Luis Rodríguez Moreno: el periodista que nunca dejó de contar historias
Luis Alberto Perozo Padua
Periodista especializado en crónicas históricas
[email protected]
@LuisPerozoPadua
Hay hombres que parecen haber nacido con un lápiz en la mano y un cuaderno en el corazón. Luis Rodríguez Moreno fue uno de ellos. Su vida no se entiende sin el olor de la tinta, sin el trajín de la redacción, sin el murmullo de las calles que convirtió en memoria escrita.
Barquisimeto lo vio nacer y lo formó, pero también lo escuchó contar, una y otra vez, la historia íntima de sus esquinas, sus personajes y sus pasiones. El 23 de septiembre de 2025, con su partida, se apagó una de las voces más fieles del periodismo larense, pero también la de un conversador empedernido que nunca supo —ni quiso— callar.

Lo conocí en esas tertulias sabatinas de EL IMPULSO, cuando la redacción aún vibraba con el humo del café y el murmullo de teclas golpeando las viejas computadoras. Se sentaba en una silla de la Redacción, con esa sonrisa apenas esbozada, y de inmediato nos atrapaba. Siempre, siempre, pero siempre tenía un nuevo episodio que narrar.
Podía ser la anécdota de una corrida de toros en el viejo Circo Arenas o en el Complejo Ferial de Barquisimeto, un recuerdo de sus días de reportero de sucesos, o la evocación de un incendio que había cubierto cuando aún era adolescente. Y hablaba con una pasión tan contagiosa que el tiempo se detenía. Luis era así: un cronista no oficial, dueño de una memoria excepcional y de un lenguaje mágico.
Había nacido en el barrio San Juan, el 14 de julio de 1946, entre caserones coloniales y pequeñas calles donde aprendió a mirar la ciudad con ojos de asombro. Desde muy joven mostró hambre de contar, de escribir, de entender la vida a través de las palabras. Sus primeros pasos en el periodismo los dio en EL IMPULSO, llevado de la mano por su padrino Eligio Macías Mujica.
Nunca se cansó de repetir aquella historia de cómo redactó, con apenas dos dedos sobre la máquina de escribir, su primera nota de un siniestro que estremeció a la ciudad.
De ese joven curioso y obstinado surgió el periodista incansable que, durante más de seis décadas, firmó crónicas, reportajes y columnas que alimentaron la vida pública del país. “El Rincón de los Miércoles”, su columna más entrañable, se convirtió en cita obligada de los lectores por más de medio siglo: mezcla de memoria, crítica y humor que reflejaba tanto su aguda mirada como su cariño por la ciudad.

Pero si algo lo definía era la oralidad. Podía pasar horas hablando de la pequeña historia de Barquisimeto, de sus calles y personajes, de las serenatas de antaño, de las plazas, los cines desaparecidos o de los cronistas y personajes que marcaron épocas. Era un hombre que guardaba en su voz la banda sonora de una ciudad que muchas veces prefiere olvidar.

Su carrera lo llevó por diversos oficios: reportero de sucesos, cronista deportivo, jefe de información, jefe de redacción, concejal, narrador taurino y viajero. Lo condecoraron con la Orden Francisco de Miranda, Andrés Bello, Ciudad de Barquisimeto y General Juan Jacinto Lara, entre tantas otras, pero para quienes lo escuchábamos cada sábado, el verdadero premio era esa generosidad infinita de compartir recuerdos.
Luis Rodríguez Moreno repetía, como un credo, que había nacido para ser periodista. Y lo fue con todas sus letras: inquieto, apasionado, observador y dueño de una prosa que no se conformaba con describir, sino que iluminaba. Sus relatos, cargados de humanidad, tenían la capacidad de rescatar al personaje humilde y convertirlo en protagonista de la memoria.
El cronista Carlos Guerra Brandt, entrañable amigo de LRM, recuerda que, en la vibrante década de los sesenta, cuando la televisión venezolana era todavía un territorio en exploración y descubrimiento, Luis Rodríguez Moreno prestaba su voz y su presencia a “Actualidades Terepaima”, un espacio de información y crónica documental que producía el inquieto Mariano Kossowski para las pantallas de RCTV.


Era un tiempo en que el país se miraba a sí mismo con ansias de modernidad, y ese programa, mitad testimonio y mitad relato audiovisual, ofrecía a los televidentes un mapa vivo de la Venezuela que emergía entre asfalto y tradiciones. Allí, Rodríguez Moreno aparecía como narrador y presentador, hilvanando las historias con su estilo sobrio, preciso y siempre cercano, mientras la producción de Kososky confería a cada emisión un aliento de reportaje y memoria colectiva.
Con su partida, Barquisimeto pierde a un hijo ilustre y el periodismo venezolano despide a uno de sus más sólidos referentes. Pero más allá de los titulares y las condecoraciones, lo que nos queda es la imagen viva de aquel hombre que, los sábados en la sala de redacción, nos reunía a su alrededor para contarnos la ciudad que él había visto, vivido y amado.
Luis Rodríguez Moreno se ha ido, pero su voz seguirá resonando en las calles de San Juan, en las páginas de EL IMPULSO, en los cafés interminables de la redacción, y en cada historia que aún hoy evocamos con la certeza de que fue, y será siempre, el periodista que nunca dejó de contar historias.
Hasta siempre, admirado LRM.
Fotos y video: Colección del cronista Carlos Guerra Brandt