1492: América como botín

Ángel Rafael Lombardi Boscán
Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia
@lombardiboscan

«Esta tier­ra vido primero un marinero que se dezía Rodri­go de Tri­ana, puesto que el Almi­rante, a las diez de la noche, estando en el castil­lo de popa, vido lumbre…»
Diario de Cristóbal Colón

No pre­tendo irme por la ide­ología. Cristóbal Colón me merece mucho respeto y admiración. Y su haz­a­ña nos llevó en 1492 a la glob­al­ización. Colón no fue ningún des­cubri­dor prim­i­ge­nio y tam­poco un asesino. Fue un audaz empre­sario y excep­cional nave­g­ante. Y presin­tió El Dora­do aunque nun­ca lo pudo ver.

Colón hizo por mar lo que hizo Mar­co Polo por tier­ra. Con la muy grande difer­en­cia que Mar­co Polo si describió las mar­avil­las del Gran Khan en su libro “Il Mil­ione” mien­tras que Colón en su “Diario” se lo inven­tó casi todo hacien­do pro­pa­gan­da para que le finan­cia­ran otros tres via­jes más.

Los exper­tos no se ponen de acuer­do si el “Diario” es autén­ti­co o apócri­fo. Lo que lla­ma la aten­ción es que una mod­es­ta isla como Gua­na­hani en las actuales Bahamas haya deslum­bra­do tan­to al gen­ovés como “tier­ra de la abun­dan­cia”. Colón, una mente a cabal­lo entre el medio­e­vo mil­i­tante cris­tiano y la mod­ernidad cap­i­tal­ista ya esboza­da por el deslum­bramien­to del oro, no deja de señalar obsesi­va­mente, que es el oro lo que abun­da en éstas islas raquíti­cas y des­o­ladas por el inclemente sol y el sal­itre en el Mar Caribe. El men­saje que quiere trans­mi­tir es el de un agente turís­ti­co que vende a sus poten­ciales clientes un lugar par­a­disi­a­co para vivir. Y oro como tal nun­ca lo encon­tró: sólo esta­ba en su imaginación.

La empre­sa amer­i­cana, como todas las “empre­sas” de vikin­gos, cris­tianos, tur­cos, fran­cos, car­olin­gios, romanos, lon­go­b­ar­dos, por­tugue­ses, musul­manes, chi­nos, hindúes y demás tenían la mis­ma lóg­i­ca o moti­vación: el botín. El “des­cubrim­ien­to” o el “encuen­tro de dos mun­dos” son telarañas ilus­tres que sola­pan la real­i­dad históri­ca real de unos humanos ávi­dos por obten­er riquezas a través de las con­quis­tas y guerras. 

Como era lo usu­al. Y lo sigue sien­do aunque hoy se util­i­cen otras estrat­a­ge­mas. Y eso del “Día de la Resisten­cia Indí­ge­na” es más penoso aún porque hubo even­tos en que los his­páni­cos se com­por­taron más como lib­er­ta­dores que opresores. 

Colón, ital­iano al ser­vi­cio de quién le financiera sus via­jes, tuvo la gran osadía de lle­gar al Asia por el Oeste sin saber las dis­tan­cias y arries­gan­do el pelle­jo porque esas cara­belas, prodi­gios téc­ni­cos para la época, no se sabía si aguan­tarían tan­tas mil­las náu­ti­cas sin que el Mar Tene­broso se las tra­gase. Además, su gran vic­to­ria, fue haber der­ro­ta­do a la com­pe­ten­cia de los por­tugue­ses empeña­dos en lle­gar primero bor­de­an­do el África a Catay.

Que Colón, haya real­iza­do tres via­jes más, porque en el primero no encon­tró lo que había leí­do en Mar­co Polo, le pro­du­jo una gran desazón en sus aspira­ciones de poderoso vir­rey. Su prin­ci­pal moti­vación fue el lucro. Y no haber encon­tra­do las espe­cias y el oro le frus­tró. Por eso se inven­tó lo de los indios dóciles y man­sos dis­puestos a una evan­ge­lización sin dolores. A describir una fau­na y flo­ra desca­bel­la­da y grandilocuente. 

Y a no acep­tar que la Chi­na, el Japón y la India se les hayan vuel­to lugares invis­i­bles. Colón, nun­ca tuvo con­cien­cia de un nue­vo con­ti­nente aunque sí de unas nuevas tier­ras: las Antil­las, el ante muro que impidió su visión ensoñadora.

Las nuevas expe­di­ciones de Pizarro en Perú y Cortés en Méx­i­co, sí pudieron con­seguir, y en sobre­abun­dan­cia, ese oro que tan­to obse­sionó a Colón y sin ningún tipo de dudas o escrúpu­los morales o reli­giosos se apoder­aron de todo lo que pudieron robarse. 

Y más luego España, en un con­ve­niente pacto con el Papa ami­go de entonces, se repartieron las Indias todas que resultó ser un nue­vo con­ti­nente y su prin­ci­pal mús­cu­lo económi­co para gob­ernar sobre el mun­do en el siglo XVI. 

CorreodeLara

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