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Daniel Yepes Gil: Precursor de la industria azucarera del Valle del Turbio

 

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista


Inte­grante de una famil­ia de hon­or­able lina­je, fun­dadores de hacien­das y primeros pro­duc­tores de cañame­lar con den­oda­da trayec­to­ria. Direc­ti­vo y pro­mo­tor del Cen­tral Azu­carero Río Tur­bio. Nieto y sobri­no de héroes de la Guer­ra Fed­er­al y recono­ci­dos políti­cos en el esta­do Lara. Asimis­mo sobri­no del his­to­ri­ador más impor­tante de los
últi­mos tiem­pos en Venezuela

A Haydee Padua, 
en cuya mira­da encuen­tro una razón para escribir. 
Dedi­co

 

6 de diciem­bre 1972. 

Seis y trein­ta de la mañana

A lo lejos la comi­ti­va divisó a don Daniel Yepes Gil, vesti­do como siem­pre de fae­na, con impeca­ble atuen­do de col­or kaki, en medio de su vari­a­da colec­ción de pájaros y ani­males diver­sos. El Moli­no, su hacien­da, esta­ba encla­va en el Valle del río Tur­bio, tier­ras mar­cadas eter­na­mente por el estig­ma del tira­no Aguirre y su mág­i­ca leyenda.

Col­ind­a­ba esta pos­esión con las hacien­das Las Damas, Bel­la Vista y Tara­bana, todas propiedades de su famil­ia, quienes habían lle­ga­do a este encan­ta­do valle en 1822, como lo ates­tigua un doc­u­men­to notari­a­do en Bar­quisime­to el 21 de mayo de ese año.

Pertenecía don Daniel a una pros­apia de hom­bres que a fuerza de tra­ba­jo con­struyeron un futuro promiso­rio para los larens­es. Así lo afir­ma Juan de Lara, en un artícu­lo pub­li­ca­do en el diario EL IMPULSO, el 9 de diciem­bre de 1972, donde apun­ta: don Daniel Yepes Gil fue un arquetipo de aque­l­los caballeros rurales de solar cono­ci­do que fund­a­ban hacien­das, prac­ti­ca­ban deportes vio­len­tos, con­sti­tuían hog­a­res, tenían un con­cep­to caldero­ni­ano del hon­or, se sac­ri­fi­ca­ban sin vac­ilar por un ami­go, se hacían matar antes que fal­tar a la pal­abra empeña­da, y eran espe­jos de bue­nas man­eras y de vir­il gal­lardía, escribió dueño de la verdad.

Forma­ba parte don Daniel, agre­ga Juan de Lara, a ese bril­lante núcleo social de los días dora­dos de Bar­quisime­to en que se movían el doc­tor Hora­cio Sigala, José Jiménez Anzo­la, Par­ra Pérez, Blan­co Gasperi, Briceño Rosi, Pablo Gil Gar­cía, Julio y Víc­tor Manuel Mon­tesinos, W. B. Tay­lor, Mar­rero Cubil­lan, Juan Car­mona, Julio Alvara­do Sil­va, Enrique Ara­pé, entre otros.

Más ade­lante alude que don Daniel era un hom­bre ver­sa­do en his­to­ria, geografía y zoología, inmen­su­rable lec­tor y tra­ba­jador incans­able. “Sus colec­ciones de ani­males eran real­mente interesantes”.

Cen­tral Tara­bana. Foto Elio Otaiza

Aco­ta este arti­c­ulista de EL IMPULSO, que don Daniel “fue como esos hom­bres que lan­z­a­ban con fre­cuen­cia una frase con­cil­i­ado­ra, eco de un patri­o­tismo desin­tere­sa­do, pre­ocu­pa­dos por su ter­ruño, puesto que esta­ban limpios de exhibi­cionis­mos y concupiscencias”.

El nom­bre de don Daniel Yepes Gil está unido al de los pio­neros en los tra­ba­jos que habían de cul­mi­nar, casi un cuar­to de siglo después, en la fun­dación de nues­tra magna empre­sa indus­tri­al: el Cen­tral Río Tur­bio, asev­era en tes­ti­mo­nio de incal­cu­la­ble val­or para los anales del tiempo.

Sería en El Tocuyo

El lunes 4 de junio de 1896, doña Jose­fa Anto­nia Gil For­toul daba a luz su octa­vo hijo. Daniel era el nom­bre escogi­do por don Juan Bautista Yepes Piñero, su padre. El niño cre­ció jun­to a sus her­manos en la Hacien­da La Esper­an­za de El Tocuyo.

En dis­tin­tas cor­re­spon­den­cias famil­iares se lee que Daniel era un niño “muy ale­gre y deci­di­do, inqui­eto has­ta el exce­so, muy capaz de realizar cualquier labor. Él siem­pre está al lado de su padre”, hom­bre de rig­uroso temple.

Así se for­mó Daniel, recono­ci­do con el trascur­rir del tiem­po como tra­ba­jador ince­sante, hon­ra­do has­ta el final de sus días, tal­en­toso, de carác­ter fuerte pero entu­si­as­ta, emprende­dor y heredero de una per­son­al­i­dad intachable.

Jose­fa Anto­nia había naci­do el 14 de febrero de 1863, de noble estirpe tocuyana, hija del gen­er­al José Espir­i­tu­san­to Gil Gar­cía, cono­ci­do como el Pelón Gil, prócer y héroe de la Guer­ra Fed­er­al, que ocupó luego la pres­i­den­cia de la Provin­cia de Bar­quisime­to entre 1859 a 1860. Tam­bién fue Coman­dante de Armas de esta juris­dic­ción. Asimis­mo, padre del his­to­ri­ador vene­zolano más impor­tante de todos los tiem­pos: José Gil Fortoul.

El Pelón Gil murió en El Tocuyo, el 26 de sep­tiem­bre de 1891. Pos­te­ri­or­mente, el Gob­ier­no region­al, en reconocimien­to a su notable labor como mil­i­tar y políti­co, ordenó la exhumación de sus restos y los depositó en una crip­ta de la igle­sia de la Inmac­u­la­da Con­cep­ción de Barquisimeto.

Del mat­ri­mo­nio Yepes Piñero-Gil For­toul nacieron: Juan Bautista, José Anto­nio, Abi­gail, Mar­i­ano, Cruz María, Domin­go Anto­nio, Manuel María, Daniel, María Jose­fa, Lisan­dro, Adela y Car­los Yepes Gil.

Pioneros de la industria cañamelar

Fueron los Yepes Gil una las primeras famil­ias que se estable­ció en el Valle del río Tur­bio para comen­zar con el pro­ce­so de siem­bra de caña de azú­car en susti­tu­ción del cacao.

Con el andar de los días, equiparon dichas unidades de pro­duc­ción e insta­laron mod­er­nos trapich­es con maquinar­ias fab­ri­cadas en Ale­ma­nia para la pujante activi­dad de la caña de azúcar.

La Hacien­da Tara­bana, fue la más impor­tante del Valle del Tur­bio por ser cen­tral azu­carero cuan­do en 1918 se instaló un trapiche de la fábri­ca L. GEO Squier & C.O, de Buf­fa­lo, Nue­va York.

A esta hacien­da tam­bién se le cono­ció como Cen­tral Las Mer­cedes, porque así se llamó des­de siem­pre la capil­la de esta hacien­da, la cual fue con­stru­i­da entre 1865 y 1889. Tes­ti­go de innu­mer­ables mat­ri­mo­nios de sus dueños, así como la de sus descendientes.

Don Daniel Yepes Gil, son­ri­ente en el bau­ti­zo de su sob­ri­na-nieta Titi­na Sequera Yepes Gil

Esta pos­esión la adquirieron los her­manos Yepes Gil: Cruz María, Mar­i­ano y José Anto­nio, en sep­tiem­bre de 1920, quienes le colo­can el nom­bre de Cen­tral Tarabana.

Los Yepes Gil serían los cap­i­tanes de la indus­tria azu­car­era en el Valle del Río Tur­bio, encar­ga­dos de mod­ern­izar el viejo cen­tral en 1930, al insta­lar un mod­er­no trapiche alemán Krupp, la mis­ma mar­ca de los cañones con los cuales Cipri­ano Cas­tro empleó en la paci­fi­cación de Venezuela en los albores del siglo XX.

Según José Anto­nio Yepes Azpar­ren, nieto de José Anto­nio Yepes Gil, Tara­bana fue uno de los cen­trales más impor­tantes insta­l­a­dos en el país a prin­ci­p­ios del siglo XX.

Ano­ta Yepes Azpar­ren en su libro Tara­bana, que este cen­tral procesa­ba 120 toneladas de caña diari­a­mente para 1940, ele­van­do su pro­duc­ción a 800 para 1970.

Pese a que todas las hacien­das de la famil­ia Yepes Gil con­ta­ban con un trapiche mod­er­no, no esca­ti­maron esfuer­zos en fun­dar el actu­al Cen­tral Río Tur­bio, indus­tria prin­ci­pal que aun hoy está en pleno funcionamiento.

De vuelta a su amado valle

La comi­ti­va lo encon­tró aten­di­en­do a un loro de “rarísi­mo y fasci­nante pluma­je”, her­moso ejem­plar que tra­jo des­de Brasil y que llam­a­ba “jía jía”. La dan­ta cam­ina­ba inqui­eta sin des­can­so como presin­tien­do lo inevitable.

Entre quienes vis­i­taron a don Daniel fig­ura­ba Sal­vador Macías, alias Juan de Lara, cuya pluma magis­tral describió aquel últi­mo encuen­tro: En El Moli­no, rum­bo a Tara­bana, nos atendió don Daniel Yepes Gil… El baga­zo seco desa­parecía por la portezuela roja de los hornil­los. Un peón lev­anta­ba la totu­ma ensar­ta­da en un palo y deja­ba caer un chor­ro de miel dora­da e hirvien­do, yen­do y vinien­do de paila en paila. El olor de la fae­na comen­zó a embor­racharnos deliciosamente.

En ese sen­ti­do, agre­ga Macías, que “en cada paila hervía la melaza nue­va con­duci­da des­de los tan­ques de guara­po para los difer­entes trán­si­tos. La gran rue­da hacía girar el trapiche. Las cañas humildes de todos los senderos sobre las mulas y car­retones de la hacien­da iban pen­e­tran­do por entre las masas de hier­ro, dejan­do caer un zumo abun­dante  y deli­cioso. Dos mucha­chos, pega­josos, con la chen­cha empe­go­ja­da de guara­po eran los encar­ga­dos de coger el baga­zo y sacar­lo afuera, a los patios”.

-Uno de los peones comen­zó a esti­rar un poco de miel solid­i­fi­ca­da, y acabó por entre­garme un peda­zo de mel­cocha dora­da. Yo preferí tomarme una taza de guara­po. Me refres­có la gar­gan­ta, me tra­jo aro­mas de sementera y una gra­ta sen­sación de cose­chas. Me sen­tí caña del camino, hoja dora­da, tier­ra húme­da, apun­ta sumergi­do en el relato.

Comien­do dulce caliente nos des­ped­i­mos los inte­grantes de la excur­sión de don Daniel, camino a Macu­to. Y prosigue, íbamos a quitarnos el guara­po, la pelusa de los bagaza­les, el olor hostigoso de las melazas. Por entonces aún Macu­to vivía el rumor del agua.

Al final de esa mañana, en la som­bra de los chaguaramos pen­sativos y solar­ie­gos, don Daniel se des­pidió de su valle, “acaba­ba de ver por últi­ma vez sus pájaros. Se marchó al rit­mo de la sin­fonía de un alpistero”.

En Tarabana lo flechó cupido

Remem­o­ra Haydee Pad­ua, inves­ti­gado­ra de la genealogía históri­ca de la famil­ia Yepes Gil e hija de don Daniel, que fue entre los verdes cul­tivos de caña donde el apuesto per­son­aje “encon­tró su ver­dadero amor”. 

Don Daniel ya había con­traí­do nup­cias con doña Nel­ly Areva­lo, con quien tuvo cua­tro hijas. Pero una mañana de sol radi­ante, en cabal­ga­ta por el antiguo camino real con direc­ción a la Hacien­da Tara­bana, divisó a oril­las del río Claro a una her­mosa mujer que lo enam­oraría para siempre.

Dice la inves­ti­gado­ra que Daniel apresuró su cabal­lo para atrav­es­ar el lecho y “cau­ti­vo de una tram­pa del des­ti­no, sus ani­ma­dos ojos se clavaron en aque­l­la bel­la silue­ta. Una agra­ci­a­da damisela, en edad juve­nil, de ras­gos muy criol­los y pueb­leri­nos, de lar­gos cabel­los azabach­es, de labios rojos y grandes y expre­sivos ojos”.

Olga Rufi­na Pad­ua, quien pro­creó con don Daniel Yepes Gil, seis hijos: Oscar, Haydee, Vir­ginia, Héc­tor, Gisela y Fernando

-Así lo flechó cupi­do, y mi padre al acer­carse cada vez más quedó inerte y sin alien­to. Su esque­ma de hom­bre recio y poderoso se der­ri­tió ante la pres­en­cia mag­ní­fi­ca de aque­l­la her­mosa mujer, recuen­ta Haydee Pad­ua con ojos propen­sos a lágri­mas pero sum­i­da en una fasci­nante narración.

Es tes­ti­mo­nio de don Daniel, entre sus memo­rias escritas por su hija, que des­de ese entonces las citas a escon­di­das “muy inocentes y de gran respeto, fueron más fre­cuentes, y las vis­i­tas a Tara­bana se tornaron obligadas”.

-Así nació ese mági­co amor, en encuen­tros furtivos en el esce­nario más sub­lime, a las puer­tas de la históri­ca Capil­la Las Mer­cedes, describe la inves­ti­gado­ra sin adver­tir que se agri­eta­ba su corazón y sus ojos se ane­ga­ban de pro­fusas lágrimas.

Des­de ese entonces don Daniel com­par­tió su vida con Olga Pad­ua, la her­mosa dama de Tara­bana, “La Negra” como la llam­a­ba con afec­to. De esta esen­cia mág­i­ca, inspi­ra­da por ese esce­nario históri­co tes­ti­go de escara­muzas entre Urdane­ta, Bolí­var y Cristóbal Palave­ci­no con­tra las hor­das del español Cebal­los y su lugarte­niente Ober­to, nacieron Oscar, Haydee, Héc­tor, Vir­ginia, Gisela y Fernando.

El Tigre y el toro en Tarabana

En con­ver­sación con los her­manos Oscar y Héc­tor Pad­ua, cuen­tan que en 1936, el tiem­po y el espa­cio del valle del Tur­bio fue tes­ti­go de un sin­gu­lar episo­dio, uno de los tan­tos ocur­ri­dos en este mági­co para­je larense. 

Don Daniel Yepes Gil de mozo

Expli­can que a pesar que ninguno de ellos había naci­do, don Daniel, su padre, siem­pre les refer­ía el encuen­tro entre un desco­mu­nal tigre y un vig­oroso toro.

Narra­ba don Daniel, que él y sus her­manos habían atra­pa­do al tigre en los pre­dios de Tere­paima. Era un for­mi­da­ble ejem­plar que había cobra­do la vida de incon­ta­bles ani­males de las hacien­das de los Yepes Gil. La titáni­ca haz­a­ña de cazar al tigre los llevó a realizar una gran fies­ta en Tara­bana, donde la prin­ci­pal dis­trac­ción sería el encuen­tro entre estos dos ani­males, den­tro de una gran jaula de hierro.

Describe papá, dice Héc­tor, que el lugar se llenó de per­sonas de difer­entes comar­cas. Todos los habi­tantes de Cabu­dare asistieron al gran encuen­tro, y las entradas oscilaron entre dos y cin­co bolívares.

Oscar reseña que la pelea causó furor, “bár­baro fue este encuen­tro, y los gri­tos y la algar­abía de la gente se podía escuchar en pueblo arri­ba (Cabu­dare), nos decía papá”.

Foto de por­ta­da: Don Daniel Yepes Gil, naci­do el 4 de junio de 1896, en El Tocuyo. Retra­to propiedad de Haydee Pad­ua, hija del biografiado

 

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