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El bloqueo naval a Venezuela (1902–1903): diplomacia bajo fuego

Luis Alber­to Per­o­zo Padua
Peri­odista espe­cial­iza­do en cróni­cas históricas
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@LuisPerozoPadua

Entre diciembre de 1902 y febrero de 1903, Venezuela fue cercada por una flota conjunta de Inglaterra, Alemania e Italia, en reclamo del pago de su deuda externa y supuestas indemnizaciones. El gobierno de Cipriano Castro, debilitado por guerras internas y una economía en bancarrota, respondió con una proclama que despertó sentimientos nacionalistas y el respaldo de voluntarios inesperados. La crisis terminaría en Washington, bajo la mediación de Estados Unidos, con un acuerdo que redujo significativamente el monto exigido. Un episodio que selló la hegemonía estadounidense en el continente y que hoy resuena en la memoria histórica como metáfora de nuevos cercos

La Guaira, diciem­bre de 1902. La madru­ga­da aún no clare­a­ba del todo cuan­do un brami­do metáli­co retum­bó en la rada: eran los cañones de una escuadra com­bi­na­da, ingle­sa y ale­m­ana, que apunt­a­ban hacia la cos­ta. El sil­bido de las sire­nas navales estreme­ció a los pescadores, y la población —temerosa— cor­ría hacia las lomas para obser­var, des­de lejos, aquel espec­tácu­lo béli­co. Los estandartes de dos impe­rios onde­a­ban sobre los mástiles, mar­can­do el ini­cio de un episo­dio insól­i­to: Venezuela esta­ba siti­a­da por las poten­cias más poderosas de Europa.

El 9 de diciem­bre, quince unidades de guer­ra británi­cas y ale­m­anas irrumpieron en La Guaira. En un solo movimien­to tomaron seis buques vene­zolanos ancla­dos en dique seco, desem­bar­caron tropas y ocu­paron los muelles sin dis­parar un tiro. A medi­anoche, sol­da­dos ger­manos mar­charon por la ciu­dad para evac­uar a sus diplomáti­cos hacia la flota, temerosos de una repre­salia. Horas más tarde, marineros ingle­ses hicieron lo mis­mo con sus connacionales.

No sería la úni­ca operación. En Guan­ta, dos buques ale­manes cap­turaron un vapor de guer­ra vene­zolano. En Trinidad, la mari­na británi­ca incor­poró el vapor Bolí­var, oblig­án­do­lo a enar­bo­lar ban­dera ingle­sa. Días después, entre el 12 y 13 de diciem­bre, fuerzas británi­cas tomaron el Castil­lo Lib­er­ta­dor y el Fortín Solano en Puer­to Cabel­lo. El mar Caribe hervía de aco­raza­dos, cruceros y cañoneros europeos que se turn­a­ban para patrullar, blo­quear y presionar.

Cifras que ahoga­ban al país

El tras­fon­do era económi­co. Para el 31 de diciem­bre de 1902, Venezuela adeud­a­ba 119 mil­lones 300 mil bolí­vares de cap­i­tal, a los que se sum­a­ban 46 mil­lones de intere­ses acu­mu­la­dos. La cifra total ascendía a 165 mil­lones 300 mil bolí­vares. El país esta­ba exhaus­to: las guer­ras civiles del XIX habían vaci­a­do la hacien­da públi­ca, y des­de 1900 los ingre­sos fis­cales ape­nas pro­me­di­a­ban 30 mil­lones anuales. Con tal panora­ma, la sus­pen­sión de pagos dec­re­ta­da por el gob­ier­no de Cipri­ano Cas­tro era inevitable.

A la deu­da for­mal se añadían las recla­ma­ciones extran­jeras por supuestos daños sufri­dos durante las guer­ras inter­nas. Ale­ma­nia, Inglater­ra e Italia pre­sion­a­ban para que se reconocier­an esos mon­tos, que ascendían a 186 mil­lones 500 mil bolí­vares adi­cionales. Cara­cas lo con­sid­er­a­ba un abu­so, pues muchas de esas deman­das esta­ban infladas. El pro­pio Cas­tro sostenía que “ningún país podía acep­tar tales exagera­ciones sin hipote­car su soberanía”.

La ten­sión escaló cuan­do, el 22 de diciem­bre, los británi­cos anun­cia­ron por medio del vicealmi­rante Archibald Lucas Dou­glas que se declar­a­ba el blo­queo de La Guaira, Caren­ero, Guan­ta, Cumaná, Carú­pano y las bocas del Orinoco. Los ale­manes, por su parte, procla­maron el cierre de Puer­to Cabel­lo y Mara­cai­bo. El Caribe vene­zolano quedó par­al­iza­do bajo orde­nan­zas pub­li­cadas en la pren­sa local y fir­madas a bor­do de buques de guerra.

Procla­ma de Cipri­ano Castro

La procla­ma del Restaurador

En Cara­cas, la noti­cia cayó como una bom­ba. Cipri­ano Cas­tro, pres­i­dente des­de 1899, reac­cionó con teatral­i­dad patrióti­ca. El 9 de diciem­bre, mien­tras las escuadras ocu­pa­ban La Guaira, hizo públi­ca una procla­ma que bus­ca­ba unir al país frente al ene­mi­go externo.

“¡La plan­ta inso­lente del extran­jero ha pro­fana­do el sagra­do sue­lo de la patria!”, exclam­a­ba el tex­to. Denun­cia­ba el “hecho inno­ble” de las poten­cias que sor­prendieron a “vapores inde­fen­sos” en los diques de La Guaira.

La procla­ma iba más allá de la denun­cia. En un gesto cal­cu­la­do, Cas­tro decretó una amnistía gen­er­al: liberó a los pre­sos políti­cos, resti­tuyó bienes a los rev­olu­cionar­ios y ofre­ció perdón a los exil­i­a­dos. En un país divi­di­do por décadas de guer­ras intesti­nas, el lla­ma­do era un inten­to de rec­on­cil­iación. “Abro las puer­tas de todas las cárce­les de la Repúbli­ca para los detenidos políti­cos”, afirma­ba, como quien bus­ca trans­for­mar la ame­naza exter­na en un catal­izador de unidad.

El men­saje prendió. Jóvenes estu­di­antes, pro­fe­sion­ales e inclu­so médi­cos como José Gre­go­rio Hernán­dez se enlis­taron en la posi­bil­i­dad de un enfrentamien­to béli­co. El fer­vor nacional­ista, inspi­ra­do en los recuer­dos de Bolí­var y Ayacu­cho, con­trasta­ba con la pre­cariedad mil­i­tar vene­zolana frente a las poderosas flotas de ultramar.

Cipri­ano Cas­tro a bor­do del Ver­salles el 23 de abril de 1909, en el puer­to de Saint Nazaire. Foto Agen­cia Rol

Wash­ing­ton, últi­ma salida

El con­flic­to no se resolvió con armas, aunque hubo momen­tos ten­sos. En enero de 1903, buques ale­manes e ingle­ses inten­taron forzar la bar­ra del lago de Mara­cai­bo. Des­de el castil­lo San Car­los, la artillería vene­zolana respondió. Se libró un breve due­lo que ter­minó con la reti­ra­da euro­pea. Fue el úni­co enfrentamien­to direc­to, más sim­bóli­co que efec­ti­vo, pero que ali­men­tó la nar­ra­ti­va de resistencia.

El desen­lace se pro­du­jo en la mesa de nego­cia­ciones. El 13 de febrero de 1903 se fir­maron en Wash­ing­ton los pro­to­co­los de acuer­do. Venezuela estu­vo rep­re­sen­ta­da por el min­istro esta­dounidense en Cara­cas, Her­bert Wol­cott Bowen, des­ig­na­do medi­ador por Castro.

El acuer­do establecía el reini­cio del pago de la deu­da exter­na, cifra­da en 165 mil­lones 300 mil bolí­vares de cap­i­tal e intere­ses, así como el reconocimien­to de ind­em­niza­ciones extran­jeras por 35 mil­lones 500 mil bolí­vares, luego de ser depu­radas y revisadas por comi­siones mix­tas. Esto rep­re­sen­tó una reduc­ción sig­ni­fica­ti­va con respec­to a las deman­das ini­ciales, que ascendían a más de 186 mil­lones de bolí­vares. En defin­i­ti­va, el país ter­minó pagan­do 150 mil­lones 900 mil bolí­vares menos de lo que reclam­a­ban sus acreedores.

La mediación norteam­er­i­cana no solo salvó al gob­ier­no de Cas­tro de una der­ro­ta humil­lante, sino que con­solidó la suprema­cía diplomáti­ca de Wash­ing­ton en Améri­ca Latina.

El Restau­rador

Entre la glo­ria y la humillación

El blo­queo naval tuvo un efec­to paradóji­co. Para muchos vene­zolanos, fue y sigue sien­do una ges­ta de dig­nidad nacional, un momen­to en que un país débil se enfren­tó al poderío impe­r­i­al. La procla­ma de Cas­tro, los vol­un­tar­ios y las man­i­festa­ciones pop­u­lares quedaron en la memo­ria como un capí­tu­lo de resisten­cia. Pero en el fon­do, la real­i­dad era otra: Venezuela no ganó la batal­la, sim­ple­mente acep­tó un arreg­lo bajo pre­sión extranjera.

La reduc­ción de las deu­das recla­madas fue, sin duda, un aliv­io. Sin embar­go, el cos­to políti­co fue alto: se recono­ció la inca­paci­dad del país para mane­jar sus finan­zas y se abrió la puer­ta a un tute­la­je exter­no que minó la sober­anía económica.

Un eco has­ta hoy

Más de un siglo después, aquel cer­co naval resue­na con ecos inqui­etantes. Hoy Venezuela no está siti­a­da por cañon­eras extran­jeras, pero sí por un cer­co políti­co, económi­co y social que parte del corazón mis­mo de su poder. Des­de Miraflo­res, una tiranía —ilegí­ti­ma a los ojos del mun­do, repu­di­a­da en múlti­ples foros inter­na­cionales— mantiene sofo­ca­da a la nación. Ya no son las flotas del Impe­rio Británi­co ni de la Ale­ma­nia Guiller­mi­na las que restrin­gen la lib­er­tad, sino un rég­i­men que se afer­ra al poder medi­ante la repre­sión, la cen­sura y el hambre.

La procla­ma de Cas­tro, que entonces con­vocó a la unidad, hoy se lee como un espe­jo inver­tido: mien­tras en 1902 el ene­mi­go era exter­no, en el pre­sente la asfix­ia es inter­na. Y en ese con­traste late la lec­ción de la his­to­ria: las naciones, para sobre­vivir, deben mirar hacia den­tro tan­to como hacia fuera. Porque el ver­dadero blo­queo no siem­pre viene del mar, sino de la traición a la esper­an­za de un pueblo.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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