Los Araguatos, la batalla que selló el ocaso de José Antonio Páez
Luis Alberto Perozo Padua
Periodista especializado en crónicas históricas
[email protected]
En las redes @LuisPerozoPadua
El 12 de marzo de 1848, dos héroes independentistas del llano se enfrentaron en un campo apureño: José Antonio Páez, el legendario Centauro, y José Cornelio Muñoz, su antiguo compañero de armas, convertido en su adversario. Lo que se esperaba como una victoria de Páez se tornó en derrota, marcando un quiebre político, personal y generacional
A finales de enero de 1848, Venezuela estaba estremecida. El 24, seguidores del presidente José Tadeo Monagas perpetraron una agresión violenta contra el Congreso Nacional, allanando la sede oficial, asesinando parlamentarios y gestando un punto de inflexión político.
El conato derivó en la reacción de José Antonio Páez, quien el 27 del mismo mes se alzó en armas contra el gobierno, argumentando la defensa de la Constitución y la moral pública.
Páez, que había gobernado previamente con mano firme, reunió un pequeño ejército de unos 400 hombres leales. Inició su campaña en El Rastro y avanzó hacia San Fernando de Apure, escenario que funcionaría como su base de operaciones.
Allí nombró al general Carlos Soublette al mando de la retaguardia, mientras él se dirigía con su tropa hacia el sur, en busca del bloque militarista encabezado por el general José Cornelio Muñoz, designado por Monagas para detenerlo.

Los Araguatos: el final inesperado
A media mañana del 12 de marzo de 1848, tuvo lugar el inevitable enfrentamiento en el paraje conocido como el Banco de los Araguatos, una extensión abierta y árida de los llanos apureños, propicia para maniobras de caballería y desplazamientos veloces.
En un primer momento, Páez impuso su autoridad. Sus tropas, coordinadas y agresivas, cercaron a los soldados de Muñoz, su antiguo lugarteniente. Sin embargo, en un giro inesperado, un escuadrón del flanco izquierdo páezista huyó sin explicación.
El pánico se propagó rápidamente, y en cuestión de minutos, se desató una estampida que dejó el campo perdido. Páez, rodeado y sin fuerzas, debió escapar hacia territorio neogranadino.
El desastre militar fue inmediato, y la propaganda del gobierno lo bautizó irónicamente como “El Rey de Los Araguatos”, lema que buscaba ridiculizar al caudillo.
Más que una derrota, fue una debacle que lo despojaba del aura invencible que había lucido durante décadas.
En su Autobiografía, Páez admitió que Cornelio Muñoz había sido uno de los jefes más valientes de su antiguo regimiento: “Cornelio Muñoz, bizarro jefe de mi antigua guardia […] allí tenía sus propiedades”. Aunque lo elogia como guerrero y beneficiario estatal, Páez también sugiere que su lealtad cambió con la política. Antes del enfrentamiento en Los Araguatos, Páez envió emisarios (Ramón Palacios y Miguel Cousin), quienes eran cercanos a ambos, para interceder. Su objetivo: lograr que el general José Cornelio Muñoz se uniera a su causa o, al menos, evitara la lucha entre antiguos compañeros de luchas. Muñoz declinó y respondió que, dolorosamente, estaría obligado a combatir a Páez si éste persistía —lo que dio pie al choque inevitable. Tras la derrota en Los Araguatos, Páez culpó a un escuadrón de su ejército por abandonar el combate. No mencionó a Muñoz directamente como traidor, pero sí lo criticó por no aceptar su apelación al diálogo. En tono de reproche sutil, afirmó que Muñoz lo enfrentó sin misericordia, negándose a considerar la amistad o su historia común. La historia del enfrentamiento evidenció un quiebre: Páez perdió confianza en la lealtad de antiguos aliados como Muñoz, anteponiendo la fidelidad política sobre la camaradería.

Guerrero silencioso del llano
José Cornelio Muñoz Silva nació hacia 1794 en San Vicente, Alto Apure, en una familia con recursos. Su camino militar inició en 1811, alistándose con Sebastián Angulo y Pedro Aldao en apoyo al general Simón Bolívar.
Capturado en la Boca de Guariapo, fue liberado tras un indulto del realista Domingo de Monteverde, solo para reincidir en la lucha patriota.
En 1813 participó y sobresalió en decenas de acciones militares: Mucuritas, Las Flecheras, Las Queseras del Medio y, en 1821, en la decisiva batalla de Carabobo, donde fue ascendido al rango de general de Brigada.
Después, se le asignó el liderazgo del Regimiento de Honor de Páez y combatió en el sitio de Puerto Cabello (1823).
Tras la independencia, Muñoz se dedicó a labores civiles y militares. Ocupó el cargo de gobernador y comandante de Apure entre 1830 y 1836, retomando el papel en 1839–1841. Durante ese lapso hizo frente a sublevaciones como la Revolución de las Reformas y fue figura clave en la rebelión conocida como La Cosiata (1826).
Al estallar la crisis de enero de 1848, su cercanía con Monagas lo llevó a comandar la represión del movimiento paecista. Tras su victoria en el combate de Los Araguatos, fue ascendido a general de división, reconocimiento a su lealtad y eficacia.
Fiel intérprete del poder monaguista en los Llanos, murió el 25 de julio de 1849 en Ciudad Bolívar. En su honor: el municipio Muñoz del estado Apure, una estatua en el Campo de Carabobo, y una plaza y puente que llevan su nombre.

El quiebre del Centauro
La derrota en Los Araguatos significó el fin de un ciclo. Páez, casi un mito viviente, debió retirarse a Colombia y no regresaría al poder político con fuerza.
Intentó recuperarse en 1858 durante la Guerra Federal, pero fue derrotado otra vez y capturado en 1863, muriendo en el exilio en Nueva York en 1873.
Por su parte, Cornelio Muñoz, aunque menos celebrado, mantuvo una destacada trayectoria militar y civil. Su victoria represiva definió el curso político de los llanos y demostró que la República poscolonial se distanciaba del mito paecista para abrazar un Estado moderno, centralizado y político.