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Manuelita o la rosa roja de Paita

 

Ángel Rafael Lombardi Boscán
Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ
@lombardiboscan

Cuando tenía 8 años de edad, en segundo grado, ya los libros de historia de aquel entonces, al igual que los de ahora, referían que Bolívar quería tanto a María Teresa del Toro Alayza, su primera y única esposa, que cuando enviudó en 1803, decidió no casarse nunca más por fidelidad absoluta respecto a la madrileña


Ese acto de abne­gación abso­lu­ta de parte del Padre de la Patria de Colom­bia la Grande no hay duda que me impre­sionó. Luego, ya más may­orci­to, y sin esa bucóli­ca inocen­cia, me costó acep­tar la pres­en­cia de las amantes famosas y cono­ci­das como Fan­ny du Vil­lars, Jos­e­fi­ta Macha­do, Bernar­di­na Ibañez, y la más famosa de todas: Manuela Sáenz (1797–1856). No hay duda que me sen­tí estafado.

 

¿Es posi­ble acer­carse a los san­tos y las vír­genes de la Patria inmac­u­la­da para com­pren­der­los en su ver­sión más pro­saica y ter­re­nal? ¿Es posi­ble quitar­les el dis­fraz que el Esta­do les ha impuesto de una for­ma muy con­ve­niente como albaceas del sta­tus quo repub­li­cano y social­ista? La “Lib­er­ta­do­ra del Lib­er­ta­dor” sigue sien­do un per­son­aje oblic­uo, polémi­co y mitológi­co. Vamos a tratar en pocas líneas de ver­la sin las máscaras.

Has­ta Neru­da, le dedicó un poe­ma fron­doso, en la mis­ma línea que Sartre se rindió a los pies de Stal­in y Cas­tro. Ya sabe­mos que los int­elec­tuales pro­gre­sis­tas muchas veces flaque­an indeco­rosa­mente con tal de man­ten­er incólumes sus afec­tos ide­ológi­cos. Y ni hablar de las estat­uas, pla­cas, museos y hom­e­na­jes que des­de el poder estadal se le ha ren­di­do a Manueli­ta como la con­sorte más influyente, de las muchas, que tuvo Bolí­var. Eso sí, a Manueli­ta, luego de la muerte del Lib­er­ta­dor en San­ta Mar­ta, 1830, la exe­craron, la con­sid­er­aron una ram­era impúdi­ca, una ene­mi­ga de los anti boli­var­i­anos que mere­ció el destier­ro y una sepul­tura anón­i­ma como final­mente ocurrió.

Lo cier­to del caso es que Manuela inau­gu­ra un nue­vo tipo de mujer, la bar­ra­gana en las som­bras, que des­de la alco­ba influye sobre el hom­bre del momen­to políti­ca­mente hablan­do, en éste caso El Lib­er­ta­dor (y tam­bién San Martín según el chis­morreo en que muchas veces se con­vierte la his­to­ria). Aunque vamos a ser jus­tos. Bolí­var nun­ca fue un pusilán­ime. Bien sabía con quién se esta­ba lig­an­do y muchas veces con­sid­eró que las irre­spon­s­ables con­duc­tas de Manuela eran con­trarias al pudor públi­co y lo políti­ca­mente con­ve­niente: “Amor mío, mucho te amo, pero más te amaré si tienes aho­ra más que nun­ca mucho juicio. Cuida­do con lo que haces, pues si no nos pierdes a ambos perdién­dote tú”. Además, fue con­sciente de las infi­del­i­dades que mutu­a­mente se practicaban.

Tro­car a Manueli­ta como adalid de la Lib­er­tad, y has­ta como una int­elec­tu­al com­pe­tente  que se codeó con Melville, Garibal­di y  Simón Rodríguez en un tú a tú lison­jero ter­tu­lian­do sobre las neb­u­losas pro­fun­di­dades del ser y la exis­ten­cia es algo que nos cues­ta acep­tar. Algo que el ilus­tre “Dic­cionario de His­to­ria de Venezuela” de la Fun­dación Polar pon­dera en la entra­da respec­ti­va ded­i­ca­da a Manuela Sáenz. Como casi siem­pre ocurre, el peso del mito, nos inhibe de ver cara a cara la verdad. 

Manuela Sáenz, como casi todos los dios­es y héroes de la Inde­pen­den­cia ha fluc­tu­a­do entre la real­i­dad y la fan­tasía. Yo pre­fiero ver­la como la amante preferi­da de Bolí­var. Eso de que fue su más grande amor que­da des­dibu­ja­do por las incon­se­cuen­cias que ambos se pro­fe­saron. Lo que si fue deci­si­vo en la vida de ésta pare­ja fue la valerosa y prover­bial actuación de Manueli­ta en el inten­to de mag­ni­cidio con­tra Bolí­var en Bogotá el 25 de sep­tiem­bre de 1828, cuan­do enfrenta a los com­plota­dos y per­mite la bochornosa fuga del Libertador.

El que si dis­ec­cionó a Manuela has­ta los tué­tanos fue el escritor Den­zil Romero (1938–1999) en su eróti­co y muy com­pe­tente tex­to: “La esposa del Dr. Thorne” (1988), en donde la pre­sen­ta como una nin­fó­mana irre­ductible acree­do­ra de una auda­cia sin límites. No hay en el tex­to de Romero ningu­na pista sobre una Manuela hero­ica y de cos­tum­bres edi­f­i­cantes. Por el con­trario, el retra­to que nos hace de ella es la de una mujerzuela trans­gre­so­ra y rebelde con­tra todos los con­ven­cional­is­mos sociales de ese entonces.

 

CorreodeLara

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