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Un hospital para perros debajo del Puente Bolívar

 

Omar Garmendia
Cronista

DECÍA ELIGIO MACÍAS MUJICA (1900–1962), periodista, historiador y primer cronista oficial de Barquisimeto, que en la historia hospitalaria de Venezuela, nuestra ciudad tiene la credencial de haber sido la única en el país en la cual ha existido un hospital de perros perfectamente organizado.

Una mujer, lla­ma­da Juani­ta Pin­to, de quien se decía que pedía limosna por las calles de la ciu­dad, proveía de comi­da y reme­dios a los per­ros calle­jeros, además de pro­por­cionarles camas, hamacas, sil­las y otros imple­men­tos. Vivía con los per­ros deba­jo de las arcadas del Puente Bolí­var donde había insta­l­a­do el car­i­ta­ti­vo y orga­ni­za­do hos­pi­tal, ali­men­tán­do­los y ali­vian­do sus males con aten­ciones y cuida­dos mater­nales, por lo que prefer­ía que las limosnas que solic­ita­ba se las dier­an en comi­da para sus­ten­tar la can­ti­dad de per­ros que la acom­paña­ban y cuid­a­ban su vivien­da, aje­na a las burlas y risas que le lan­z­a­ban los mucha­chos y a los que respondía sin eno­jo: “todo sea por amor a Dios”.

Un día Juani­ta Pin­to murió y des­de ese día los per­ros esper­aron impa­cientes a su bene­fac­to­ra que se había ido para siem­pre. Muchos años pasaron y des­de entonces, cuen­tan los vian­dantes que cuan­do pasa­ban por el Puente Bolí­var en noches de luna llena en la ciu­dad dormi­da, se escuch­a­ban los las­timeros aulli­dos de los per­ros en el silen­cio de la noche por el alma de Juani­ta Pinto.

Un día Juani­ta Pin­to murió y des­de ese día los per­ros esper­aron impa­cientes a su bene­fac­to­ra que se había ido para siempre

Vivía con los per­ros deba­jo de las arcadas del Puente Bolí­var donde había insta­l­a­do el car­i­ta­ti­vo y orga­ni­za­do hos­pi­tal, ali­men­tán­do­los y ali­vian­do sus males con aten­ciones y cuida­dos mater­nales, por lo que prefer­ía que las limosnas que solic­ita­ba se las dier­an en comi­da para sus­ten­tar la can­ti­dad de per­ros que la acom­paña­ban y cuid­a­ban su vivien­da, aje­na a las burlas y risas que le lan­z­a­ban los mucha­chos y a los que respondía sin eno­jo: “todo sea por amor a Dios”.

Un día Juani­ta Pin­to murió y des­de ese día los per­ros esper­aron impa­cientes a su bene­fac­to­ra que se había ido para siem­pre. Muchos años pasaron y des­de entonces, cuen­tan los vian­dantes que cuan­do pasa­ban por el Puente Bolí­var en noches de luna llena en la ciu­dad dormi­da, se escuch­a­ban los las­timeros aulli­dos de los per­ros en el silen­cio de la noche por el alma de Juani­ta Pinto.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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