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El complot aéreo contra Juan Vicente Gómez: terrorismo antes del terrorismo

Luis Alber­to Per­o­zo Padua
Peri­odista espe­cial­iza­do en cróni­cas históricas
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Una inves­ti­gación de los his­to­ri­adores Alfre­do Schael y Fabián Capec­chi, inclu­i­da en el tomo II de Sobre­vue­lo 1785–2021 (Rivero Blan­co Edi­tores, Cara­cas, 2021), rev­ela el plan de un grupo de jóvenes comu­nistas vene­zolanos que, en 1931, inten­taron per­pe­trar el primer aten­ta­do ter­ror­ista aéreo del mundo

Cara­cas, 1931. En los pasil­los som­bríos de la Uni­ver­si­dad Cen­tral de Venezuela y los cafés dis­cre­tos del cen­tro de la cap­i­tal, corre un rumor que hiela la sangre. 

Un grupo de estu­di­antes, con sim­patías comu­nistas y for­ma­ción clan­des­ti­na, estaría plane­an­do nada menos que el asesina­to del pres­i­dente Juan Vicente Gómez. 

Pero esta vez no se tra­ta de una embosca­da ni de un aten­ta­do con arma blan­ca: se tra­ta de bom­bardear su res­i­den­cia des­de el cielo.

El vehícu­lo del crimen sería un avión Laté­co­ere 28, perteneciente a la Com­pag­nie Aéro­postale France­sa, uti­liza­do para vue­los reg­u­lares entre Mara­cai­bo y Mara­cay. El obje­ti­vo: lan­zar explo­sivos sobre la casa presidencial. 

El plan, de haberse conc­re­ta­do, habría con­ver­tido a Venezuela en la pio­nera mundi­al del ter­ror­is­mo aéreo… dos años antes del ataque al Boe­ing 247 de Unit­ed Air­lines en Esta­dos Unidos.

Juan Vicente Gómez, de visi­ta a los hangares de Mara­cay (1928). Luis Felipe Toro ©Archivo­Fo­tografíaU­r­bana

Un ataque sin precedentes

La his­to­ria per­maneció ocul­ta por casi un siglo, has­ta que los his­to­ri­adores vene­zolanos Alfre­do Schael y Fabián Capec­chi, en su mon­u­men­tal obra Sobre­vue­lo 1785–2021, rev­eló el oper­a­ti­vo con detalles inédi­tos. El hal­laz­go figu­ra en el Tomo II, edi­ta­do por Rivero Blan­co Edi­tores en Cara­cas, año 2021.

El plan no fue un mero delirio juve­nil. Fue una operación pen­sa­da y artic­u­la­da por una fac­ción marx­ista del Par­tido Comu­nista de Venezuela (PCV), que veía en el dic­ta­dor Juan Vicente Gómez al prin­ci­pal obstácu­lo para la mod­ern­ización del país y el avance de los movimien­tos de masas.

El plan, paso a paso

Schael y Capec­chi recon­struyen los hechos a par­tir de múlti­ples fuentes doc­u­men­tales, entre ellas el tes­ti­mo­nio del diri­gente políti­co y académi­co Juan Bautista Fuen­may­or, quien dejó evi­den­cia del inten­to fal­li­do en su libro 1928–1948: Veinte años de políti­ca (Edi­to­r­i­al Mediter­rá­neo, 1968). Allí describe con pre­cisión quirúr­gi­ca cómo sería el atentado:

“Quince estu­di­antes audaces debían ocu­par, como pasajeros, el avión que hacía el vue­lo de Mara­cai­bo a Mara­cay. En las male­tas, las bom­bas que habrían de ser arro­jadas sobre la casa de Gómez. Entre los ocu­pantes habría un pilo­to y un radiotelegrafista, para susti­tuir, una vez en vue­lo, al pilo­to y al radiotelegrafista del avión. Con­suma­do el propósi­to, tomarían rum­bo a Curazao o a otro lugar cer­cano, para esper­ar los resul­ta­dos del bom­bardeo. La fab­ri­cación de las bom­bas se llevó bue­na parte del tiem­po y con­sum­ió gran parte de los recur­sos…”, apun­ta Fuenmayor.

UEl F‑AJLB de la Com­pag­nie Générale Aéro­postale en los 30s ater­rizan­do en su 1er vue­lo a Ciu­dad Bolí­var. Luego se con­ver­tiría en el YV- AB0 “GENERAL MARIÑO” de la Aviación Nacional Vene­zolana. Descrip­ción del espe­cial­ista Gus­ta­vo A. Valero P.

Un laboratorio clandestino

El cuar­tel gen­er­al de la con­spir­ación esta­ba ubi­ca­do en una vivien­da entre las esquinas caraque­ñas de San Pedro y Albañales, en la par­ro­quia San Juan. En esa mod­es­ta res­i­den­cia fun­ciona­ba un lab­o­ra­to­rio secre­to, donde un joven quími­co —mil­i­tante del grupo— se encar­gó de fab­ricar el mate­r­i­al explosivo.

Allí, uti­lizan­do algo­dón pólvo­ra, ful­mi­nantes de mer­cu­rio y niples metáli­cos, con­struyeron una doce­na de bom­bas rudi­men­ta­rias, dotadas de espo­le­tas. Sin embar­go, una prue­ba real­iza­da en las afueras de Cara­cas, en una zona rur­al cer­cana a Turmer­i­to, rev­eló un fal­lo clave: los arte­fac­tos no con­ta­ban con un sis­tema de esta­bi­lización que garan­ti­zara que cay­er­an con la espo­le­ta hacia abajo.

Dilema moral y fracaso

Además de los incon­ve­nientes téc­ni­cos, surgió una frac­tura inter­na de orden ide­ológi­co. El grupo se debatía entre la efi­ca­cia de un acto vio­len­to y la legit­im­i­dad de un acto ter­ror­ista desli­ga­do de las masas.

Inclu­so, uno de los estu­di­antes via­jó a Mara­cai­bo para tomar el avión de regre­so a Mara­cay a fin de obser­var la ruta, y las man­io­bras del pilo­to, así como las comu­ni­ca­ciones con tierra.

En Sobre­vue­lo 1785–2021, los his­to­ri­adores cita­dos, reco­gen esta ten­sión fun­da­men­tal en el seno del movimien­to, y desta­can cómo algunos miem­bros ter­mi­naron por rec­haz­ar el aten­ta­do al con­sid­er­ar que el ter­ror­is­mo, sin respal­do del pueblo, esta­ba con­de­na­do al fracaso.

Por su parte, el académi­co Fuen­may­or lo resume con pre­cisión: el plan fue desecha­do “fun­da­men­tal­mente porque, del reit­er­a­do cruce de ideas entre los autores, tomó cuer­po el cri­te­rio de algunos de que el ter­ror­is­mo, es decir, toda acción desli­ga­da del movimien­to de masas esta­ba con­de­na­do al fracaso”.

Un avión Laté­co­ere 28 de la Aero­postal France­sa en el cam­po de aviación de Mara­cai­bo, 1929- Colec­ción de la famil­ia von Jess

Silencio cómplice

El plan fue aban­don­a­do, pero nun­ca des­cu­bier­to. No hubo deten­ciones, ni pro­ce­sos judi­ciales, ni tit­u­lares. Los con­spir­adores optaron por el silen­cio abso­lu­to, tal vez para evi­tar expon­er sus propias vul­ner­a­bil­i­dades ide­ológ­i­cas. Ninguno de los par­tidos políti­cos pos­te­ri­ores, muchos de los cuales se for­maron con antigu­os sim­pa­ti­zantes del PCV, hicieron men­ción del hecho.

El desconocimiento absoluto de este plan, solo confesado en unas memorias en 1968 creó la falsa imagen de que Venezuela era un país ajeno a los métodos violentos del extremismo ideológico

Cuando el cielo era ya un arma

El aten­ta­do frustra­do de 1931 rep­re­sen­ta un capí­tu­lo asom­broso y poco cono­ci­do de la his­to­ria vene­zolana. Si se hubiese eje­cu­ta­do, habría sido el primer acto de ter­ror­is­mo aéreo del mun­do, ade­lan­tán­dose al caso esta­dounidense de 1933 por al menos dos años. 

Y lo más sor­pren­dente: idea­do no por poten­cias belig­er­antes ni célu­las fanáti­cas, sino por estu­di­antes criol­los con con­vic­ción ide­ológ­i­ca y conocimien­tos téc­ni­cos precarios.

Schael y Capec­chi no solo rescatan el dato, sino que lo con­tex­tu­al­izan en el mar­co de una reflex­ión urgente sobre el uso de la tec­nología como her­ramien­ta políti­ca, y sobre la del­ga­da línea que sep­a­ra la acción rev­olu­cionar­ia de la vio­len­cia extrema.

CorreodeLara

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