CrónicasHistoria

Un secuestro con repercusión diplomática durante la Revolución Legalista

Luis Alber­to Per­o­zo Padua
Peri­odista espe­cial­iza­do en cróni­cas históricas
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@LuisPerozoPadua

En ple­na rev­olu­ción, un joven men­sajero danés fue reclu­ta­do a la fuerza en La Guaira. Su secue­stro provocó la protes­ta con­jun­ta de tres naciones y dejó al des­cu­bier­to cómo la diplo­ma­cia podía tam­balearse ante la arbi­trariedad mil­i­tar en tiem­pos de guer­ra civ­il en Venezuela

En los días tur­bu­len­tos de la Rev­olu­ción Legal­ista de 1892, la vio­len­cia y la impro­visación mar­caron la cotid­i­an­idad de los puer­tos vene­zolanos. Fue en La Guaira donde un episo­dio sin­gu­lar puso a prue­ba las rela­ciones diplomáti­cas de tres país­es. El pro­tag­o­nista invol­un­tario fue William Collins, cono­ci­do famil­iar­mente como Willie, un joven de ori­gen danés naci­do en Saint Thomas y emplea­do como men­sajero en la legación esta­dounidense bajo las órdenes del cón­sul Phillip C. Hanna.

Sol­da­dos de la Rev­olu­ción Legal­ista. Foto: William Nephew King

La situación políti­ca era caóti­ca. Tras el inten­to de reelec­ción de Raimun­do Andueza Pala­cio, estal­ló una guer­ra civ­il que enfren­tó al gob­ier­no con­tinuista con las tropas de la lla­ma­da causa legal­ista, encabeza­da por el gen­er­al Joaquín Cre­spo Tor­res. En medio del con­flic­to, la ciu­dad de La Guaira se hal­la­ba bajo ley mar­cial, someti­da al man­do del gen­er­al Luciano Men­doza, quien se auto­proclamó jefe del poder ejec­u­ti­vo tras la hui­da de Andueza Pala­cio y sus vicepresidentes.

Men­doza no dudó en impon­er reclu­tamien­tos for­zosos para engrosar sus filas. Así fue como Collins, pese a su condi­ción de extran­jero y pro­te­gi­do con­sular, fue apre­sa­do por un escuadrón. Los sol­da­dos lo arras­traron como a un deser­tor cualquiera, igno­ran­do el hecho de que, en vir­tud del dere­cho inter­na­cional, ningún diplomáti­co ni emplea­do de legación podía ser someti­do a ser­vi­cio militar.

En un inten­to deses­per­a­do por evi­tar su des­ti­no, Willie logró soltarse y cor­rió hacia la casa del cón­sul inglés Mar­tin Ander­son. Allí estal­ló un escán­da­lo: sirvien­tas gri­tan­do, des­mayos, protes­tas airadas del diplomáti­co británi­co. La irrup­ción de los sol­da­dos en ter­ri­to­rio extran­jero, en ple­na legación, rep­re­senta­ba una vio­lación fla­grante de la inmu­nidad con­sular. Pero nada los detu­vo. A golpes de machete, ame­nazas de muerte a quien osara impedir la cap­tura, lo arras­traron de nue­vo has­ta el cuar­tel, donde fue vesti­do a la fuerza con uni­forme militar.

Protes­ta de tres naciones

La reac­ción diplomáti­ca no se hizo esper­ar. Enter­a­do del atro­pel­lo, el cón­sul esta­dounidense Phillip C. Han­na se pre­sen­tó en la maz­mor­ra a donde habían con­fi­na­do a Willie, y exigió con con­tun­den­cia su inmedi­a­ta lib­eración, de no ser así, las impli­ca­ciones serían cat­a­stró­fi­cas, increpó.

Asimis­mo, pre­sen­tó una aira­da que­ja a las autori­dades de La Guaira. Lo respal­daron de inmedi­a­to Mar­tin Ander­son, cón­sul británi­co, y el rep­re­sen­tante de Dina­mar­ca, for­man­do un frente común inédi­to. La protes­ta con­jun­ta, firme y enér­gi­ca, puso con­tra las cuer­das al impro­visa­do gob­ier­no militar.

El episo­dio fue nar­ra­do con lujo de detalles por el cor­re­spon­sal y fotó­grafo William Nephew King Jr., quien se hal­la­ba en Venezuela para cubrir los acon­tec­imien­tos de la Rev­olu­ción Legal­ista para el Jour­nal of Civ­i­liza­tion de Nue­va York. El cor­re­spon­sal esta­dounidense destacó la con­tun­den­cia del reclamo diplomáti­co: la pre­sión ejer­ci­da por tres poten­cias extran­jeras obligó a Men­doza a lib­er­ar a Collins.

William Nephew King

Sin embar­go, el agravio ya esta­ba con­suma­do. Tres ban­deras habían sido humil­ladas por un acto de fuerza. El dere­cho inter­na­cional, ape­nas incip­i­ente en Améri­ca Lati­na, había sido pisotea­do en cuestión de horas.

Bus­can­do mit­i­gar las con­se­cuen­cias, el coman­dante mil­i­tar orga­nizó una fies­ta de desagravio. En ella, Collins debía ser el invi­ta­do cen­tral, acom­paña­do de los cón­sules ultra­ja­dos como “hués­pedes de hon­or”. Ninguno asis­tió. Su ausen­cia con­vir­tió el ban­quete en un sim­u­lacro, al que fueron arrastra­dos com­er­ciantes y veci­nos del puer­to para llenar el vacío de las mesas.

Mien­tras tan­to, Willie comen­zó a adquirir fama entre los habi­tantes de La Guaira. En las taber­nas, sus antigu­os cap­tores le ofrecían copas como dis­cul­pa impro­visa­da. Inclu­so inten­tó deman­dar una com­pen­sación económi­ca, aunque no hay con­stan­cia de que le fuera concedida.

Memo­ria de la arbitrariedad

Con el paso de los años, cuan­do el gen­er­al Joaquín Cre­spo con­solidó su poder tras entrar vic­to­rioso en Cara­cas en octubre de 1892, aquel episo­dio quedó rel­e­ga­do a la memo­ria como una anéc­do­ta pin­toresca. Pero para William Nephew King, tes­ti­go direc­to, sig­nificó algo más: la prue­ba de que, en medio de una guer­ra civ­il, la diplo­ma­cia podía tam­balear frente al filo de la barbarie.

King, fotó­grafo y cro­nista incans­able, no solo relató el secue­stro de Collins. Tam­bién doc­u­men­tó con su cámara la vida de los sol­da­dos, de las mujeres que acom­paña­ban las tropas, de los campesinos arma­dos y de la crudeza de la guer­ra civ­il. Décadas después, su álbum de imá­genes, pub­li­ca­do como Recuer­dos de la Rev­olu­ción en Venezuela, sería con­sid­er­a­do el tes­ti­mo­nio grá­fi­co más com­ple­to de aquel conflicto.

Raimun­do Andueza Pala­cio por Anto­nio Her­rera Toro

La Rev­olu­ción Legal­ista fue mucho más que un lev­an­tamien­to mil­i­tar: se trató de la últi­ma gran guer­ra civ­il del siglo XIX vene­zolano. Comen­zó en mar­zo de 1892 como un desafío abier­to al inten­to del pres­i­dente Raimun­do Andueza Pala­cio de refor­mar la Con­sti­tu­ción para per­pet­u­arse en el poder, y se expandió ráp­i­da­mente des­de los llanos has­ta la cap­i­tal. En el fragor de las batal­las, cien­tos de hom­bres, mujeres, ancianos y has­ta niños perdieron la vida y la vio­len­cia dejó cica­tri­ces en pueb­los enteros. Tras meses de com­bat­es, el gen­er­al Joaquín Cre­spo, marchó con diez mil sol­da­dos has­ta Cara­cas y, tras vencer en Los Col­orados y Boquerón, tomó el poder en octubre de ese año. Aque­l­la vic­to­ria sel­ló no solo su retorno a la Pres­i­den­cia de la Repúbli­ca, sino tam­bién el fin de una eta­pa de guer­ras intesti­nas que habían des­gar­ra­do al país durante casi todo el siglo

Un cierre en sombras

En la cróni­ca de William Nephew King, el episo­dio de Willie Collins se alza como un sím­bo­lo inqui­etante. Entre machetes, diplomáti­cos indig­na­dos y taber­nas bul­li­ciosas, se rev­ela la frag­ili­dad de las insti­tu­ciones frente al caos de la guer­ra. La espa­da, arbi­traria e impetu­osa, pudo doble­gar durante unas horas las ban­deras extran­jeras y reducir la diplo­ma­cia a un gri­to ahoga­do en las calles de La Guaira.

Pero la anéc­do­ta no murió en el olvi­do. Como un eco per­sis­tente, sigue recor­dan­do que inclu­so en los rin­cones más per­iféri­cos de la his­to­ria late la posi­bil­i­dad de una catástrofe may­or. Bastó un joven men­sajero danés, arrastra­do con­tra su vol­un­tad, para que el mun­do entero rozara con los dedos la som­bra de un con­flic­to inter­na­cional. Y fue la mira­da de un cor­re­spon­sal extran­jero la que impidió que aquel desvarío quedara sepul­ta­do en silencio.


Fuente: Jour­nal of Civ­i­liza­tion de Nue­va York, 17 de junio de 1892, n.º 1878, pp. 1206-120

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