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López Contreras controló el golpe de abril de 1928 y la confianza de Gómez

 

Juan José Peralta
Periodista


La dictadura de Juan Vicente Gómez iba a cumplir veinte años. A sangre y fuego había sofocado todos los conatos de sublevación contra el régimen. Los enemigos estaban en La Rotunda, el exilio o muertos, pero en 1928 los estudiantes de la universidad cambiaron la película con las protestas cívicas de febrero y como dijera el historiador barquisimetano Manuel Caballero “inventaron la política”.

Una de las fotografías más leg­en­darias que tra­ducen la lucha de los estu­di­antes de la Gen­eración de 1928 con­tra la tiranía de Juan Vicente Gómez

Rómu­lo Betan­court escribió en el fol­leto “Acción Democráti­ca, un par­tido para hac­er his­to­ria”, (Avi­larte, 1976) que “1928 es un año-hito en la Venezuela con­tem­poránea. Fue el de la insur­gen­cia no dirigi­da por el caudil­lis­mo machetero, con­tra la ya entonces pro­lon­ga­da tiranía de Juan Vicente Gómez. En el mes de febrero se cele­bró la Sem­ana del Estu­di­ante. Tuvo su reina­do, bajo el cetro sim­bóli­co de la belleza more­na de Beat­riz Peña, sin embar­go, resultó algo dis­tin­to de los Fue­gos Flo­rales a lo Clemen­cia Isaura de las vie­jas monar­quías euro­peas. Los oradores estu­di­antiles, yo entre ellos, con encen­di­do ver­bo jacobi­no areng­amos al pueblo. Remem­o­ramos la ges­ta eman­ci­pado­ra de 1810 y recla­mamos para la nación el dere­cho con­cul­ca­do a vivir en libertad”.

Reto a la tiranía
Nació la Gen­eración del 28. Le sigu­ió la repre­sión, los chácharos, los pri­sioneros, La Rotun­da, el Castil­lo de Puer­to Cabel­lo y Palenque. Los estu­di­antes no se aqui­etaron, al con­trario seguían en su empeño lib­er­ador. Los caraque­ños los apo­yaron y el des­per­tar de la ciu­dadanía tomó las calles con­tra el miedo a la repre­sión gomecista.

En mar­zo fueron deja­dos en lib­er­tad la may­oría de los pre­sos, como dijera Betan­court, “la pre­sión colec­ti­va nos abrió los cer­ro­jos del ‘Bar­co de Piedra’, como lo lla­ma­ra Andrés Eloy Blan­co, quien fuera su pasajero  por un tiem­po, en con­tra de su vol­un­tad, por espa­cio de lar­gos años. Sal­imos a la calle a con­spir­ar con el capitán Rafael Alvara­do y el teniente Pedro Anto­nio Barrios. 

En la madru­ga­da del Viernes San­to –la del 7 de abril– inten­ta­mos el asalto de un cuar­tel caraque­ño, donde esta­ban de trán­si­to cua­tro mil fla­mantes fusiles bel­gas de repeti­ción. Los primeros rayos del sol ilu­mi­nan­do los cer­ros del Ávi­la me encon­traron dis­paran­do un máuser, con tor­peza de nova­to y mag­ul­laduras pro­duci­das por los culata­zos en el hom­bro dere­cho, frente a las gar­i­tas y los techos que vom­ita­ban balas del Cuar­tel San Carlos”. 

Años más tarde el capitán Alvara­do, quien murió en la prisión del castil­lo el 12 de diciem­bre de 1933, con­ta­ba que “…después de la fies­ta de los estu­di­antes com­prendí que el esta­do de áni­mo del pueblo de Venezuela, en un momen­to dado, era posi­ble que acom­pañara a un indi­vid­uo de ideas nuevas (sin ser social­ista) has­ta la real­ización de un plan preconcebido…”.

El movimien­to rev­olu­cionario de este día fue de ten­den­cia democráti­ca, ali­men­ta­do de las ideas recogi­das en Chile por su prin­ci­pal pro­tag­o­nista, el capitán Alvara­do, instruc­tor de artillería naci­do en 1898 en Nir­gua (Yaracuy). Al amanecer de aquel día, los con­spir­adores tomaron el cuar­tel de Miraflo­res y cuan­do se dirigían al cuar­tel San Car­los, fueron dom­i­na­dos por el pro­pio gen­er­al López Con­tr­eras, jefe de la guar­ni­ción de Cara­cas quien había deve­la­do la con­spir­ación. Cuál no sería su sor­pre­sa al encon­trar entre los rev­olu­cionar­ios a su pro­pio hijo, el cadete de la Escuela Mil­i­tar Elezar López Wolkmar.

Acom­pañaron a Bar­rios en la aven­tu­ra los sub­te­nientes Rafael Anto­nio Bar­rios, Agustín Fer­nán­dez, Leonar­do Leef­mans y Fausti­no Valero, el capitán chileno Pedro Dubour­nais, los cadetes de la Escuela Mil­i­tar Anto­nio J. Ovalles Olavar­ría, Ben­jamín Del­ga­do Leef­mans y Arman­do J. Chávez, algunos sar­gen­tos, los estu­di­antes uni­ver­si­tar­ios Jesús Miralles, Fidel Roton­daro, Ger­mán Tor­tosa, Fran­cis­co Rivas Lázaro, Anto­nio Arráiz, Juan José Pala­cios, Luis Manuel Gar­cía, Gus­ta­vo Tejera y César Came­jo, el den­tista Rafael Fran­co, Fran­cis­co Betan­court Sosa, los tra­ba­jadores Aure­lio Espar­ragosa y Julio Naran­jo más algunos obreros de la fábri­ca de vidrio de Mai­quetía. De la Fed­eración de Estu­di­antes Vene­zolanos esta­ban Raúl Leoni (su pres­i­dente), Jóvi­to Vil­lal­ba, Hernán Nass, Juan José Pala­cios, Isaac José Par­do y Rómu­lo Betancourt.

Indul­to rechazado 

Se cono­ció que el gen­er­al Gómez ofre­ció a López Con­tr­eras la lib­er­tad de su hijo pero el pro­pio cadete la rec­hazó. Casi todos los involu­cra­dos en la sub­l­e­vación fueron detenidos y juz­ga­dos bajo condi­ciones de tor­tu­ra y sevicia.

Betan­court fue de los pocos en escapar de las gar­ras de la policía gomecista: “Sem­anas después del insuce­so –para tomar a prés­ta­mo una pal­abra del habla cul­ta bogotana– salí clan­des­ti­na­mente del país; antes había esta­do ocul­to en el hog­ar hon­or­able y muy humilde de mi fra­ter­nal ami­go Víc­tor Brito Alfon­zo. En com­pañía de mi padre Luis Betan­court via­jé por el tren que unía a Cara­cas con Puer­to Cabel­lo. Sin pos­esión de pas­aporte y dis­fraza­do de peón caletero pude intro­ducirme de man­era sub­rep­ti­cia en el vapor “Táchi­ra” de la Red  D Line. Me llevó a Curazao. Allí me gané la vida como Aux­il­iar de Con­tabil­i­dad y Cor­re­spon­sal Com­er­cial de dos hom­bres de nego­cios estable­ci­dos en la isla, los her­manos Jesús y Pedro Por­tillo, mara­caiberos de origen”.

La may­oría de los insur­rec­tos per­maneció en la cár­cel has­ta la muerte del tira­no. El expe­di­ente del juicio estu­vo desa­pare­ci­do has­ta 1977, cuan­do fue local­iza­do por Alex­is Gal­le­gos, hijo del nov­el­ista Rómu­lo Gal­le­gos y lo entregó al his­to­ri­ador Rafael Ramón Castel­lanos, quien lo comen­tó y pub­licó al año siguiente.

El mis­mo año 1928, Gómez hizo mod­i­ficar la Con­sti­tu­ción, elim­inó la vicepres­i­den­cia que ejer­cía su hijo Vicen­ti­co y lo mandó de agre­ga­do mil­i­tar en París, adonde había man­da­do a su mamá Dion­isia Bel­lo después del asesina­to de su her­mano Juan­cho en Miraflo­res y se estable­ció que las fal­tas abso­lu­tas del pres­i­dente serían llenadas por una nue­va elec­ción del Con­gre­so y las tem­po­rales por el min­istro des­ig­na­do por el presidente.

El tira­no recono­ció la leal­tad de López Con­tr­eras pero lo trasladó al Táchi­ra como jefe de guar­ni­ción y coman­dante de la briga­da del ejérci­to en Capa­cho y lo regresó a Cara­cas en 1930 como Jefe del Esta­do May­or Gen­er­al, en ocasión del des­file con­mem­o­ra­ti­vo del Cen­te­nario de la muerte del Lib­er­ta­dor. En 1931 Gómez lo con­vir­tió en el mil­i­tar de car­rera más influyente del país al des­ig­narlo Min­istro de Guer­ra y Mari­na, quien lo sucedió al morir el tira­no en diciem­bre de 1935.

Ima­gen desta­ca­da: El gen­er­al Juan Vicente Gomez es con­dec­o­ra­do por su Min­istro de Guer­ra y Mari­na, gen­er­al Eleazar Lopez Con­tr­eras en el ulti­mo des­file mil­i­tar real­iza­do antes de la muerte de Juan Vicente Gomez en 1934, sien­do la primera con­dec­o­ra­cion de la Orden Fran­cis­co de Miran­da. En la grafi­ca, en primer plano se obser­va el nue­vo poder que apare­cia en esce­na, el de los medios de comu­ni­ca­cion social, un micro­fono de la Broad Cast­ing Caracas.

CorreodeLara

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