A la memoria de don Eurípides Ponte,
insigne cabudareño que me mostró el camino de reseñar las vivencias
De izquierda a derecha los miembros del cabildo de 1963: Juan de Dios Meleán, Juan Irene Vásquez, Julio Álvarez Casamayor, Eurípides Ponte, Aura Rosa Agüero y Juan Vargas |
Conocer a Eurípides Ponte es pasearse por un texto de historia. Pero no cualquier título nos lleva al mágico mundo de las solariegas calles de tierra y casas de bahareque y palmas, con su pulpería y botica. La infaltable iglesia frente a la Plaza Bolívar con los caballos y burros con sus chirguas y jamugas cargadas.
Eurípides vino al mundo en la casa materna, frente a la de Monseñor Ponte, las dividía el antiguo camino Real que conducía desde Barquisimeto hacia los llanos. Cinco hermanos cuatro varones y una hembra.
Pero yo me enteré que tenía tres nombres, agrega, cuando me jubilaron del Central Río Turbio, donde trabajé 34 años y ocupe diferentes puestos, empezando como escribiente, hasta llegar a Jefe de Ventas. También fui directivo de la empresa.
En las inaugurales elecciones de los albores democráticos, realizados en diciembre de 1958, donde participaron AD, COPEI, URD, UPA, Partido Socialista de Venezuela, Eurípides Ponte salió electo concejal por la tolda blanca, la cual obtuvo la mayoría de los votos y consiguió seis ediles.
El nuevo ayuntamiento democrático fue juramentado en marzo del año siguiente, correspondiendo la presidencia al también cabudareño Julio Álvarez Casamayor, primera vicepresidencia Eurípides Ponte, segunda vicepresidencia Juan Irene Vásquez por URD, y como vocales fungieron Juan de Dios Meleán, Aura Rosa Agüero, (primera concejal mujer del municipio), Pablo González, José Ramón Marín y Miguel Pacheco como secretario.
Fue concejal hasta 1969, cuando triunfó COPEI, por la división de AD al no aceptar la candidatura del Maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, acusado de comunista para ese entonces, “lo que sucedió es que él sí era socialista, pero las apetencias personales de algunos políticos de ese entonces, lo condenaron”.
Los concejales no devengaban salario alguno, los cargos se desempeñaban “por vocación. El único que tenía una asignación era el presidente del Concejo. Cuando yo ocupé ese cargo, la retribución era de 800 bolívares mensuales y más tarde, Antonio Palacios la aumentó a mil bolívares”.
Eurípides Ponte, afirma con palabras sencillas, la satisfacción que le produce servirle a Cabudare. Sus ojos empezaron a anegarse de lágrimas fáciles. “Aun sigo aportándole a este pueblo, no como antes, pero persigo ese motivo cotidiano para enseñar algo bueno, como ahora con usted, que le enseño parte de esa pequeña historia local”.
Sostiene con vehemencia que en su gestión como presidente del cabildo, logró conseguir otras escuelas, “ya que el pueblo contaba con una sola: la Ezequiel Bujanda, que además no tenía sede propia y mensualmente funcionaba itinerante en la casa de algún vecino”.
A ese concejo también se le atribuye, entre otros logros, las construcciones del Liceo jacinto Lara y el Estadio Terepaima, complicado proyecto debido a la cuantiosa inversión, toda vez que tuvieron que indemnizar a las familias que vivían en “casitas de palma” en los predios donde se construiría la monumental estructura deportiva.
Otra conquista fue la recolección de los desechos sólidos, que se realizaba en carreta tirada de mulas, adquisición de una porción de terreno de la Hacienda La Mata, donde se cultivaba cocuiza y era propiedad del doctor Julio Alvarado Silva.
La avenida La Mata también se ejecutó en la gestión de Eurípides Ponte, con una inversión de 350 mil bolívares ‑de los de antes-. En la actualidad es una de las arterias viales más importantes de Cabudare.
Eurípides Ponte afirma con la modestia de quien no necesita abrigarse con lisonjas para saberlas merecidas, que fue fundador del primer equipo oficial de béisbol de Palavecino. También creó el Club de Leones de Cabudare, del cual aun es miembro.
Pero existe otra actividad que le regocija hondamente: es miembro activo de los Guardianes del Libertador de la Plaza Bolívar de Cabudare, calificativo que la cotidianidad les colocó a ese inmortal grupo de hombres que reunidos diariamente, rememoran el pasado y las anécdotas del pueblo.
Redactan documentos donde plantean con sentido crítico soluciones concretas para la ciudad. Afianzan conocimientos del ayer para preservarlos y comprender lo que somos hoy.
Sus cátedras son escuchadas diariamente por grandes y chicos que visitan ese lugar mágico. En la actualidad son menos los Guardianes del Libertador. Algunos se han marchado a otras instancias, pero han dejado intacta la sabia caudalosa de sus conocimientos y sobre todo, la conciencia firme que esa misión es una labor social en función de defender lo propio y coadyuvar al bienestar colectivo.
De eso vive y se alimenta, porque Eurípides Ponte, a sus 83 años de fructífera existencia, testimonio del tiempo, cree en el progreso de Cabudare y en un mejor porvenir.
Rosa Emilia Cordero Morillo, había llegado a Cabudare procedente de Caracas cuando apenas era una moza. Pero es oriunda de Las Yegüitas, cerca de Siquisique y descendiente de indígenas Jirajaras.
Recuerda Eurípides que conoció a su esposa en una fiesta que se celebraba en Cabudare, en la casa de Claudina de Colombo, donde después de mucha insistencia de un amigo, entró al baile y allí, en medio del espíritu festivo, divisó a Rosa Emilia, cuyo deslumbrantes ojos le cautivaron de por vida.
Ya en misa, ese domingo de lluvias tardías, la vio de nuevo y pasó toda la ceremonia mirándola. Ella por su parte, lo ignoró pese a que el muchacho ya se había ganado su atención.
Pero fue a la salida de la iglesia ‑expresa con exaltación- que la conocí realmente, porque ella paseaba por la plaza con un perrito y repentinamente se le escapó. Eché a correr, lo atrapé y se lo entregué en sus manos. Tiempo después nos casamos y
trajimos al mundo cinco bellos hijos.
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