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Alfredo Almeida: cerámica y la cultura venezolana

Carlos Giménez Lizarzado
Historiador y editor

Allí están las redes amal­gamán­dose para dar­le sen­ti­do de futuro a lo que lle­va el nom­bre de Venezuela. Sín­te­sis ges­ta­da en larga duración, donde se conectan el tiem­po del indí­ge­na, el del africano y el del europeo, en pretéri­to y en presente. 

Es un ir y venir, como las olas del mar dicien­do que sí. Todos los días se recuer­da que ten­emos hilos que nos vin­cu­lan al pasa­do, que nos enlazan al pre­sente y nos proyectan al futuro.

En esa búsque­da está el creador hecho hom­bre para des­cubrir en la nat­u­raleza las mal­las que nos expli­can como nación cul­tur­al. La nat­u­raleza es sín­te­sis tam­bién entre lo antrópi­co y lo dado por ella mis­ma. La mis­ión es recon­stru­ir los peda­zos del todo para mostrarnos una visión de lo que somos.

Mae­stro Alfre­do Almeida

Weber (1922), ha sub­raya­do que los sen­timien­tos colec­tivos expre­sa­dos en lo genéri­co de lo nacional se pueden nutrir por difer­entes fuentes; en nue­stro caso, no sólo que de hecho es extra­or­di­nario, la vene­zolanidad se iden­ti­fi­ca con el pasa­do épi­co hero­ico de la inde­pen­den­cia; sino que sus fuentes son múlti­ples y hay que des­cubrir esa diver­si­dad cul­tur­al que nos da unidad en el tiempo.

Pre­cisa­mente, la obra de Alfre­do Almei­da (Ono­to, esta­do Anzoátegui 1913/2008), nos recrea y nos conec­ta en la red, nos hace uni­ver­sales. Ver y leer con “pupi­la cós­mi­ca” sus crea­ciones plás­ti­cas, sus dibu­jos, sus cerámi­cas es nar­rar los sím­bo­los de una iden­ti­dad. Es el otro des­cubrim­ien­to de Venezuela, dis­tin­to al de 1498. Es un correo no elec­tróni­co que pone a vibrar el pro­ce­so y las fuentes de donde se nutre la cul­tura del venezolano.

Alfre­do Almeida

Un hom­bre que a lo largo de su exis­ten­cia asum­ió la sól­i­da tarea de obser­var el paisaje para tra­ducirnos la mis­ma belleza que deslum­bró a Hum­boldt y que, se esconde en el rui­do de la sociedad que se mueve en el aquí y en el ahora. 

Tran­si­ta por el ter­ri­to­rio y no lo expre­sa “vir­tual­mente”, sino que nos acer­ca a una real­i­dad ver­dadera que se esconde en el paisaje. No es por una rev­olu­ción div­ina, sino que, por su mis­ma condi­ción de hom­bre mes­ti­zo, logra el diál­o­go y la comu­ni­cación con la nat­u­raleza que, es decir, la sus­tan­cia cultural.

Alfre­do Almei­da 27-04-2009

En este vín­cu­lo del hom­bre con la nat­u­raleza es donde Almei­da exige revis­ar las for­mas de encuen­tro, pues es allí donde se des­cubre y redes­cubre el ser como un hecho uni­ver­sal y que puede expre­sarse armóni­ca­mente con la humanidad. 

No lo cruzan las ide­ologías del siglo, parte de la sen­cillez de las cosas que obser­va en la fau­na, en la flo­ra y en el paisaje como con­jun­to que expli­ca la exis­ten­cia misma. 

No apela a sabi­as teorías elab­o­radas en los lab­o­ra­to­rios de la cien­cia occi­den­tal. Hila la utopía con las pal­abras que están en el mis­mo paisaje. Así proyec­ta continuidad.

Conócete a ti mis­mo y cono­cerás al mun­do” sen­ten­cia, la sabia socráti­ca, pero Almei­da no cita a Sócrates, cita al lengua­je de la nat­u­raleza. Y con él las urdim­bres que nos cohe­sio­n­an en el pasa­do, pre­sente y futuro. 

Esto es una man­era de com­pren­der el cos­mos y localizarse en el mun­do como parte de esa total­i­dad. De modo pues, que resuelve la fal­sa con­tradic­ción entre la aldea y lo glob­al. En una atmos­fera com­pues­ta por un 90% de tec­nología, el creador nos rev­ela otras for­mas que nos dan vol­u­men y den­si­dad temporal.

Así ase­gu­ra que ha “logra­do pen­e­trar en el espíritu nacional” gra­cias a esa vin­cu­lación que des­cubre en la otra Venezuela de los paisajes deslum­brantes y que le abren paso a la vida. No le pre­jui­cia hablar sobre nues­tras raíces, porque allí des­cubre la uni­ver­sal­i­dad de la cul­tura nacional. Sigue recor­rien­do el país para seguir atan­do los hilos que nos unen.

Pues, no entiende “la exis­ten­cia sin saberse”. El hom­bre en la medi­da que se sabe, crea soporte para las deci­siones y abre hor­i­zontes en un mun­do sig­na­do por incer­tidum­bres y pen­samien­tos instan­tá­neos que giran en torno al entreten­imien­to y a los espec­tácu­los sociopolíticos.

Almei­da no se deja atra­par por las redes del mer­ca­do, fun­da y con­struye una cos­mo­visión, que se ve a par­tir del lengua­je que se desprende de sus obje­tos y mate­ri­ales con que real­iza sus dibu­jos, sus pin­turas y sus cerámi­cas. Es la inteligen­cia a favor de una “razón agrad­able a nues­tra existencia”.

Esto viene a ser mucho más nece­sario en un mun­do donde las ref­er­en­cias de la mod­ernidad están aún en mutación. Ya no es el par­a­dig­ma de la ilus­tración el que guía exclu­si­va­mente el sen­ti­do de la his­to­ria, aho­ra la his­to­ria se vuelve mez­cla entre el pasa­do y el pre­sente, reivin­di­can­do final­mente la diver­si­dad como com­po­nente fun­da­men­tal de la armonía mundial.

De allí que un hom­bre como Almei­da es una visión de las cosas sin tram­pa, se ade­lan­ta al dis­cur­so de los glob­al­izadores y glob­al­izantes de nue­stro tiempo. 

Ya el había vis­to que en la mis­ma nat­u­raleza está el sen­ti­do de la his­to­ria. Armonía y diver­si­dad con­sti­tuyen la razón de la humanidad y no se despren­den de los dis­cur­sos ide­ológi­cos de los tec­nócratas y académi­cos sali­dos de los cubícu­los, sino del hom­bre que lle­va en la piel el país.

Así, se rev­ela con­tra cualquier sis­tema de clausura, no nom­bra el fin, señala el futuro; no con la vanidad de la racional­i­dad, sino con las for­mas de que está hecha la nación. 

Ten­emos los edu­cadores en Almei­da la ped­a­gogía que, tan­to bus­camos en las rec­etas extran­jeras. Todas las teorías de apren­diza­je se resumen en él, bas­ta con obser­var el lengua­je de sus crea­ciones y podemos enseñar y comu­nicar el sen­ti­do de la vida.

En la obra de Almei­da, es una opor­tu­nidad para tocar con los ojos el país que vibra en su creación. 

Es rat­i­fi­carnos sim­bóli­ca­mente como nación en un mun­do que se des­dibu­ja la car­tografía sim­bóli­ca, cre­an­do nuevos enclaves depredadores para dejar fuera lo que no se artic­ule en el lengua­je del mercado.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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