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Diciembre de 1935: Balas frías en Valencia

Luis Heraclio Medina Canelón
M.C. de la Academia de Historia del Estado Carabobo

Diciem­bre de 1935. Uno sólo es el tema de con­ver­sación en toda Venezuela. La muerte del dic­ta­dor Juan Vicente Gómez reper­cute en todos los vene­zolanos. El nue­vo pres­i­dente, el gen­er­al Eleazar López Con­tr­eras lib­era a todos los pre­sos políti­cos y per­mite el regre­so de miles de exil­i­a­dos. Los odi­a­dos “ench­u­fa­dos” gomecis­tas ya no tienen ningún poder.


El antiguo pres­i­dente del esta­do Carabobo, San­tos M. Gómez, pri­mo del dic­ta­dor, es infor­ma­do en Mara­cay, donde se encon­tra­ba en las exe­quias de Gómez, que sus prostíbu­los en Valen­cia: El Danc­ing, a la entra­da de la ciu­dad, El Per­ro Rojo, en San Blas y El Gato Azul en Cen­de­lar­ia,  son incen­di­a­dos y saque­a­d­os por las propias mere­tri­ces. El pueblo sale a la calle a cobrar las afrentas y desa­fueros de los gomecis­tas cometi­dos por casi trein­ta años. San­tos M. Gómez aparte de prox­ene­ta era un cono­ci­do pedó­fi­lo que com­pra­ba niñas en los cam­pos y luego de uti­lizarlas por unos días las ponía a “tra­ba­jar” en sus negocios.

Una tras otra, son saque­a­d­os las casas y los locales de San­tos, de sus her­manos, de Ramón Ramos, ante­ri­or pres­i­dente del esta­do, de Anto­nio Pimentel, quien se había apoder­a­do de casi toda Yagua, Vigir­i­ma y Guacara val­ién­dose de su com­padraz­go con el dic­ta­dor. Los “gomeros” se han apropi­a­do, muchas veces por medio de la extor­sión, de hacien­das y propiedades por todo Carabobo.

Aparte de San­tos M. Gómez, los más odi­a­dos por los carabobeños son el “coro­nel” Gre­go­rio Angu­lo (alias) Cara de Sapo, direc­tor del Aseo Urbano, quien “matraque­a­ba” con­tin­u­a­mente a com­er­ciantes y par­tic­u­lares, lleván­do­los pre­sos cuan­do no le paga­ban sus extor­siones.

Tam­bién el lla­ma­do “coro­nel” Eze­quiel Vegas, coman­dante de la policía, uno de los autores mate­ri­ales del asesina­to de Joaquín Mar­iño, muer­to por tor­turas en el Cuar­tel de la Casa Páez, respon­s­able de innu­mer­ables deten­ciones arbi­trarias y torturas. 

Tan pron­to se conoce la muerte de Gómez ambos desa­pare­cen del panora­ma sin dejar ras­tro. Sus casas son saque­adas y destru­idas. Has­ta las ven­tanas son arran­cadas por caminoes. Muchas son incen­di­adas. En total unas seten­ta casas de los gomecis­tas son saque­adas en la pequeña Valen­cia de 1935.

Espe­cial ensañamien­to se recuer­da en con­tra del palacete de Rober­to Matute Gómez, otro de los pri­mos del dic­ta­dor que arde total­mente en la antigua Aveni­da Camoru­co. Años después será restau­ra­do y con­ver­tido en el Hotel 400, hoy Hotel Palace.

Ante tan tur­bu­len­to panora­ma las famil­ias se res­guardan en las casas. Las seño­ras se encier­ran con sus mucha­chos y ape­nas los hom­bres salen a ver o a descar­gar su furia en con­tra de los esbir­ros. Es curioso ver en las fotos de las calles valen­cianas de esos días, mul­ti­tud de hom­bres, pero ningu­na mujer.

Una pobla­da trató de asaltar el Cuar­tel de Policía, que qued­a­ba en la Casa Páez, todavía en manos de un ofi­cial gomecista, pero inter­vinieron los mil­itares de la guar­ni­ción quienes sin vio­len­cia tomaron el cuar­tel y despacharon a los policías para evi­tar actos de violencia.

Afor­tu­nada­mente en los primeros días de la con­vul­sión no hubo muer­tos en Valencia.

Pero en un momen­to una tur­ba decide ir a la Cár­cel Públi­ca de Valen­cia, que qued­a­ba en esos tiem­pos detrás del Teatro Munic­i­pal, en la Calle Lib­er­tad, entre Montes de Oca y Carabobo, donde hoy que­da la Bib­liote­ca Públi­ca.  La muchedum­bre rodea la cár­cel y le lan­zan piedras para tratar de ini­ciar el asalto.

Un pelotón de policías cus­to­dia el pre­sidio arma­dos de fusiles máuser. Jamás han vis­to una man­i­festación vio­len­ta. No saben cómo actu­ar. Cuan­do la situación se tor­na más ten­sa empiezan a dis­parar “al aire”.

A pocas cuadras de allí María Dino­rah Viz­car­ron­do, una joven de lo más cono­ci­do de la sociedad valen­ciana está en su casa, como todas las muchachas de su edad. Sólo le que­da aso­marse y se sien­ta en el poyo de la ven­tana a pre­gun­tar a los veci­nos qué es lo que está pasan­do. Cuan­do vuel­ven a sonar los tiros vuelve María Dino­rah a aso­marse. En ese momen­to una bala de fusil le atraviesa el pecho y la mata en el acto.

 

Unas casas mas allá, otro mucha­cho que sal­ió a pres­en­ciar los dis­tur­bios recibe un tiro en la cabeza. Su nom­bre es Agustín Code­ci­do, otro dis­tin­gui­do miem­bro de la ciudad.

María Dino­rah y Agustín fueron las dos últi­mas víc­ti­mas de la dic­tadu­ra que oprim­ió a Valen­cia por casi trein­ta años.

El palacete de Rober­to M. Gómez, pas­to de las lla­mas luego del saqueo. Hoy es el Hotel Palace
Luis Medina Canelón

Abogado, escritor e historiador Miembro Correspondiente de la Academia de Historia del Estado Carabobo

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