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Matea Bolívar, la nana del Libertador

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y escritor
luisalbertoperozopadua@gmail.com
TW / IG @LuisPerozoPadua

En un bucóli­co para­je al sur de San José de Tiz­na­do, esta­do Guári­co, en pleno corazón de Venezuela, vino al mun­do el 21 de sep­tiem­bre de 1773, la negra Matea Bolí­var, hija y nieta de esclavos

Allí tenía como asien­to el hato El Totu­mo, propiedad de don Juan Vicente de Bolí­var y Ponte, uno de los hom­bres más ricos y poderosos de las colo­nias del impe­rio español, y padre de Simón Bolí­var.
Al igual que el resto de los esclavos, Matea adquir­ió el apel­li­do de su amo. Con el paso de los años, ella se encar­gó de los que­hac­eres de la hacien­da pero tam­bién debió asumir otra respon­s­abil­i­dad: cuidar al más pequeño de la famil­ia Bolí­var, el niño Simón.

La Matea de Bolívar

Al nac­er Simón Bolí­var , el 24 de julio, su mamá sufría de tuber­cu­lo­sis, razón de peso para que Inés Mance­bo, veci­na de los Bolí­var, como un acto de sol­i­dari­dad y humanidad, ama­man­tara al pequeño barón de la casa.
En 1783, la Negra Matea, con tan sólo 10 años de edad, tomó la respon­s­abil­i­dad de cuidar al recién naci­do Simón, y con el cor­rer de los años, el samán de Güere, se con­ver­tiría en el sitio predilec­to de jue­gos y cam­pa­men­to de ambos.
La escrito­ra Anto­nia Esteller Cama­cho Clemente y Bolí­var, quien fuera sob­ri­na y bis­ni­eta de Simón Bolí­var, con­den­só en una obra una biografía de Matea, refirien­do que: “Además, Matea sabía coser, bor­dar y plan­char a la per­fec­ción. Si la bel­la y joven esposa de don Juan Vicente de Bolí­var, tenía que asi­s­tir a algún baile, era siem­pre su escla­va favorita, quien la ayud­a­ba en su toca­do que siem­pre resulta­ba de exquis­i­to gus­to”, describe la historiadora.
Según María Gar­cía, tam­bién bió­grafo de la ded­i­ca­da Matea, nar­ra que “ella siem­pre esta­ba pen­di­ente de ten­er nísper­os y granadas en la mesa, ya que eran las fru­tas favoritas de Simón”.
Otro de los episo­dios que describe, es que “Ella llev­a­ba a Simón al patio de los esclavos a escuchar a algún viejo nar­rar cuen­tos de fan­tas­mas y duendes.
Durante los saraos, el niño par­tic­i­pa­ba con entu­si­as­mo en el fes­tín, codeán­dose con sus esclavos como si fuer­an parientes”.
Tras la muerte de sus padres, el esce­nario vivi­do con los esclavos de San Mateo, le ade­cuó a Simón Bolí­var, lla­mar en oca­siones «Mamá Matea» a su escla­va de cui­dos y arrullos.

Las revelaciones de Matea

«Mi apel­li­do es Bolí­var, porque mi padre y mi madre fueron Bolí­var, y yo ten­go el apel­li­do de mi amo». –Explicó la Negra Matea, en una entre­vista real­iza­da en 1883, en donde apun­tó: “A mi niño (a Bolí­var) lo crió Hipóli­ta, y yo lo alz­a­ba y juga­ba con él” y añade que por un tiem­po el joven Simón Bolí­var se volvió “respondón y rebelde”.
Después de que Bolí­var le otor­ga la lib­er­tad en 1821, Matea decidió vivir con María Anto­nia, her­mana del Lib­er­ta­dor, a quien le relató en detalle el enfrentamien­to de las tropas de Bóves con­tra las tropas de Ricau­rte sus­ci­tadas en San Mateo.
La devo­ción de Matea por Bolí­var, era tan arraiga­da que cam­inó con 103 años de edad des­de la Cat­e­dral de Cara­cas has­ta el Pan­teón Nacional, durante los actos de trasla­do de las cenizas del Lib­er­ta­dor el 28 de octubre de 1876.
Allí, jun­to a Guzmán Blan­co, Matea rompió a llo­rar al ver el sar­cófa­go que guard­a­ba las cenizas de su amo, mien­tras era acla­ma­da por los caraque­ños. Con más de 110 años, al enfer­marse, Matea pidió que le colo­caran delante un retra­to de Simón Bolívar.
Le sobrevi­no la muerte el 29 de mar­zo de 1886, a los 113 años de edad. El sepe­lio estu­vo pre­si­di­do por el Pres­i­dente de ese entonces: Joaquín Cre­spo. Sus restos fueron lle­va­dos a la capil­la de la San­tísi­ma Trinidad, en una crip­ta jun­to a los padres del Libertador.

El canto de Matea

“Arror­ró mi niño Arror­ró mi sooó (sic)
Duél­mete (sic) mi niño Mi niño Simón” 
“Duérmete mi niño Mi niño Simón. 
Que allá viene el coco con un carreón”. 

Frag­men­to de una can­ción que le recita­ba Matea a Bolívar.

Por­ta­da: foto referencial

Repor­ta­je pub­li­ca­do en Diario EL IMPULSO

CorreodeLara

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