CrónicasHistoria

Cuando José Antonio Páez sembró la patria con una pluma

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista especializado en crónicas históricas 
[email protected]
En las redes @LuisPerozoPadua

Más allá del caballo y la lanza, José Antonio Páez fue un firme creyente en la formación de las nuevas generaciones. Desde cartas que respondía a niños con fervor patriótico, hasta el envío de su sobrino Carmelo Fernández a Nueva York, esta crónica revela una faceta poco explorada del prócer: su preocupación por educar a los futuros ciudadanos de la república

 

En los días tur­bu­len­tos de la Repúbli­ca naciente, cuan­do el rui­do de las armas aún ensor­decía a una nación que ape­nas bal­buce­a­ba su iden­ti­dad, hubo un hom­bre —José Anto­nio Páez— que supo mirar más allá de la pólvo­ra. A cabal­lo entre el sable y la pluma, el Cen­tau­ro de los Llanos no solo hizo de su lan­za un sím­bo­lo de lib­er­tad, sino tam­bién de su pal­abra un acto de formación.

La Venezuela de medi­a­dos del siglo XIX no conocía escue­las en cada esquina, ni planes de becas, pero sí cora­zones infla­ma­dos de glo­ria y sueños. Y Páez, el mis­mo que batal­ló en Las Que­seras y Carabobo, tam­bién alzó la voz por la edu­cación, abrién­dole puer­tas al tal­en­to que surgía como un mila­gro en el pol­vo de la patria.

Entre esos gestos se encuen­tra el impul­so deci­si­vo que dio a su sobri­no Carme­lo Fer­nán­dez, al enviar­lo a for­marse en Nue­va York, tras des­cubrir su pre­coz tal­en­to en el dibu­jo. Pero quizá más con­move­dor aún fue el diál­o­go epis­to­lar entre Páez y un niño caroreño de ape­nas 12 años, que soña­ba con cabal­gar a su lado, inspi­ra­do por la grandeza de los héroes nacionales.

Gen­er­al José Anto­nio Páez

Del niño de Caro­ra al gen­er­al Páez

El 9 de diciem­bre de 1846, una car­ta con tin­ta vibrante de fer­vor patrióti­co llegó a manos del gen­er­al Páez. No venía de un políti­co ni de un mil­i­tar, sino de un niño: Manuel Anto­nio Álvarez (hijo), de ape­nas 12 años, nat­ur­al de Caro­ra. Las pal­abras del pequeño estal­la­ban en ardor heroico:

Caro­ra, 9 de Diciem­bre de 1846.

GENERAL JOSE ANTONIO PAEZ.

Mi ven­er­a­do y queri­do General: 

Admi­rador de sus proezas mil­itares, de la bravu­ra de su lan­za y de lo bien que cabal­ga, me pro­pon­go brindármele por com­pañero: soy un jovenci­to de doce años; pero el clarín, la lan­za y el cabal­lo como que me lla­man. La nom­bradía de Ud. y la de los Gen­erales Moná­gas, Zaraza, Sil­va y Orte­ga me encan­tan: me parece que al lado de Ud. vería el mun­do muy pequeño. Mi padre tiene mi mis­mo nom­bre, y como poseo una for­tu­na reg­u­lar, no dudo que me equipará y armará del modo que Ud. quiera. Desearía, mi Gen­er­al, que Ud. escri­biera a mi padre pidién­dome, que yo le protesto ser­le un ami­go fiel a mi patria, y a la par de Ud. ser tan valiente como Ud. No descon­fíe de mi poca edad, pues mi corazón es supe­ri­or en mucho a mis pocos años: cor­ro bien un cabal­lo y me apli­co a todo lo de llano. Dis­pense Ud., mi Gen­er­al, esta con­fi­an­za que me tomo, pues a ello solo me ha movi­do la fama con que Ud. fati­ga al mun­do con sus grandiosos hechos, y mi deci­di­da incli­nación a las armas. 

Me suscri­bo su ami­go y servi­dor Q. B. S. M. 

MANUEL ANTONIO ALVAREZ (hijo).

Es copia fiel de su original.

El niño, embria­ga­do por las ges­tas de Mon­a­gas, Sil­va y Zamo­ra, soña­ba con cabal­gar jun­to a Páez, por­tar lan­za y hon­or. No era una ilusión vana ni una sim­ple fan­tasía infan­til. Era el eco de una juven­tud que desea­ba pertenecer a una patria en recon­struc­ción, a una his­to­ria todavía caliente.

Retra­to de José Anto­nio Páez extraí­do del libro Recuer­dos de Infan­cia. Autor Car­los Alber­to Car­ran­za. Buenos Aires 1947

Lo sor­pren­dente no fue solo la car­ta, sino la respues­ta. A pesar de los “graves nego­cios” que lo rode­a­ban, el Cen­tau­ro de los Llanos con­testó per­sonal­mente. Y lo hizo con la sen­si­bil­i­dad de un pedagogo:

MANUEL ANTONIO ALVAREZ (hijo).

San Luis de Cuara, 9 de enero de 1847

Muy apre­cia­ble joven: 

Con grande sat­is­fac­ción y mucho agradec­imien­to he leí­do la her­mosa car­ta que Ud. se sirve diri­girme, con fecha 9 de diciem­bre pasa­do. En las escogi­das fras­es con que Ud. tan­to me hon­ra en su apre­cia­ble car­ta, bril­la sobre todo un patrióti­co entu­si­as­mo que puede lla­marse hon­or y mod­e­lo de los más ele­va­dos y mag­nán­i­mos pen­samien­tos. Muchas son las esper­an­zas que Ud. brin­da a su patria, y admiro que sien­do Ud. tan joven, conoz­ca que ha naci­do para ella: yo admi­tiría con gus­to el cul­ti­vo con cuida­dosa mano, de una plan­ta que tan pre­ciosos fru­tos ofrece. Ud. es dig­no del nom­bre vene­zolano; y sus padres deben ali­men­tar la esper­an­za de ser muy bien rep­re­sen­ta­dos por Ud. en la sociedad, y felices por el desar­rol­lo de los ele­va­dos sen­timien­tos que han sabido inspi­rar­le. ¡Cuán­to plac­er no exper­i­men­ta­ría yo si pudiera con­tar­lo en el número de las per­sonas que me rodean! Pero esta sat­is­fac­ción toca a sus bon­da­dosos padres con­cedérmela, y me diri­jo a ellos con este obje­to. Acepte Ud., apre­cia­bilísi­mo joven, la expre­sión de mi agradec­imien­to y admiración; y créame que, recordán­do­lo siem­pre con alto apre­cio, me suscri­bo su muy aten­to servi­dor. (Fir­ma­do)

JOSÉ A. PÁEZ.

La metá­fo­ra de la plan­ta —la juven­tud como semi­l­la— es rev­e­lado­ra. Páez no veía a Manuel Anto­nio como un sim­ple entu­si­as­ta de guer­ra, sino como una prome­sa para el por­venir. Su car­ta es un man­i­fiesto pedagógi­co. Una invitación táci­ta a los adul­tos a no dormir mien­tras arde la República.

Visión del por­venir para Carmelo

Esta no fue la úni­ca vez que Páez apos­tó por la juven­tud. Años antes, en 1822, des­cubrió en su sobri­no Carme­lo Fer­nán­dez poseía un tal­en­to espe­cial para las artes.

El niño, sin escuela, pasa­ba las horas en la hacien­da “La Trinidad” dibu­jan­do esce­nas de guer­ra con tin­ta de ono­to y tunas esce­nas mil­itares—. Aquel pre­coz tal­en­to para el arte llamó la aten­ción de Páez, quien con­movi­do no dudó: lo envió a Cara­cas bajo la tutela del com­er­ciante Tomás Lander.

El pro­pio Carme­lo, años después, nar­raría en sus memo­rias aque­l­los días: des­de las rudi­men­ta­rias escue­las caraque­ñas has­ta la trav­es­ía transatlán­ti­ca que lo llevó a estu­di­ar en tier­ras lejanas.

Una edu­cación cimen­ta­da en la dis­ci­plina y el afec­to: lavar su propia ropa, limpiar cabal­ler­izas, con­vivir con otros jóvenes bajo la tutela de Lan­der y su esposa Manuela Macha­do, quien lo trató como a un hijo. No era una instruc­ción mil­i­tar la que Páez pro­movía: era for­ma­ción humana, inte­gral, social. Quería jóvenes ilustra­dos, no solo soldados.

Carme­lo estudió dibu­jo con el francés Lasabe, letras con Felipe Limar­do y luego con Juan Meserón. Final­mente, por ini­cia­ti­va del pro­pio Lan­der, y con aprobación de Páez, fue envi­a­do a Nue­va York para recibir edu­cación formal.

Aquel gesto no solo cam­bió la vida del joven artista, sino que dejó sem­bra­da una lec­ción: Páez entendía que la lib­er­tad con­quis­ta­da debía sosten­erse con edu­cación, dis­ci­plina y tal­en­to. El lega­do del cen­tau­ro José Anto­nio Páez no fue ajeno al peso del por­venir. Supo que una repúbli­ca sin for­ma­ción era ape­nas un sueño sin asidero. Por eso atendió las car­tas de niños como Manuel Anto­nio Álvarez, y envió a estu­di­ar a mucha­chos como Carme­lo Fernández.

La lan­za podía abrir el camino, pero serían los libros, las ideas, los dibu­jos y las car­tas los que man­ten­drían vivo el pul­so de la patria. Su respues­ta al joven de Caro­ra no es solo una misi­va mil­i­tar, es una declaración de prin­ci­p­ios: creer en la juven­tud, en sus sueños y en su ardor. En tiem­pos de guer­ra, el Cen­tau­ro se tomó el tiem­po de hablar­le a un niño. Hoy, ese gesto aún resuena.

Adol­fo Car­ran­za, extraí­do del libro Recuer­dos de Infan­cia. Autor Car­los Alber­to Car­ran­za. Buenos Aires 1947

El otro lega­do del Centauro 

Este ros­tro poco cono­ci­do de Páez con­trasta con la ima­gen pop­u­lar del guer­rero implaca­ble. Pero el mis­mo hom­bre que arrasó en Las Que­seras del Medio tam­bién leyó con aten­ción la car­ta de un niño y sin­tió ale­gría al enviar a otro a edu­carse en el extranjero.

No fue un gesto ais­la­do: durante su pres­i­den­cia y sus mandatos de fac­to, Páez pro­te­gió insti­tu­ciones educa­ti­vas, pro­movió la pro­fe­sion­al­ización de los jóvenes y alen­tó la creación de escue­las ele­men­tales, sabi­en­do que sin edu­cación la inde­pen­den­cia se tornaría en bar­barie. Y si bien no dejó trata­dos pedagógi­cos ni fundó uni­ver­si­dades, su lega­do está en esos actos silenciosos.

En el afec­to con que dirigió car­tas a los jóvenes. En la visión que tuvo para for­mar a Carme­lo Fer­nán­dez, quien luego sería uno de los grandes cro­nistas visuales de la nación. En las metá­foras que usó para hablar de juven­tud como plan­ta, de patria como jardín.

En abril de 1871, des­de Buenos Aires, el viejo gen­er­al escribía con ter­nu­ra a un niño lla­ma­do Adolfi­to Car­ran­za. Le agradecía por su afec­to, le desea­ba un futuro esplén­di­do y le envi­a­ba un retra­to para que no lo olvidara.

Adolfi­to Car­ran­za. Extraí­do del libro Recuer­dos de Infan­cia. Autor Car­los Alber­to Car­ran­za. Buenos Aires 1947

En otra car­ta, envi­a­da a la fin­ca “Médano Blan­co”, deja­ba tam­bién un retra­to ded­i­ca­do a la señori­ta María Car­ran­za. A sus 81 años, ya lejos de las cam­pañas y del poder, Páez seguía sem­bran­do afec­tos, dejan­do huel­las de car­iño y admiración en los cora­zones jóvenes que lo rodeaban.

La misi­va, con­ser­va­da hoy como doc­u­men­to Nº 22 en el Museo Históri­co Nacional de Argenti­na, rev­ela la ter­nu­ra, la memo­ria viva y el afec­to del anciano prócer vene­zolano, ya exil­i­a­do, por los jóvenes con quienes com­partía los últi­mos años de su vida.

Esta car­ta, casi descono­ci­da en Venezuela, nos rev­ela una dimen­sión ínti­ma y entrañable de quien fuera el Cen­tau­ro de los Llanos.

Buenos Aires, abril 6 de 1871. 

Mi muy queri­do y nun­ca olvi­da­do Adolfi­to: Recibí su amable car­ta de 27 de mar­zo últi­mo en que se sirve Ud. salu­darme y solic­i­tar por mi salud. Doy a Ud. mis más cor­diales gra­cias por esa prue­ba de su sin­cero cariño. 

Aquí he tenido el gus­to de ver a mi exce­lente ami­go Car­ran­za y por él supe que toda su amable famil­ia se hal­la­ba sin novedad. 

No es con poco sen­timien­to que par­to para los Esta­dos Unidos, dejan­do a la Améri­ca del Sur, y muy par­tic­u­lar­mente a Buenos Aires, donde encon­tré car­iño y protección. 

Ten­go que ir a Nue­va York a aten­der algunos nego­cios que dejé pen­di­entes cuan­do partí para esta región; pero si Dios me con­ser­va la vida y la salud que aho­ra gozo, volveré den­tro de un año. 

Salude Ud. de mi parte a su bon­da­dosa mamá, lo mis­mo que a todas sus her­man­i­tas y hermanos. 

Miss Warn­er man­da muchas memo­rias para la seño­ra Car­ran­za y famil­ia y se despi­de, tam­bién le pide a Ud. órdenes y le incluye unas estampas. 

Doy a Ud. muchas gra­cias por el apre­cio que Ud. hace de mi retra­to, tén­ga­lo Ud. siem­pre pre­sente para que no le dé la tentación de olvidarme. 

Deseán­dole a Ud. un esplén­di­do futuro, me repi­to su apre­ci­ador y afec­tu­oso ami­go que lo quiere de todo corazón. 

José A. Páez.

 Tam­bién ha queri­do dejar un recuer­do más de su car­iño a su predilec­ta María y con este moti­vo le ha envi­a­do a la fin­ca “Médano Blan­co”, allá en la provin­cia, un pequeño retra­to oval, donde aparece vesti­do de eti­que­ta y con una pequeña per­il­la que se ha deja­do cre­cer. La ded­i­ca­to­ria es la siguiente: 

A la señorita

María Car­ran­za

José A. Páez Buenos Aires,

Mar­zo 12 de 1871.

Una lan­za para el porvenir 

El niño de Caro­ra quizás nun­ca llegó a blandir una lan­za jun­to a Páez, pero su car­ta sobre­vivió al olvi­do. Y en ella late el corazón de un tiem­po donde soñar con la patria era un acto de coraje.

Ese jovenci­to llanero, Manuel Anto­nio Álvarez, ofrecía su nom­bre, su cabal­lo y su alma a la causa repub­li­cana con ape­nas doce años, y encon­tró en el anciano guer­rero una respues­ta que no solo reconocía su entu­si­as­mo, sino que lo elev­a­ba como ejem­p­lo para toda una generación.

Décadas después, en otra geografía y bajo cie­los más aus­trales, otro niño escribiría con ter­nu­ra a ese mis­mo hom­bre: “Tén­ga­lo Ud. siem­pre pre­sente para que no le dé la tentación de olvi­darme”, le decía el pequeño Adolfi­to Car­ran­za en Buenos Aires. Páez, ya anciano y con la nos­tal­gia a flor de piel, respondía con afec­to, envián­dole un retra­to y recomendán­dole seguir por el camino del bien.

No era un gesto menor: Páez sem­bra­ba una vez más. Aquel niño argenti­no cre­cería con ese recuer­do como estandarte. Y en su adul­tez, Adol­fo P. Car­ran­za se con­ver­tiría en un abo­ga­do, his­to­ri­ador y cus­to­dio de la memo­ria amer­i­cana. Fundó el Museo Históri­co Nacional de Argenti­na y fue su direc­tor durante vein­ticin­co años, con­ven­ci­do de que las naciones se con­struyen no solo sobre batal­las, sino tam­bién sobre la ped­a­gogía del recuer­do y el ejem­p­lo de los grandes hombres.

Páez, viejo ya y exil­i­a­do, debió haber recor­da­do aquel fer­vor infan­til en sus últi­mos días: el entu­si­as­mo de un niño por servir a la Repúbli­ca, el tal­en­to de su sobri­no que flo­re­ció en pince­ladas, la certeza de que no hay lib­er­tad sin formación.

 José Anto­nio Páez no solo cabal­gó por los llanos. Tam­bién sem­bró en ellos. Y en cada niño que educó, en cada car­ta que con­testó, dejó una estela menos vis­i­ble que sus batal­las, pero quizás más duradera. Porque los pueb­los que olvi­dan edu­car a sus hijos aca­ban repi­tien­do sus guerras.

Que esta his­to­ria nos devuel­va la certeza de que, cuan­do un niño escribe con el alma, hay patria para rato; y cuan­do un hom­bre de poder se detiene a leer­lo, hay esper­an­za para siempre.


Fuente:
Car­los Alfon­so Vaz. Páez en Argenti­na. Segun­da Edi­ción. Cara­cas 1975.
Memo­rias de Carme­lo Fer­nán­dez y Recuer­dos de San­ta Mar­ta-1842. Fuentes para la His­to­ria Repub­li­cana de Venezuela. Cara­cas, 1973.
Apuntes, datos y fotografías del his­to­ri­ador Wil­fre­do Bolí­var, cro­nista ofi­cial del munici­pio Arau­re, esta­do Portuguesa.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *