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El día que Caracas se escandalizó por su primer choque automovilístico

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista especializado en crónicas históricas
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En las redes sociales: @LuisPerozoPadua

“Nosotros lo habíamos predicho. Tarde o temprano iba a suceder lo inevitable. Ayer, por desgracia, los hechos nos dieron la razón.”

El 11 de julio de 1913, Cara­cas des­pertó sin imag­i­nar que sería tes­ti­go de un acon­tec­imien­to que quedaría graba­do en su memo­ria colec­ti­va: el primer choque auto­movilís­ti­co en la his­to­ria de la ciu­dad. Lo que hoy podría pasar como un inci­dente cotid­i­ano, entonces desató una ola de reac­ciones que iban des­de el asom­bro has­ta el páni­co moral.

El sol del mediodía bril­l­a­ba inten­sa­mente sobre las calles empe­dradas cuan­do, en la con­cur­ri­da esquina de Las Gradil­las, dos automóviles pro­tag­oni­zaron el hecho inédi­to. Uno de ellos, con­duci­do por el joven Gus­ta­vo Zingg, col­i­sionó con el vehícu­lo mane­ja­do por un inge­niero alemán traí­do por la Casa Blohm. El estru­en­do del impacto, que se reg­istró a las 11:30 de la mañana, resonó por la zona, atrayen­do a una mul­ti­tud de caraque­ños que pron­to rodeó los destar­ta­l­a­dos “aparatos de hierro”.

El ter­cer car­ro que cir­culó por las enlosadas calles de Cara­cas, lo tra­jo en 1905 el doc­tor Alber­to Smith.[1] Pos­te­ri­or­mente lle­garían, a fines de ese año, tres (3) automóviles más: el de John Boul­ton, el de un señor de nom­bre Anto­nio y el del ópti­co Con­stan­cio Vanz­i­na. Foto: Año 1911

La esce­na era casi teatral: los cabal­los de las car­retas relinch­a­ban inqui­etos, los curiosos comenta­ban en voz alta y las damas, pro­te­gi­das bajo som­bril­las de enca­je, observ­a­ban con una mez­cla de hor­ror y fascinación.

El choque no solo había detenido el trá­fi­co —may­ori­tari­a­mente com­puesto por coches de cabal­los— sino que tam­bién había detenido el tiem­po, obligan­do a la ciu­dad a cues­tionarse si el pro­gre­so era real­mente una ben­di­ción o una maldición.

La reac­ción ofi­cial no tardó. El gob­ier­no del Ben­eméri­to gen­er­al Juan Vicente Gómez, siem­pre aten­to a man­ten­er el orden, desplegó a la caballería para dis­per­sar a la multitud.

Las calles ady­a­centes a la Plaza de Bolí­var fueron res­guardadas, como si aquel acci­dente hubiese sido una señal de caos inmi­nente. Las autori­dades, pre­ocu­padas por las cre­cientes ten­siones sociales, no solo bus­caron restau­rar el orden, sino tam­bién debatieron inter­na­mente sobre la posi­bil­i­dad de restringir la cir­cu­lación de estos “peli­grosos artilugios”.

Con alar­ma El Uni­ver­sal, reseñó el primer choque en la ciu­dad de Cara­cas el 12 de Julio de 1913

Pero fue la pren­sa quien llevó la dis­cusión a otro niv­el. El diario El Uni­ver­sal, con un lengua­je encen­di­do, pub­licó al día sigu­iente un artícu­lo tit­u­la­do “Un prob­le­ma que nece­si­ta solu­ción”, en el que advertía sobre el peli­gro de per­mi­tir que esos “vehícu­los infer­nales” cir­cu­laran libre­mente por las calles. ¡Iban a veloci­dades de has­ta 20 kilómet­ros por hora! ¿Podría el cuer­po humano resi­s­tir tamaña veloci­dad? ¿No cor­rería Cara­cas el ries­go de incen­di­arse con ese mis­te­rioso líqui­do lla­ma­do gasolina?

En su rotun­do sumario, El Uni­ver­sal destacó: “Nosotros lo habíamos predi­cho. Tarde o tem­pra­no, lo inevitable suced­ería. Ayer, por des­gra­cia, los hechos nos dieron la razón.”

Pos­te­ri­or­mente, sin ocul­tar el sen­sa­cional­is­mo, reseña: “Este espec­tácu­lo, casi ter­rorí­fi­co, no se había vis­to jamás en la Cap­i­tal y puede afir­marse, sin come­ter peca­do, que todo Cara­cas des­filó por Las Gradil­las a mirar el esta­do en que jus­to y mere­ci­do cas­ti­go quedaron los coches.”

Y prosigue con un tono exager­a­do en su redac­ción: Y aho­ra nos pre­gun­ta­mos nosotros: ¿Es esto civ­i­lización? ¿Podrá seguir toleran­do toda una ciu­dad que cor­ran por sus calles, como alma que se lle­va el dia­blo, flamígeros aparatos de hier­ro? Y todo porque a un mil­lonario de la Gran Nación del Norte, quien según infor­ma el cable francés se lla­ma Enrique (Hen­ri) Ford, ¿se le ha meti­do en la cabeza hac­er dinero en esta forma?

Otros per­iódi­cos se sumaron a la polémi­ca, deba­tien­do si estos automóviles, traí­dos por la mod­ernidad, no rep­re­senta­ban más que un capri­cho elit­ista que ponía en peli­gro a la ciu­dadanía. Se llegó a pro­pon­er, inclu­so, la creación de “zonas exclu­si­vas para auto­mo­tores” lejos del cen­tro de la ciudad.

Has­ta la Igle­sia inter­vi­no. El sac­er­dote Jesús María Pel­lín, des­de el púl­pi­to, advir­tió con­tra los “ami­gos de las cosas nuevas” y com­paró los automóviles con las “paradas satáni­cas”. Para algunos, aque­l­los arte­fac­tos rep­re­senta­ban un sím­bo­lo de deca­den­cia moral y des­or­den social.

Otros miem­bros del clero sugirieron que el avance tec­nológi­co debía ser vig­i­la­do cuida­dosa­mente, para no pon­er en peli­gro las cos­tum­bres tradi­cionales que, según ellos, sostenían el teji­do moral de Caracas.

El repor­ta­je emplazó direc­ta­mente a per­son­al­i­dades ilus­tres de la ciu­dad: “Qué hable la cien­cia. Que hable el Dr. Luis Razetti y diga si un organ­is­mo puede aguan­tar el desplazarse a 20 kilómet­ros por hora. Que hable el Dr. Del­ga­do Pala­cios, nue­stro, más emi­nente quími­co y explique si con el ingre­di­ente tan peli­groso, como lla­man gasoli­na no puede infla­marse y pro­ducir una reac­ción en cade­na que acabe con la ciu­dad. Que hablen los jóvenes doc­tores Pepe Izquier­do y Enrique Tejera. Que hablen todos. Que no se callen, que la ciu­dad y la Patria están en peligro.”

El primer automóvil que llegó a Cara­cas fue un Cadil­lac, propiedad del Dr. Isaac Capriles, y tran­sitó por la ciu­dad el 18 de abril de 1904. El vehícu­lo fue descrito como “una car­reta que se movía sin cabal­los y emitía un rui­do extraño, como un bramido”.

Y con­cluye el repor­ta­je sub­rayan­do un fuerte sen­timien­to patrióti­co: “Nues­tra consigna: ¡¡Atrás Automóviles!! Sigue sien­do la voz del patri­o­tismo y del buen sen­ti­do vene­zolano. La pos­teri­dad habrá de agrade­ce­mos haber­le libra­do de esta tremen­da amenaza.”

Sin embar­go, más allá del alarmis­mo, el primer choque auto­movilís­ti­co de Cara­cas mar­có el ini­cio de una trans­for­ma­ción irre­versible. La mod­ernidad había lle­ga­do, y con ella, el fin de una era dom­i­na­da por el rit­mo pau­sa­do de las car­retas. Lo que aquel día fue vis­to como una ame­naza, con el tiem­po se con­vir­tió en el motor que impul­só a Cara­cas y Venezuela hacia el siglo XX.

Hoy, al recor­dar ese episo­dio, no podemos evi­tar una son­risa. Pero tam­bién nos invi­ta a reflex­ionar sobre cómo las sociedades enfrentan el cam­bio: con temor, con resisten­cia, pero tam­bién con la inevitable adaptación que trae con­si­go el paso del tiem­po. Porque, al final, el pro­gre­so siem­pre encuen­tra su camino.

Doña Zoila Rosa Martínez de Cas­tro y su vehículo

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