tas­ma es que no se puede inter­venir porque fue declar­a­da pat­ri­mo­nio edi­fi­ca­do de la ciu­dad y pro­te­gi­da por leyes y decre­tos es intocable.

Juan José Peralta
Periodista

 

CorreodeLara

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