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A Pedro Estrada nunca lo alcanzó la justicia

Luis Alber­to Per­o­zo Padua
Peri­odista espe­cial­iza­do en cróni­cas históricas
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@LuisPerozoPadua

Jefe de la temi­da Seguri­dad Nacional, huyó del país días antes de la caí­da de Pérez Jiménez y jamás enfren­tó juicio en Venezuela

Mien­tras sus sub­al­ter­nos fueron con­de­na­dos en 1963 por tor­turas y asesinatos, él vivió pro­te­gi­do en el exilio europeo has­ta morir en 1989

La impunidad que rodeó su nom­bre sigue sien­do un espe­jo incó­mo­do de la jus­ti­cia ausente frente a los repre­sores de ayer y de hoy

Pedro de Alcán­tara Estra­da Albornoz

El ros­tro del miedo

En el corazón de la dic­tadu­ra de Mar­cos Pérez Jiménez, la Direc­ción de Seguri­dad Nacional se con­vir­tió en la maquinar­ia más temi­da del poder. Su jefe, Pedro Alcán­tara Estra­da Albornóz, cono­ci­do como el Cha­cal de Güiria, había naci­do el 19 de octubre de 1906 en Güiria, esta­do Sucre, en el seno de una humilde famil­ia católi­ca, per­son­ifi­ca­ba la repre­sión orga­ni­za­da y sistemática.

Des­de su ofic­i­na, insta­l­a­da en la sede de Los Chaguaramos en Cara­cas, se decidía el des­ti­no de estu­di­antes, diri­gentes políti­cos, peri­odis­tas, sindi­cal­is­tas y ciu­dadanos anón­i­mos que se atrevían a dis­en­tir. Allí se fraguaron noches inter­minables de inter­roga­to­rios, tor­turas y desapariciones.

Tes­ti­gos y sobre­vivientes nar­raron esce­nas de cuer­pos muti­la­dos, pre­sos políti­cos col­ga­dos de gan­chos, choques eléc­tri­cos, cel­das de ais­lamien­to y humil­la­ciones dis­eñadas para que­brar la dig­nidad humana. La Seguri­dad Nacional no solo detenía: bus­ca­ba desin­te­grar la voluntad.

Bajo la jefatu­ra de Pedro Estra­da, 822 vene­zolanos, entre ellos muchos peri­odis­tas, fueron envi­a­dos al cam­po de con­cen­tración de la isla de Guasi­na y miles más abar­ro­taron las cárce­les de todo el país.

Entre las víc­ti­mas de la Seguri­dad Nacional se cuen­tan diri­gentes civiles y mil­itares como Leonar­do Ruiz Pine­da, Anto­nio Pin­to Sali­nas, Cás­tor Nieves Ríos, Ger­mán González, Luis Hur­ta­do Higuera, Alber­to Carnevali, el teniente León Droz Blan­co, el capitán Wil­fri­do Omaña y Genaro Sali­nas, entre tan­tos otros. A ello se suman episo­dios trági­cos como la masacre de Turén y la larga lista de desa­pare­ci­dos que jamás volvieron a apare­cer en los reg­istros ofi­ciales, bor­ra­dos de la vida públi­ca por opon­erse al poder establecido.

Pedro Estra­da y su Seguri­dad Nacional-impusieron la doc­t­ri­na de la intim­i­da­cion politica

Era una antigua práctica

El uso de cuer­pos repre­sivos en Venezuela no nació con Estra­da. Ya en el siglo XIX, durante los gob­ier­nos de José Anto­nio Páez y José Tadeo Mon­a­gas, existieron mili­cias y policías urbanas que sofo­ca­ban disiden­cias. Cipri­ano Cas­tro creó la Guardia Negra, mien­tras Juan Vicente Gómez per­fec­cionó la repre­sión con la temi­da Sagra­da, que con­vir­tió a La Rotun­da en un sím­bo­lo del sup­li­cio opositor.

Tras Gómez, Eleazar López Con­tr­eras y Rómu­lo Gal­le­gos man­tu­vieron insti­tu­ciones de vig­i­lan­cia. Luego, la Jun­ta Rev­olu­cionar­ia de Gob­ier­no, pre­si­di­da por Rómu­lo Betan­court tras el golpe de 1945, reor­ga­nizó la Seguri­dad Nacional y la uti­lizó con­tra la oposi­ción. Al ser der­ro­ca­do Gal­le­gos en 1948, se tec­nificó el cuer­po y pasó a lla­marse Direc­ción de Seguri­dad Nacional, depen­di­ente del Min­is­te­rio de Rela­ciones Interiores.

La Sec­ción Políti­co-Social, crea­da en junio de 1949, se enfocó en detec­tar movimien­tos comu­nistas. En esa época, Pedro Estra­da fue envi­a­do a Wash­ing­ton D.C. como agre­ga­do de la emba­ja­da, donde recibió entre­namien­to con Scot­land Yard, el FBI y la CIA. El 31 de agos­to de 1951, tras el fra­ca­so de Jorge Mal­don­a­do Par­il­li al frente de la Seguri­dad Nacional, fue lla­ma­do de nue­vo para orga­ni­zar la institución.

La mis­ión era clara: con­tro­lar la ame­naza comu­nista. Estra­da logró des­man­te­lar aten­ta­dos y sab­o­ta­jes, como el frustra­do plan con­tra Juan Domin­go Perón, en el que los ser­vi­cios de seguri­dad detec­taron y desac­ti­varon una bom­ba. Con esos éxi­tos, con­solidó su poder has­ta con­ver­tirse en el hom­bre más temi­do del perezjimenismo.

Pedro Estra­da y su familia

Juicio ausente

La madru­ga­da del 23 de enero de 1958, al caer Pérez Jiménez, la sede de la Seguri­dad Nacional quedó al des­cu­bier­to: doc­u­men­tos, sótanos, instru­men­tos de tor­tu­ra y cadáveres fueron hal­la­dos. La mag­ni­tud del hor­ror se revelaba.

El nue­vo gob­ier­no abrió pro­ce­sos con­tra 23 fun­cionar­ios de la SN. El juicio cul­minó en 1963 con con­de­nas ejem­plar­izantes. Pero Pedro Estra­da no esta­ba allí: había renun­ci­a­do el 10 de enero de 1958 y escapa­do al exilio.

Pasó por Repúbli­ca Domini­cana, Mia­mi, en donde estu­vo var­ios meses y se reunió con Mar­cos Pérez Jiménez, pero, final­mente se estable­ció en Fran­cia, París, pro­te­gi­do por los equi­lib­rios diplomáti­cos de la Guer­ra Fría. Sus sub­al­ter­nos cayeron en prisión, él nun­ca fue molestado.

Mar­cos Pérez Jiménez, dic­ta­dor de Venezuela, jun­to a Pedro Estra­da jefe de la Seguri­dad Nacional. ARCHIVO EL NACIONAL

El seguro secreto

Según el his­to­ri­ador Luis Her­a­clio Med­i­na Canelón, Estra­da se llevó con­si­go un arma poderosa: copias de archivos de la Seguri­dad Nacional que com­pro­metían a diri­gentes políti­cos de diver­sas ten­den­cias, inclu­i­dos ade­cos y comunistas.

Ese mate­r­i­al, usa­do como seguro, le garan­tizó que jamás se inten­tara su extradi­ción. Si lo hacían, ame­naz­a­ba con expon­er colab­o­ra­ciones incó­modas de políti­cos que en democ­ra­cia ocu­parían curules en el Con­gre­so y car­gos de gobierno.

Después de su muerte, sec­tores de Acción Democráti­ca com­praron esos archivos a sus famil­iares y los destruyeron. De este modo, rep­uta­ciones de “luchadores por la democ­ra­cia” quedaron a sal­vo, y Estra­da ase­guró su impunidad.

En 1982, des­de París, Pedro Estra­da ofre­ció declara­ciones en las que defendía su actuación y ata­ca­ba a sus adver­sar­ios políti­cos. Con un tono reta­dor afirmó:

“Yo en el exilio no eva­do respon­s­abil­i­dades, pago las cul­pas propias y aje­nas, y si me quieren juz­gar que me juzguen, entonces ¿cuál es el temor que yo regrese a Venezuela?, ellos son quienes no me dejan entrar. Yo quiero un juicio públi­co y tele­visa­do donde toda Venezuela se entere de la men­ti­ra que les han hecho creer con un espec­tac­u­lar gas­to pro­pa­gandís­ti­co para jus­ti­ficar lo pési­mo de su sis­tema de gob­ier­no, afor­tu­nada­mente ten­go todas las prue­bas a consignar (…) Sin­ce­ra­mente me sien­to en pañales al lado de un Car­los Andrés Pérez al frente del Min­is­te­rio de Rela­ciones Inte­ri­ores donde se le acu­san más de 20.000 muertes.”

Esta declaración no fue más que una provo­cación: jamás regresó a Venezuela ni enfren­tó un juicio.

Mar­cos Pérez Jiménez y Pedro Estra­da, direc­tor de la Seguri­dad Nacional

Impunidad en el exilio

Tras la caí­da de Pérez Jiménez, Pedro Estra­da vivió cómo­do y seguro en París con su esposa Ali­cia Parés Urdane­ta y sus tres hijas. Gra­cias a su expe­ri­en­cia, fue con­trata­do como asesor por la Policía Sec­re­ta France­sa (Sûreté), y allí redac­tó unas memo­rias que su esposa jamás per­mi­tió publicar.

En esos escritos, según se cuen­ta, rev­e­la­ba nom­bres de opos­i­tores que habían colab­o­ra­do como infor­mantes de la Seguri­dad Nacional. Éstos habían entre­ga­do a sus pro­pios com­pañeros a la SN, deve­lando sus opera­ciones y has­ta escondites.

El silen­cio de doña Ali­cia fue defin­i­ti­vo: has­ta su muerte se negó a dar a cono­cer esos secre­tos, que hubier­an removi­do los cimien­tos de la his­to­ri­ografía venezolana.

Estra­da murió a los 82 años, el 11 de agos­to de 1989 en París. Fue sepul­ta­do allí, lejos de su Güiria natal. La causa exac­ta de su fal­l­ec­imien­to nun­ca se hizo pública.

Mar­cos Pérez Jiménez con­fe­sará en el oca­so de su vida (Libro Habla el Gen­er­al) : “ A mí no me tum­baron los mil­itares y menos cua­tro diri­gentes de esquina. No quise un baño de san­gre y me retiré moti­va­do a los exce­sos de Pedro Estra­da. A los mil­itares del alto man­do, los tenía com­pra­dos con una botel­la de whisky, un bis­tec y una “ p…t”
Pedro Estra­da, el temi­do super­policía for­ma­do por la CIA en Esta­dos Unidos

El espe­jo de hoy

El des­ti­no de Estra­da es metá­fo­ra de la impunidad. Quizá murió en paz, pro­te­gi­do por secre­tos y archivos que com­pro­metían a quienes luego se procla­maron adalides de la democracia.

Hoy, como ayer, los repre­sores siguen bur­lan­do la jus­ti­cia. Las cel­das de la DGCIM y el SEBIN repiten los méto­dos de la Seguri­dad Nacional. El miedo y el silen­cio con­tinúan sien­do her­ramien­tas del poder.

Pedro Estra­da fal­l­e­ció lejos del frío lúgubre de los sótanos; murió con el nom­bre intac­to y la con­cien­cia cubier­ta por la dis­tan­cia. Que su tum­ba sea un recorda­to­rio para quienes todavía creen que el tiem­po puede susti­tuir a la jus­ti­cia. En Venezuela la som­bra de Pedro Estra­da sigue alargán­dose y replicán­dose: no hay olvi­do que la cubra, pero tam­poco una sen­ten­cia que la disipe.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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