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Los presagios en el último discurso de Carlos Andrés Pérez

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista especializado en crónicas históricas
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@LuisPerozoPadua

En mayo de 1993, acosa­do por una fer­oz cri­sis políti­ca, económi­ca y moral, el pres­i­dente Car­los Andrés Pérez pro­nun­ció su últi­mo dis­cur­so des­de Miraflo­res. En él, no solo defendió su inocen­cia frente a las acusa­ciones que lo oblig­a­ban a aban­donar el poder, sino que dejó un som­brío vaticinio sobre el por­venir del país. Esta cróni­ca des­glosa, pal­abra por pal­abra, un men­saje que aún resue­na como advertencia

A las puer­tas del Pala­cio de Miraflo­res, los rumores eran más rui­dosos que el trá­fi­co. En las redac­ciones ya no se habla­ba de políti­ca sino de caí­da. Era el 20 de mayo de 1993, y Car­los Andrés Pérez —el mis­mo que había regre­sa­do al poder en 1989 con ímpetu de reden­tor— se dirigía por últi­ma vez al país como pres­i­dente con­sti­tu­cional. Su voz, entre­na­da para la tri­buna, tem­bló por momen­tos. Pero no de miedo: de rabia con­teni­da, de decep­ción, de ese tipo de melan­colía que solo cono­cen los que han toca­do la cumbre.

La his­to­ria le gira­ba la espal­da. El líder pop­ulista, hoy refor­mador incom­pren­di­do, caía por la mis­ma ruta por la que habían inten­ta­do der­ro­car­lo con tan­ques y metral­la solo un año antes. Pero esta vez no era un golpe de Esta­do: era el apara­to insti­tu­cional el que, en nom­bre de la legal­i­dad, empu­ja­ba su salida.

CAP en su últi­mo dis­cur­so de 1993

“Jamás pen­sé…”

El dis­cur­so comien­za con una con­fe­sión que, al ser leí­da hoy, parece un epitafio político:

“Me diri­jo a mis com­pa­tri­o­tas en uno de los momen­tos más críti­cos de la his­to­ria del país y de los más difí­ciles de mi car­rera de hom­bre público.”

CAP, el políti­co aguer­ri­do, el diri­gente de ver­bo afi­la­do, se mues­tra descon­cer­ta­do ante lo que lla­ma una regre­sión del país a su lado más bár­baro: el de las pasiones des­bor­dadas, los odios sin tregua, el juicio moral con­ver­tido en patíbu­lo público.

“Ha revivi­do con fuerza indud­able un espíritu inquisi­to­r­i­al y destruc­tor que no conoce límites a la aniquilación…”

No se tra­ta solo de su defen­sa. Se tra­ta, advierte, de una señal grave sobre el dete­ri­oro de la con­viven­cia políti­ca. Y es aquí donde plan­ta la primera adver­ten­cia con tono profético:

“Esta situación seguirá afectan­do, de man­era dramáti­ca, al país en los próx­i­mos años.”

CAP durante una para­da mil­i­tar como primer man­datario en 1973

El oca­so de un hom­bre fuerte

CAP repasa entonces su trayec­to­ria. Se aso­cia con los grandes momen­tos fun­da­cionales del siglo XX: la muerte de Gómez, el trienio ade­co, la resisten­cia con­tra la dic­tadu­ra, la defen­sa de la democ­ra­cia frente a la guer­ril­la y el autoritarismo.

“En el camino dejamos muchos adver­sar­ios ven­ci­dos, pero jamás humillados.”

Su tono, sin embar­go, se tor­na más amar­go. Reconoce haberse equiv­o­ca­do al supon­er que la políti­ca vene­zolana se había civ­i­liza­do. Que los due­los eran de ideas, no de aniquilación.

Y aquí lan­za una súpli­ca más que una frase: que sus pal­abras no sean tomadas como el lamen­to de un ven­ci­do, sino como la voz de aler­ta de quien ve venir tiem­pos aún más duros.

“La rebe­lión de los náufragos”

En uno de los pasajes más duros del dis­cur­so, CAP hace un retra­to de quienes, según él, han ali­men­ta­do la cri­sis que lo lle­va al ban­quil­lo. Habla de una “coali­ción dis­ímil”, una suerte de aque­larre políti­co com­puesto por “reza­gos de la sub­ver­sión de los años 60”, “los der­ro­ta­dos del 4F y el 27N”, y “fan­tas­mas del pasa­do” que pred­i­can prome­sas imposibles.

“Es como la rebe­lión de los náufra­gos políti­cos de las últi­mas cin­co décadas.”

Su voz es clara: los que hoy lo acu­san, mañana serán rehenes de sus propias ambi­ciones. Se resiste a imag­i­nar qué será del país cuan­do esa “legión de causa­ha­bi­entes” llegue al poder.

CAP defiende su obra. Habla con orgul­lo de su pro­gra­ma de reformas:

“Con­ver­ti­mos la Pres­i­den­cia de un poder abso­lu­to a un poder mod­er­a­do… Cua­tro par­tidos com­partieron el poder… Tuvi­mos elec­ciones de gob­er­nadores y alcaldes.”

Sub­raya que su apues­ta por la mod­ern­ización no fue pop­ulista sino estruc­tur­al. Admite que fue impop­u­lar, que el ajuste económi­co desmon­tó el viejo Esta­do pater­nal­ista, pero insiste en que la alter­na­ti­va habría sido el desastre.

“Asumí la impop­u­lar­i­dad de esta tarea.”

Cita el crec­imien­to económi­co, la aper­tu­ra com­er­cial, la con­sol­i­dación del Pacto Andi­no. Y repite: fue un sac­ri­fi­cio nece­sario. Lo que ocur­rió, dice, fue que la con­spir­ación encon­tró ter­reno fér­til tras el estal­li­do mil­i­tar de 1992.

CAP y el alto man­do mil­i­tar en una de sus últi­mas apari­ciones como pres­i­dente de Venezuela. 1993

“Hubiera preferi­do otra muerte”

La frase, dicha sin retóri­ca, duele. Es el pun­to más som­brío del dis­cur­so. Una línea que deja entr­ev­er una heri­da abierta:

“Si no abri­gara tan­ta con­vic­ción en la trans­paren­cia de mi con­duc­ta… hubiera preferi­do otra muerte.”

No es la primera vez que un pres­i­dente vene­zolano se despi­de con pal­abras car­gadas de dolor. Pero Pérez va más allá: se nie­ga a defend­er­se porque afir­ma no ten­er nada que ocul­tar. No admite el deli­to. No nie­ga el juicio. No pide impunidad.

A medi­da que el dis­cur­so avan­za, CAP parece reco­brar algo de su antigua energía. Habla de la decisión de la Corte Supre­ma —que encon­tró méri­tos para su enjui­ci­amien­to por malver­sación de fon­dos— y sostiene, con tono firme:

“Rat­i­fi­co ante mis com­pa­tri­o­tas que no he incur­ri­do… en mane­jos ilíc­i­tos, impro­pios o irregulares.”

No pide clemen­cia. Pide reflex­ión. Anun­cia que se apartará del car­go, pero deja claro que su vida políti­ca no ter­mi­na allí:

“Allí ini­cia­ré una nue­va eta­pa de mi vida políti­ca… Me lan­zaré al rescate del sen­timien­to popular.”

Entre­ga del poder y la últi­ma súplica

El final del dis­cur­so es insti­tu­cional. Anun­cia que, como dic­ta la Con­sti­tu­ción, entre­gará el poder al pres­i­dente del Con­gre­so has­ta que el juicio defi­na su suerte.

Y con­vo­ca —como lo hizo al ini­cio de su manda­to, y como lo haría un viejo caudil­lo— a la unidad nacional:

“Con­vo­co a las fuerzas políti­cas, económi­cas, insti­tu­cionales y sociales… a unirse alrede­dor del encar­ga­do de la Presidencia.”

En medio del colap­so, su pal­abra sue­na casi ingen­ua. Pero es, quizás, el gesto final de un pres­i­dente que quiso cer­rar el ciclo en paz.

Aquel 20 de mayo de 1993 no solo ter­minó un gob­ier­no. Ter­minó una era. Car­los Andrés Pérez, sím­bo­lo de la Venezuela rica y arro­gante de los seten­ta, se march­a­ba entre juicios, protes­tas y el descrédito.

Pero el dis­cur­so —más allá de la defen­sa per­son­al— dejó una adver­ten­cia: que el país no se esta­ba desha­cien­do por la cor­rup­ción, sino por los odios que anid­a­ban en su política.

Y tenía razón. El país cayó en la espi­ral de la antipolíti­ca, el des­en­can­to y la deses­per­an­za. Ven­drían otros tiem­pos. Otros ros­tros. Otras crisis.

Pero pocas pal­abras tan pre­mon­i­to­rias como estas:

“No se me per­do­nan ni mis errores ni mis acier­tos. Pero aquí estoy… Con­sagra­do con pasión, hoy como ayer, al ser­vi­cio de los venezolanos.”

Un hom­bre solo, frente a la his­to­ria. O quizás un país entero, repi­tien­do su tragedia.

El últi­mo dis­cur­so de Car­los Andrés Pérez como Pres­i­dente de Venezuela: “Quiera Dios que quienes han crea­do este con­flic­to absur­do no ten­gan motivos para arrepentirse”

El eco de una despedida 

Antes de cer­rar, ase­guró que empren­dería una nue­va eta­pa políti­ca y lanzó una frase que, a la dis­tan­cia, resue­na como adver­ten­cia y pro­fecía: “Quiera Dios que quienes han crea­do este con­flic­to absur­do no ten­gan motivos para arrepen­tirse.” 

El últi­mo dis­cur­so de Car­los Andrés Pérez no fue un acto de defen­sa per­son­al. Fue un tes­ta­men­to políti­co. Un lla­ma­do al país a no repe­tirse en el odio, una defen­sa de su obra y un lúci­do —y pre­mon­i­to­rio— men­saje sobre las frac­turas que, trein­ta años después, siguen mar­can­do la his­to­ria venezolana.


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CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

Un comentario en «Los presagios en el último discurso de Carlos Andrés Pérez»

  • Muy buen artícu­lo. Invi­ta a reflex­ionar pro­fun­da­mente sobre el futuro que ten­emos que con­stru­ir antes de que esta trage­dia nacional llegue a su fin.

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