La dictadura de Pérez Jiménez asesinó tres secretarios generales de AD

Juan José Peralta
Periodista


Tres secretarios generales de Acción Democrática en la clandestinidad murieron en la resistencia a la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, tres valientes luchadores, Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevali y Antonio Pinto Salinas, además de numerosos dirigentes y militantes enfrentados a un régimen implacable que culminó el 23 de enero de 1958 con la fuga cobarde del tirano.

Fueron casi diez años de per­se­cu­ciones, tor­turas, muertes, repre­sión, ter­ror, exilio, miedo y una sev­era cen­sura a la pren­sa. Has­ta un fun­cionario, Vite­lio Reyes, tenían para sub­ra­yar con un lápiz rojo lo que se podía pub­licar en los diar­ios. Fueron muchos los muer­tos y los tor­tu­ra­dos, los persegui­dos, los exi­la­dos tras el der­ro­camien­to de Rómu­lo Gal­le­gos el 24 de noviem­bre de 1948 por el golpe de esta­do encabeza­do por los tenientes coro­ne­les Car­los Del­ga­do Chal­baud y Mar­cos Pérez Jiménez.

Dis­uel­to el Con­gre­so, las asam­bleas leg­isla­ti­vas y los con­ce­jos munic­i­pales, Ile­gal­iza­da Acción Democráti­ca y sus prin­ci­pales diri­gentes en la clan­des­tinidad, la cár­cel o el exilio, el sec­re­tario gen­er­al Luis Augus­to Dubuc fue detenido por el gob­ier­no mil­i­tar y Ruiz Pine­da recibió el encar­go de diri­gir la resisten­cia clan­des­ti­na a la dic­tadu­ra y lo que más molesta­ba al tira­no, la pub­li­cación de las denun­cia de las vio­la­ciones a los dere­chos humanos y de la cor­rup­ción admin­is­tra­ti­va en el “Libro Negro de la Dic­tadu­ra”, de cuya edi­ción y con­fec­ción se encar­gó personalmente.

Min­is­te­rio de Rela­ciones Inte­ri­ores emi­tió orden de cap­tura con­tra Leonar­do Ruiz Pine­da por encon­trarse “hacien­do pro­pa­gan­da sub­ver­si­va” en la clandestinidad

Después del asesina­to del coro­nel Del­ga­do Chal­baud en noviem­bre de 1950, el nue­vo pres­i­dente de la jun­ta mil­i­tar era el coro­nel Pérez Jiménez, quien endure­ció la repre­sión y se dis­pu­so legit­i­marse por una asam­blea con­sti­tuyente, comi­cios con­vo­ca­dos para el 30 de noviem­bre de 1952, mien­tras AD llam­a­ba a la abs­ten­ción con acciones de calle.

Nueve días antes de las elec­ciones, el 21 de octubre de 1952, a Ruiz Pine­da lo inter­cep­tó la policía políti­ca en una calle de La Chaneca, en la par­ro­quia San Agustín del Sur de Cara­cas. Le solic­i­taron la iden­ti­fi­cación y pre­sen­tó doc­u­men­tos fal­sos pero los esbir­ros “lo tenían pil­la­do” por una supues­ta delación.

En un momen­to de con­fusión se pro­du­jo una bal­ac­era entre sus acom­pañantes y los policías en la que resultó muer­to el diri­gente clan­des­ti­no, inci­dente nun­ca aclara­do del todo pues el pro­pio gob­ier­no ase­guró que fueron sus com­pañeros quienes le dieron muerte. Lo cier­to es que lo acribil­laron a bal­a­zos, como en las pelícu­las del Chica­go de los gán­steres. Fran­cis Ford Cop­po­la hubiese hecho una mejor ver­sión que El Padri­no. Con 36 años recién cumpli­dos, el valiente abo­ga­do y peri­odista, diri­gente ejem­plar del par­tido y políti­co audaz, moría a manos de la Seguri­dad Nacional. Había naci­do en Rubio el 28 de sep­tiem­bre de 1916.

El asesina­to de Ruiz Pine­da causó gran con­mo­ción en AD, pero la lucha pros­eguía. El dos de diciem­bre el alto man­do mil­i­tar descono­ció el resul­ta­do de la con­sul­ta que fue favor­able a Unión Repub­li­cana Democráti­ca, el par­tido de Jóvi­to Vil­lal­ba a quien echaron al exilio y des­ig­naron pres­i­dente pro­vi­sion­al a Pérez Jiménez.

En susti­tu­ción de Ruiz Pine­da la direc­ción del par­tido designó a Alber­to Carnevali, quien había regre­sa­do clan­des­ti­na­mente al país en 1950 des­de Méx­i­co, adonde fue expul­sa­do en noviem­bre de 1948 con el golpe a Rómu­lo Gal­le­gos y le cor­re­spondió la difí­cil tarea de susti­tuir al líder asesina­do por la policía políti­ca del rég­i­men y lev­an­tar­le el áni­mo a una orga­ni­zación gol­pea­da por la muerte, prisión y exilio de sus diri­gentes más impor­tantes, en unos duros meses cuan­do el rég­i­men acen­tuó la repre­sión y se rev­ela en abier­ta dictadura.

Rómu­lo Betan­court y Leonar­do Ruiz Pineda

En mayo de 1951, Carnevali fue cap­tura­do y envi­a­do a la Cár­cel Mod­e­lo de Cara­cas. Un día se fin­gió enfer­mo y lo lle­varon al Puesto de Socor­ro de Salas, de donde el 26 de julio de ese mis­mo año, en otra acción cin­e­matográ­fi­ca sus com­pañeros encabeza­dos por Salom Meza Espinoza lo rescataron de las gar­ras de los custodios.

Al frente otra vez de la sec­re­taría gen­er­al, de nue­vo lo hicieron pri­sionero el 18 de enero de 1953 pero esta vez lo man­daron a la Cár­cel Mod­e­lo de San Juan de los Mor­ros, donde no tuvo aten­ción médi­ca debi­da y lo dejaron morir de cáncer el 6 de abril, después de una fal­l­i­da operación. Naci­do en Mucu­rubá, esta­do Méri­da, el 28 de sep­tiem­bre de 1914, iba a cumplir 40 años. Era abo­ga­do y había ejer­ci­do el periodismo.

Otro merideño, Anto­nio Pin­to Sali­nas, sucedió a Carnevali en la sec­re­taría gen­er­al. Nació en Tovar el seis de enero de 1915. Grad­u­a­do de bachiller en Filosofía, por sus altas notas la Igle­sia lo selec­cionó para estu­di­ar Teología en el Cole­gio Pío Lati­no de Roma, pero su sen­si­bil­i­dad social lo hizo per­manecer en Venezuela al coin­cidir su posi­ción políti­ca con los pos­tu­la­dos nacional­is­tas del Par­tido Democráti­co Nacional, géne­sis de AD.

Alber­to Carnevali y Ruiz Pineda

La Seguri­dad Nacional le seguía los pasos a Pin­to Sali­nas y para sal­var­lo la direc­ción del par­tido decidió sacar­lo del país por Ori­ente, des­de Güiria hacia Trinidad, rum­bo a Cos­ta Rica. Un soplón infil­tra­do entregó la infor­ma­ción a la policía y lo cap­turaron en la vía. La madru­ga­da del 11 de junio una comisión lo sacó de Valle de la Pas­cua y se detu­vieron en la car­retera. Esposa­do con las manos atrás y al más ran­cio esti­lo nazi lo empu­jaron a unos mator­rales donde Isidro Mar­rero le dis­paró una ráfa­ga de ame­tral­lado­ra y Braulio Bar­reto le dio el tiro de gra­cia, de nue­vo al más puro esti­lo cin­e­matográ­fi­co. Bar­reto, según órdenes de Pedro Estra­da, jefe de la policía políti­ca, la tene­brosa Seguri­dad Nacional, se dis­paró en una pier­na para hac­er ver que se enfrentaron a tiros con el dirigente.

El boletín entre­ga­do por Estra­da a la pren­sa daba cuen­ta que “en horas de la madru­ga­da, de hoy, en las cer­canías de San Juan de los Mor­ros, indi­vid­u­os que via­ja­ban en un automóvil hicieron fuego con­tra una camione­ta perteneciente a esta direc­ción. Los agentes respondieron de inmedi­a­to, resul­tan­do heri­do uno de ellos y muer­to uno de los ocu­pantes del vehícu­lo de los agre­sores, quien resultó ser el licen­ci­a­do Anto­nio Pin­to Sali­nas, solic­i­ta­do des­de hace tiem­po por las autori­dades como orga­ni­zador de numerosos aten­ta­dos ter­ror­is­tas”. Tenía 38 años. Fue otro de los valiosos cuadros políti­cos que sac­ri­ficó Acción Democráti­ca en la lucha con­tra la dic­tadu­ra perezjimenista.

A Pin­to Sali­nas le sucedió el diri­gente larense Eli­gio Anzo­la Anzo­la en la sec­re­taría gen­er­al quien dirigió a Acción Democráti­ca en la clan­des­tinidad has­ta el 23 de enero de 1958 cuan­do fue der­ro­ca­do el tira­no gen­er­al Mar­cos Pérez Jiménez.

Ruiz Pine­da, Carnevali y Pin­to Sali­nas, tres diri­gentes andi­nos menores de 40 años asesina­dos por la dic­tadu­ra, tres sec­re­tar­ios gen­erales de AD en la resisten­cia, en la lucha clan­des­ti­na, for­man parte de una gran can­ti­dad de diri­gentes del par­tido y otras orga­ni­za­ciones políti­cas y sociales que sac­ri­fi­caron sus vidas para abrir sendas a la democ­ra­cia, hoy ame­naza­da por una camar­il­la mil­i­tarista y pop­ulista que tiene al país arru­ina­do, sem­bra­do de odio entre vene­zolanos y tratan­do de impon­er un sis­tema fracasado.

El 13 de febrero de 1959, en su men­saje ante el Con­gre­so Nacional al tomar pos­esión como Pres­i­dente de la Repúbli­ca, Rómu­lo Betan­court recordó la ges­ta de los már­tires de la democ­ra­cia: “Nom­brar­los a ellos, mis ami­gos entrañables, me estru­jará el corazón, pero lo hago porque sien­to que así se acre­cerán mis mod­estas capaci­dades para cumplir has­ta el fin, sin des­fal­l­ec­imien­tos ni clau­di­ca­ciones, el ter­ri­ble deber y hon­roso cometi­do que me con­fir­ió el pueblo al ele­girme su presidente”.

Ima­gen desta­ca­da: En la intere­sante grá­fi­ca se obser­va a Leonar­do Ruiz Pine­da cuan­do inte­gró la Jun­ta de Gob­ier­no de 1945, acom­paña­do por desta­cadas per­son­al­i­dades de la políti­ca, inclu­so por quien luego fuera señal­a­do de ordenar su asesinato

CorreodeLara

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