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Eurípides Ponte fue testimonio del tiempo cabudareño

 

A la memo­ria de don Eurípi­des Ponte, 
insigne cabu­dareño que me mostró el camino de reseñar las vivencias

Sirvió a su pueblo por más de medio siglo y afirma con un entusiasmo fascinante que donde haya un puesto de lucha, es el primero en la línea de fuego, porque ama a su terruño 

Este hombre ocupó diferentes escaños como funcionario público y en su gestión, el municipio Palavecino conoció el progreso 

El trabajo realizado es la muestra de su optimismo sobre el futuro de la localidad Su nombre de imperecedera estirpe, sin duda, está inscrito en la memoria histórica de esta pujante jurisdicción larense, por su legado y por su ejemplo

De izquier­da a derecha los miem­bros del cabil­do de 1963: Juan de Dios Meleán, Juan Irene Vásquez, Julio Álvarez Casamay­or, Eurípi­des Ponte, Aura Rosa Agüero y Juan Vargas

Cono­cer a Eurípi­des Ponte es pasearse por un tex­to de his­to­ria. Pero no cualquier títu­lo nos lle­va al mági­co mun­do de las solar­ie­gas calles de tier­ra y casas de bahareque y pal­mas, con su pulpería y bot­i­ca. La infaltable igle­sia frente a la Plaza Bolí­var con los cabal­los y bur­ros con sus chir­guas y jamu­gas cargadas.

Hablar con Eurípi­des es sumer­girse en el pasa­do remo­to, es recon­stru­ir la his­to­ria y
sep­a­rarse en el tiem­po y el espa­cio. Es com­pren­der por qué y cómo se instaló el primer con­ce­jo munic­i­pal en los albores democráti­cos, la con­struc­ción de los primeros urban­is­mos y vías de comu­ni­cación, la insta­lación de grandes estruc­turas deporti­vas, la lle­ga­da de enti­dades ban­car­ias y com­er­ciales, en
fin, el pro­gre­so de la ciudad. 
 
Sí, en la Plaza Bolí­var de Cabu­dare, a par­tir de las cua­tro de la tarde, se reúne un grupo de hom­bres de tiem­po, unos naci­dos en esa local­i­dad y otros lle­ga­dos en la déca­da de los trein­ta, cuan­do caía la cru­el dictadura.
 
Entre estos primeros hom­bres se encuen­tra Eurípi­des, ayu­da­do a venir al mun­do por “mamá Micaela” una partera vet­er­ana, en el exac­to sen­ti­do de la pal­abra, el 13 de noviem­bre de 1925. “Cuan­do yo veía a la vieji­ta Micaela tenía que hin­car­me y pedirle la ben­di­ción”, evo­ca con añoranza.
 
Isabel Hernán­dez Agüero, su madre, de estirpe ale­m­ana llegó a Bar­quisime­to a prin­ci­p­ios del siglo veinte, prove­niente de Quí­bor. Su padre, José María Ponte Car­mona, era descen­di­ente de españoles.
 
Según Juan de Dios Meleán, con­sid­er­a­do uno de los primeros cro­nistas no ofi­ciales del munici­pio Palave­ci­no, apun­tó en uno de sus libros, que en el primer poblamien­to de Cabu­dare ya la famil­ia Ponte fig­ura­ba entre los habitantes.
 
Con la mis­ma sen­cillez que rela­ta sus cróni­cas y glo­riosos días de juven­tud, Eurípi­des señala con orgul­lo, ser famil­ia direc­ta de Mon­señor José Anto­nio Ponte, VI Arzo­bis­po de Cara­cas y primer prela­do criol­lo con esta mem­o­rable investidu­ra que tuvo Venezuela. Naci­do en Cabu­dare y sepul­ta­do en la Cat­e­dral de Caracas.
 
Los Arzo­bis­pos ante­ri­ores a él ‑expli­ca- eran envi­a­dos des­de España y Colom­bia. Él nos dio esa glo­ria y nosotros le pag­amos con una anod­i­na estruc­tura ya der­rui­da que remem­o­ra el lugar de su nacimien­to en la actu­al aveni­da Libertador.
 

Eurípi­des vino al mun­do en la casa mater­na, frente a la de Mon­señor Ponte, las dividía el antiguo camino Real que con­ducía des­de Bar­quisime­to hacia los llanos. Cin­co her­manos cua­tro varones y una hembra.

Eurípi­des Ponte aún remem­o­ra, con bril­lante lucidez, la menu­da his­to­ria cabudareña
 
Ramón Igna­cio Eurípi­des Ponte, es su nom­bre de pila. Rev­ela que lo lla­maron Ramón por su abue­lo, Igna­cio por haber naci­do el día de ese san­to y Eurípi­des porque acaba­ba de lle­gar esa nov­ela a Cara­cas, coin­ci­di­en­do su nacimien­to con la visi­ta de unos famil­iares, quienes pidieron “me colo­caran ese nombre”.
 

Pero yo me enteré que tenía tres nom­bres, agre­ga, cuan­do me jubi­laron del Cen­tral Río Tur­bio, donde tra­ba­jé 34 años y ocupe difer­entes puestos, empezan­do como escri­bi­ente, has­ta lle­gar a Jefe de Ven­tas. Tam­bién fui direc­ti­vo de la empresa.

Las primeras letras

No fue un devo­to de los libros, pero gra­cias al inmi­nente mae­stro Héc­tor Fer­di­nan­do Rojas Meza, Eurípi­des cono­ció la lec­tura y escrit­u­ra. Comen­ta que fue a los once años cuan­do el noble pre­cep­tor lo invitó a una escuela noc­tur­na, “para peones”, porque conocía bien su situación familiar.
 
A Eurípi­des se le tenía pro­hibido asi­s­tir a la escuela. Benig­no Con­tr­eras, jefe civ­il de Cabu­dare y esbir­ro del rég­i­men dic­ta­to­r­i­al, había cer­ti­fi­ca­do la orden toda vez que José María Ponte, no sim­pa­ti­z­a­ba con Juan Vicente Gómez.
 
-Recuer­do que yo esta­ba para­do frente a la Plaza Bolí­var de Cabu­dare, cuan­do don Héc­tor me abor­dó y me dijo: mira Eurípi­des, tú no puedes seguir sin apren­der a leer, lo espero esta noche sin fal­ta, me exhortó.
 
Eurípi­des es uno de los fir­mantes del acta con­sti­tu­ti­va de la primera bib­liote­ca pub­li­ca insta­l­a­da en Cabu­dare por ini­cia­ti­va del insigne mae­stro Rojas Meza, luego de la caí­da de la fer­oz dic­tadu­ra gomecista, “fue la primera vez que fir­mé un doc­u­men­to en medio de una muchedum­bre, ya que en el pueblo eran muy pocas las per­sonas que sabían leer y escribir”.
 

Casta J. Riera inspiró su superación

 Pero estu­di­ar el bachiller­a­to era muy difí­cil para ese tiem­po, lo cual no fue obstácu­lo para Eurípi­des. Se inscribió en la Acad­e­mia Com­er­cial Mos­quera Suárez, ubi­ca­da frente a la Plaza Bolí­var de Barquisimeto.
 
Recuen­ta con ligereza que tenía que lev­an­tarse, todos los días, a la cin­co de la mañana para irse cam­i­nan­do, des­de Cabu­dare has­ta la acad­e­mia. “El camino era de tier­ra y atrav­es­a­ba la Hacien­da Tara­bana, propiedad de don Mar­i­ano Yepes Gil, para subir por Zamurobano, has­ta la Cruz Blan­ca, pero Bar­quisime­to empez­a­ba en
el Mer­ca­do Alt­a­gra­cia, lo demás era puro monte y culebra”.
Eurípi­des Ponte en su dis­cur­so como pres­i­dente del cabil­do en 1959
Eurípi­des rela­ta que siem­pre lle­ga­ba tarde a clases, lo que molesta­ba a la maes­tra Cas­ta J. Riera, que con sin­gu­lar imposi­ción reclam­a­ba su apari­ción tardía, “no existía pre­tex­to váli­do, así viviera en Cabu­dare, porque el estu­dio y la superación eran pri­or­i­dad para ella”.
 
En invier­no era imposi­ble atrav­es­ar el cau­daloso río Tur­bio, por tan­to, el padre de Eurípi­des ren­tó una habitación de una pen­sión del cen­tro de la ciu­dad, “para que yo pudiera con­tin­uar los estu­dios y grad­uarme de con­tabil­i­dad y mecanografía”.

 

Se instala la primera
cámara municipal

En las inau­gu­rales elec­ciones de los albores democráti­cos, real­iza­dos en diciem­bre de 1958, donde par­tic­i­paron AD, COPEI, URD, UPA, Par­tido Social­ista de Venezuela, Eurípi­des Ponte sal­ió elec­to con­ce­jal por la tol­da blan­ca, la cual obtu­vo la may­oría de los votos y con­sigu­ió seis ediles.

El nue­vo ayun­tamien­to democráti­co fue jura­men­ta­do en mar­zo del año sigu­iente, cor­re­spon­di­en­do la pres­i­den­cia al tam­bién cabu­dareño Julio Álvarez Casamay­or, primera vicepres­i­den­cia Eurípi­des Ponte, segun­da vicepres­i­den­cia Juan Irene Vásquez por URD, y como vocales fungieron Juan de Dios Meleán, Aura Rosa Agüero, (primera con­ce­jal mujer del munici­pio), Pablo González, José Ramón Marín y Miguel Pacheco como secretario.

Fue con­ce­jal has­ta 1969, cuan­do tri­un­fó COPEI, por la división de AD al no acep­tar la can­di­datu­ra del Mae­stro Luis Bel­trán Pri­eto Figueroa, acu­sa­do de comu­nista para ese entonces, “lo que sucedió es que él sí era social­ista, pero las ape­ten­cias per­son­ales de algunos políti­cos de ese entonces, lo condenaron”.

Los con­ce­jales no devenga­ban salario alguno, los car­gos se desem­peña­ban “por vocación. El úni­co que tenía una asi­gnación era el pres­i­dente del Con­ce­jo. Cuan­do yo ocupé ese car­go, la ret­ribu­ción era de 800 bolí­vares men­su­ales y más tarde, Anto­nio Pala­cios la aumen­tó a mil bolívares”.

“Me enorgullece haber servido a Cabudare” 

Eurípi­des Ponte, afir­ma con pal­abras sen­cil­las, la sat­is­fac­ción que le pro­duce servir­le a Cabu­dare. Sus ojos empezaron a ane­garse de lágri­mas fáciles. “Aun sigo aportán­dole a este pueblo, no como antes, pero per­si­go ese moti­vo cotid­i­ano para enseñar algo bueno, como aho­ra con ust­ed, que le enseño parte de esa pequeña his­to­ria local”. 

Sostiene con vehe­men­cia que en su gestión como pres­i­dente del cabil­do, logró con­seguir otras escue­las, “ya que el pueblo con­ta­ba con una sola: la Eze­quiel Bujan­da, que además no tenía sede propia y men­su­al­mente fun­ciona­ba itin­er­ante en la casa de algún vecino”.

A ese con­ce­jo tam­bién se le atribuye, entre otros logros, las con­struc­ciones del Liceo jac­in­to Lara y el Esta­dio Tere­paima, com­pli­ca­do proyec­to debido a la cuan­tiosa inver­sión, toda vez que tuvieron que ind­em­nizar a las famil­ias que vivían en “casitas de pal­ma” en los pre­dios donde se con­stru­iría la mon­u­men­tal estruc­tura deportiva.

Otra con­quista fue la recolec­ción de los dese­chos sóli­dos, que se real­iz­a­ba en car­reta tira­da de mulas, adquisi­ción de una por­ción de ter­reno de la Hacien­da La Mata, donde se cul­tiva­ba cocuiza y era propiedad del doc­tor Julio Alvara­do Silva.

La aveni­da La Mata tam­bién se eje­cutó en la gestión de Eurípi­des Ponte, con una inver­sión de 350 mil bolí­vares ‑de los de antes-. En la actu­al­i­dad es una de las arte­rias viales más impor­tantes de Cabu­dare.

Otras actividades meritorias

Eurípi­des Ponte afir­ma con la mod­es­tia de quien no nece­si­ta abri­garse con lison­jas para saber­las mere­ci­das, que fue fun­dador del primer equipo ofi­cial de béis­bol de Palave­ci­no. Tam­bién creó el Club de Leones de Cabu­dare, del cual aun es miembro.

Eurípi­des Ponte (AD) entre­ga la pres­i­den­cia del Ayun­tamien­to local a su homól­o­go Anto­nio Pala­cios (COPEI) 

Pero existe otra activi­dad que le rego­ci­ja hon­da­mente: es miem­bro acti­vo de los Guardianes del Lib­er­ta­dor de la Plaza Bolí­var de Cabu­dare, cal­i­fica­ti­vo que la cotid­i­an­idad les colocó a ese inmor­tal grupo de hom­bres que reunidos diari­a­mente, remem­o­ran el pasa­do y las anéc­do­tas del pueblo. 

Redac­tan doc­u­men­tos donde plantean con sen­ti­do críti­co solu­ciones conc­re­tas para la ciu­dad. Afi­an­zan conocimien­tos del ayer para preser­var­los y com­pren­der lo que somos hoy.  

Sus cát­e­dras son escuchadas diari­a­mente por grandes y chicos que vis­i­tan ese lugar mági­co. En la actu­al­i­dad son menos los Guardianes del Lib­er­ta­dor. Algunos se han mar­cha­do a otras instan­cias, pero han deja­do intac­ta la sabia cau­dalosa de sus conocimien­tos y sobre todo, la con­cien­cia firme que esa mis­ión es una labor social en fun­ción de defend­er lo pro­pio y coad­yu­var al bien­es­tar colectivo.

De eso vive y se ali­men­ta, porque Eurípi­des Ponte, a sus 83 años de fruc­tífera exis­ten­cia, tes­ti­mo­nio del tiem­po, cree en el pro­gre­so de Cabu­dare y en un mejor porvenir. 

En un baile encontró el amor

Rosa Emil­ia Cordero Moril­lo, había lle­ga­do a Cabu­dare proce­dente de Cara­cas cuan­do ape­nas era una moza. Pero es ori­un­da de Las Yegüi­tas, cer­ca de Siquisique y descen­di­ente de indí­ge­nas Jirajaras.

Recuer­da Eurípi­des que cono­ció a su esposa en una fies­ta que se cel­e­bra­ba en Cabu­dare, en la casa de Clau­d­i­na de Colom­bo, donde después de mucha insis­ten­cia de un ami­go, entró al baile y allí, en medio del espíritu fes­ti­vo, divisó a Rosa Emil­ia, cuyo deslum­brantes ojos le cau­ti­varon de por vida.

Ya en misa, ese domin­go de llu­vias tardías, la vio de nue­vo y pasó toda la cer­e­mo­nia mirán­dola. Ella por su parte, lo ignoró pese a que el mucha­cho ya se había gana­do su aten­ción.

Pero fue a la sal­i­da de la igle­sia ‑expre­sa con exaltación- que la conocí real­mente, porque ella pasea­ba por la plaza con un per­ri­to y repenti­na­mente se le escapó. Eché a cor­rer, lo atrapé y se lo entregué en sus manos. Tiem­po después nos casamos y
tra­ji­mos al mun­do cin­co bel­los hijos.

Se entrevistan con Betancourt

Para la adju­di­cación de una parte de los ter­renos de la Hacien­da La Mata, una comisión rep­re­sen­ta­da por Eurípi­des Ponte como pres­i­dente del con­ce­jo munic­i­pal, Julio Álvarez Casamay­or, Juan Irene Vásquez y Fran­cis­co “Coché” Rojas, pres­i­dente de la extin­ta Asam­blea Leg­isla­ti­va del esta­do Lara, vis­i­taron el despa­cho de Rómu­lo Betan­court, Pres­i­dente de la Repúbli­ca.
 
Recuer­do muy bien que cuan­do entramos a la ofic­i­na pres­i­den­cial, describe con fer­vor, esta­ba don Rómu­lo con su cachim­ba sen­ta­do y se colocó de pie para saludarnos.
 
-Pos­te­ri­or al pro­to­co­lo de pre­sentación, le dije: señor pres­i­dente me va a per­mi­tir un min­u­to para con­tar­le una anéc­do­ta, el man­datario asin­tió con la cabeza y pros­eguí, cuan­do ust­ed esta­ba escon­di­do en la Pos­esión La Mata, en tiem­pos de la dic­tadu­ra, entró un joven al ran­cho que le servía de refu­gio. Allí, Catal­i­no Escalona, encar­ga­do de su cus­to­dia, nos pre­sen­tó advir­tién­dole a ust­ed, que el mucha­cho era de con­fi­an­za, pues ese joven era yo, que aparte de lle­var­le algu­nas fru­tas, quería conocerlo.
 
Luego de la entre­vista, señala Eurípi­des Ponte, don Rómu­lo lev­an­tó el telé­fono y llamó al Insti­tu­to Agrario Nacional y pidió comu­ni­carse con Edgar Pérez Seg­ni­ni, a quien le indicó girar los recur­sos nece­sar­ios para com­prar los ter­renos de la cita­da hacien­da, con la inten­ción de desar­rol­lar un com­ple­jo habitacional.
 
El ejecútese se real­izó seis meses después, donde ya el Con­ce­jo Munic­i­pal tenía toda una bril­lante y bien elab­o­ra­da plan­i­fi­cación del nue­vo urban­is­mo, desar­rol­la­do por Jesús Rodil, un acred­i­ta­do topógrafo.
 
En 1969, el pro­pio pres­i­dente Betan­court inau­guró la naciente urban­ización. Y en el dis­cur­so del min­istro de la vivien­da felic­itó al cabil­do por el desar­rol­lo habitacional,
“nun­ca antes vis­to, porque hemos recor­ri­do todo el ter­ri­to­rio nacional inau­gu­ran­do vivien­das para el pueblo y ésta ha sido la mejor plan­i­fi­ca­da”, pro­nun­ció. El salón donde real­izan las sesiones el Con­ce­jo Munic­i­pal de Palave­ci­no lle­va el nom­bre de don Eurípi­des Ponte a solic­i­tud de quien fir­ma esta cróni­ca como hom­e­na­je pós­tu­mo a su memoria. 
 

Luis Alberto Perozo Padua 

Foto destacada: Concejal de Cabudare AD Eurípides Ponte en su discurso ante la primera cámara municipal democrática al instalarse en 1957

 

Fran­cis­co José Rojas, Abun­dio Escalona, Eurípi­des Ponte y julio Alvarez Casamayor
Mar­garo, Eurípi­des y Colom­bo. Foto: Améri­co Cortez, cro­nista de Cabudare
JUAN DE DIOS MELEAN BASTIDAS Y EURIPIDES PONTE 1997

CorreodeLara

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