CrónicasSemblanzas

Luis Rodríguez Moreno llenó una etapa clásica del periodismo larense

José Ángel Ocanto
Periodista y escritor

Vivió en un mun­do que supo con­stru­ir a su medi­da, con la eter­na explosión de fan­tasías y real­i­dades en amable con­viven­cia. Extra­jo de la vida las cosas que más se amold­a­ban a su espíritu curioso, fes­ti­vo, aparente­mente frívo­lo, pero más bien inmune a lo desagrad­able, a todo lo mis­er­able en los cur­sos de esta bar­ca frágil que es la vida. 

Luis Rodríguez Moreno y José Ángel Ocan­to el día del Peri­odista en la Plaza Bolí­var de Barquisimeto

Via­jero per­ti­naz, ate­so­rador de viven­cias que de tan asom­brosas en oca­siones parecían repenti­nos fru­tos de su imag­i­nación, pero que sus con­ter­tulios solían cel­e­brar, era un con­ver­sador capaz de amenizar todos los ambi­entes y suje­tar con agudeza cualquier tema.

Luis Rodríguez Moreno, o quizá baste decir LRM, fue mi com­pañero de muchos años en la Redac­ción de El Impul­so. Su ima­gen no puedo dejar de aso­cia­r­la a otra igual de entrañable: la de Gus­ta­vo Car­mona, de quien Luis parecía ser su más leal escudero.

LRM el viajero

Es, pre­fiero hablar de él en tiem­po pre­sente, uno de los peri­odis­tas más ver­sátiles que he conocido. 

Con igual soltura podía escribir de farán­du­la, dejar con­stan­cia de sus cri­te­rios autor­iza­dos en varias dis­ci­plinas del deporte, hac­er de ver­sa­do cro­nista tau­ri­no, relatar con sobrio esti­lo un suce­so poli­cial; y pen­e­trar, inclu­so, en los oscuros mun­dos de la políti­ca, sin esgrim­ir fanatismos ban­der­i­zos, y, sobre todo, sin que la can­didez de su pluma se rebajara.

Su emblemáti­ca colum­na El Rincón de los Miér­coles era una vit­ri­na en la que sus lec­tores se asoma­ban a la inabar­ca­ble visión de un hom­bre autén­ti­co. Ese tipo de hom­bres que viv­en la vida a su man­era, y se mues­tran a los demás tal cuales son, sin afecta­ciones que valgan.

Com­par­ti­mos diver­sos episo­dios del ofi­cio, y tam­bién per­son­ales, suce­sos fecun­dos unos, felices otros, y amar­gos no pocos. Y jamás lo vi extraviar la esen­cia de su alma abier­ta, gra­ciosa, conciliadora.

Alfon­so Saer, El Nar­rador, ami­go cer­cano de Luis durante más de seis décadas, me ha con­fi­a­do unas líneas suyas, en las que casi al final desliza: “LRM, hoy me des­perté con una lágri­ma por ti”.

Y cier­ta­mente, después de llo­rar­lo, creo que no hay mejor for­ma de recor­dar al via­jero que con una son­risa agradecida.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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