Los cabudareños recuerdan a Enrique en su moderna bicicleta, transitar por las angostas calles del pequeño pueblito. Iba a los mandados y venía con recados.
Con el paso del tiempo, Enrique adquirió una camioneta, vislumbrando la ausencia de vehículos de transporte. Comenzó entonces haciendo traslados desde la calle de Las Chancletas o Santa Bárbara de Cabudare hasta la Plaza Altagracia de Barquisimeto, “por tres reales, ida y vuelta”.
Se levantaba antes del cantar de los gallos para llevar a Vicente Palacios al Manteco, en busca de mercancías, y antes de las ocho de la mañana ya estaban en Cabudare.
Su espíritu generoso era reconocido por los vecinos de aquel pueblito calles estrechas, pues a Enrique lo buscaban a cualquier hora para trasladar algún enfermo o parturienta desde la Medicatura hasta el Hospital Central de Barquisimeto.
Pese a las limitaciones de la época, Enrique era un enamorado del cine, amor que hundió sus raíces en el Cine Juares de Cabudare, en donde tuvo como visión expandir la industria hasta las zonas más apartadas del entonces Distrito Palavecino.
Compró un proyector por 120 bolívares, y en su camionetica roja, se trasladaba hasta la Hacienda Tarabana, los caseríos de la parte alta: Agua Viva y Las Cuibas; así como también El Placer, El Mayal, El Tamarindo, El Palaciero, Los Naranjillos y La Piedad, en cuyos moradores impregnó la magia del cine mexicano.
Xiomara Perlaez, su hija, narra con devoción, que los habitantes de esos parajes, no podían esconder la alegría cuando veían a lo lejos acercarse la camionetica roja.
La gente salía con sus taburetes, sillas, perezosas, latas, gaveras, bloques, chinchorros y hasta en el suelo se sentaban a disfrutar del drama mexicano que cautivaba, destacando los film: Vámos con Pancho Villa, Los Olvidados, El Compadre Mendoza, Una Familia de Tantas, Nazarín, Él, La Mujer del Puerto, El Lugar sin Límites, protagonizadas por Pedro Infante, Lupita Tovar, Andrea Palma, Mario Moreno y Domingo Soler, entre otros.
La proyección tenía un precio de una locha por persona, pero como se transmitía al aire libre, la mayoría no pagaba. “Más los niños miraban la película gratis”. Enriquito Perlaez, acompañaba a su padre durante su periplo, incluso en momentos cuando decidieron traspasar fronteras y llevar el cine a sitios más distantes.
Titicare, San Miguel, Buena Vista, Cuara, Arenales, fueron otros parajes que conocieron el cine itinerante de Enrique Perlaez, que como antesala el Conde Bucano, embelesaba al público con su magia, espectáculo que costaba 1 bolívar con derecho a la posterior película.
Enriquito Perlaez evoca que fueron los mejores años de su vida junto a su padre, enfatizando que durante los eventos era el encargado instalar las sillas y de colocar una sábana blanca en donde se proyectaba las películas de 16 milímetros que Luis Gallardo alquilaba en 8 bolívares.
Ernesto Rodríguez, policía de Cabudare era el presentador de los eventos de magia y cine mexicano. Horas antes llegaban al pueblo con un megáfono para anunciar el magno evento, recorriendo todas las calles.
Una casa comercial para Cabudare
Enrique no desistió en su interpretación de ofrecer servicios para Cabudare, por lo que emprendió caminos con líneas de autobuses. como transporte público.
De seguida, Junto a sus compadres Morales y Marín, se asoció para instalar una casa comercial de muebles, estableciéndose en casa de la familia Camero.
Posteriormente, Enrique pasó de vender muebles a repuestos para carros, legado que dos de sus hijos aun conservan.
Contrajo nupcias en Cabudare con María Edecia Escalona, unión de la cual nacieron cinco hijos: María Edelmira, Enrique, Xiomara, Edwar y Gustavo Perlaez.
Gran parte de su tránsito vital, Enrique se los dedicó con devoción y entrega a servir a los palavecinenses y tras momentos críticos de salud, le sorprendió la muerte el 31 de agosto de 2006. Aun se le recuerda caminando las procesiones de Semana Santa por las calles de Cabudare.
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doy testimonio real de toda esta bella historia,yo fui parte de ella con Roseliano Camero. ayudaba a instalar las cornetas de intemperie y me pagaba por lavar la fargo roja