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Héctor Rojas: el científico venezolano que eligió la patria sobre la gloria y llevó al Apolo 11 a la Luna

Luis Alber­to Per­o­zo Padua
Peri­odista espe­cial­iza­do en cróni­cas históricas
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@LuisPerozoPadua

En enero de 1969, el astrofísico venezolano Héctor R. Rojas reveló en Caracas detalles técnicos del alunizaje del Apolo 11, meses antes de que ocurriera. Sus cálculos matemáticos fueron clave para el éxito de la misión, pero su negativa a nacionalizarse estadounidense lo condenó al olvido institucional. Esta crónica rescata su legado a partir de documentos históricos, testimonios familiares y el esfuerzo de un biógrafo que se negó a dejarlo desaparecer

A finales de enero de 1969, seis meses antes de que el hom­bre lle­gara a la Luna, el astrofísi­co vene­zolano Héc­tor Rafael Rojas rev­eló en Cara­cas los detalles téc­ni­cos del históri­co alu­niza­je del Apo­lo 11. Venezuela cono­ció así, con asom­brosa antic­i­pación, la haz­a­ña más grande del siglo XX.

Era miér­coles 29 de enero. En una sala de pren­sa caraque­ña col­ma­da de peri­odis­tas, la expectación era casi eléc­tri­ca. El hom­bre que tomaría la pal­abra era menudo, de tra­je oscuro, mira­da inten­sa y acen­to vene­zolano marcado.

Ajustó sus lentes con par­si­mo­nia, se aclaró la voz y soltó una frase que haría con­tener la res­piración a más de uno: “En julio de este año, el hom­bre pis­ará la super­fi­cie lunar. No es espec­u­lación, es certeza matemática”.

Con voz pau­sa­da, Rojas explicó coor­de­nadas, incli­na­ciones del ter­reno lunar y fór­mu­las nece­sarias para un ater­riza­je seguro. Sus afir­ma­ciones no eran teorías: eran resul­ta­dos de cál­cu­los real­iza­dos por él mis­mo den­tro del Manned Space­craft Cen­ter de la NASA, en Hous­ton, donde aplicó un mod­e­lo matemáti­co de su inven­ción: el Méto­do de Trans­for­ma­ciones Sucesivas.

La pren­sa vene­zolana, entre escép­ti­ca y asom­bra­da, no tardó en pub­licar exten­sos repor­ta­jes sobre su par­tic­i­pación. El Nacional, El Carabobeño y Últi­mas Noti­cias hicieron eco de sus declara­ciones, recono­cien­do el aporte silen­cioso de un com­pa­tri­o­ta al pro­gra­ma espa­cial más ambi­cioso de la historia.

Cál­cu­los des­de las sombras 

El nom­bre de Héc­tor Rojas —naci­do el 10 de junio de 1928 en Mara­cai­bo, esta­do Zulia, y for­ma­do en La Sor­bona, en París, donde se graduó con los máx­i­mos hon­ores el 7 de junio de 1956 y más tarde obtu­vo su doc­tor­a­do en Astrofísi­ca— nun­ca apare­ció en los comu­ni­ca­dos ofi­ciales de la NASA.

Su labor se man­tenía bajo estric­ta con­fi­den­cial­i­dad. Pese a que su mod­e­lo matemáti­co resultó cru­cial para deter­mi­nar la trayec­to­ria y el pun­to exac­to de alu­niza­je del módu­lo lunar, su figu­ra per­maneció rel­e­ga­da a las sombras.

Pero su com­pro­miso con Venezuela era inque­brantable. Ante la insis­tente pre­sión del gob­ier­no esta­dounidense y de la propia NASA para que se nacionalizara, Rojas fue contundente.

En declara­ciones a Últi­mas Noti­cias el lunes 21 de julio de 1969, dijo: “Mi lucha es por no perder jamás mi nacional­i­dad”. “No podré via­jar a la Luna por­tan­do otra ban­dera que no sea la de mi patria”. “Ten­go que lib­er­arme de la pre­sión de hac­erme ciu­dadano norteamericano”.

La voz de su madre y el pre­cio del deber 

En esa mis­ma edi­ción de Últi­mas Noti­cias, doña Isabel Rojas, madre del cien­tí­fi­co, com­partía su tes­ti­mo­nio des­de San Este­ban, Puer­to Cabel­lo: “Héc­tor nació para ser inves­ti­gador de los satélites celestes, siem­pre habla­ba de ello en sus años de bachiller­a­to”. “Sus tra­ba­jos espa­ciales le han impe­di­do ver­nos des­de hace diez años”. “A pesar de sus múlti­ples labores de inves­ti­gación, no deja de escribirnos car­tas y de enviarnos fotos de sus chicos y de su esposa Paqui­ta, una asturi­ana bue­n­amoza que reside en París”.

Tam­bién rev­eló el tras­fon­do de la situación lab­o­ral de su hijo: “En la últi­ma car­ta que me envió […] me habla de sus éxi­tos, de sus tremen­das pre­ocu­pa­ciones porque el con­tra­to con la NASA está por finalizar y lo están pre­sio­n­an­do para que se nat­u­ral­ice, como req­ui­si­to inevitable para con­seguir, no solo la ren­o­vación de este, sino tam­bién un ascen­so y un aumen­to de sueldo”.

Las pal­abras de doña Isabel retratan no solo al cien­tí­fi­co bril­lante, sino al hom­bre de famil­ia, al vene­zolano que, en lugar de ele­gir esta­bil­i­dad y proyec­ción pro­fe­sion­al, eligió man­ten­erse fiel a su origen.

Reconocimien­to que vino des­de casa

El martes 22 de julio de 1969, Últi­mas Noti­cias recogió declara­ciones del ban­quero e indus­tri­al Home­ro Díaz Osuna, quien orga­ni­z­a­ba un comité region­al para rendir hom­e­na­je a Rojas en el esta­do Aragua: “El emi­nente astrofísi­co vene­zolano Héc­tor R. Rojas ha demostra­do la capaci­dad de nue­stro pueblo […] por cono­cer su alto val­or cien­tí­fi­co y el gran ser­vi­cio que está en la capaci­dad de prestar para los proyec­tos inter­plan­e­tar­ios, como es el caso del Apo­lo 11”.

Y añadió: “Es admirable el nacional­is­mo y el patri­o­tismo del que ha hecho gala el doc­tor Héc­tor Rojas, que no olvi­da su país y nacional­i­dad, cuan­do man­i­fi­es­ta que no podrá via­jar a la Luna por­tan­do otra ban­dera que no sea la de su patria, a la cual le debe sus colores”.

Las pal­abras de Díaz Osuna refle­ja­ban el sen­timien­to nacional: Venezuela tenía un rep­re­sen­tante en la NASA, pero no un nom­bre públi­co. Tenía un héroe silen­cioso, que se resistía a la glo­ria si esta implic­a­ba renun­ciar a su identidad.

El rescate de una memo­ria olvidada 

Con el paso de los años, la figu­ra de Rojas fue rel­e­ga­da a la per­ife­ria de los grandes relatos espa­ciales. Su nom­bre desa­pare­ció de los reg­istros ofi­ciales, y su lega­do quedó atra­pa­do en recortes de pren­sa y recuer­dos familiares.

Sin embar­go, no todo se perdió en el olvi­do. Fue gra­cias al empeño del inves­ti­gador y bió­grafo vene­zolano Pierre Mon­teagu­do, quien durante más de una déca­da ras­treó con rig­or cada dato y doc­u­men­to, que hoy podemos recon­stru­ir esta his­to­ria. A su tra­ba­jo se debe que Venezuela no haya per­di­do para siem­pre la memo­ria de su astrofísi­co más bril­lante, rescatán­do­lo de lo que él mis­mo hubiera lla­ma­do un “abom­inable anonimato”.

Además, una nota del diario El Nacional, pub­li­ca­da días después del alu­niza­je, rev­eló otro detalle olvi­da­do: Rojas tam­bién había colab­o­ra­do en los cál­cu­los pre­vios del Apo­lo 8, la primera mis­ión trip­u­la­da en orbitar la Luna. Su inter­ven­ción fue más exten­sa de lo que ini­cial­mente se creía.

El hom­bre que habló primero 

Volver a aquel salón de pren­sa de enero de 1969 es imag­i­nar cómo pal­pi­taron esos cora­zones vene­zolanos, tes­ti­gos del anun­cio de lo que parecía imposi­ble. Mien­tras el mun­do entero cel­e­bra­ba a Arm­strong, Aldrin y Collins, pocos sabían que, en Cara­cas, meses antes, un hom­bre ya había antic­i­pa­do la ruta, los cál­cu­los y los ries­gos del via­je lunar.

Recor­dar hoy a Héc­tor Rafael Rojas es asumir una deu­da históri­ca. Es recono­cer que, en medio del más impo­nente logro tec­nológi­co del siglo XX, un vene­zolano —silen­cioso, bril­lante y ter­co en su patri­o­tismo— trazó las líneas invis­i­bles por donde cam­i­narían los astro­nau­tas hacia la Luna.

Mien­tras mire­mos al cielo en noches de luna llena, quizás recordemos que hubo una mente caribeña detrás del may­or salto de la humanidad. Una mente que eligió patria antes que poder, raíz antes que reconocimien­to. Y en ese gesto de dig­nidad, Héc­tor Rojas tam­bién nos enseñó a mirar hacia lo alto.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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