La tragedia que estremeció a Barquisimeto
Luis Alberto Perozo Padua
Periodista especializado en crónicas históricas
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@LuisPerozoPadua
En 1931, el colapso del techo de la Escuela Wohnsiedler cobró la vida de siete niñas y dejó más de treinta heridas. La ciudad quedó marcada por el dolor, y la escuela aún sobrevive sin sede propia, aferrada al recuerdo de sus mártires infantiles
Aquel lunes 6 de julio de 1931, el cielo no presagiaba lo que estaba por ocurrir. A las 9:15 a.m., en plena hora escolar, una estructura del edificio de la Escuela Federal Wohnsiedler —ubicada entonces entre la calle Ayacucho (actual carrera 18) y la calle 26, zona conocida como “Las Cuatro Lagunas”— cedió de forma repentina.
La pared lateral y parte del techo del salón donde se encontraban las niñas de segundo, tercero y cuarto grado colapsaron, sepultando con brutalidad a varias estudiantes.
No hubo tiempo de escape. Bajo los escombros quedaron mochilas, cuadernos, loncheras… y cuerpos. El silencio fue interrumpido por los gritos de las sobrevivientes y de las maestras y vecinos que corrieron a ayudar.
La ciudad entera se volcó al sitio, pero ya era tarde para muchas. Siete pequeñas fallecieron aplastadas. 32 más resultaron heridas, algunas con lesiones permanentes.
La conmoción fue inmediata. Barquisimeto, pequeña y profundamente religiosa, se sumió en un duelo sin precedentes.

Las niñas con nombres y sueños truncados
Las víctimas fatales fueron identificadas como:
- Lucila Montes de Oca (14 años)
- Carmen Figueredo (11)
- Ana C. Graterón (13)
- Alicia Esperanza Guédez (10)
- Margot Hernández
- Leonor García Díaz
- Alba Alvarado
Algunas de ellas eran hijas de médicos, maestras y trabajadores de la ciudad. Sus edades, rostros y pertenencias quedaron grabadas en el testimonio de los cronistas. Uno de ellos, el periodista Samuel E. Niño, escribió un texto estremecedor:
«Entre los escombros se extrajo un libro… tres galletitas…
pertenecían a la niña Lucila Montes de Oca.»
Fue una escena imposible de olvidar. Había olor a madera rota, a polvo y a angustia. En medio del luto, una constante: el desconcierto de un país que apenas despertaba al siglo XX.


¿Qué causó la tragedia?
Las investigaciones señalaron una combinación letal de causas:
El terreno donde se construyó el plantel era inestable. Antiguamente allí existían cuatro lagunas naturales, rellenas precariamente para ganar suelo urbano.
Las bases y columnas de la escuela no estaban diseñadas para resistir el peso y el deterioro del tiempo. Una lluvia persistente durante días anteriores terminó por ablandar el terreno y debilitar aún más las estructuras.
Ese fatídico 6 de julio, la física hizo lo suyo: la tierra cedió. La tragedia, evitable, encontró terreno fértil en la negligencia.
Un sepelio blanco para siete ataúdes
La reacción de Barquisimeto fue inmediata. La prensa local, especialmente el Diario El Impulso, dedicó una edición extraordinaria en la que se relataron los hechos con detalles estremecedores. Fotografías impactantes del reportero Evaristo Reyes Yánez documentaron el duelo público.
El 7 de julio, la ciudad entera se volcó a acompañar los cuerpos de las niñas. Desde la iglesia San José hasta la iglesia de la Concepción y de allí al Cementerio Bella Vista, una larga procesión acompañó los féretros blancos. Representantes del Gobierno Central y otras ciudades enviaron condolencias. Muchos lloraban sin conocer personalmente a las víctimas. El luto fue colectivo. La herida, común.
Cine, memoria y persistencia
En 1933, dos años después, el cineasta larense Amábilis Cordero presentó una obra cinematográfica que buscaba dramatizar lo sucedido. Titulada La catástrofe de la Escuela Wohnsiedler, el corto intentaba fijar en la memoria de la nación un suceso que no podía ni debía olvidarse.
Pero más allá del arte y la prensa, la comunidad educativa respondió con coraje. El antiguo edificio fue demolido por orden del gobierno estatal y la escuela se trasladó a otras sedes temporales. Sin embargo, desde entonces, ha enfrentado más de 90 años sin una sede propia definitiva.

La escuela que aún enseña en medio del polvo
Desde su fundación en 1912 hasta hoy, la Escuela Wohnsiedler ha sobrevivido a terremotos políticos, desidia gubernamental y tragedias naturales. Ha cambiado de dirección varias veces en Barquisimeto. Ha visto pasar generaciones de niñas y maestras. Ha enseñado con libros rotos y techos alquilados.
Y sin embargo, sigue. Persiste. Su comunidad educativa no se rinde. A más de 118 años de aquel sueño fundacional, la escuela aún no tiene una sede propia, pero sí un legado imborrable.
Ese 6 de julio no fue el final. Fue el inicio de una historia de resistencia. Las niñas que partieron en el derrumbe siguen siendo parte del alma de sus aulas. En cada pizarrón se escribe su memoria. En cada recreo se juega con su ausencia. En cada oración matutina se les nombra.
Barquisimeto no las olvida. CorreodeLara.com tampoco.
Las fotografías son colección del cronista Carlos Guerra Brandt
