La ambición de los caudillos militares marcó el siglo XIX
Juan José Peralta
Periodista
Para Simón Bolívar la Gloria era su máxima ambición y en ese empeño gastó su inmensa fortuna. Su más reconocido jefe militar desde la batalla de Carabobo, general José Antonio Páez, quería poder y fundos de ganado. Bolívar le entregó la jefatura de Venezuela y al descubrirse la Cosiata, fue a Caracas para aplacar la conspiración, le dio más poderes y le alborotó la ambición.
Expulsado de Colombia por sus enemigos, Bolívar quiso volver a su ciudad natal y el caudillo llanero se lo impidió. Le cerró todas las puertas. Quería un país para el solito. El Libertador se fue a morir a Santa Marta, cuando planeaba un viaje en procura de salud para volver.
Páez separó a Venezuela de la Gran Colombia, se hizo su constitución y el congreso lo designó presidente. A José María Vargas, segundo presidente, por ser civil le dieron un golpe de estado. Los militares decían que la presidencia no era para civiles. Mariño con Carujo lo depusieron pero Páez lo repuso y al final Vargas se fue al rectorado de la Universidad y el general Carlos Soublette culminó el período, para que Páez volviera a la presidencia en el tercer período. Soublette presidió el cuarto.
El golpe al congreso
Los liberales tenían al país alborotado y Páez con Soublette –los conservadores o godos– acordaron respaldar las aspiraciones del muy ambiciosos general José Tadeo Monagas quien “saltó la talanquera” y se alió con los liberales. El congreso paecista quería enjuiciarlo y les dio un golpe en febrero de 1848. El héroe de Carabobo se alzó y salió derrotado por el codicioso presidente que presionó al congreso por más poder.
Monagas venció a Páez y luego de humillarlo en prisión lo expulsó al exilio e impuso a su hermano José Gregorio para sucederlo. De nuevo presidente, pidió al Congreso llevar el período a seis años y reelección indefinida, modelo que copió Chávez en este siglo.
Monagas no disfrutó los beneficios del nuevo período. Conservadores y liberales rechazaron su ambición continuista y con el general Julián Castro a la cabeza le dieron un golpe de estado. Debió asilarse en la legación de Francia para luego ir al exilio mientras se convocaban elecciones abiertas para propietarios y alfabetos.
Electo presidente, el prócer civil Manuel Felipe de Tovar hizo regresar a Páez de su exilio en Nueva York y lo encargó del ejército para enfrentar la guerra federal que acababa de reventar en el occidente venezolano, acaudillada por los generales Ezequiel Zamora, Juan Crisóstomo Falcón y Antonio Guzmán Blanco.
Tovar encargó a su vicepresidente Pedro Lander, otro civil, pero el caudillo llanero de las Queseras del Medio lo depuso, se quedó con la presidencia y al frente del ejército del gobierno, perdió la guerra y capituló ante Falcón y su codicia. Derrotado, Páez se fue con sus ambiciones a morir en Nueva York.
Ascendido a mariscal y elegido presidente, Falcón no pudo con un país arruinado por las guerras y su corrupta gestión. Con cualquier pretexto se iba de permiso a Coro y encargaba de la presidencia a Guzmán Blanco o Miguel Gil. Cuando se pensaba que reformaría la Constitución para presentar su candidatura, renunció y dejó encargado al general Manuel Felipe Bruzual. Se fue con su estrepitoso fracaso y sus ambiciones a su hacienda luego de su dimisión el 28 de abril de 1868. La realidad: Falcón estaba enfermo. https://correodelara.com/http-bit-ly-2yc2zqo/
Al conocer el avance de la Revolución Azul encabezada por José Tadeo Monagas, quien reaparecía con sus ambiciones. Bruzual huyó a Puerto Cabello y se encargó de la presidencia a Guillermo Tell Villegas, quién expulsó a Falcón a Curazao. De 88 años, Monagas murió en el intento de una tercera presidencia. Y Falcón en Martinica en 1870, cuando Guzmán Blanco llegaba con su Revolución de Abril y sus ambiciones de poder y dinero.
El guzmancismo
El arribo al poder del líder de la Revolución de Abril se inició el período llamado por los historiadores el guzmancismo, desde 1870 hasta 1899, cuando los andinos encabezados por Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez asumieron el poder para iniciar el siglo XX bajo un nuevo signo. Pero esa es otra historia.
A Guzmán se le considera el mandatario más corrupto del siglo XIX. La Constitución establecía el periodo de gobierno de dos años, pero le pareció muy poco y necesitaba más tiempo para hacer lo planeado. Mandó por siete años en su primer gobierno. El septenio. Ya había establecido la legalidad de las comisiones por hacer gestiones oficiales de préstamos y contratos. Y se fue a su amado París, con sueldo de plenipotenciario. Le sucedió el general de vocación democrática Francisco Linares Alcántara, primer presidente muerto en la presidencia.
Guzmán Blanco, regresó por aclamación para un gobierno de cinco años. El quinquenio. Siguió robando y negociando. Al finalizar su gestión se fue de nuevo al Paris de sus amores y correspondió el turno de saciar sus ambiciones de poder al general Joaquín Crespo, quien respetó los dos años de ley. De nuevo regresó Guzmán a un tercer gobierno de dos años que no terminó. Dejó encargado al general Hermógenes López a concluir el período. Su París de nuevo lo esperaba y allá se quedó hasta su muerte en 1899, viviendo como un príncipe con lo robado al erario público. Fueron catorce años depredando el tesoro nacional. Ambicioso y ladrón como hemos dicho.
Electo para suceder la gestión resultó un civil, Juan Pablo Rojas Paúl, quien al concluir sus dos años reglamentarios de mandato entregó a otro civil, Raimundo Andueza Palacio, coincidente con Guzmán de la insuficiencia de dos años para un periodo de gobierno. Además por ambición intentó llevarlo a cuatro años. Desde su hato El Totumo, Crespo lanzó un manifiesto ante las pretensiones de Andueza en marzo de 1892 y al frente de la Revolución Legalista entró triunfante a Caracas en octubre. Toma el poder, primero de facto y luego electo después por una Constituyente que lo elige presidente hasta 1898, cuando entregó a su protegido general Ignacio Andrade electo en descarado fraude contra el general José Manuel Hernández “el mocho”, quien desconoció el proceso y se alzó en armas con el “Grito de Queipa”.
Protector de Andrade, Crespo salió a someterlo y el 16 de abril de 1898 en La Mata Carmelera de un certero disparo lo bajaron del caballo. Montaba un brioso alazán peruano de gran alzada, con capa blanca, botas de charol, sombrero de Panamá. Su muerte puso fin a la era del guzmancismo y cerró un apasionante capítulo de la Historia de Venezuela, caracterizado por lo violento de la vida política nacional, la desaparición de los partidos venezolanos del siglo XIX y la ambición de los caudillos por el poder.