Última travesía de Bolívar

Mario R. Tovar G.
Historiador y escritor

“Me sien­to morir, mi pla­zo se cumple; 
Dios me lla­ma (…) y quiero exhalar 
mi últi­mo sus­piro al lado de mis 
antigu­os compañeros (…)”
- Simón Bolívar

El Padre de la Patria, decep­ciona­do por el rum­bo políti­co y de rec­ha­zo hacia su per­sona que imper­a­ba en las naciones por él lib­er­adas, le oblig­an a salir de Bogotá rum­bo a un exilio vol­un­tario, des­de el 08 de mayo de 1830, has­ta pro­ducirse su muerte en San­ta Mar­ta el 17 de diciem­bre del mis­mo año.

Como bien lo reseña Miguel Hur­ta­do Leña, en la Revista Desafío de la His­to­ria (Diciem­bre; 2008; p. 88), el 15 de mayo se embar­có en un cham­pán en Hon­da para seguir por el río Mag­dale­na, rum­bo a Carta­ge­na, resuel­to a irse para Europa, sigu­ien­do la ruta: Tur­ba­co, Carta­ge­na, Soledad y Bar­ran­quil­la, has­ta que allí, su mal esta­do de salud lo obligó a mar­char a su des­ti­no final: la fin­ca de San Pedro Ale­jan­dri­no en San­ta Mar­ta; largo via­je que inspiró una de las mejores nov­e­las del galar­don­a­do escritor colom­biano Gabriel Gar­cía Márquez, tit­u­la­da: “EL Gen­er­al en su Laber­in­to”, en la que el autor imag­i­na magis­tral­mente (sin defor­mar la his­to­ria) cuan­do su sueño se deshi­zo en medio de un ver­dadero “laber­in­to” de intri­gas políti­cas, anar­quía, lucha entre fac­ciones, prob­le­mas de salud y desen­gaños, además, muy con­sciente de su fra­ca­so políti­co, resum­i­do, resum­i­do en la idea de que “había ara­do en el mar”.

Para aden­trarse en el esta­do de áni­mo del Lib­er­ta­dor durante esos duros momen­tos de su exis­ten­cia, sólo hay que con­sul­tar las 102 car­tas que el Lib­er­ta­dor escribió a numerosos cor­re­spon­sales, durante su trayec­to hacia el exilio, donde quedó refle­ja­do el pro­ce­so de su deca­den­cia físi­ca y aními­ca, has­ta no ser ni la som­bra del opti­mista creador de Colom­bia en 1819 y de Bolivia en 1826.

Es así, como en el oca­so de su vida, Bolí­var luce vac­ilante, destem­pla­do, a veces erráti­co e inclu­so inco­her­ente o deli­rante; su carác­ter se altera; sólo aquí allá se ven algunos relám­pa­gos del ful­gor de sus momen­tos de glo­ria y parece que se resiste a acep­tar ese sino.

Simón Bolí­var, ya enfermo

Pero son sim­ples cela­jes que pron­to desa­pare­cen, para que al final sólo quede el hastío, la desilusión, el desen­gaño. Ningu­na de esas car­tas da pie para pen­sar que Bolí­var creyó en algún momen­to que temía otra con­spir­ación para asesinarlo, pero sí se cap­ta clara­mente cómo su vida se va apa­gan­do poco a poco has­ta que lle­ga a la res­i­gnación ante una muerte inmi­nente a causa de lo que él describe reit­er­ada­mente como “males de mi bilis”; pero está proba­do históri­ca y médica­mente que fue una tuber­cu­lo­sis pul­monar, lo que al fin segó su vida.

Como ya se expresó ante­ri­or­mente, Bolí­var sale de Bogotá hacia Tur­ba­co el 08 de mayo de 1830, con sólo 17.000 pesos pro­duc­to de la ven­ta de su vajil­la de pla­ta, sus alha­jas y sus cabal­los; le pre­ocu­pa mucho su situación económi­ca y, además, el hecho de que no le han dado su pas­aporte para salir de Colom­bia, como era su deseo. En este esce­nario le escribiría a su abo­ga­do en Cara­cas, lo siguiente: 

“Al fin he sali­do de la pres­i­den­cia y de Bogotá, encon­trán­dome ya en mar­cha para Carta­ge­na con la mira de salir de Colom­bia y vivir en donde pue­da, pero como no es fácil man­ten­erse en Europa con poco dinero, cuan­do habrá muchos de los suje­tos más dis­tin­gui­dos de aquel país que quer­rán obligarme a que entre en la sociedad de alta clase, y después que he sido el primer mag­istra­do de tres repúbli­cas pare­cerá inde­cente que vaya a vivir como un miserable”.

Mien­tras que des­de Gad­uas, el 11 de mayo de 1830, le escribe al vicepres­i­dente Domin­go Caice­do, para que le envía el pas­aporte en los sigu­ientes tér­mi­nos: “No será extraño que sucedan mil dia­bluras y que tam­bién me las atribuyan, por lo cual ruego a Ud., nue­va­mente me envíe cuan­to antes mi pas­aporte para salir del país”. 

Pos­te­ri­or­mente, cuan­do al fin recibe el ansi­a­do pas­aporte, decide desplazarse hacia Carta­ge­na siem­pre con miras a embar­carse para Europa; pero en julio de 1830, recibe dos nefas­tas noti­cias que ter­mi­narán por abatir­lo y con­tribuyen al empe­o­ramien­to de su salud: el asesina­to en Berrue­cos del Mariscal de Ayacu­cho, Anto­nio José de Sucre y la res­olu­ción del Con­gre­so vene­zolano de “no tratar con el gob­ier­no de Colom­bia mien­tras El Lib­er­ta­dor per­manez­ca en sue­lo colombiano”.

A 28 días de pro­ducirse su dece­so, le escribiría proféti­ca­mente al gen­er­al Juan José Flo­res, entre otras ideas las sigu­ientes: “La Améri­ca es ingob­ern­able para nosotros y el que sirve a una rev­olu­ción ara en el mar (…)”.

Final­mente, antes de par­tir hacia su últi­ma trav­es­ía, le escucharon decir: “¡Vámonos! ¡Vámonos! esta gente no nos quiere en esta tier­ra… ¡Vámonos mucha­chos! lleven mi equipa­je a bor­do de la fragata”.

Últi­ma car­ta de María Anto­nia a su hermano

Tras la insta­lación del Con­gre­so de Valen­cia el 6 de mayo de 1830 y en medio de un cli­ma de rec­ha­zo hacia la figu­ra de Bolí­var, en con­se­cuen­cia dicho Con­gre­so emite una res­olu­ción con el voto sal­va­do del Dr. José María Var­gas y del Rep­re­sen­tante de Coro Manuel Urbina, medi­ante la cual se decidía la expul­sión del Lib­er­ta­dor del sue­lo patrio en los sigu­ientes términos: 

“(…) Deseoso el Con­gre­so de llenar en toda su exten­sión los votos de los pueb­los, toman­do por nor­ma los pro­nun­ci­amien­tos, ha resuel­to par­tic­i­par su insta­lación al de Bogotá, ofre­cien­do entrar en relación con tal que no per­manez­ca en el ter­ri­to­rio de Colom­bia el Gen­er­al Simón Bolí­var(…). Empero, no sería pru­dente tratar con pueb­los que están bajo la influ­en­cia del Gen­er­al Bolí­var. Una dolorosa expe­ri­en­cia nos ha hecho descon­fi­ar de este hom­bre. Para lib­er­tarnos de su for­mi­da­ble autori­dad, hemos toma­do la acti­tud en la que nos encon­tramos, y no debe­mos omi­tir pre­cau­ciones para con­sumar con qui­etud una empre­sa tan gloriosa.”

María Anto­nia Bolí­var, her­mana del Libertador

Ante este pro­nun­ci­amien­to, en Cara­cas su her­mana María Anto­nia, no salía de su estu­por frente a las con­se­cuen­cias que tal situación podría gener­ar con­tra su famil­ia y tal como nos lo indi­ca Quin­tero (2005): “De nue­vo y con 53 años a cues­tas asistía al der­rumbe abso­lu­to de sus esper­an­zas, de su tran­quil­i­dad. La incer­tidum­bre y el desasosiego invadían su ánimo (…). 

En medio de estas cav­i­la­ciones, una mañana al des­per­tar, la servidum­bre sobre­salta­da la puso al tan­to de una ocur­ren­cia ines­per­a­da y alar­mante: una estro­fa escri­ta con car­bón había sido estam­pa­da en el frente de la casa. La inscrip­ción decía así: “María Anto­nia no seas ton­ta y si lo eres, no seas tan­to: si quieres ver a Bolí­var anda, vete al cam­posan­to”. Los ene­mi­gos de Bolí­var, aho­ra sí, arremetían con­tra ella (…)”.

Den­tro de este con­tex­to, el 11 de julio de 1830, deses­per­a­da, le envía una últi­ma car­ta a su her­mano. Desconoce su paradero, así que se con­tenta con escribir en el sobre “… a Simón Bolí­var, donde quiera que se halle”, donde le expre­sa tex­tual­mente lo siguiente:

 

“Mi queri­do Simón. Me ale­graré que estés con bue­na salud, por acá todos esta­mos llenos de males y afligi­dos por todas partes. Todos se que­jan de que no has queri­do venir a com­pon­er este des­or­den y con la noti­cia de tu ida de Colom­bia están las gentes deses­per­adas. Yo no me atre­vo a decirte que no lo hagas, porque tú debes saber el esta­do de Europa con respec­to a nosotros, y como por encan­to se nos apare­ció aquí un inglés a dar­le un impul­so extra­or­di­nario a esta rev­olu­ción, no sé si será con el obje­to de entre­gar­nos a los españoles, como vul­gar­mente se dice, pero lo cier­to es que aquí no quieren a nadie y que si  alguno quieren es a ti. Aho­ra mis­mo están pidién­dote todos los pueb­los de Cal­abo­zo, Oritu­co, Río Chico, has­ta Guare­nas y Ocumare con el gen­er­al Mon­a­gas e Infante a la cabeza. El clero es deci­di­do por ti y cada cura es un gen­er­al en su pueblo. El Obis­po padece mucho. Las deser­ciones son con­sid­er­ables, la paga ningu­na y los montes de todas partes están llenos de deser­tores arma­dos que dicen que no quieren a nadie sino a su Viejo y Padre El Lib­er­ta­dor. P…está loco y mucho más el Con­gre­so, de modo que todo está en una com­ple­ta anar­quía. Aris­men­di y Valero pre­sos. El Con­gre­so se com­pone de monar­quis­tas y repub­li­canos que se bat­en con­tin­u­a­mente. Mar­iño ya quiere sep­a­rarse si no lo hacen poder ejec­u­ti­vo con las tropas y parte de las que tra­jo Sil­va están en Bar­quisime­to y no obe­de­cen a nadie. Lo cier­to es que esto es un fan­dan­go de locos que no se entien­den ellos mis­mos que hicieron su rev­olu­ción. Nues­tra famil­ia está esperan­do siem­pre la muerte, porque algunos de los más desch­a­beta­dos o furiosos dicen que debe ser destru­i­da la famil­ia de Bolí­var has­ta la quin­ta gen­eración y entre ellos se encuen­tran los con­trar­ios de las minas (de Aroa) que aho­ra con la injus­ta injustísi­ma transac­ción, dicen que han acaba­do con­ti­go quitán­dote todo y aho­ra van a acabar con­mi­go porque van a hac­erme pagar los diez mil pesos del cobre, las costas y cin­co cri­a­dos que quedaron en la minas y sus jor­nales; lo que te avi­so para que no firmes la transac­ción sin que quede todo can­ce­la­do y seguro porque si me ponen pleito a mi refluye sobre tus intere­ses, porque yo lo que hice fue como apoder­a­da tuya y por tu bien con que ten cuida­do que no se lleven el dinero y quedemos en el mis­mo esta­do como esos canal­las dicen. Si hubiera encon­tra­do quien me com­prara lo que ten­go ya estu­viera fuera de aquí hace mucho (…). Envíame una copia de la transac­ción para ten­er­la a pre­ven­ción por lo que pue­da suced­er con estos ladrones. 

Soy Tuya, María Anto­nia Bolívar.”

Tes­ta­men­to del Libertador

Tras renun­ciar a la pres­i­den­cia de la Gran Colom­bia el 27 de abril de 1830, El Lib­er­ta­dor sale de la ciu­dad de Bogotá acom­paña­do has­ta los sub­ur­bios por los min­istros y por los miem­bros del cuer­po diplomáti­co, dan­do señales de con­go­ja y pre­ocu­pación en la cual que­da su ama­da Manuela, a quien le escribe: “(…) voy muy bien y lleno de pena por tu aflic­ción y la mía por nues­tra sep­a­ración. Amor mío, mucho te amo, pero más te amaré si tienes aho­ra más que nun­ca juicio. Cuida­do con lo que haces, pues si no nos pierdes a ambos perdién­dote tú”. 

Como bien lo reseña el his­to­ri­ador vene­zolano Elías Pino Itur­ri­eta (2009), en su rig­urosa biografía sobre Simón Bolí­var, en medio de esa atmós­fera acel­era los trámites para la ven­ta de perte­nen­cias per­son­ales, guar­da pape­les que le prom­e­ten una pen­sión vital­i­cia de 30 mil pesos y se despi­de de Bogotá; pero en ese lap­so, hacia finales  de mayo, cuan­do espera un navío en Carta­ge­na para diri­girse a Inglater­ra, recibe noti­cias que le provo­can pro­fun­da melan­colía: Quito se ha sep­a­ra­do de la unión para una repúbli­ca inde­pen­di­ente; Venezuela ha solic­i­ta­do su expul­sión del ter­ri­to­rio de Colom­bia; Sucre ha sido asesina­do en Berrue­cos y Urdane­ta asume el poder en Bogotá gra­cias a un golpe en el que ha par­tic­i­pa­do Manuela; pero lam­en­ta­ble­mente su áni­mo no se lev­an­ta con la novedad.

Prosigue ruta hacia San­ta Mar­ta con el propósi­to de esper­ar un navío cómo­do para zarpar, pero ya no puede moverse sin ayu­da al aumen­tar su dete­ri­oro físi­co. En tal esta­do de salud, se alo­ja con un pequeño séquito de ami­gos y colab­o­radores en la Quin­ta de San Pedro Ale­jan­dri­no, res­i­den­cia campestre del español Joaquín de Mier, donde cuen­ta con los cuida­dos del médi­co francés Ale­jan­dro Próspero Rev­erend, quien le diag­nos­ti­ca un esta­do irre­me­di­a­ble de tuber­cu­lo­sis pulmonar.

Final­mente el 10 de diciem­bre, hace 188 años, El Lib­er­ta­dor dic­ta su tes­ta­men­to y dispone se entregue a la Uni­ver­si­dad de Cara­cas los dos volúmenes del Con­tra­to Social de Rousseau y el Arte Mil­i­tar de Monte Cúculi; que se le entregue a su may­or­do­mo José Pala­cio ocho mil pesos, que su cuer­po sea deposi­ta­do en la ciu­dad de Cara­cas y que la espa­da que le regaló el Mariscal de Ayacu­cho, sea devuelta a su viuda.

Casa natal del Lib­er­ta­dor Simón Bolívar

El mis­mo día dic­ta y fir­ma su inmor­tal procla­ma, que se con­sti­tuye en un trági­co y angus­tioso lla­ma­do a la unión, per­dona a sus ene­mi­gos, insiste en la necesi­dad de la unidad de Colom­bia y en el cese de la lucha de facciones.

En breve recibe el sacra­men­to de la extremaun­ción y luego  fal­l­ece a los 47 años, el 17 de diciem­bre de 1830 a una de la tarde, sien­do sepul­ta­do en la igle­sia de la local­i­dad, tras un modesto funeral.

Inven­tario de los bienes 

A esca­sos cin­co días de haber ocur­ri­do el fal­l­ec­imien­to del Lib­er­ta­dor Simón Bolí­var en San­ta Mar­ta Colom­bia, el 17 de diciem­bre de 1830, el gen­er­al José Lau­ren­cio Sil­va, en su condi­ción de albacea del Padre de la Patria, solic­itó la pres­en­cia del escrib­ano José Catal­i­no Noguera a fin de que se hiciese el inven­tario de las perte­nen­cias per­son­ales del Lib­er­ta­dor y den­tro de este con­tex­to, estando pre­sentes don Manuel Pérez Recuero, los señores Fer­nan­do Bolí­var, sobri­no del Lib­er­ta­dor, José Anto­nio Cataño, Tesorero de la Jun­ta de Man­u­misión, Fran­cis­co Igna­cio Car­reño, el coro­nel Belford Wil­son, el capitán Andrés Ibar­ra y José Pala­cios, may­or­do­mo del Lib­er­ta­dor, se pro­cedió a realizar el inven­tario de los bienes que para el momen­to de su dece­so tenía el Lib­er­ta­dor Simón Bolí­var, los cuales se especi­f­i­can a continuación:

1.- Una vajil­la vie­ja de plati­na en dos cajones, com­pues­ta de una sopera, tres tapas grandes, tres chi­cas, cua­tro asen­taderas chi­cas, tres grandes, dos redondas chi­cas, una cafetera, una lechera chi­ca, dos salseras con sus tapas, dos cabos de botel­las grandes, cua­tro asen­taderas de botel­las chi­cas, una huev­era con seis cuchar­i­tas chicas.

John Carter Brown Library, Box 1894, Brown Uni­ver­si­ty, Providence

2.-Una caja pequeña que con­tiene dos doce­nas de cucha­ras de pla­ta grandes, vein­titrés tene­dores de pla­ta grandes, vein­tidós cuchil­los grandes, cacha de pla­ta, cua­tro trinch­es con cabos de pla­ta con sus cor­re­spon­di­entes cuchil­los, tam­bién con cabos de pla­ta, vein­tidós cucha­ras de pla­ta para postres, diez y nueve cuchar­i­tas de pla­ta para el café, dos doce­nas de tene­dores de pla­ta para postres, dos doce­nas de cuchil­los para postres con cabos de pla­ta, dos pla­tones de pla­ta, dos doce­nas de platos de pla­ta, de com­er, un cucharón sopero de pla­ta, dos cucha­ras de pla­ta para servir la sal­sa, cua­tro cucharonci­tos de pla­ta para servir la sal­sa, una cuchara de pla­ta para servir pesca­do, cua­tro saleros de pla­ta dora­dos con sus cor­re­spon­di­entes cuchar­i­tas de pla­ta, una tenaci­ta de pla­ta para servir el azú­car del café y un braser­i­to de plata.

3.-Cuatro baúles que con­tienen ropa de uso, la cual por dis­posi­ción ver­bal de S. E. se ha entre­ga­do a sus asistentes.

4.-Una sil­la de mon­tar vie­ja, que se le ha dado al asis­tente José Anto­nio Mesa, tam­bién por dis­posi­ción de su S.E., verbalmente.

5.-Un par de pis­to­las desiguales que se entre­garon a su asis­tente Valen­tín Vil­lar, tam­bién por dis­posi­ción ver­bal de S.E.

6.-Un doc­u­men­to entre­ga­do por el Señor Fer­nan­do Bolí­var, sobri­no de S. E., fir­ma­do por el Señor Juan de Dios Amador, veci­no de Carta­ge­na, fecha­do a veinte y siete de Sep­tiem­bre últi­mo en que declara haber recibido en cal­i­dad de depósi­to y a dis­posi­ción de S. E. El Lib­er­ta­dor, cua­tro­cien­tas quince onzas de oro del curio colom­biano, el retra­to de Wash­ing­ton con su pelo, la caja de oro del Rey de Inglater­ra, la medal­la de oro de Wash­ing­ton, una caja de oro y den­tro de ella un reli­cario regal­a­do por el cabil­do de Char­cas, con un bus­to y llaves con bril­lantes, La Estrel­la de Venezuela y las medal­las de Boy­acá y el Sur, el Sol del Perú de bril­lantes en su caja de oro, la gran medal­la de Bolivia de bril­lantes, el Reli­cario de Char­cas y la Estrel­la de la ciu­dad de Sucre.

7.-Otro doc­u­men­to entre­ga­do por el mis­mo Señor Fer­nan­do Bolí­var, fir­ma­do por los señores Buch y Com­pañía del com­er­cio de Carta­ge­na, fecha­do el vein­tisi­ete de Sep­tiem­bre últi­mo en que con­s­ta que dichos señores han recibido en depósi­to a dis­posi­ción de su Exce­len­cia el Lib­er­ta­dor la can­ti­dad de doscien­tas onzas de oro.

8.-Otro doc­u­men­to entre­ga­do por dicho Señor Fer­nan­do Bolí­var, fir­ma­do por el Señor J. Pavageau en la ciu­dad de Carta­ge­na a vein­ti­o­cho de Sep­tiem­bre últi­mo en que con­s­ta ha recibido de S.E., el Lib­er­ta­dor diez baúles que con­tienen pape­les pri­va­dos de su perte­nen­cia para ser deposi­ta­dos en París en manos seguras según las instruc­ciones de S.E.

9.-Otro doc­u­men­to entre­ga­do por el mis­mo Señor Fer­nan­do Bolí­var, fir­ma­do por el Señor Juan De Fran­cis­co Martín, en Carta­ge­na el veintin­ueve de Sep­tiem­bre últi­mo, en que con­s­ta haber recibido de S.E., el Lib­er­ta­dor Pres­i­dente en cal­i­dad de depósi­to y a dis­posi­ción diver­sos obje­tos valiosos tales como diver­sas medal­las de oro, de pla­ta y de cobre, anteo­jos, baúles con libros, escope­ta, una espa­da con bril­lantes y sus tiros en una cajeta.

10.-Setenta y dos onzas de oro del curio colom­biano, entre­gadas por el referi­do May­or­do­mo José Palacios.

11.-Diez man­te­les para el ser­vi­cio de mesa usa­dos, grandes y chicos de dril de algo­dón e hilo.

12.-Dos lega­jos de pape­les entre­ga­dos por el Señor Fer­nan­do Bolí­var, que nada intere­sa a los herederos por ser car­tas de la Sec­re­taria par­tic­u­lar de S.E., que deben cor­rer la mis­ma suerte que los demás pape­les. 13.-Una caji­ta de afeitar con sus cor­re­spon­di­entes piezas doradas. Final­mente, este inven­tario lo reseña la his­to­ri­ado­ra Inés Quin­tero (2003) en su obra rig­urosa obra: “La Criol­la Principal”.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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