Ese acto de abnegación absoluta de parte del Padre de la Patria de Colombia la Grande no hay duda que me impresionó. Luego, ya más mayorcito, y sin esa bucólica inocencia, me costó aceptar la presencia de las amantes famosas y conocidas como Fanny du Villars, Josefita Machado, Bernardina Ibañez, y la más famosa de todas: Manuela Sáenz (1797–1856). No hay duda que me sentí estafado.
¿Es posible acercarse a los santos y las vírgenes de la Patria inmaculada para comprenderlos en su versión más prosaica y terrenal? ¿Es posible quitarles el disfraz que el Estado les ha impuesto de una forma muy conveniente como albaceas del status quo republicano y socialista? La “Libertadora del Libertador” sigue siendo un personaje oblicuo, polémico y mitológico. Vamos a tratar en pocas líneas de verla sin las máscaras.
Hasta Neruda, le dedicó un poema frondoso, en la misma línea que Sartre se rindió a los pies de Stalin y Castro. Ya sabemos que los intelectuales progresistas muchas veces flaquean indecorosamente con tal de mantener incólumes sus afectos ideológicos. Y ni hablar de las estatuas, placas, museos y homenajes que desde el poder estadal se le ha rendido a Manuelita como la consorte más influyente, de las muchas, que tuvo Bolívar. Eso sí, a Manuelita, luego de la muerte del Libertador en Santa Marta, 1830, la execraron, la consideraron una ramera impúdica, una enemiga de los anti bolivarianos que mereció el destierro y una sepultura anónima como finalmente ocurrió.
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Trocar a Manuelita como adalid de la Libertad, y hasta como una intelectual competente que se codeó con Melville, Garibaldi y Simón Rodríguez en un tú a tú lisonjero tertuliando sobre las nebulosas profundidades del ser y la existencia es algo que nos cuesta aceptar. Algo que el ilustre “Diccionario de Historia de Venezuela” de la Fundación Polar pondera en la entrada respectiva dedicada a Manuela Sáenz. Como casi siempre ocurre, el peso del mito, nos inhibe de ver cara a cara la verdad.
Manuela Sáenz, como casi todos los dioses y héroes de la Independencia ha fluctuado entre la realidad y la fantasía. Yo prefiero verla como la amante preferida de Bolívar. Eso de que fue su más grande amor queda desdibujado por las inconsecuencias que ambos se profesaron. Lo que si fue decisivo en la vida de ésta pareja fue la valerosa y proverbial actuación de Manuelita en el intento de magnicidio contra Bolívar en Bogotá el 25 de septiembre de 1828, cuando enfrenta a los complotados y permite la bochornosa fuga del Libertador.
El que si diseccionó a Manuela hasta los tuétanos fue el escritor Denzil Romero (1938–1999) en su erótico y muy competente texto: “La esposa del Dr. Thorne” (1988), en donde la presenta como una ninfómana irreductible acreedora de una audacia sin límites. No hay en el texto de Romero ninguna pista sobre una Manuela heroica y de costumbres edificantes. Por el contrario, el retrato que nos hace de ella es la de una mujerzuela transgresora y rebelde contra todos los convencionalismos sociales de ese entonces.
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