CrónicasHistoria

Las troperas que marcharon en la revolución de 1892

Luis Alber­to Per­o­zo Padua
Peri­odista espe­cial­iza­do en cróni­cas históricas
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@LuisPerozoPadua

Más allá del mito y el silencio, las troperas existieron. Acompañaron al ejército legalista de Joaquín Crespo durante la revolución de 1892, marcharon armadas, asistieron a heridos y compartieron la intemperie de las campañas bélicas. El historiador Mario R. Tovar G. reconstruye este capítulo casi invisibilizado gracias al archivo fotográfico del teniente estadounidense William Nephew King Jr., un testigo insólito cuyo registro se convierte en una pieza clave para entender el papel de la mujer venezolana en las guerras del siglo XIX

La memo­ria históri­ca vene­zolana suele hablar en mas­culi­no. Y si bien los caudil­los, gen­erales y sol­da­dos han llena­do los retratos de la épi­ca nacional, fueron muchas las mujeres que, sin nom­bre ni ros­tro, se calzaron botas, car­garon fusiles, curaron heri­das y velaron cadáveres. Algu­nas lo hicieron vesti­das con tra­je de cam­paña; otras envueltas en fal­das recias y man­tas de lana. Pero todas com­partieron el pol­vo, el can­san­cio, la pre­cariedad y el hor­ror de la guerra.

“Siem­pre estu­vieron ahí, pero no las vimos. No porque no estu­vier­an, sino porque no quisi­mos ver­las”, afir­ma el his­to­ri­ador y cro­nista Mario R. Tovar, mien­tras despl­ie­ga, sobre la mesa, las pági­nas des­col­ori­das de un álbum de gran formato.

Ima­gen toma­da de William Nephew King. Recuer­dos de la rev­olu­ción en venezuela. Estu­dio pre­lim­i­nar de Inés Quin­tero. Cara­cas, 2001, Min­is­te­rio de la Defensa

 

El silen­cio y la resisten­cia en los días de la guerra

Des­de la Guer­ra de Inde­pen­den­cia, la pres­en­cia femeni­na en los cam­pos de batal­la ha sido trata­da como un dato mar­gin­al. La his­to­ria esco­lar, aun cuan­do reconoce la par­tic­i­pación de fig­uras como Luisa Cáceres de Aris­men­di o Manuela Sáenz en sus ámbitos hero­icos, rara vez men­ciona a las mujeres que acom­paña­ban a los ejérci­tos durante las largas campañas

“Las nar­ra­ciones ofi­ciales hablan de heroí­nas, pero callan sobre las trop­eras”, advierte Tovar. Se tra­ta de mujeres que mar­charon jun­to a los sol­da­dos, com­partieron los rig­ores del ham­bre, curaron heri­dos, lava­ban sus ropas, acar­rearon ani­males, coci­naron bajo la llu­via y/o el inten­so frío, vieron morir a hijos, mari­dos o her­manos y aun así con­tin­uaron ade­lante, sin men­ción algu­na en los manuales.

La Guer­ra Fed­er­al (1859–1863) fue otro esce­nario de par­tic­i­pación femeni­na —invis­i­ble y con­stante—. Allí estu­vieron, como cocin­eras, enfer­meras o car­gado­ras de pólvo­ra, pero tam­bién como infor­mantes y com­bat­ientes clan­des­ti­nas. Sin embar­go, fue durante la Rev­olu­ción Legal­ista de Joaquín Cre­spo en 1892 cuan­do la pres­en­cia for­mal de mujeres uni­for­madas quedó reg­istra­da por primera vez gra­cias a la lente de un fotó­grafo extranjero.

Trop­eras de la Rev­olu­ción Legal­ista 1892

Un reportero en medio del caos

En agos­to de 1892, el teniente William Nephew King Jr., del ejérci­to de los Esta­dos Unidos, arribó al puer­to de La Guaira. Su mis­ión ofi­cial era res­guardar a los ciu­dadanos norteam­er­i­canos res­i­dentes en Venezuela durante el lev­an­tamien­to arma­do encabeza­do por Joaquín Cre­spo con­tra el gob­ier­no del pres­i­dente Raimun­do Andueza Pala­cio. Sin embar­go, King tam­bién actu­a­ba como cor­re­spon­sal de pren­sa para el New York World y la pres­ti­giosa Harper’s Week­ly.

“King llegó jus­to cuan­do el país ardía en anar­quía. Y aunque no era su inten­ción hac­er his­to­ria, lo hizo”, expli­ca Tovar. Lo que ocur­rió a par­tir de allí fue excep­cional: arma­do con una cámara fotográ­fi­ca, King reg­istró la vida cotid­i­ana de las tropas legal­is­tas —des­de los embar­ques has­ta los cam­pa­men­tos— y logró cap­tar la pres­en­cia de mujeres vene­zolanas alis­tadas como sol­da­dos.

Son fotografías casi imposi­bles para su época: mujeres con fusiles, car­gan­do machetes, cam­i­nan­do jun­to a los hom­bres. Ningu­na ide­al­ización, ningún gesto teatral. Solo cuer­pos exhaus­tos, ateri­dos por la ruta, en gesto de supervivencia.

La Legal­ista y la ruta del exilio

La Rev­olu­ción Legal­ista estal­ló como reac­ción al inten­to de Andueza Pala­cio de per­pet­u­arse en el poder violan­do el peri­o­do con­sti­tu­cional. Jóvenes ofi­ciales, vet­er­a­nos de mon­ton­eras y dece­nas de famil­ias enteras se sumaron al lla­ma­do de Cre­spo, quien march­a­ba des­de el ori­ente del país hacia Cara­cas para “restable­cer el orden”.

En esa larga mar­cha, las mujeres no fueron espec­ta­do­ras. “Se alis­taron, coci­naron, asistieron, pelearon men­tal­mente, pero tam­bién empuñaron armas cuan­do fue nece­sario”, señala Tovar.

Y allí, entre los retratos cap­ta­dos por King, apare­cen algu­nas de esas mujeres: de pie jun­to a los macheteros, car­gan­do lo que podría ser una bol­sa con muni­ciones, con gestos firmes. No se tra­ta ya de “sol­daderas” en el sen­ti­do tradi­cional, sino de com­bat­ientes en sen­ti­do pleno.

Ante mis ojos des­fi­l­a­ban las tropas, los macheteros y las mujeres que acom­pañaron al gen­er­al Crespo

El álbum que sobre­vivió al olvido

Luego de su regre­so a Esta­dos Unidos, King reunió las fotos en un álbum de gran for­ma­to, tit­u­la­do Venezuela and the Rev­o­lu­tión, con 50 cen­tímet­ros de largo por 40 de ancho, for­ra­do en piel negra y títu­los en dorado.

Durante décadas, el álbum per­maneció en la penum­bra has­ta que la his­to­ri­ado­ra Inés Quin­tero, en una pesquisa casi detec­tivesca, logró localizar­lo en la Acad­e­mia Mil­i­tar Vene­zolana. En 2001, el Min­is­te­rio de la Defen­sa pub­licó una del­i­ca­da reed­i­ción con ape­nas dos mil ejemplares.

En el estu­dio pre­lim­i­nar, Quin­tero escribió:

“Ante mis ojos des­fi­l­a­ban las tropas, los macheteros y las mujeres que acom­pañaron al gen­er­al Cre­spo en su Rev­olu­ción Legal­ista de 1892. Era un con­jun­to sor­pren­dente: el embar­que de las tropas, las prác­ti­cas de guer­ra, los hom­bres y mujeres de la rev­olu­ción, los sum­in­istros para el com­bate, el hos­pi­tal… Casi una cen­te­na de fotos jamás repro­duci­das en libro alguno.”

Para Tovar, la frase más poderosa está en ese “no habían sido repro­duci­das jamás”. Es, dice, la metá­fo­ra per­fec­ta del lugar de la mujer en los relatos béli­cos: estu­vieron, pero no se narraron.

Una guer­ra de machetes y fusiles viejos

Las imá­genes de King no solo son rev­e­lado­ras por el reg­istro de la pres­en­cia femeni­na. Tam­bién expo­nen la pre­cariedad con la que se libra­ban las guer­ras vene­zolanas de finales del siglo XIX: sol­da­dos faméli­cos, sin botas ni uni­formes, fusiles obso­le­tos y machetes campesinos con­ver­tidos en armas de guerra.

“En ese con­tex­to bru­tal, las mujeres hicieron un tra­ba­jo imposi­ble de medir”, señala Tovar. No fueron sola­mente apoyo logís­ti­co. Tam­bién fueron reta­guardia emo­cional y piedra angu­lar del sosten­imien­to físi­co del ejército.

Cel­e­bración y reconocimien­to tardío

En 1893, King regresó a Venezuela para recibir la Orden Bus­to del Lib­er­ta­dor, en su cuar­ta clase, otor­ga­da a los “Servi­dores Dis­tin­gui­dos de la Patria”. Su con­tribu­ción se recono­ció, pero el papel de las mujeres retratadas en su álbum quedó sin men­ción oficial.

Ese silen­cio aún resue­na en las expli­ca­ciones de Tovar: “Cuan­do revisas la his­to­ria ofi­cial te encuen­tras con Cre­spo, Andrade, los caudil­los, pero no con ellas. Son las pari­entes sin nom­bre. Las que se van con el pol­vo de la ruta.”

En 1896, cuan­do el liti­gio por la Guayana Ese­qui­ba se encon­tra­ba en ple­na ten­sión, William Nephew King Jr. regresó a Venezuela para doc­u­men­tar de primera mano el con­flic­to ter­ri­to­r­i­al. Recor­rió el esta­do Bolí­var, con­vivió con comu­nidades indí­ge­nas, llegó has­ta El Dora­do y navegó el tur­bu­len­to río Cuyuní. En aque­l­las trav­es­ías recogió notas, boce­tos y tes­ti­mo­nios que trans­for­mó en una serie de repor­ta­jes pub­li­ca­dos en julio de ese mis­mo año por The Cen­tu­ry Mag­a­zine, bajo el títu­lo: “Glimpses of Venezuela and Guiana”.

William Nephew King Jr.

Más que una cróni­ca geográ­fi­ca, fue un retra­to direc­to del país pro­fun­do, de sus fron­teras inte­ri­ores y de la fibra cul­tur­al de regiones ape­nas explo­radas, que alber­ga­ban no solo oro y sel­va, sino tam­bién dig­nidad y despo­jo. Fue otro episo­dio valioso en su labor doc­u­men­tal sobre Venezuela, aunque, una vez más, los nom­bres de las mujeres quedaron fuera de esas páginas.

Hoy, más de cien años después de aque­l­la rev­olu­ción, las imá­genes de las trop­eras nos oblig­an a resig­nificar la nar­ra­ti­va. Estu­vieron ahí, cam­i­naron, mar­charon, arries­garon la vida, muchas murieron. Son parte de la his­to­ria. Cuestión de dar­les nombre.

“El álbum es una puer­ta”, dice Tovar, “una puer­ta hacia esas mujeres que no pedían glo­ria ni hon­ores, solo sobre­vivir”. Luego, miran­do una foto en par­tic­u­lar —una mujer de mira­da firme con una mano apoy­a­da en su fusil— añade: “Ellas son la his­to­ria que nos fal­ta por escribir.”

Fotoleyen­da: Imá­genes tomadas por el fotope­ri­odista y mil­i­tar norteam­er­i­cano del siglo XIX William Nephew, durante la rev­olu­ción leal­ista en Venezuela.  La cin­ta blan­ca en el som­brero es el dis­tin­ti­vo de los legalistas

CorreodeLara

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