Apesar del demoledor movimiento telúrico de 1812, en Cabudare, identificado así por varias piezas documentales inéditas, la única edificación demolida por esa causa natural fue la sede del oratorio de Santa Bárbara, situada en la hacienda de igual nombre, propiedad de don Juan José Alvarado de la Parra, alférez real del Cabildo de Barquisimeto.
La tradición oral de Cabudare hace énfasis en torno a los inmuebles del casco central del pequeño poblado, afirmando que se convirtieron en polvo y cenizas, pero para la fecha no existían más que unas cuantas viviendas muy rurales, según aportes del cronista Taylor Rodríguez García, cronista del municipio Palavecino. Según sus investigaciones, las edificaciones surgieron años posteriores al terremoto.
Con fecha 9 de abril de 1793, el alférez Juan José Alvarado de la Parra, dirigió correspondencia al vicario capitular y gobernador de la diócesis para solicitar permiso con el propósito de disponer de una capilla pública en el sitio de Cabudare, donde él era poseedor de haciendas de trapiche, cacao y añil.
Acentúa Rodríguez, que la autoridad eclesiástica concedió por auto de junio siguiente el permiso solicitado, pero Alvarado de la Parra no procedió con esa empresa.
Reanimado en su propósito, cita el cronista, el alférez escribe nuevamente a Caracas, el 1º de marzo de 1797, carta que recibe el obispo fray Juan Antonio de la Virgen María Viana, a quien le expresa que aun no ha construido la capilla y le ruega conceda nuevo permiso por extravío del anterior.
La licencia fue concedida y Alvarado de la Parra, inició la fabricación del oratorio ese mes y año, “y una vez construida, sirvió de mucho consuelo a los católicos habitantes de la región cabudareña, núcleo de atracción del elemento humano”.
El sismo ocurrido el 12 de marzo de 1812, que impactó significativamente las edificaciones de varios centros poblados venezolanos, demolió el oratorio de Santa Bárbara.
Rodríguez resalta en el estudio, que el testimonio al respecto lo aporta el legítimo propietario Alvarado de la Parra, quien en su pieza testamentaria, indica a sus albaceas destinen la cantidad de dinero de su patrimonio que se requiera para construir nuevamente la casa de oración.
Sugiere además que se remuevan las ruinas y se rescaten los objetos sagrados que se lograron salvar.
Finalmente, solicita que en esta edificación se mantenga, en lo posible, la arquitectura anterior. Además manifestó su voluntad de ser sepultado en su oratorio, lo que ocurrió en 1819, aunque la casa de oración no estaba concluida.
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