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El incidente de los uniformes yanquis que puso a La Guaira bajo amenaza de bombardeo

Luis Alber­to Per­o­zo Padua
Peri­odista espe­cial­iza­do en cróni­cas históricas
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@LuisPerozoPadua

Uniformes robados, cañones listos: La Guaira estuvo a un paso de convertirse en blanco del poder naval estadounidense

En ple­na guer­ra civ­il, con el país con­ver­tido en un hervidero de batal­las, traiciones y leal­tades volátiles, ocur­rió un episo­dio que rozó lo trag­icómi­co y, sin embar­go, rev­eló has­ta qué pun­to la debil­i­dad insti­tu­cional podía derivar en una cri­sis inter­na­cional. Fue el día en que unos sol­da­dos vene­zolanos, der­ro­ta­dos y hara­pi­en­tos, se toparon con los relu­cientes uni­formes de marines esta­dounidens­es ten­di­dos al sol… y los tomaron como botín.

Este insól­i­to episo­dio no pertenece al folk­lore ni a la exageración oral: fue doc­u­men­ta­do por el cor­re­spon­sal de guer­ra y fotó­grafo norteam­er­i­cano William Nephew King Jr., quien acom­paña­ba al Escuadrón del Atlán­ti­co Norte durante la Rev­olu­ción Legal­ista de 1892. Su tes­ti­mo­nio, recogi­do en el libro Recuer­dos de la Rev­olu­ción en Venezuela, da cuen­ta de una esce­na tan absur­da como rev­e­lado­ra sobre el cli­ma de caos, dig­nidad trasto­ca­da y ten­siones inter­na­cionales que se vivía en el país.

Lavan­deras y sol­da­dos arma­dos en La Guaira durante la Rev­olu­ción Legal­ista de 1892. Al fon­do se dis­tingue la Casa Guipuz­coana. El con­flic­to, ini­ci­a­do bajo el gob­ier­no de Raimun­do Andueza Pala­cio, cul­minó con su der­ro­ta y el ascen­so de Joaquín Crespo

Cañones en el Caribe

La Rev­olu­ción Legal­ista, encabeza­da por el gen­er­al Joaquín Cre­spo, estal­ló como respues­ta al inten­to del pres­i­dente Raimun­do Andueza Pala­cio de pror­rog­ar su manda­to medi­ante una refor­ma con­sti­tu­cional forza­da. En pocas sem­anas, Venezuela se con­vir­tió en un hervidero: pueb­los siti­a­dos, fer­ro­car­riles inter­rumpi­dos, sol­da­dos que deserta­ban o cam­bi­a­ban de ban­do. El país, políti­ca y ter­ri­to­rial­mente, se fragmentaba.

La anar­quía inter­na encendió alar­mas en las can­cillerías extran­jeras. Se repor­taron abu­sos con­tra ciu­dadanos de otras naciones, lo que llevó a poten­cias como Esta­dos Unidos, Fran­cia, Ale­ma­nia y España a enviar buques de guer­ra para pro­te­ger a sus ciu­dadanos y bienes.

Frente al puer­to de La Guaira se alin­earon tres impo­nentes naves esta­dounidens­es: el USS Chica­go, el USS Con­cord y el USS Kearsarge, bajo el man­do del almi­rante John Grimes Walk­er, coman­dante del Escuadrón del Atlán­ti­co Norte. Era la primera vez que Venezuela veía una flota de seme­jante cal­i­bre tan cer­ca de sus costas.

La ten­sión inter­na­cional era cre­ciente. Esta­dos Unidos había desple­ga­do su flotil­la con el propósi­to de vig­i­lar y pre­venir. En pal­abras de King:

“Actual­mente el almi­rante Walk­er del Escuadrón del Atlán­ti­co Norte, se encuen­tra en camino, con tres buques de guer­ra, con el fin de garan­ti­zar que no se cometan abu­sos con­tra los dere­chos de los amer­i­canos. Estos buques son el Chica­go, el Con­cord y el Kearsage.”

Sol­da­do vene­zolano de la Rev­olu­ción Legal­ista con uni­forme de los Marines esta­dounidens­es. Foto William Nephew King

Las lavan­deras del puerto

Mien­tras los cañones flota­ban en la bahía, la vida cotid­i­ana seguía su cur­so en tier­ra firme. Las lavan­deras —mujeres humildes que lava­ban ropa aje­na en que­bradas y riachue­los— asum­ieron la tarea de dejar impeca­bles los uni­formes blan­cos de dril de los marines estadounidenses.

Los camareros de los buques descendieron a tier­ra en bus­ca de manos con­fi­ables. Las lavan­deras, com­placidas con el encar­go, se orga­ni­zaron ráp­i­da­mente y extendieron las pren­das limpias sobre piedras y arbus­tos jun­to al agua, donde el sol podía secarlas.

Los andra­josos y la tentación blanca

Ese mis­mo día, una colum­na de tropas guber­na­men­tales —der­ro­tadas por los legal­is­tas— huía en direc­ción a La Guaira. Avan­z­a­ban desmor­al­iza­dos, con los uni­formes hechos jirones. Al pasar jun­to a la que­bra­da, vieron la ropa limpia bril­lan­do al sol como una provo­cación. No resistieron. Cayeron sobre ella.

Aunque podía pare­cer una sim­ple picardía de guer­ra, la esce­na tenía impli­ca­ciones graves: se trata­ba de uni­formes de marines esta­dounidens­es, y frente al puer­to los buques de guer­ra aguard­a­ban, atentos.

Pho­to­graph of William Nephew King, Roswell, Ful­ton Coun­ty, Geor­gia, ca. 1880

“Una flota de buques de guer­ra bajo el man­do del Almi­rante Walk­er ha sido envi­a­da a Venezuela para brindar pro­tec­ción a los ciu­dadanos amer­i­canos. Sin embar­go, las naves arrib­arán demasi­a­do tarde para impedir todos los ataques o para pro­te­ger a nues­tra ban­dera con­tra cualquier ofen­sa.” — William Nephew King Jr.

Las lavan­deras inten­taron deten­er el saqueo. Protes­taron. Gri­taron. Algu­nas fueron empu­jadas, hal­adas por los cabel­los y arrastradas, otras gol­peadas con peinil­las. Los sol­da­dos, sin may­or con­tem­plación, se apropi­aron de cada prenda.

Al día sigu­iente, el espec­tácu­lo en La Guaira era grotesco: sol­da­dos vene­zolanos des­fi­l­a­ban con cha­que­tas relu­cientes sobre pan­talones raí­dos; otros lucían pan­talones blan­cos com­bi­na­dos con camisones rotos. Era una pasarela invol­un­taria del absur­do bélico.

El ultimá­tum

La noti­cia llegó al almi­rante Walk­er. Su reac­ción fue inmedi­a­ta: ame­nazó con bom­bardear La Guaira si no se devolvían los uni­formes sustraídos.

Las lavan­deras, con temor y vergüen­za, acud­ieron al puer­to a relatar lo ocur­ri­do. Pocas horas después, un bote par­tió con toda la ropa cuida­dosa­mente dobla­da. Un ofi­cial del gob­ier­no subió al buque a ofre­cer dis­cul­pas formales.

La ciu­dad respiró alivi­a­da. El país evitó una catástrofe diplomáti­ca. Y los marines recu­per­aron su blan­co impecable.

El episo­dio del robo de los uni­formes no es solo una curiosi­dad pin­toresca de la his­to­ria vene­zolana. Es un retra­to de época: el choque entre el des­or­den criol­lo y la maquinar­ia diplomáti­ca de una poten­cia naval; la ten­sión entre la pobreza que impro­visa y el poder que no perdona.

King lo reg­istró no como una sáti­ra, sino como adver­ten­cia: Venezuela estu­vo a pun­to de ser bom­bardea­da… por cul­pa de unos uni­formes sus­traí­dos que esta­ban ten­di­dos al sol.


Fuente: William Nephew King Jr., Recuer­dos de la Rev­olu­ción en Venezuela, págs. 77–79. (Edi­ción con­sul­ta­da: archi­vo dig­i­tal, 2025).

CorreodeLara

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