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Dilcia Yepes Gil, reina de Barquisimeto en la Revista ALAS de 1942

Luis Alber­to Per­o­zo Padua
Peri­odista espe­cial­iza­do en cróni­cas históricas
luisalbertoperozopadua@gmail.com
En las redes sociales: @LuisPerozoPadua

En la inno­vado­ra Revista ALAS, en una edi­ción espe­cial de Pas­cuas, número 77, del mes de diciem­bre de 1942, que dirigía la desta­ca­da señori­ta Cas­ta Joaquina Riera, medio de infor­ma­ción cul­tur­al que fundó en Bar­quisime­to en los años 40 cuan­do ape­nas tenía 27 años, desta­ca una her­mosísi­ma mujer, en la pri­mav­era de sus años, la señori­ta Dil­cia Yepes Gil, quien fue la sober­ana de los fes­te­jos de Car­naval del pres­ti­gioso Cen­tro Social de la ciu­dad crepuscular.

“ALAS le rinde este hom­e­na­je y desho­ja a sus pies todas las rosas de los jar­dines larenses”.

La agra­ci­a­da reina, en una cap­tura de cuer­po entero, luce un bel­lo vesti­do. Su ros­tro lo ador­na una son­risa deslum­brante y en sus sienes reposa una diade­ma de flores.

La radi­ante reina es hija del cañicul­tor Tocuyano Don Daniel Yepes Gil y la dis­tin­gui­da Sra. Nel­ly Aré­va­lo de Yepes-Gil.

Revista ALAS número 77

La revista ALAS fue una ref­er­en­cia y tam­bién una sen­sación en el Bar­quisime­to añe­jo, pues sus pub­li­ca­ciones que alcan­zaron casi las cien edi­ciones era a col­or, de una cal­i­dad impre­sio­n­ante tan­to en su dis­eño como en su rico y mag­ní­fi­co con­tenido grá­fi­co y lit­er­ario, según datos del cro­nista Car­los Guer­ra Brandt.

La revista “muy nove­dosa y avan­za­da para la época” tenía un pre­cio módi­co de Bs 0,50 pues esta­ba finan­cia­do por com­er­ciantes de la ciudad.

Dei­dad que cau­tivó corazones

La inusi­ta­da sim­patía de Dil­cia Yepez Gil fue doc­u­men­ta­da en la Revista ALAS. Y será el esclare­ci­do cro­nista de Bar­quisime­to, Her­mann Gar­men­dia, quien escribirá una intere­sante y emo­ti­va reseña sobre la sober­ana de los Car­navales de Bar­quisime­to en 1942. 

«Irra­dia belleza y su dulce son­risa cau­ti­va cora­zones», apun­tó Gar­men­dia en su colum­na pub­li­ca­da en el Diario El Impul­so. Pero leamos su hom­re­na­je completo:

 Yo no sé porque al con­tem­plar este retra­to de Dil­cia Yepez Gil con esa son­risa deci­di­da y resuelta, he evo­ca­do un ambi­ente de español­i­dad tropicalizada. 

Ella, en la apre­ciación glob­al del armo­nioso con­jun­to como en el detalle, sus­ci­ta uno de esos ale­gres patios andaluces, trasplan­ta­dos al trópi­co, donde la exu­ber­ante flo­ra criol­la colo­cara la tóni­ca del col­or en la lla­ma veg­e­tal de los clave­les o entre el des­bara­juste de las enredaderas der­ra­madas sen­sual­mente en el baran­dal del bal­cón romántico.

Tal el ambi­ente que pudiera hac­er fon­do a Dilcia.

Dil­cia Yepes Gil, hija may­or del mat­ri­mo­nio de Don Daniel Yepes Gil y Doña Nel­ly Aré­va­lo-Bernal. Dil­cia (quien fuera tía mater­na del autor de esta cróni­ca) nació en Bar­quisime­to el 23 de abril de 1924. Casó con Julián Sequera Car­dot. Fal­l­e­ció en acci­dente aéreo el 29 de mar­zo de 1952

Tiene ella ese aire de arcaica aris­toc­ra­cia de aque­l­las damas que en los caserones bla­son­ados por nobles escu­d­os castel­lanos, y pres­ti­gia­dos por mer­cedes del rey ultra­mari­no, en la Cara­cas de los días pasa­dos, incita­ban el can­to de los trovadores dolientes: y, con los abis­males ojos negros y con la cin­tu­ra como de reloj de are­na y con el porte y el hablar con don­aires y tími­das picardías, provo­ca­ban las haz­a­ñas de sus caballeros.

Ver así a Dil­cia, con dejadez moruna, son­ri­ente, el con­tem­pla­ti­vo se col­ma de pro­fun­dos opti­mis­mos. Es la gra­cia de la belleza que desciende; el tri­no sobre el árbol enju­to y olvi­da­do, la can­ción sobre el yer­mo, la vida y la dulzu­ra en el Valle de las Lágrimas…

Parece que estu­viera vien­do a lo lejos, allá donde el sol des­made­ja sus luces, el adven­imien­to de pre­sen­ti­dos pas­tores, con flau­tas y tam­bo­riles gár­ru­los, con los som­breros y los caya­dos flori­dos como cuan­do la anun­ciación de Belén.

Pero, la andar­ie­ga fan­tasía, urde fon­dos donde la silue­ta de esta dama enca­jara per­fec­ta­mente. Parece que acabara de deten­erse una alígera berli­na, y que un lacayo de librea, de almi­don­a­do cor­batín, saltan­do del pes­cante, le abri­era la portezuela y que, Dil­cia, aso­man­do el pie minús­cu­lo y ala­do, viera cubier­to de flo­res la calle por donde ha de pasar. Y entonces, sonriera.

Hom­e­na­je que manos incóg­ni­tas, a may­or abun­damien­to de mer­cedes, como los diez­mos y prim­i­cias a la gen­tileza hecha carne, hubier­an espar­ci­do con devo­ción ferviente.

Y hay más sol, más potente y grande sol, más tibio sol, más lumi­noso sol, sol ancho, por donde Dil­cia habrá de pasar…

Her-Gar

(Her­mann Garmendia)

CorreodeLara

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