Una mujer, llamada Juanita Pinto, de quien se decía que pedía limosna por las calles de la ciudad, proveía de comida y remedios a los perros callejeros, además de
Un día Juanita Pinto murió y desde ese día los perros esperaron impacientes a su benefactora que se había ido para siempre. Muchos años pasaron y desde entonces, cuentan los viandantes que cuando pasaban por el Puente Bolívar en noches de luna llena en la ciudad dormida, se escuchaban los lastimeros aullidos de los perros en el silencio de la noche por el alma de Juanita Pinto.
Un día Juanita Pinto murió y desde ese día los perros esperaron impacientes a su benefactora que se había ido para siempre
Un día Juanita Pinto murió y desde ese día los perros esperaron impacientes a su benefactora que se había ido para siempre. Muchos años pasaron y desde entonces, cuentan los viandantes que cuando pasaban por el Puente Bolívar en noches de luna llena en la ciudad dormida, se escuchaban los lastimeros aullidos de los perros en el silencio de la noche por el alma de Juanita Pinto.
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