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Violento fue el asesinato del gobernador Martín María Aguinagalde

 

Luis Alberto Perozo Padua 
Periodista

EL 12 DE JULIO DE 1854, antes que las sombras comenzaran a apoderarse de la ciudad, estaba el gobernador de la Provincia de Barquisimeto almorzando con dos amigos en su residencia que para entonces también era la casa del gobierno. El mandatario revisaba ‑quizás‑, los detalles para finiquitar la inauguración de una escuela para varones en Cabudare, cuando se consumó el asalto a su casa y posterior perverso asesinato a cargo de un grupo de asesinos asalariados en nombre de políticos conservadores, contra el gobierno del presidente José Gregorio Monagas.

La casona esta­ba asen­ta­da en la hoy car­rera 19 con la calle 22, donde una aban­don­a­da pla­ca en la pared, recuer­da el funesto episo­dio del año 54 escenifi­ca­do por par­tidar­ios del gen­er­al José Anto­nio Páez.

Esa tarde Aguina­galde y José Par­ra, Jefe políti­co de Cabu­dare, com­partían la ame­na cena cuan­do escucharon el sonido de un cohete. En la tien­da de Basilio Roque, ubi­ca­da en el aho­ra Hotel Príncipe, des­de hacía algunos días, se encon­tra­ban algunos guer­rilleros fraguan­do la toma de la Gob­er­nación de la Provin­cia. El cohete fue la señal para que los facinerosos salier­an a per­pe­trar el asalto a la casa guber­na­men­tal. El pavor se apodera de esa parte de la ciu­dad. Se cier­ran puer­tas y ven­tanas, y en los sem­blantes de la gente se retra­ta pánico.

Casona propiedad de Martín María Aguina­galde, en donde fun­ciona­ba la gob­er­nación, como se acos­tum­bra­ba entonces, situ­a­da en la car­rera 19 con la calle 22

Entre otros com­plota­dos iden­ti­fi­ca­dos después como “unos pobres dia­b­los”, fig­u­raron: José María Vásquez, Neme­sio López y Tor­cu­a­to Pérez, quienes con fras­es soe­ces entraron a la fuerza al despa­cho y apuñalaron al man­datario y su acompañante

Her­mann Gar­men­dia en una de sus cróni­cas, desta­ca basán­dose en el expe­di­ente judi­cial que se for­muló el 9 de sep­tiem­bre de 1854, que el gob­er­nador Aguina­galde “cor­rió a refu­gia­rse en su Despa­cho, abrió las gave­tas del escrito­rio, tomó dos pis­to­las, dis­puesto a enfrentarse con los inva­sores…” a pesar de esto los crim­i­nales le dieron muerte en ple­na dis­pu­ta después de una cert­era puñal­a­da. Otro de los asaltantes, le traspasó el cuel­lo con una daga.

Escribe Sei­jas, que cuan­do la casa de Gob­ier­no fue asalta­da por mer­caderes de san­gre, los facinerosos se divi­dieron en dos gru­pos. Uno se abal­an­za sobre el gob­er­nador que al verse solo con­tra tan­tos, “per­di­do sin reme­dio, no por eso flaquea y dis­para suce­si­va­mente al cer­cano agre­sor y, no inhab­il­itán­dole, recibe de él mor­tal puñal­a­da”. Sin embar­go Aguina­galde lucha con él y logra arrebatar­le el arma y propina igual heri­da a la suya”. El cadáver amor­ta­ja­do del gob­er­nador, fue envi­a­do a escon­di­das al cemente­rio de Bar­quisime­to. Ese fatídi­co día tam­bién fue asesina­do José Par­ra y grave­mente heri­do Pedro Planas con al menos ocho heridas.

Fracasada revolución

Se trata­ba de una “rev­olu­ción” con­tra el “mon­a­ga­to” como supre­mo interés, pero nun­ca se supo, quién o quiénes ordenarían el acto crim­i­nal con­tra el gob­er­nador de Bar­quisime­to, apre­ci­a­do y admi­ra­do por la ciu­dadanía inclu­so, por los con­spir­adores, entre quienes estarían los sac­er­dotes José Macario Yépez y José María Rald­i­riz, que nun­ca lle­garían a cono­cer de aque­l­la locu­ra colec­ti­va, cor­re­spondién­doles dar­le sepul­tura aque­l­la mis­ma tarde, en la Igle­sia de San Juan.

La rev­olu­ción fra­casaría a los días, dos años después cundiría el cólera y su últi­ma víc­ti­ma sería el pres­bítero José Macario Yépez. Al gob­er­nador Aguina­galde “le cor­taron los bra­zos, manos, le sac­aron los ojos”, de acuer­do al expe­di­ente del crimen.

Prócer independentista

Apun­ta el peri­odista Juan José Per­al­ta, que Aguina­galde había naci­do en Caro­ra el 12 de noviem­bre de 1793. Des­de muy joven se enlistó en el ejérci­to Lib­er­ta­dor, y en 1813 lo encon­tramos bajo las órdenes de los gen­erales José Félix Ribas y Rafael Urdaneta.

Final­iza­da la guer­ra se incor­poró a la políti­ca y fue diputa­do y luego senador por la provin­cia de Bar­quisime­to para ser elegi­do después gob­er­nador, car­go en el cual fue asesina­do cuan­do almorz­a­ba con su ami­go José Par­ra, quien cor­rió con la mis­ma suerte.

Su cuña­do Pedro Planas resultó heri­do y sobre­vivió al crimen. Los restos de Martín María Aguina­galde yacen en la capil­la del Cristo de la igle­sia de San Juan Bautista de Caro­ra, la cap­i­tal del munici­pio Torres.


Fuente: Rafael Sei­jas. Artícu­los sobre algunos pun­tos de la his­to­ria patria, y el pro­ce­so de la Rela­ciones exte­ri­ores, una biografía y dos dis­cur­sos. Cara­cas 1883

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