La bicicleta y la nueva moda femenina en Barquisimeto

Omar Garmendia
Cronista y escritor

Las primeras bici­cle­tas que lle­garon a la ciu­dad causaron el nat­ur­al asom­bro entre la gente, pero no deja­ban de ser una especie de juguete caro y aún descono­ci­do por muchos


Cuen­ta don Raúl Azpar­ren en su evoca­ti­vo libro Bar­quisimetanei­dad, per­son­ajes y lugares (1974), que el bar­quisimetano de antaño fue un asid­uo con­duc­tor de bici­cle­tas. Tal afi­ción por este medio ped­alís­ti­co de trasladarse por la ciu­dad se había hecho pop­u­lar pese a las caí­das y por­ra­zos de los que atrevían a hol­lar los ter­rosos pavi­men­tos de entonces.

Las primeras bici­cle­tas que lle­garon a la ciu­dad causaron el nat­ur­al asom­bro entre la gente, pero no deja­ban de ser una especie de juguete caro y aún descono­ci­do por muchos, de las que solo se conocía de oídas por los via­jeros que de Europa lle­ga­ban a Barquisimeto.

Algunos padres recal­ci­trantes lle­garon inclu­so a acom­pañar mon­ta­dos en sus cabal­los detrás de sus niñas en los paseos en bicicleta

Des­de 1910, luego de pop­u­larizarse, había las bici­cle­tas sen­cil­las, algu­nas lla­madas cel­erífer­os, inclu­so velocípe­dos y tan­dem de dos o más asien­tos, que sin muchos aspavien­tos uti­liz­a­ban los com­er­ciantes y per­sonas de todas clases, músi­cos, médi­cos, mecáni­cos, curas, abo­ga­dos, hacen­da­dos, agricul­tores, far­ma­céu­ti­cos, mae­stros, para trasladarse al tra­ba­jo, sus despa­chos u otros sitios de la ciudad.

Los que podían adquirir tal arte­fac­to para sat­is­fac­er opu­len­tos y lujosos gus­tos, debían desem­bol­sar los 600 bolí­vares que costa­ba cada una de ellas, dotadas de luces a dinamo, sillines acolcha­dos, espe­jos, cor­ne­ta de pera y has­ta ban­deras en los manubrios.

En los años 20 la bici­cle­ta se puso de moda y se crearon clubes y gru­pos de ciclis­mo en la ciu­dad y muchos dejaron de usar los bur­ros y las mulas para sumarse al mod­ernismo del ped­a­leo. Cuen­ta Azpar­ren en la obra cita­da que has­ta el doc­tor Anto­nio María Pine­da, el sabio del Hos­pi­tal La Cari­dad llegó a con­ducir una en ocasión de la cel­e­bración de un carnaval.

La bicicleta y las mujeres

En un prin­ci­pio a las mujeres les esta­ba veda­do el uso de la bici­cle­ta. Es que eso de subirse a hor­ca­jadas con las pier­nas abier­tas como los hom­bres no era bien vis­to por la may­oría de la sociedad. Era impro­pio de niñas de famil­ia y era inau­di­to que una señori­ta o aun seño­ras con descara­da inten­ción aten­taran con­tra el pudor y las bue­nas cos­tum­bres. Después, al masi­fi­carse el uso de las máquinas de dos ruedas, las mujeres se dis­pusieron a tomar ese pasatiem­po y sano ejer­ci­cio de mon­tar en bici­cle­ta, eso sí, con un atuen­do espe­cial para poder hac­er­lo, la últi­ma man­i­festación de la moda que fue el inven­to de la seño­ra fem­i­nista norteam­er­i­cana lla­ma­da Amelia Jenks Bloomer.

Se trata­ba una especie de pan­talón largo que aquí se lla­ma­da bom­bachas deba­jo de los fal­dones, y que cubría las pier­nas has­ta más deba­jo de las pan­tor­ril­las has­ta lle­gar al zap­a­to, que susti­tuiría a la recar­ga­da y opre­so­ra ves­ti­men­ta de las madres y abue­las antic­uadas, más ade­cua­da para la real­ización de las tar­eas de la mujer acti­va de hoy.

Y a pesar de las voces repro­ba­to­rias de las abue­las toman­do su atol des­de la mece­do­ra de la sala, y las críti­cas, que­jas y cen­suras de las tozu­das inte­grantes de la Liga de las bue­nas cos­tum­bres y de algunos tiesos caballeros celosos de los pre­cep­tos morales y cris­tianos, tal auda­cia de usar pan­talones para con­ducir bici­cle­tas se fue gen­er­al­izan­do en su uso hacia otros deportes, inclu­so para darse baños en el mar.

Algunos padres recal­ci­trantes lle­garon inclu­so a acom­pañar mon­ta­dos en sus cabal­los detrás de sus niñas en los paseos en bici­cle­ta. Con el tiem­po el tér­mi­no bloomer entrará en la his­to­ria para des­ig­nar esa pren­da ínti­ma, que en sus ini­cios era un calzón hol­ga­do y cómo­do y que por evolu­ción de la moda pasó a tomar el pro­saico nom­bre de pan­tale­ta.

De modo que las gen­era­ciones pasadas jamás se imag­i­narían que esas descaradas y desco­cadas damas ciclis­tas de Bar­quisime­to habrían de despo­jarse de una vez por todas de esas incó­modas, pesadas y antic­uadas pren­das para hoy mostrar las fres­cas y ebúrneas pier­nas y mulos con la opor­tu­na y dichosa apari­ción de la minifalda.

CorreodeLara

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