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Monseñor Ponte: un cabudareño entre la fe, la política y el pulso del poder

Nacido en Cabudare en 1832, José Antonio Ponte fue sacerdote, político, educador y finalmente arzobispo de Caracas. Vivió entre epidemias, destierros, concilios y tensiones con Guzmán Blanco. Su historia refleja el difícil equilibrio entre la fe y el poder en la Venezuela del siglo XIX

En el apaci­ble caserío de Cabu­dare, que por entonces forma­ba parte de la recién insti­tu­i­da Provin­cia de Bar­quisime­to, vino al mun­do, el 15 de junio de 1832, un niño que lle­varía por nom­bre José Anto­nio Ponte Sanci­nen­ca. En aque­l­la tier­ra todavía joven, donde la vida comu­ni­taria ape­nas empez­a­ba a tomar for­ma, su nacimien­to se inscribió en el rumor de un país que se rein­venta­ba tras las con­vul­siones de la independencia.

Fue bau­ti­za­do en la igle­sia par­ro­quial por el cura José Miguel Pimentel. Su padre, Juan Anto­nio Ponte, fig­ura­ba entre los orga­ni­zadores de aque­l­la comar­ca, mien­tras su madre, Encar­nación Sanci­nen­ca, lo crió en un hog­ar de pro­fun­da reli­giosi­dad. Sus primeras letras las aprendió con el mae­stro Rito Valero, quien lo intro­du­jo al mun­do del saber. Pero el tal­en­to del mucha­cho requería hor­i­zontes más amplios.

En 1841, sus padres lo enviaron al Cole­gio de Caro­ra, regen­ta­do por el fray Ilde­fon­so Aguina­galde. Este mae­stro fran­cis­cano mar­có pro­fun­da­mente la vida de Ponte: fue él quien, con su ejem­p­lo y dis­ci­plina, des­pertó en el joven la vocación sacerdotal.

Cua­tro años más tarde, ingresó al Sem­i­nario de Cara­cas bajo la tutela del arzo­bis­po Igna­cio Fer­nán­dez Peña. Allí se for­mó durante una déca­da, y en 1854 recibió el títu­lo de doc­tor en Teología, reci­bi­en­do ese mis­mo año la orde­nación sacerdotal.

Epi­demia de cólera

Un año después de su orde­nación, Venezuela enfren­tó una dura epi­demia de cólera. Cara­cas se sum­ió en el miedo, las famil­ias se encerra­ban en sus casas y muchos prefer­ían huir antes que socor­rer a los enfer­mos. Ponte, con ape­nas 23 años, mostró el tem­ple que mar­caría su vida: se entregó por com­ple­to a asi­s­tir a los afec­ta­dos, acom­pañan­do a mori­bun­dos, admin­is­tran­do sacra­men­tos y cuidan­do con com­pasión a los desahuciados.

Su valen­tía no pasó desapercibi­da. El arzo­bis­po Sil­vestre Gue­vara y Lira, con­movi­do por la entre­ga del joven, lo nom­bró vicer­rec­tor del Sem­i­nario Tri­denti­no de Cara­cas y teniente cura de la Cat­e­dral. Poco después, en 1856, se le con­fió el títu­lo de mae­stro de cer­e­mo­nias de la Igle­sia Metropolitana.

El Tocuyo: edu­cación y obras materiales 

A medi­a­dos de 1857, afec­ta­do por prob­le­mas de salud, fue traslada­do a El Tocuyo como cura interi­no de la Igle­sia de la Con­cep­ción. Allí dejó una huel­la imborrable: impul­só la con­struc­ción de la torre del tem­p­lo, que aún se erige como sím­bo­lo de la ciu­dad, y trans­for­mó la casa par­ro­quial en un ver­dadero cen­tro educativo.

Además, impar­tió clases en el Cole­gio Nacional de El Tocuyo, dirigi­do por el doc­tor Egidio Mon­tesinos. Su vocación pedagóg­i­ca se unía a la pas­toral, con­ven­ci­do de que la edu­cación era camino de pro­gre­so para la sociedad.

En el camino político

A los 26 años, Ponte fue elec­to diputa­do por la Provin­cia de Bar­quisime­to y con esa investidu­ra asis­tió a la Con­ven­ción de Valen­cia en julio de 1858. Allí se enfren­tó a debates inten­sos: los lib­erales defendían el laicis­mo y la sub­or­di­nación de la Igle­sia al poder civ­il, mien­tras que los con­ser­vadores —entre ellos Ponte— defendían la autonomía de lo espiritual.

Tras meses de dis­cu­siones, en enero de 1859 se aprobó una nue­va Con­sti­tu­ción. Ponte regresó a El Tocuyo con la con­vic­ción de que su deber no era solo en los altares, sino tam­bién en la defen­sa de la Igle­sia den­tro de la vida política.

Mon­señor Dr. José Anto­nio Ponte, sex­to arzo­bis­po de Cara­cas y Venezuela

Entre Dua­ca y Valencia

Su salud volvió a que­bran­tarse, lo que lo obligó a residir en por breve tiem­po Dua­ca, un pin­toresco y agrad­able pueblo cer­cano a Bar­quisime­to. Más tarde se trasladó a Valen­cia, donde se con­vir­tió en vicer­rec­tor del Cole­gio Nacional de Carabobo has­ta su clausura en 1868.

En 1869 fue des­ig­na­do senador por Carabobo, trasladán­dose nue­va­mente a Cara­cas. Allí com­binó su activi­dad par­la­men­taria con la docen­cia en la Uni­ver­si­dad Cen­tral de Venezuela y en el Sem­i­nario Tridentino.

El Con­cilio Vat­i­cano I (1869–1870)

Ese mis­mo año, Ponte acom­pañó como sec­re­tario pri­va­do al arzo­bis­po Gue­vara y Lira a las sesiones del Con­cilio Vat­i­cano I en Roma, con­vo­ca­do por el papa Pío IX. Entre octubre de 1869 y julio de 1870, el con­cilio reafir­mó la pri­macía del papa y proclamó el dog­ma de la infal­i­bil­i­dad pontificia.

La expe­ri­en­cia en Roma lo puso en con­tac­to direc­to con el debate inter­na­cional de la Igle­sia, y le per­mi­tió ver de cer­ca el modo en que las ideas lib­erales y el racional­is­mo eran percibidos como ame­nazas para la fe católica.

Choque con Guzmán Blanco 

El regre­so a Venezuela estu­vo mar­ca­do por la con­frontación. En sep­tiem­bre de 1870, el pres­i­dente Anto­nio Guzmán Blan­co expul­só al arzo­bis­po Gue­vara y Lira, desa­tan­do un con­flic­to sin prece­dentes entre Igle­sia y Estado.

Ponte protestó la medi­da y, jun­to con Car­los Pérez Cal­vo, fundó en Cara­cas el Cole­gio de La Asun­ción (1871–1872) para sosten­er la edu­cación reli­giosa. Sin embar­go, la ten­sión con­tin­uó y, el 21 de mar­zo de 1874, Guzmán Blan­co ordenó el destier­ro de José Anto­nio Ponte y de otros reli­giosos a Puer­to Rico.

Enfer­mo y debil­i­ta­do, logró regre­sar gra­cias a la inter­ven­ción de su her­mana, quien apeló direc­ta­mente al pro­pio presidente.

Dr. José Anto­nio Ponte, sex­to arzo­bis­po de Cara­cas y Venezuela

El sex­to arzo­bis­po de Caracas 

Ante la cri­sis ecle­siás­ti­ca, la San­ta Sede envió a mon­señor Roque Coc­chia como del­e­ga­do apos­tóli­co. Coc­chia pro­pu­so a Ponte como el sex­to arzo­bis­po de Cara­cas y Venezuela, y su nom­bramien­to fue acep­ta­do por Guzmán Blan­co. Fue con­sagra­do el 30 de noviem­bre de 1876.

Durante su epis­co­pa­do, Ponte buscó una políti­ca de con­cil­iación. Logró que el gob­ier­no autor­izara la creación de una Escuela Epis­co­pal para for­mar sac­er­dotes, en un momen­to en que los sem­i­nar­ios habían sido clausurados.

Su labor como arzo­bis­po (1876–1883) fue inter­pre­ta­da de for­mas opues­tas. Algunos his­to­ri­adores, como Nicolás E. Navar­ro, lo señalaron de ser demasi­a­do com­plac­i­ente con Guzmán Blan­co. Otros, como Juve­nal Anzo­la, defendieron su inde­pen­den­cia, recor­dan­do espe­cial­mente cuan­do, en 1883, durante la inau­gu­ración de la Acad­e­mia Vene­zolana de la Lengua, refutó públi­ca­mente un dis­cur­so del pres­i­dente Guzmán Blan­co, en un gesto que rev­eló dig­nidad y firmeza.

Ilus­trísi­mo y rev­erendísi­mo señor doc­tor José Anto­nio Ponte. VI arzo­bis­po de de Cara­cas y Venezuela. Fun­dador de la Escuela Episcopal

Mon­señor José Anto­nio Ponte Sanci­nen­ca fal­l­e­ció en Cara­cas, el 6 de noviem­bre de 1883, a los 51 años de edad. Había vivi­do en múlti­ples ciu­dades —Cabu­dare, Caro­ra, Cara­cas, El Tocuyo, Dua­ca, Valen­cia, Roma, San­to Domin­go y Puer­to Rico— dejan­do huel­las como pas­tor, edu­cador y político.

De su paso por la his­to­ria quedan imá­genes imborrables: el joven que asistía a los enfer­mos de cólera en 1855, el edu­cador que lev­an­tó escue­las en El Tocuyo, el diputa­do que defendió a la Igle­sia en Valen­cia, el hom­bre dester­ra­do por Guzmán Blan­co y el arzo­bis­po que supo con­trade­cir al poder cuan­do fue necesario.

Ponte encar­nó el difí­cil equi­lib­rio entre fe y políti­ca, entre obe­di­en­cia y resisten­cia, en un siglo mar­ca­do por las ten­siones entre la Igle­sia y el Esta­do. Su lega­do sigue vivo en la memo­ria de Lara y de Venezuela como ejem­p­lo de com­pro­miso, pru­den­cia y firmeza espiritual.

CorreodeLara

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