CrónicasHistoria

Cuando Obando se rindió ante Pedro León Torres

Luis Alber­to Per­o­zo Padua
Peri­odista espe­cial­iza­do en cróni­cas históricas
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@LuisPerozoPadua

El 7 de febrero de 1822, el coro­nel real­ista José María Oban­do se entregó en Popayán al gen­er­al patri­o­ta Pedro León Tor­res. Años después, lo evo­caría como “valiente” y sin temor, en una de las pági­nas más humanas de la guer­ra independentista.

A veces la his­to­ria se con­den­sa en una esce­na, en un acto silen­cioso que trans­for­ma para siem­pre el cur­so de una vida y la per­cep­ción de un país. En la ciu­dad de Popayán, al pie de los Andes colom­bianos, un joven coro­nel real­ista —José María Oban­do— rindió su espa­da el 7 de febrero de 1822 al gen­er­al vene­zolano Pedro León Tor­res, jefe de la División del Sur, envi­a­do por Bolí­var para despe­jar el camino hacia Quito.

Oban­do, que has­ta ese momen­to servía a la causa del rey, se rindió sin com­bate. Pero ese acto no fue de cobardía: fue de visión. Porque en ese instante, al entre­gar sus fuerzas, comen­zó el pro­ce­so que lo lle­varía a con­ver­tirse en uno de los próceres de la nue­va Colombia. 

El hom­bre que recibió su ren­di­ción, Pedro León Tor­res, había venido des­de Venezuela con las heri­das del llano abier­tas, con el ros­tro cur­tido por las cam­pañas, y con la espa­da ergui­da en nom­bre de la libertad.

Pedro León de la Trinidad de la Torre y Arrieche, Caro­ra, 25 de junio de 1788-Yacuan­quer, 22 de agos­to de 1822

El día que Obando se rindió

La cam­paña del Sur exigía pre­cisión y auda­cia. Bolí­var lo sabía. Por eso con­fió a Tor­res la tarea de avan­zar des­de Cali y tomar Popayán. Cuan­do sus tropas lle­garon a las afueras de la ciu­dad, Oban­do com­prendió que su posi­ción era insostenible. No hubo glo­ria en la der­ro­ta ni san­gre en vano: hubo una entre­ga digna.

Lo que sigu­ió fue uno de esos extraños giros de la his­to­ria. Oban­do no sólo fue per­don­a­do, sino que en pocos meses se uniría al Ejérci­to Lib­er­ta­dor. Y no como sol­da­do raso, sino como ofi­cial de con­fi­an­za. Años después, aquel joven ren­di­do sería pres­i­dente de la Nue­va Grana­da y uno de los pro­tag­o­nistas de la vida políti­ca del siglo XIX colombiano.

“El valiente Torres” en palabras de Obando

En sus Apun­tamien­tos para la his­to­ria, escritos años más tarde, Oban­do recordó a Tor­res no con amar­gu­ra, sino con respeto. Lo llamó “valiente”, destacó su “altivez repub­li­cana” y dijo de él que “no conocía el temor”. Son pal­abras que no se otor­gan fácil­mente entre antigu­os enemigos.

La esce­na que describe es espe­cial­mente vívi­da: Bolí­var, molesto con la acti­tud desafi­ante de Tor­res, le reti­ra el man­do. Pero Tor­res, en lugar de clau­dicar, desmon­ta de su cabal­lo y con voz firme se plan­ta ante el Lib­er­ta­dor. “Estas divisas… las debo a mi val­or… la san­gre de mi famil­ia me recla­ma…”, diría. Aun cen­sura­do, Tor­res era todo fuego. Todo coraje.

Oban­do, tes­ti­go y nar­rador, retra­ta a Tor­res como un sol­da­do que no se doble­ga ni ante el más alto poder. En esas líneas hay algo más que respeto mil­i­tar: hay una ínti­ma y silen­ciosa admiración.

“Entonces tuve el hon­or de cono­cer y tratar al gen­er­al colom­biano Pedro León Tor­res que mand­a­ba en Popayán: este ilus­tre y mal­o­gra­do guer­rero a quien no puedo recor­dar sin sen­tirme con­movi­do, reunía a la gal­lardía de su pres­en­cia el sin­gu­lar con­jun­to de val­or, tal­en­tos, mod­es­tia y sobre todo el tra­to más dulce que la imag­i­nación puede concebir.

 

José María Obando

¡Qué impre­sión tan pro­fun­da debía causar en un hom­bre como yo, pre­venido tan solo para ver en el ejérci­to patri­o­ta a los que rival­iz­a­ban en iniq­uidad a los guer­rilleros de Patía, la vista de un genio como aquel!

Mi primer sen­timien­to fue el de recono­cer en él a un con­ci­u­dadano mío para enorgul­le­cerme de ello; y en segui­da el de la necesi­dad de no ten­er espa­da para desen­vainarla con­tra él. Él lo cono­ció, sin duda, y des­de entonces se empeñó en man­i­fes­tarme con la may­or finu­ra sus deseos de que yo dejase de prestar mis ser­vi­cios a los españoles, y se los con­sagrase a mi patria, con­ven­cién­dome con aque­l­la dulce y sen­cil­la elocuen­cia que hacía su más bel­lo adorno.

¡Patria, lib­er­tad, estí­mu­los tan nuevos para mí! Jamás he con­ce­bido más her­mosas estas dei­dades que cuan­do de la boca del cul­to Tor­res, oía salir los encan­tos y atrib­u­tos que les pertenecen”.

La his­to­ria a veces tiene memo­ria de piedra, otras de papel, y en oca­siones se guar­da en la voz de los ven­ci­dos. Que un hom­bre como José María Oban­do, vence­dor a la larga en políti­ca y poder, dedique un elo­gio sin­cero al mis­mo gen­er­al ante quien se rindió, habla de una estirpe rara: la de quienes entien­den que la grandeza se mide tam­bién en la for­ma de caer y en la dig­nidad de recono­cer al otro.

Hoy, entre las som­bras de Popayán, aca­so aún resuene el paso de esos cabal­los lib­er­ta­dores, el cru­jir de la espa­da envaina­da, el silen­cio de una ren­di­ción que no fue der­ro­ta, sino des­ti­no. Allí donde un joven coro­nel inclinó la frente, comen­zó tam­bién su leyen­da. Y en ese cruce fugaz con Pedro León Tor­res, el valiente, nació una pági­na solemne de la historia.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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