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La Navidad bajo el régimen colonial

 

Carmen Hernández
Investigadora


Las primeras manifestaciones de celebración de la Navidad, se dieron en el contexto del régimen colonial. Las fuentes históricas se muestran poco reveladoras en torno al surgimiento de la tradición; sin embargo, por conducto de los ritos de la iglesia católica y su empresa evangelizadora, están los primeros pasos para su establecimiento.

Nada de ban­quetes, rega­los y estrenos car­ac­teri­zaron las Navi­dades de aque­l­los años de la reco­le­ta ciu­dad. El Cabil­do que reglam­en­ta­ba las cos­tum­bres y tradi­ciones de Cara­cas, había per­di­do su conex­ión o con­trol sobre esa real­i­dad a prin­ci­p­ios del siglo XVIII, al descono­cer sus obliga­ciones de asis­ten­cia a las fies­tas reli­giosas en las que la ciu­dad hacía votos a sus patronos y santos.

Por ello comi­sionó a quien fuera el primer his­to­ri­ador de Cara­cas, Don José de Oviedo y Baños, en 1703, para que rehiciera las Tablas de Fies­tas, pero este encar­go sólo estu­vo con­clu­i­do para el 17 de noviem­bre de 1710.

En el mes de diciem­bre se cel­e­braran tres even­tos reli­giosos de oblig­a­to­ria asis­ten­cia del Ayun­tamien­to, el 8 y 9 rel­a­tivos a la Con­cep­ción de Nues­tra Seño­ra en la Cat­e­dral y el Con­ven­to de Mon­jas, y el 26 cuan­do se fes­te­ja­ba el segun­do día de Pascua.

Pero no todo se qued­a­ba entre los muros de la igle­sia y los con­ven­tos de Cara­cas. Había otras cos­tum­bres caraque­ñas que tes­ti­mo­ni­aron el entu­si­as­mo del pueblo por la Navi­dad, a través de espec­tácu­los que rep­re­senta­ban las esce­nas bíbli­cas del nacimien­to de Jesús en pese­bres y jerusalenes.

Estas rep­re­senta­ciones, se hacían en los cor­rales de gente humilde o en res­i­den­cias de famil­ias “blan­cas, decentes y vis­i­bles”, según nos dice José Anto­nio Cal­caño. Para ello se impro­vis­a­ban tabla­dos o tari­mas donde se repro­ducían esce­nas de la casa de la San­tísi­ma Vir­gen, el Tem­p­lo de Jerusalén, el Por­tal de Belén y la Casa de Zacarías.

Al prin­ci­pio fueron rep­re­sen­ta­dos con muñe­cos o mar­i­one­tas, para luego hac­er­lo con per­sonas. Tal cos­tum­bre adquir­ió tam­bién la cat­e­goría de espec­tácu­lo “empre­sar­i­al”, como ocur­rió en la ciu­dad en 1787, por ini­cia­ti­va de Manuel Bar­boza, quien logró autor­ización para su rep­re­sentación del Gob­er­nador Juan de Guillelmi.

Para 1794 se había gen­er­al­iza­do el espec­tácu­lo de los nacimien­tos vivos en Cara­cas, pero la cen­sura se hizo pre­sente por las mis­mas causas ante­ri­ores, lo que llevó a deter­mi­nar a las autori­dades civiles y ecle­siás­ti­cas a pre­venir “trans­gre­siones”, pro­hi­bi­en­do la asis­ten­cia de ambos sex­os al espec­tácu­lo de Manuel Bar­boza, sino una rep­re­sentación para hom­bres y otra para mujeres, eso sí, bajo el cuida­do de un sacerdote.

Con el ini­cio del año 1884 comien­za en la ciu­dad otra vari­ante de la tradi­ción navideña, aso­ci­a­da al con­fort que se aso­ma con los sig­nos de mod­ernidad de la época guz­mancista. Paseos, teatros, cafés, restau­rantes, tien­das y almacenes, son con­ce­bidos para las clases pudientes.

Allí tam­bién está pre­sente el espíritu de la Navi­dad, fun­da­men­tal­mente en lo que tiene que ver con las cenas de Noche Bue­na y Fin de Año, que se ofre­cen en los restau­rantes y ele­gantes posadas; en la Plaza Bolí­var reciben las famil­ias el Año Nue­vo, anun­ci­a­do por sal­vas de artillería des­de la Plani­cie y el repique de cam­panas de La Cat­e­dral y las infalta­bles retre­tas. El Teatro Guzmán Blan­co o Munic­i­pal, es prop­i­cio para ver nacimien­tos o escuchar vil­lan­ci­cos y aguinaldos.

Damas y caballeros en la plaza Bolí­var de Caracas

El inter­cam­bio de rega­los, lo que no excluye invita­ciones para degus­tar en casas de famil­ias, la tradi­cional hal­la­ca, el pan de jamón, el dulce de lechoza y el jamón “aplan­cha­do”; que son los ele­men­tos más sim­bóli­cos de la Navi­dad caraque­ña. En estos años por cier­to, hace su apari­ción en postales y tar­je­tas de Navi­dad, un per­son­aje que comien­za a rivalizar con el niño Jesús, el San Nicolás.

Este será el comien­zo de los obse­quios para los niños como sím­bo­lo del amor que sien­ten estos per­son­ajes por la chiquillería, remem­o­ran­do así la esce­na donde los Reyes Magos le lle­van pre­sentes al niño Jesús recién nacido.

Pese a ser obvio, es per­ti­nente aclarar que sólo los pequeños naci­dos de famil­ias acau­dal­adas, fueron los primeros ben­e­fi­cia­r­ios de esta tradi­ción que ape­nas comen­z­a­ba a aso­marse, pues los niños pobres deberán esper­ar por tiem­pos más promisorios.

Con el ini­cio del siglo XX, la agitación y el con­tento caraque­ño por la Navi­dad, ten­derá a acel­er­arse con la mis­ma fre­cuen­cia que reg­is­tran los cam­bios en la sociedad con­tem­poránea. En la fies­ta decem­b­ri­na que ani­ma a la frio­len­ta Cara­cas, apare­cerán nuevos sig­nos emblemáti­cos de la Navi­dad que remozarán la tradición

Nos refe­r­i­mos a las par­ran­das, el arboli­to y las pati­natas. La vie­ja Cara­cas en inde­tenible trán­si­to a la nue­va ciu­dad, exper­i­men­ta­rá un gus­to espe­cial por las par­ran­das navideñas. Estas par­ran­das eran ani­madas por impro­visa­dos músi­cos, en su may­oría hom­bres que “arma­dos” de cua­tro, tam­bor, mara­cas, pan­dere­tas, guires y el infaltable fur­ru­co, lit­eral­mente “secues­tra­ban” el espíritu de la Navi­dad, y lo llev­a­ban y traían de casa en casa, inter­pre­tan­do aguinal­dos de inspiración propia y ajena:

Y en algún momen­to a finales del siglo XIX, en ple­na efer­ves­cen­cia del mer­ca­do de Caracas

“Los hom­bres vestían (según Lucas Man­zano) de «liquiliqui», alpar­gatas, pañue­los de madrás col­or rojo o azul en el cuel­lo y nada de armas, porque ni la ocasión era prop­i­cia para pon­er­las en uso, ni la cal­i­dad de la gente a quien había de ani­mar la «par­ran­da» lo reclamaban.

No iban los par­ran­deros a la bue­na de Dios, por esas calles a oscuras a parar donde los sor­prendiera el reloj; ¡no señor!. El orga­ni­zador selec­ciona­ba entre sus ami­gos la per­sona a quien se iba a ser­e­natear. Si esta­ba en posi­bil­i­dad de asumir por cuen­ta propia el cos­to de los obse­quios que habían de con­sumir, le metían el pecho a la car­ga; caso con­trario, solic­ita­ba ayu­da de los par­ran­deros, que siem­pre socor­rieron a sus víc­ti­mas. Hecho lo cual, per­fec­ta­mente orga­ni­za­dos, comen­z­a­ban a ensa­yar los aguinaldos”

Los par­ran­deros impro­vis­a­ban en la músi­ca de aguinal­dos, mas no en el itin­er­ario que se traz­a­ban metic­u­losa­mente antes de incur­sion­ar y pren­der la estru­en­dosa far­ra, que se ini­cia­ba a las nueve de la noche y ter­mina­ba al sigu­iente día. Había además otros gru­pos de par­ran­das pop­u­lares menos noc­tám­bu­los, que tenían de pref­er­en­cia los tem­p­los de la ciu­dad. Con cier­ta impa­cien­cia se apos­ta­ban a las puer­tas de las igle­sias, y cuan­do el Sac­er­dote iba a dar comien­zo a los sacra­men­tos, irrumpían con la impetu­osa ale­gría de sus notas musi­cales. Para las clases pudi­entes de Cara­cas, rea­cias a los escán­da­los pro­pios de los con­jun­tos par­ran­deros, existía para su deleite las estu­di­anti­nas, exper­tas en un exce­lente reper­to­rio clási­co de vil­lan­ci­cos y aguinaldos.

Otro impor­tante sím­bo­lo de la Navi­dad caraque­ña, de aque­l­los años rep­re­sen­ta­do en las ale­gres y madru­gado­ras pati­natas que real­iz­a­ban los mucha­chos y las muchachas por las calles, paseos y plazas de la ciu­dad. El patín como inven­to para el esparcimien­to, fue intro­duci­do en Cara­cas hacia prin­ci­p­ios de los lla­ma­dos “locos años veinte”. Opinión autor­iza­da sobre esta tradi­ción, es sin duda la del poeta caraque­ño Aquiles Nazoa:

“Nue­stro amable “Pacheco” –fab­u­loso rey criol­lo de los aires decem­bri­nos- no lle­ga a darnos hielo para trazar en él sig­nos mági­cos con los filos de los patines; pero gra­cias al mod­e­lo de ruedas, el pati­na­je es entre nosotros deporte de invier­no, e inver­nal en la ale­gría que nos comunica.

Tam­poco ten­emos laderas cubier­tas de mansa nieve, pero el genio del niño criol­lo creó su ver­sión caraque­ña del tri­neo –un cajón y cua­tro ruedas de patín- y se lanzó a volar por las cues­tas de la ciu­dad. Aquí están los pati­nadores, primer anun­cio de la Navi­dad en Cara­cas. Algunos lle­van fla­mantes “Kingston” bien ajus­ta­dos al calza­do de mar­ca inde­scifrable; otros míseras «plan­chas» recon­stru­idas que se suje­tan a las alpar­gatas con increíbles enredi­jos de guaral.

Todos sin embar­go dicen lo mis­mo: sus risas, sus can­ciones, el estru­en­do de sus ruedas son el indi­cio más cier­to de que fal­tan pocos días para que el niño Jesús naz­ca en su Belén de cartón y paja teñida”.

CorreodeLara

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