La trágica historia del piloto Santiago Rafael Mujica Palencia

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista


Era un día común en el polvoriento pueblo de Río Tocuyo. La cotidianidad envolvía a aquella mañana. Tanto en la pulpería como en la plaza, los moradores comentaban acerca de la novedad del momento: la televisión. Toda una sensación para aquel remoto año de 1960. El Centro Social estaba atestado de vecinos que querían presenciar el fantástico evento

Pero lo sor­pren­dente esta­ba por suced­er unos min­u­tos antes del mediodía de ese martes 26 de enero, cuan­do el sonido estru­en­doso de un apara­to volador, destru­iría la magia que trans­mitía la ima­gen en blan­co y negro de Radio Cara­cas Tele­visión.
Aquel día, no hubo quien no se alar­mara por el sonido ensor­de­ce­dor que pro­ducía las numerosas incur­siones de un avión de com­bate que atrav­es­a­ba ‑en vue­lo ras­ante- el tran­qui­lo pueblo riotocuyano.
Se escucharon gri­tos de mujeres despa­voridas cor­rien­do por las calles lla­man­do a sus seres queri­dos. Otros emprendieron la hui­da des­de el Cen­tro Social has­ta sus casas, en donde muchos encon­traron a sus esposas hin­cadas ele­van­do una plegaria.
Pasadas las 12, y luego de var­ios min­u­tos de sobre­vue­lo, ráp­i­da­mente se cor­rió el rumor que la guer­ril­la había toma­do la Base Aérea de Bar­quisime­to y secuestra­do var­ios jet de com­bate para der­ro­car al pres­i­dente Rómu­lo Betan­court, pues el año que recién final­iz­a­ba, estu­vo mar­ca­do por la con­flic­tivi­dad política.
Otros ase­gura­ban que el dic­ta­dor Mar­cos Pérez Jiménez, encabez­a­ba un con­tragolpe de esta­do para retomar el poder en Venezuela. Pero el pre­ciso instante en que Mar­i­ano Ruete, telegrafista del pueblo, se digna­ba a trans­mi­tir el suce­so, fue alcan­za­do por el com­bustible herviente de un arte­fac­to que le quemó parte del cuer­po y rostro.

La explosión sacudió al pueblo

Durante el sobre­vue­lo, el Sabre Jet F‑86 eje­cutó varias man­io­bras a muy baja altura, e inclu­so algunos moradores fueron tes­ti­gos que des­de el rui­doso apara­to, una mano hacia señales de salu­do cuan­do efec­tu­a­ba los ater­radores vira­jes.
La aeron­ave se ale­ja­ba del pueblo a ratos y volvía con más ímpetu, lo que pro­ducía aún más pavor, has­ta que sucedió lo inimag­in­able: el apara­to descendió brus­ca­mente para gol­pear con el ala derecha la denom­i­na­da calle Reyes Var­gas y algunos árboles, cau­san­do daños en el fuse­la­je para luego perder más altura, destrozan­do a su paso techos y pare­des de las vivien­das contiguas.
Andrés Pel­licer y José Anto­nio Peña, envi­a­dos espe­ciales del Diario EL IMPULSO, nar­raron en la edi­ción 17.649, del 27 de enero de 1960, que “ya en medio de la man­zana com­pues­ta por las calles Var­gas, San­ti­a­go, Bolí­var y Miran­da, la nave hizo explosión lan­zan­do a varias cuadras alas, motores, turbinas y ruedas. Todos estos pesa­dos arte­fac­tos cayeron enci­ma y en los patios de las vivien­das”.
El Diario de Caro­ra, en su primera pági­na del 27 de enero de ese año, reseñó que “el primer impacto del avión fue en la cer­ca del Grupo Esco­lar ¨Rafael Tobías Mar­quis¨, destruyén­dola parcialmente”.
El estru­en­do del estal­li­do causó hor­ror colec­ti­vo. El avión había dev­as­ta­do todo a su paso, con­tabi­lizan­do un poco más de quince inmue­bles sev­era­mente afec­ta­dos y de las cuales quedaron destru­idas las de Juan Guare­cu­co, Nativi­dad Muji­ca, Alí Gómez, Dioseli­na de Her­rera y Georgina de Rodríguez.

Conmovedor episodio

Pre­cisa­mente en la vivien­da de Georgina de Rodríguez, y donde cayó un amasi­jo de hier­ros retor­ci­dos, a un lado de las ame­tral­lado­ras, se encon­tró el cadáver muti­la­do del infor­tu­na­do pilo­to. Allí, un voraz incen­dio con­sum­ió parte del inte­ri­or de la casa.
La cita­da nota peri­odís­ti­ca de EL IMPULSO, refiere que en otra casa, situ­a­da a unos 50 met­ros de donde estal­ló el apara­to, una turbina de unos 300 kilo­gramos, arru­inó todo el techo.
El llameante tren delantero del avión der­ribó la pared de la estafe­ta del telé­grafo, y pro­du­jo heri­das de con­sid­eración al oper­ador, así como a Jua­na Álvarez de González y al menor Ernesto Salazar.
Los estra­gos del sinie­stro causaron la muerte de cen­tenares de aves de cor­ral y otros ani­males domés­ti­cos, que perecieron incin­er­a­dos y gol­pea­d­os por el acci­den­ta­do F‑86.
En una de las vivien­das donde cayó parte del avión, se encon­tró el cadáver muti­la­do del pilo­to San­ti­a­go Rafael Muji­ca Palencia
Unos 800 met­ros de líneas del telé­grafo y otro tan­to del ten­di­do eléc­tri­co se cor­taron en múlti­ples peda­zos y fueron a parar al sue­lo. Otros tramos humeantes quedaron col­gan­do, dejan­do así al entero sin estos servicios.
Las casas en donde fun­ciona­ban los par­tidos Copei y URD, fueron destru­idas, pese a que esta­ban ubi­cadas a unos 150 met­ros del sitio del sinie­stro.
Parte de la turbina y la cab­i­na del avión, quedaron en el teja­do de una vivien­da, y a lo largo y ancho del pobla­do, quedaron des­perdi­ga­dos los restos del fuse­la­je del jet.

Su vuelo final

El pilo­to San­ti­a­go Rafael Muji­ca Palen­cia, tenía 21 años al momen­to del aci­a­go acci­dente. Había egre­sa­do de la Escuela de Aviación Mil­i­tar, ubi­ca­da en Mara­cay, con el gra­do de sub­te­niente en julio de 1959.
Antes de la escuela mil­i­tar, San­ti­a­go Rafael real­izó estu­dios en Esta­dos Unidos pero final­mente se graduó en el Liceo Lisan­dro Alvara­do de Bar­quisime­to, ciu­dad en donde residía, con sus padres: Anto­nio Muji­ca y Georgina Palen­cia, conc­re­ta­mente en la calle 34 cruce con la car­rera 14.
Ver­siones ase­gu­ran que el agra­ci­a­do mil­i­tar ape­nas corte­ja­ba a una bel­la moza del pueblo, por lo que quiso pre­sumir con pirue­tas, su destreza. Otros ates­tiguan, durante una mis­ión de entre­namien­to que tenía como trayec­to­ria Coro-Bar­quisime­to, decidió efec­tu­ar una visi­ta sor­pre­sa a su tío pater­no Mar­i­ano Muji­ca, pero jamás pudo imag­i­narse que ese sería su vue­lo final.
Fuente:
Diario EL IMPULSO, enero 27 de 1960. Colec­ción, datos y ano­ta­ciones del abo­ga­do e inves­ti­gador Jesús Oropeza
Repor­ta­je pub­li­ca­do en:

Galería

San­ti­a­go Rafael Muji­ca Palencia

 

 

 

 

 

Avión caza Sabre F‑86

 

CorreodeLara

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