Las históricas minas de Aroa, localizadas en el denominado Valle de San Francisco de Cocorote, fueron descubiertas por el capitán Alonso Sánchez de Oviedo en 1605 y según Antonio Arellano Moreno, citado por el historiador Reinaldo Rojas (2002) en su valioso texto “De Variquecemeto a Barquisimeto”, éste reseña que la explotación de dichas minas se inició a partir de 1620, cuando dicho mineral se extrajo para acuñar monedas de vellón, fundir campanas para las iglesias en la “Ciudad Madre de El Tocuyo” y otros 4.176 quintales de cobre fueron enviados a Santo Domingo y España, desde 1631 y 1658. Dentro de este contexto, datos más precisos serían aportados por el historiador Antonio Arellano Moreno en su: “Economía Colonial Venezolana”: obra citada por Rojas, donde ofrece cifras de los libros de la Real Hacienda entre los años 1623 a 1630, así como de los libros de cuenta de dichas minas de Cocorote, existentes en el Archivo General de la Nación, evidenciándose que en este lapso se extrajeron de este yacimiento: 779.527 libras de cobre, de las cuales se remitieron 50.000 a Santo Domingo en 1631, por orden del Rey, quien posteriormente el 21 de agosto de 1663, le otorga a Francisco Marín de Narváez por Real Cédula: “En empeño y perpetuidad por tiempo y espacio de diez y ocho años a cambio de 30 mil pesos de ocho reales de plata y otros diez mil pesos en las Cajas Reales de Caracas”; contrato que incluía: “Sus cerros, valles, esclavos, hatos de ganado, mulas, bueyes, herramientas, casas y el pueblo de San Nicolás”, hoy Yumare.
Dicha historia de vida fue presentada ante las autoridades respectivas por su bisnieta María Ruíz de la Parra, al reclamar encomiendas en la región, dados los servicios prestados por Sánchez de Oviedo, como una vía para enmendar: “Una injusticia que el Rey debería satisfacer a sus herederos”, según incoaba la bisnieta. Finalmente, las minas de Aroa pasaron a manos de Simón Bolívar, como herencia de su tercera abuela, Josefa Marín de Narváez.
San Nicolás de Tolentino
Las crónicas escritas sobre nuestra historia colonial reflejan la fecunda actividad desarrollada en el pasado por muchos pueblos que tuvieron una dinámica muy particular; pero sin embargo, con el devenir de los tiempos modernos paulatinamente quedaron relegados en el olvido por diferentes razones, hasta casi producirse su parcial o total extinción.
Un ejemplo de lo anteriormente expresado, lo observamos con el antiguo poblado de San Nicolás de Tolentino, ubicado en las adyacencias del Valle de Aroa; cuya existencia quedó reseñada en el libro de Visita Pastoral realizada por el Obispo Mariano Martí para la Diócesis de Caracas entre los años (1771- 1784), donde se ubicaban algunos de sus linderos en los siguientes términos: “(…)Al poniente el río del Tocuyo que divide al mismo Valle del pueblo de Jácura jurisdicción de la ciudad de Coro: al norte el río de Yumare que se introduce después en el río de Aroa y divide a dicho Valle de los pueblos de San Nicolás y Mapubares: y al sur el sitio del Limoncito lindero de dicho curato de Duaca (…)”, información reseñada por el escritor yaracuyano Andrés Graterol Rojas, en su obra: “Aroa. Su Musa, Breve Historia y Geografía en la Extensión de su Existencia”.
Por su parte el historiador Ambrosio Perera, citado por Páez (1998; p. 62), delimita a dicha población de San Nicolás: “(…) al oriente con alguna declinación hacia el Sur confronta con el pueblo de Mapubares del Vicariato de Coro distante trece lenguas, al Norte fronterizo, al Sur confronta con el supradicho pueblo de Cañizos, distante cerca de ocho leguas”.
Sobre algunos de los acontecimientos ocurridos en dicha población en el curso de su historia, nos cuenta el reconocido historiador venezolano José Luis Salcedo Bastardo (1976), que durante el alzamiento de Andresote en 1732 contra la Compañía Guipuzcoana, se levantaron cuatro parcialidades negras: los loangos de Coro, los del río Aroa y camino real de San Nicolás, , los del río Yaracuy y los sabaneros de San Pedro y Taría; lo alientan igualmente sus amigos de Morón, Sanchón, Urama y Alpargatón.
Por su parte, don Nicolás Perazzo corrobora el evento, agregando además que los alzados del mencionado camino de San Nicolás y el río Yaracuy, dominaban prácticamente la región comprendida entre los ríos Yaracuy y Taría, asiento preferido de Andresote, a quien obedecían todos los negros cimarrones de los diversos grupos, así como también unos cuantos indígenas de aquellos lugares.
A nivel económico, la zona se convirtió en una importante Ruta del Comercio del cacao a través del río Aroa, en cuya desembocadura también se construyó un fuerte, destruido por los holandeses, y la ruta terrestre camino de San Nicolás- Aroa que en época de lluvias se hacía intransitable. Tiempo después, específicamente en 1734, se firmó un asiento con el Cabildo de San Felipe con el compromiso de monopolizar el comercio del cacao por el río Aroa. A cambio, el Cabildo se comprometía a construir un almacén en el valle de San Nicolás y el río Yaracuy, respectivamente.
Por su parte, en el Censo Agrícola de 1720 practicado por Pedro José de Olavarriaga en el poblado de San Nicolás de Tolentino, detectó 03 propietarios con 13.000 árboles de cacao que producían en 1500 hectáreas, unas 750 fanegadas. Entre los datos aportados por Olavarriaga, citado por Páez (1998; p.p. 47–53), se destaca un productor de la región de San Nicolás de nombre Juan Bolívar, el cual era el propietario de 620 hectáreas, que llegó a producir unas 330 fanegas de cacao, empleando el trabajo de 22 hombres, en el entendido que se necesitaba un trabajador para atender anualmente el promedio de 1.000 árboles de cacao. Finalmente, gracias a su privilegiada posición geográfica, el poblado de San Nicolás de Tolentino se constituyó en una zona con una importante producción agrícola, estratégicamente ubicada para controlar el contrabando y el comercio colonial por el río Aroa, en su ruta hacia el Mar Caribe.
Actuación contra el gentilismo
La explotación de las Minas de Aroa estuvo activa entre los años 1623 y 1650, cuya producción se orientó principalmente a la exportación de cobre hacia Santo Domingo o para el uso local en la fabricación de piezas y partes para los trapiches, campanas, campanillas, cinchas, almirez y estribos, entre otros. Sus comarcas más próximas eran San Nicolás, hoy Yumare y el pueblo de indios Duaca, lugar donde habitaba el cura doctrinero, quien atendía las almas del valle de Aroa y que llegó a tener en una época a más de 600 habitantes, dependientes de las minas.
Otra evidencia sobre esta lucha contra el gentilismo, la dejó Fray Antonio Alcega en una carta dirigida al Rey de España en 1606, donde apuntó: “(…) Les tengo hasta hoy quemados por mi persona 1.114 santuarios, casas, ídolos, sin más de otros 400 que por mi comisión se quemaron (…)”. Finalmente, el obispo Gonzalo de Angulo tachaba a los encomenderos como esclavistas de indios en Real Cédula de 1619, y de no: “Atender al reposo de sus almas (…) ni darles doctrina, lo que les deja como gentiles e idolatrando y haciendo otras supersticiones causadas del olvido de la fe y de no tener siempre quien les fomentase a ella”; un documento sólo para el registro histórico, que demostró el: “se acata, pero no se cumple”, muy propio de la colonia.
La guerra de Aroa
Contrario a lo que muchos pensábamos, durante la guerra de emancipación nacional el país no sufrió de una parálisis total y en tal contexto, se seguían realizando matrimonios, se abrían litigios, había vida universitaria y entre algunos de los sacerdotes dispersos en las diferentes provincias del país, surgían disputas relacionadas con las ideologías enfrentadas para la fecha, entre los pro-monárquicos e independentistas.
A este respecto, la historiadora Inés Quintero coordinó un equipo investigador que durante dos años se dieron a la tarea de investigar cómo fue la vida cotidiana en estos cruentos años, con el objeto de reunir nuevas voces y hacer una nueva mirada sobre nuestro pasado, con la finalidad de ampliar y profundizar en problemas, temas y situaciones ignoradas hasta el momento por la historiografía; valiosa información que sería publicada en un texto bajo el título de “Más Allá de la Guerra”, editado en el 2008 bajo los auspicios de la Fundación Bigott.
Pues bien, en este esclarecedor libro, encontramos reseñado un curioso litigio ocurrido en 1812 en la población de Aroa, entre el sacerdote asentado en este curato, el anciano presbítero Juan José Bustillos y el Justicia Mayor de Aroa José Joaquín de Altolaguirre, quien había ordenado apresar al anciano sacerdote, para luego enviarlo detenido a la ciudad de Coro, debido a su apego a la causa republicana.
A todas estas, es de destacar que el presbítero Bustillos había ejercido durante más de treinta años el ministerio sacerdotal del Valle de Aroa. Sin embargo, la proclamación de la independencia, un año antes, lo distanció de su feligresía, quienes en su mayoría mantenían su lealtad a las autoridades realistas. En razón de esa adhesión, al restaurarse el orden manárquico, el Justicia Mayor Altolaguirre encarcela al religioso, iniciándose desde ese momento una enconada rivalidad, ya que la estadía de Bustillos en las incómodas bóvedas de Coro duró lo mismo que tardó en restablecerse el orden republicano.
En 1813 el anciano sacerdote regresa a su curato, no sin levantar resquemores entre el vecindario de Aroa y, en específico, con su Teniente Justicia Mayor, José Joaquín Altolaguirre. La exacerbación del conflicto entre patriotas y realistas acentuó las fricciones entre Bustillos, Altolaguirre y la grey de Aroa y en vista de ello, el anciano sacerdote salió de su curato a la cercana y republicana localidad de Guama, donde se hospedó en la casa de su compañero de causa, Pedro Ibero, antiguo vecino de Aroa.
En este sentido, al poco tiempo Bustillos es instado por Altolaguirre a retornar a su curato, razón por la cual el sacerdote acude a su superior directo, Matías Brizón, sacerdote de San Felipe, para que justificase a las autoridades de Aroa su prolongada ausencia. Pese a la justificación emitida desde la casa parroquial de San Felipe, el vecindario entendió la salida de su presbítero como una fuga, cuya intención era fraguar algún plan con su parcial Pedro Ibero, en contra de los habitantes de Canoabo y su Teniente Justicia Mayor Altolaguirre.
No se equivocaban, ya que Bustillos había iniciado las diligencias necesarias ante el Capitán General Juan Manuel Cajigal para que nombrase a su amigo Ibero como teniente interino de Aroa, cuyo nombramiento logra, pero también atiza las fricciones dentro de Aroa y del bando realista de Altolaguirre, quien reacciona irritado ante la presencia patriota en Aroa, iniciándose un largo proceso de más de cuatro años para impugnar este nombramiento, tras lo cual mandan largas misivas de impugnación a las autoridades militares y civiles para lograr su cometido.
En 1816, Salvador de Moxó, como jefe militar superior de estas provincias recibe una de estas denuncias y manda abrir un expediente contra Bustillos y remite esta denuncia al arzobispo Narciso Coll y Pratt, quien solicita al jefe realista pruebas de la denuncia y le recuerda que para la época no se podían remover curas sin que el proceso siguiese los trámites establecidos por la ley. Finalmente, le tocaría al presbítero yaracuyano Manuel Vicente de Maya dilucidar este conflicto, como encargado del arzobispado por ausencia del obispo Coll y Pratt, aplicando dos sentencias: instó a Bustillos a presentar disculpas públicas y notorias al teniente Altolaguirre y le envió a la vecina población de Duaca, para seguir activo como sacerdote con la anuencia de las autoridades eclesiásticas de la época, concluyendo así esta particular guerra en los valles de Aroa.
El Ferrocarril Bolívar
Como bien lo afirma Pierre Vilar, el objeto de la historia es estudiar la dinámica de las sociedades humanas, a partir de la observación de unos hechos (la materia histórica), que a su vez se clasifica en hechos de masa, hechos institucionales y, acontecimientos.
En este sentido, la historia así vista no debe limitarse a la descripción de los hechos institucionales, ni a un recuento económico y político, sino que ha de extenderse al estudio global de las vinculaciones de estos hechos con la vida cotidiana de las sociedades que se estudian, si se pretende comprender enteramente la dinámica de éstas.
Precisamente, fue esto lo que hizo la historiadora venezolana Lucila Mujica de Asuaje, en su riguroso trabajo historiográfico titulado: “El Ferrocarril Bolívar. De Tucacas a Barquisimeto”; editado en Barquisimeto primero en el 2002 y luego reeditado en 2003 en los talleres de Tipografía y Litografía Horizonte, 165 págs.; bajo los auspicios de la Fundación Buría.
Dicha obra se contextualiza a mediados del siglo XIX y principios del XX; época del auge de la economía cafetalera de exportación, lo cual obliga a la construcción del Ferrocarril Bolívar y sus antecedentes, específicamente en 1834, donde comienza la historia de este ferrocarril a raíz de la explotación de las Minas de Cobre en Aroa, por parte de la empresa inglesa The Bolívar Mining Association, quien interesada en acarrear el mineral de cobre de la manera más rápida y segura hasta Tucacas y a través del Río Aroa, inicia la construcción en 1834 de los primeros rieles entre las minas y el sector El Hacha, inaugurando con ello uno de los primeros capítulos en la historia ferroviaria venezolana.
Como bien lo señala en el prólogo de la obra el historiador Reinaldo Rojas, “De esta historia y sus repercusiones en la vida económica y social de la denominada hoy Región Centroccidental, trata este libro de la profesora Lucila Mujica de Asuaje, elaborado como Trabajo de Grado para el Programa de Maestría en Historia que a finales de los años 70 fundara y dirigiera en la Universidad Central de Venezuela, el maestro Federico Brito Figueroa, desde las perspectivas de la Historia Económica y Social”.
Además de ello, es importante destacar que la Prof. Lucila Mujica de Asuaje ha tenido una importante trayectoria durante más de tres décadas como docente en diferentes instituciones de la región, tales como el antiguo Instituto Pedagógico Experimental de Barquisimeto, en el Colegio Inmaculada Concepción y en la Escuela Normal Miguel José Sanz; ambos de Barquisimeto, así como profesora en el Colegio Santa María de Chivacoa, ubicado en nuestro estado Yaracuy.
En este orden de ideas, el libro se estructura en un prólogo, una presentación, tres documentados capítulos, las consideraciones finales y las respectivas fuentes consultadas. En relación al contenido podemos leer entre otros aspectos: El Espacio Geográfico del Eje Tucacas- Barquisimeto; Espacio Geográfico del Ferrocarril Bolívar; El Eje Económico Tucacas-Barquisimeto: Situación, Relieve, lo Hidrográfico y lo Geológico; El Guzmancismo y las Inversiones Extranjeras (1870–1888), Vida Activa y Decadencia del Ferrocarril Bolívar(1834–1954): Su Construcción y Vinculación con las Minas de Aroa; Los Conflictos Sociales que Generó; El Eje Duaca- Barquisimeto y el Carácter de las Inversiones Extranjeras en el Eje Tucacas- Barquisimeto, respectivamente. En relación al funcionamiento de dicho Ferrocarril Bolívar en nuestro espacio yaracuyano, su autora entre otros aspectos nos indica: “(…) Para el traslado del cobre hacia el exterior a partir de 1825 se utilizaban dos vías, por una el material era llevado en recua de mula desde Aroa hasta San Nicolás pasando por los Cañizos, sitio de embarque fluvial por el Río Yaracuy hasta Boca de Yaracuy en el Golfo Triste. De aquí seguían a Puerto Cabello, sitio de salida hacia los mercados internacionales (…)”. Culmina apuntando en su riguroso texto sobre este particular, la historiadora y docente jubilada de la UPEL-IPB Lucila Mujica de Asuaje.
El 10 de diciembre de 1830 El Libertador Simón Bolívar desde su lecho de enfermo, pero en su “entero y cabal juicio, memoria y entendimiento natural”, según sus propias palabras, expresa en el cuarto ordinal de su testamento que: “Declaro que no poseo otros bienes más que las tierras y Minas de Aroa, situadas en la provincia de Carabobo, y unas alhajas que constan en el inventario que debe hallarse entre mis papeles, las cuales existen en el poder del señor Juan Francisco Martín, vecino de Cartagena”.
Sin embargo, es de hacer notar que en múltiples ocasiones El Libertador le manifestó a familiares y allegados, su disposición de vender dichas minas como una vía para garantizar el futuro de su familia y el suyo en particular, una vez retirado de la vida militar.
Dentro de este contexto, sea oportuna la ocasión para reseñar parte del contenido epistolar sostenido por El Padre de la Patria con su hermana María Antonia en anteriores oportunidades, a quien le encomendaba personalmente esa tarea. Es así como desde el Potosí, el 24 de octubre de 1825, entre otros aspectos le señalaba lo siguiente: “(…) Las Minas de Aroa quiero venderlas ahora que hay tanta ansia por minas y colonias extranjeras. Si perdemos esta ocasión, después quizá no se logrará, y cuando queramos asegurar una fortuna en Inglaterra, ya no podremos. Propiedades y haciendas nos quedan demasiadas y lo mismo digo de casas, que mañana se caerán con un temblor. Lo cierto es que teniendo nosotros en Inglaterra cien mil libras esterlinas aseguradas en el banco, gozamos al año de un tres por ciento, que pasan de doce mil pesos de renta, y además tenemos el dinero de pronto para cuando lo queramos: de este modo, suceda lo que sucediere, siempre tendrán Uds., una fortuna con que contar para Uds., y para sus hijos. A mí nunca me faltará nada, según veo por el estado de las cosas, pero a Uds les puede faltar todo, cuando menos lo piensen, pues de un momento a otro puedo morir. Además, Uds., pueden desear ir alguna vez a Europa a establecerse. De todos modos, conviene que vendamos estas Minas de Aroa, y para esto te autorizo para que hagas publicar en todas partes que se venden, presentando al público una relación muy exacta de sus ventajas y del estado en que se hallan. Te mando una copia de la carta que le escribo al arrendador de ellas para que te instruyas de todo, y puedas tratar con él como te parezca más conveniente; de modo que yo quiero que las proposiciones me las mandes a mí para yo examinarlas, y resolver lo que me parezca mejor. En Inglaterra será mejor donde se vendan estas minas (…) En general, te recomiendo todos los negocios de que te llevo hablando, y en particular de el de las minas (…) He sabido que han recibido quince o veinte mil pesos por los cobres y los arrendamientos de Aroa: dime lo que hay en esto y en la distribución que has hecho del dinero (…) Soy tuyo. Simón”.
Discurso de Nicolás Perazzo
Le correspondió a la Imprenta del Estado Yaracuy, publicar en octubre de 1972, un interesante discurso del entonces cronista de San Felipe, don Nicolás Perazzo, titulado “Bolívar en Aroa”, en ocasión del traslado de la estatua en bronce del Libertador, desde San Felipe hacia la población de Aroa, para la fecha capital del Distrito Bolívar.
En tal contexto, para la magna fecha, los actos estuvieron encabezados por el gobernador de ese entonces, Dr. Simón Saavedra Hernández, acompañado de ilustres visitantes, entre los que cabe mencionar a los directivos de la Sociedad Bolivariana de Venezuela: Dr. Luís Villalba Villalba, Dr. J.A. Escalona Escalona y coronel Cándido Pérez Méndez; por la Academia Nacional de la Historia: Dr. Héctor Parra y Dr. Carlos Felice Cardot; general Carlos Valero Monasterio del Instituto de Altos Estudios Militares, así como representantes de Asamblea Legislativa del Estado Yaracuy, Concejos Municipales de Aroa y de San Felipe, Diócesis de San Felipe, invitados especiales y representantes de organismos públicos y privados de la región; fieles testigos de tan solemne acto.
Inicia su discurso don Nicolás Perazzo, expresando: “Señores: cuarenta y dos años van a cumplirse en breve del primer centenario de la muerte del Libertador. Cuarenta y dos años va a tener esta estatua, sobria y digna, del Padre de la Patria, de erguirse en tierras del Yaracuy. No asistimos, por lo tanto, a la inauguración, propiamente dicha, sino al traslado de este bronce clásico, de San Felipe a Aroa (…)”.
Posteriormente, discurre en amenas reminiscencias de su infancia, con anécdotas de nuestra historia local, recordando luego sus estudios en el Colegio La Salle, sus lecturas, personajes yaracuyanos y otros vinculados con Aroa, como Juan Vicente Bolívar y sus hijos María Antonia y Simón; heredero del rico mayorazgo.
Por último, concluye su discurso diciendo: “Señores; está bien, muy bien, que en el concierto armonioso de la revitalización que está viviendo su patrimonio familiar en Aroa: sus minas y sus tierras, se encuentre presente, en la proyección heroica de la estatua, el recuerdo orientador y permanente del Libertador (…) sus ideales de libertad, de soberanía y de respeto de la dignidad humana”. Con este emotivo discurso del fallecido Cronista de San Felipe, don Nicolás Perazzo, concluimos éste simbólico viaje por Aroa, en un breve recorrido por su enaltecedora historia.
Luis Alberto Perozo Padua Periodista y escritor luisperozop@hotmail.com En las redes sociales: @LuisPerozoPadua a Botica…
Carlos G. Cruz H Historiador y escritor galeno1999@yahoo.com ien pudiéramos decir que el tema de…
Efraín Jorge Acevedo Historiador y escritor efrainjorge@yahoo.es X: @efrainjorge ay episodios terribles y dolorosamente trágicos…
iene que ser, el destierro, de las condenas más feroces e inhumanas. Una mezcla de separación…
Yolanda Aris Cronista Oficial del Municipio Palavecino arisyoli1@yahoo.es l pueblo de Santa Rosa está históricamente…
os papeles del Libertador Simón Bolívar, resguardados y embalados por Manuela Sáenz en 10 baúles,…
Ver comentarios
Me gusto su historia.. me gusta la bella historia de un pasado de la cual sumergio un futuro..
¿ JA JA JA confundio SURGIO CON SUMERGIO.........