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Francisco Tamayo: conciencia y técnica del desarrollo sustentable

 

Francisco Tamayo Yépez, (Sanare, 1902 — Caracas, 1985) es una referencia ineludible en la historia del pensamiento científico naturalista venezolano. (Venegas Filardo, 1987; Hurtado Rayugsen, 2006).  Su obra de educador e investigador tiene como escenario la Venezuela agraria que se transforma rápidamente con la llegada de la economía petrolera, establecida sobre la base de un Estado despótico que encabeza Juan Vicente Gómez. 

La mate­ria pri­ma de su tesis social-ecológ­i­ca la con­sti­tuye esas trans­for­ma­ciones del país agrario al país de la renta min­era; con sus con­se­cuen­cias y secue­las en el paisaje, en la demografía; daños ambi­en­tales, dese­qui­lib­rios ecológi­cos y destruc­ción de eco­sis­temas.  Riqueza y pobreza sobre la mis­ma tier­ra como muy bien que­do plas­ma­da en la lit­er­atu­ra de Rómu­lo Gallegos.

La cul­tura rur­al, la agri­cul­tura y el éxo­do campesino, serán temas per­ma­nentes y recur­rentes en sus escritos. Sus recuer­dos y obser­va­ciones de las viven­cias en las hacien­das de San Quin­tín y San Pablo, entre Sanare, Guari­co y El Tocuyo como espa­cio geo­históri­co de la caña y el café, pero tam­bién la ciu­dad int­elec­tu­al y de las ter­tu­lias cul­tur­ales donde ya se hacía sen­tir la labor educa­ti­va del Cole­gio De la Con­cor­dia dirigi­do por Egidio Mon­tesinos, lo cau­ti­varan para toda su vida, y en una bue­na parte de sus escritos se refle­jará aque­l­la juven­tud cul­ti­va­da precozmente. 

Lle­ga­da la ado­les­cen­cia va al encuen­tro de Coro; ciu­dad que lo mar­cara en su búsque­da;  exper­i­men­ta con la arque­ología para dejarnos un escrito cien­tí­fi­co sobre la indus­tria del olicornio, sin des­cuidar sus obser­va­ciones del paisaje,  y con ella las notas y apuntes de la veg­etación local; Paraguaná, Adí­co­ra, los Médanos, Cau­jarao y Pueblo Nue­vo serán sus atractivos. 

Fran­cis­co Tamayo, el cardón

 

Estos con­tex­tos des­per­taran un vivo interés por la nat­u­raleza, vocación for­t­ale­ci­da por las enseñan­zas de José Anto­nio Rodríguez López cuan­do va al Cole­gio San José en Los Teques, esta­do Miranda. 

De este edu­cador ten­drá la más alta esti­ma, ya que lo conec­ta con el uni­ver­so de las Cien­cias nat­u­rales: botáni­ca, zoología, min­er­alogía, geología, quími­ca, físi­ca, geografía, his­to­ria y soci­ología, des­de y para el medio vene­zolano, sin caer en local­is­mos, reduc­cionis­mos y menos deter­min­is­mo; la especi­fi­ci­dad la des­cubre por lo uni­ver­sal del méto­do científico. 

En 1943, por el Insti­tu­to Pedagógi­co Nacional, adquiere el gra­do de Docente en Biología, pero con una enorme afi­ción por el saber; por eso su obra es la geografía y la his­to­ria de la tier­ra que lo ve nacer. 

El itin­er­ario vital es la fun­dación de una escrit­u­ra para cono­cer y con ello crear la con­cien­cia críti­ca para avan­zar y desar­rol­lar la nación. Es la Botáni­ca del país; es la geografía y el ter­ri­to­rio; la flo­ra, la fau­na, el sue­lo y el agua; es la voz de aler­ta de un mal anun­ci­a­do: la tier­ra enfer­ma. La casa del hom­bre ame­naza­da por el hom­bre. Es la nat­u­raleza en con­cien­cia acti­va y la seguri­dad agroalimentaria.

Heredero de una tradi­ción que tiene sus primeros pasos en  José María Var­gas, y Fer­mín Toro, para luego conec­tarse a  Adol­fo Ernst; a través de su mae­stro José Anto­nio Rodríguez López, se abre camino en el estu­dio de la Botáni­ca apti­tud que habrá de con­sol­i­dar al encon­trarse con Hen­ry Pit­ti­er, quien le da la mano para abrir­le hor­i­zontes en la naciente dis­ci­plina del estu­dio cien­tí­fi­co del mun­do veg­e­tal,  empren­di­en­do así  otra eta­pa en las Cien­cias Nat­u­rales en Venezuela; por este mis­mo tran­si­tar se cruzaran Lisan­dro Alvara­do, Alfre­do Jahn, J. Saer D’Herguert y Eduar­do Rohl.(Pittier, 1948; Guer­rero, 1954; Tamayo, 1962)

Geografía, agua y ecología: sine qua non de la sustentabilidad 

Fran­cis­co Tamayo escribió sobre Ecología; y se puede enten­der que vis­to des­de esta dis­ci­plina, hizo con­tribu­ciones cien­tí­fi­cas aten­di­en­do a los com­po­nentes teóri­cos que ya había apor­ta­do en sus ini­cios el zoól­o­go alemán Haeck­el, en 1866. 

El estu­dio de las rela­ciones entre los seres vivos que define en últi­ma instan­cia el hac­er del Ecól­o­go, no fue para Tamayo el encier­ro den­tro de esos límites,  se escapa del  con­cep­to fun­cional para des­cubrir la unidad y sín­te­sis que se entra­ma entre bios­fera y sociedad. 

Pero él  va mucho más allá, pues en sus reflex­iones el  hom­bre y la tier­ra con­sti­tuyen un hecho ecológi­co, pero vis­to en una com­ple­ji­dad, y sen­ti­do críti­co, en el enten­di­do de que no hay sim­ples rela­ciones, sino unidad, inter­de­pen­den­cia, lim­ite y tam­bién rela­ciones asimétri­c­as, destruc­ti­vas y teji­das en fun­ción de la economía, lo social y cul­tur­al. Pos­tu­la un pen­samien­to para una Ecología que es en esen­cia geográ­fi­ca, pero además social. 

Se aparta de las ten­den­cias deter­min­istas y orto­doxas, ya que apues­ta al posi­bil­is­mo y no al deter­min­is­mo, pos­tu­la los géneros de vida así en las mon­tañas, en las mese­tas y lla­nuras y sus deter­mi­na­ciones climáti­cas se vuel­ven humanas, por tan­to son inter­venidas por el hombre.

Del uni­ver­so de su obra podemos obser­var: Un pen­samien­to cien­tí­fi­co-human­ista, que lo fue por vocación, delin­ea­do a su vez por la pasión nat­u­ral­ista, a la cual  lle­ga por la Botáni­ca, la cli­ma­tología y la geografía, en fin por el estu­dio y conocimien­to de la flo­ra, la fau­na, el agua y el suelo. 

Fran­cis­co Tamayo

Es decir, lo ocu­pa el reino veg­e­tal, ani­mal y min­er­al. Todo lo lle­va a una sín­te­sis; pien­sa la Ecología, pero no es el nat­u­ral­ista de colec­ción, que admi­ra y hace inven­tar­ios en lab­o­ra­to­rios o hace descrip­ciones físi­cas frías en sus cuadernos.

Su tra­ba­jo for­ma parte de la búsque­da del ser nacional. Hace his­to­ria, antropología y soci­ología para ayu­dar a ser feliz al hom­bre. No es la vana cien­cia que lo llena, es la búsque­da de feli­ci­dad y del bien para el colec­ti­vo. Cuan­do habla del agua, del sue­lo, de la erosión y de las prác­ti­cas para con­ser­var lo hace con la ple­na con­vic­ción de que for­ma parte de una visión que pro­mueve al hom­bre; con su filosofía con­ser­va­cionista echa las bases de  lo que hoy se denom­i­na desar­rol­lo sus­tentable (Gabaldón, 2006). 

Su adver­ten­cia en 1976, es merid­i­ana: “para el futuro habrá mucha más gente en el plan­e­ta, a la cual debe­mos trans­mi­tir­le no una nat­u­raleza en ruinas, sino un ambi­ente pros­pero donde ellos tam­bién puedan dis­fru­tar la feli­ci­dad de vivir” (Tamayo, 1993:30) (énfa­sis nuestro).

Es de gran util­i­dad con­cep­tu­al poder encon­trar en su obra la sín­te­sis, es decir, Fran­cis­co Tamayo inte­gra lo cien­tí­fi­co, lo teóri­co con la per­ti­nen­cia social como lo lla­marían aho­ra, pero en él hay es una vocación de sabiduría en fun­ción del hom­bre; la nat­u­raleza lo inte­gra y lle­va a ver al hom­bre en con­jun­to, en dialéc­ti­ca y esto le per­mite avan­zar en la com­pren­sión de los prob­le­mas de su tiem­po y vivir con la búsque­da de nue­stro presente.

Lla­ma la aten­ción que la obra de Tamayo, no se haya difun­di­do con la fuerza que alcan­zan los dis­cur­sos de la Con­ven­ción de Wash­ing­ton en 1940, Esto­col­mo, 1972,  o los planteamien­tos del Club de Roma en 1968, o  el informe Brun­t­hand en 1987 y recien­te­mente  Al Gore  y los tra­ba­jos de Arturo Eich­ler que evi­den­te­mente deben ser reflex­ion­a­dos en estos momen­tos;  pero ya Tamayo anun­cia las  bases de un pen­samien­to antropo-ecológi­co  y lo más impor­tante una ecología que ten­ga como cen­tro la real­i­dad social del hom­bre y con ello desem­bo­ca en visión dialéc­ti­ca de la relación hombre-naturaleza.

Se encon­tra­ba así con Farfield Osborn, quien en 1949 des­de Nue­va York advertía las agre­siones del hom­bre con­tra el medio ambi­ente. De algu­na man­era entre sus sel­vas nubladas, los paisajes xeró­fi­tos y sus pre­ocu­pa­ciones por deser­ti­zación y la destruc­ción de la capa veg­e­tal de las tier­ras, lo ponen a la altura de las denun­cias sobre los daños ambi­en­tales por el uso exce­si­vo de los agro­quími­cos escritas por la norteam­er­i­cana Rachel Car­son en su libro: Pri­mav­era silen­ciosa en 1962. 

Resul­ta intere­sante de la obra que cono­ce­mos de Tamayo, que no es de su vocab­u­lario: dióx­i­do de car­bono, monóx­i­do de car­bono, dióx­i­do de azufre, óxi­dos de nitrógenos, fos­fatos, mer­cu­rio, plo­mo, radiación a pesar de que es una ter­mi­nología que des­de los años 80 empieza a ocu­par la aten­ción del hom­bre, por esto de la con­t­a­m­i­nación ambi­en­tal, aunque si lo vemos atis­bar con la per­cep­ción sobre los rayos ultra­vi­o­le­tas y su inci­den­cia en la salud.

Es reit­er­a­ti­vo en la relación flo­ra-fau­na, sue­lo y agua de allí que la deser­ti­zación, la erosión y el desconocimien­to de la ecuación agua- tier­ra- hom­bre le pre­ocu­pen sobre man­era y tam­bién el sen­ti­do del desar­rol­lo segui­do a espal­da de la nat­u­raleza y pese al hom­bre mis­mo; hemos lle­ga­do, dice a una evolu­ción con­t­a­m­i­nante degen­er­a­ti­va; (Tamayo, 1987a:28) de allí que la irra­cional destruc­ción de la cubier­ta  veg­e­tal, defor­estación, erosión, la deser­ti­zación del medio son los ejes pri­mar­ios de reflex­ión en el pen­samien­to cien­tí­fi­co de Tamayo, para luego elab­o­rar una teoría sín­te­sis de la relación hom­bre nat­u­raleza que la logra por la unidad de la geografía y la ecología. 

 Francisco Tamayo: el espiral humanista 

En un artícu­lo suyo de 1953 tit­u­la­do “¿Dónde están las tier­ras, los bosques y las aguas de Lara?”, encon­tramos un tex­to que ilus­tra la visión del asun­to que quer­e­mos resaltar; leamos:

Si con­sid­er­amos que existe una ínti­ma  relación entre el hom­bre y la más ínti­ma partícu­la de sue­lo; entre el agua, la flo­ra y la fau­na, por una parte,  y la especie humana, por la otra, lle­gare­mos a la con­clusión de que todos estos  ele­men­tos con­sti­tuyen eslabones de una cade­na cícli­ca, indis­ol­u­ble y armo­niosa, los cuales no pueden ser alter­ados  ni mal­trata­dos sin que se dañe  el con­jun­to, ya que existe, entre todos ellos, una estrecha relación de inter­de­pen­den­cia, de man­era tal que le atañe al uno, en pro o en  con­tra, afec­ta a todos los demás. (Tamayo, 1994:74)

Cubier­ta Libro Fran­cis­co Tamayo

Deja for­mu­la­do un pos­tu­la­do que ha sido olvi­da­do en el debate deter­min­ista y mecanicista del desar­rol­lo socio-económi­co; por tan­to que des­de la visión  de Tamayo se puede apre­ciar el enfoque que inte­gra  el todo por sus partes, pero tam­bién las partes por el todo y lo más impor­tante es el prin­ci­pio de inter­de­pen­den­cia y de con­jun­to que rige la lóg­i­ca humana, que en la rep­re­sentación occi­den­tal se volvió egoís­ta y sober­bia para cre­cer en detri­men­to  de los eco­sis­temas, descono­cien­do las dinámi­cas ecológ­i­cas como base de todo pro­ce­so de desar­rol­lo económico.

El tex­to que hemos cita­do va más allá del lla­ma­do for­mu­la­do por la UNESCO en 1968, cuan­do señala la urgen­cia de la pro­tec­ción de la bios­fera, requer­im­ien­to plantea­do en reconocimien­to de una evi­dente con­t­a­m­i­nación ambi­en­tal; pero a Tamayo le vamos a encon­trar pen­san­do otras dimen­siones, por eso le vemos adver­tir:  “debe­mos recor­dar las for­mas nobles de la ambi­ción como son el deseo de cono­cer más, de saber, de ahon­dar en la esen­cia de las cosas y en el análi­sis y com­pren­sión del hom­bre para prop­i­ciar el avance de la sociedad humana en una espi­ral ascen­dente de jus­ti­cia y bien­es­tar social” (Tamayo, 1993:20)

No nie­ga la impe­riosa necesi­dad de desar­rol­lo, pero la exi­gen­cia era, y sigue sien­do en pal­abras de José Martí: “cono­cer para resolver”. En con­se­cuen­cia no es la copia de un mod­e­lo, de un esque­ma el que garan­ti­zaría ese espi­ral recla­ma­do por Tamayo. Hay que des­cubrir la esen­cia para echar ade­lante, que es en últi­mo caso bus­car el bien­es­tar social para el colectivo.

Aho­ra bien, des­de el matiz euro-cén­tri­co del desar­rol­lo la clave está en el mod­e­lo o par­a­dig­ma de la indus­tri­al­ización muy bien desple­ga­do en ideas, en ide­ologías y en téc­ni­cas, luego de la rev­olu­ción indus­tri­al ingle­sa; y pre­cisa­mente este sen­ti­do dado a la his­to­ria se con­ver­tirá en ref­er­en­cia insoslayable para las nacientes repúbli­cas his­panoamer­i­canas otro­ra hijas de la expan­sión colo­nial europea.

Los dis­cur­sos des­de el siglo XIX se con­struyen a par­tir de la for­ma­ción e inver­sión direc­ta de cap­i­tal, indus­tri­al­ización y mod­ern­ización, que­rien­do decir que esta es la úni­ca vía para el desar­rol­lo económi­co, estable­cien­do así una idea lin­eal del desarrollo. 

Un sen­ti­do sistémi­co del cap­i­tal­is­mo imponía la lóg­i­ca del desar­rol­lo; sólo se trata­ba de bus­car a fuera el sen­ti­do de la his­to­ria que viene dado por lo que occi­dente señaló como hor­i­zonte: crec­imien­to y acu­mu­lación de cap­i­tal garan­ti­zarían la dis­tribu­ción de la riqueza para hac­er feliz al colec­ti­vo; pero Tamayo no se cansa de adver­tir que este camino lle­varía a una cri­sis antropo-ecológ­i­ca, auna­do a sociedades con mar­cadas y pro­fun­das desigual­dades sociales. 

De allí que con­sidere la idea del desar­rol­lo inte­gral, o que pudiéramos lla­mar ecológi­co o en últi­ma instan­cia humano. Esto lo va ampli­ar en un artícu­lo tit­u­la­do “De la economía del cam­po”. Me atrevería a señalar que en este tra­ba­jo Tamayo apun­ta hacia una oper­a­tivi­dad de una economía agraria integra­da en el avance de la Cien­cia y tec­nología, pero sin descono­cer la ecología, y con ello las bases de una economía que garan­tice la seguri­dad agroal­i­men­ta­ria.  Vemos algunos   textos:

Los grandes cen­tros urbanos e indus­tri­ales deman­dan muchos ali­men­tos que deben ser supli­dos por nues­tra agri­cul­tura. Entonces podemos com­pren­der que el indi­vid­u­al­is­mo de la pequeña parcela es antieconómico.

De ahí que se requier­an grandes cam­pos de cul­ti­vo con alta mecan­ización y gran pro­duc­tivi­dad, todo lo cual nece­si­ta el con­cur­so de la cien­cia, de la tec­nología y de un nutri­do per­son­al que incluya la mano de obra espe­cial­iza­da y la no espe­cial­iza­da pero en vías de ser­lo. Entonces es con­ce­bible, dada las actuales cir­cun­stan­cias de la apremi­ante y con­flic­ti­va hora que vivi­mos, la creación de grandes gran­jas colec­ti­vas para pro­ducir ali­men­tos masi­va­mente, de alta cal­i­dad y pre­cios razon­ables” (Tamayo, 1993:68)

Este planteamien­to quizás en cor­re­spon­den­cia con las ideas gen­erales dom­i­nantes sobre desar­rol­lo adquieren otra visión en el pen­samien­to de Tamayo, ya que  sub­raya la necesi­dad del tra­ba­jo colec­ti­vo y a su  vez no dejan­do de lado la cien­cia y tec­nología y, cuan­do toca la real­i­dad local esta direc­triz va acom­paña­da con las sigu­ientes recomen­da­ciones que garan­ti­zan a su vez el sen­ti­do de lo sostenible y sus­tentable en la búsque­da del ansi­a­do pro­gre­so mate­r­i­al que en voz del sabio obe­dece tam­bién a la ecología, veamos las sug­eren­cias en la escala region­al del esta­do Lara cuan­do en su momen­to escribía advir­tien­do sobre la  sequía y el desier­to en cierne:

  • Con­ser­var los restos de bosques exis­tentes en las cabeceras de los ríos Tocuyo, Tur­bio, Morere, Claro, Curarigua y Baragua.
  • Usar racional­mente los sue­los de la zona montañosa.
  • Refor­estar las áreas sub­ur­banas de las pobla­ciones de la zona ári­da, como medi­da de salu­bri­dad pública.
  • Crear par­ques extrau­r­banos para el sano esparcimien­to de los con­glom­er­a­dos ciu­dadanos. (Tamayo, 1994:80)

Con estos planes, Tamayo ase­gu­ra con­ser­vación, pro­tec­ción y ali­mentación. Pre­viene que se debe res­guardar para gen­era­ciones futuras. No lo secues­tra el desar­rol­lis­mo lin­eal afer­ra­do a la indus­tri­al­ización a cualquier cos­to en nom­bre de la búsque­da del ansi­a­do cap­i­tal, aunque voces como la de Raúl Pre­bisch habrán de dar a gri­to la urgente tarea de que indus­tri­alizar era desar­rol­lar. La prop­ues­ta de este recono­ci­do pen­sador argenti­no fun­dador de la CEPAL en 1949, que­da explic­i­ta­da así: 

A nue­stro juicio, era imposi­ble resolver el prob­le­ma fun­da­men­tal de la pobreza sin ele­var sus­tan­cial­mente el rit­mo de la acu­mu­lación, cam­bian­do al mis­mo tiem­po la com­posi­ción del cap­i­tal y, des­de luego, la estruc­tura pro­duc­ti­va. De esta man­era se absorberían en el sis­tema, con cre­ciente pro­duc­tivi­dad e ingre­sos, las grandes masas de la población exclu­idas del desar­rol­lo económi­co (Pre­bisch, 1979: IX‑X).

Esta tesis ori­en­tó e impul­só el par­a­dig­ma de la indus­tri­al­ización, así como la búsque­da afanosa de las inver­siones de cap­i­tales de ori­gen extran­jero. Bueno, la his­to­ria ya es cono­ci­da de que este mod­e­lo pre­cisa­mente no ha sido éxi­to para lo que pudiéramos con­sid­er­ar desar­rol­lo en tér­mi­nos glob­ales, aunque el planteamien­to guar­da validez des­de el dis­eño del mod­e­lo cap­i­tal­ista. Los resul­ta­dos teóri­ca­mente pre­vis­tos para nue­stros país­es han sido el de un crec­imien­to económi­co sin desar­rol­lo humano.

En con­se­cuen­cia, Tamayo es más pru­dente, aunque no descar­ta estas ideas de su tiem­po; sin embar­go, cuan­do obser­va el pro­ce­so vene­zolano va dan­do su visión para el cam­bio social con su respec­ti­vo equi­lib­rio ecológi­co y armóni­co para el colec­ti­vo, para la mayoría. 

Para él es sig­ni­fica­ti­vo el hecho de percibir el fenó­meno de las migra­ciones inter­nas y eso que se llamó el éxo­do del mun­do rur­al no lo pen­sará en fun­ción de los pre­juicios y esque­mas allende a nosotros; al respec­to pre­cisa un sis­tema social inte­gral, endógeno den­tro del sis­tema glob­al de desar­rol­lo; vemos el planteamiento:

Esta migración rur­al no sería alar­mante si a la par tuvier­an cabi­da dos medi­das com­ple­men­tarias indis­pens­ables: una refor­ma agraria rad­i­cal y una empeñosa acción bien pro­gra­ma­da y eje­cu­ta­da, acer­ca de las zonas mar­gin­adas de las ciu­dades, medi­ante la cual, su gente se habilite, se instruya, se eduque; se aviv­en y estim­ulen sus poten­cias espir­i­tuales; se le enseñe a luchar per­se­ver­an­te­mente, a ir con­tra la iner­cia y el fatal­is­mo, con­tra la con­formi­dad y la resignación. 

Se le pon­ga en el uso de las téc­ni­cas nuevas; en camino de las artes y de las cien­cias; se le enseñe a tra­ba­jar en equipo, en coop­er­a­ti­vas de pro­duc­ción, de ser­vi­cio, de sol­i­dari­dad humana. 

Se le ayude a encon­trarse a sí mis­mo y a aux­il­iar a los demás; se le abran todas las per­spec­ti­vas de la jus­ti­cia social y del acce­so a todos los dones cul­tur­ales y mate­ri­ales de la vida. Y en vez de pri­siones, deberán crearse escue­las de apren­diza­je de tra­ba­jos; que en vez de hos­pi­cios establez­can par­ques para el deporte y la recreación. (Tamayo, 1993:17)   

En este mis­mo orden de ideas, esboza su prop­ues­ta de gran­jas-coop­er­a­ti­vas, que pudier­an pare­cer apre­cia­ciones local­izadas o ais­ladas, sin embar­go, para él con­sti­tuían un mecan­is­mo de evi­tar el éxo­do campesino. Pun­tu­al­ice­mos el plan:

Las gran­jas (…) ten­drán una estruc­tura colec­ti­va y se autoabaste­cerán sal­vo en los dos primeros años de su fun­cionamien­to, cuan­do el Esta­do con­tribuirá con el 50 por cien­to de sus gas­tos estric­ta­mente com­pro­ba­dos. Estas gran­jas ten­drán per­son­al téc­ni­co, per­son­al de man­ten­imien­to, per­son­al de mano de obra. Todos los cuales gozarán suel­dos mod­er­a­dos de acuer­do con el tipo y cal­i­dad de su tra­ba­jo. Las util­i­dades se repar­tirán por igual entre todos los trabajadores.

A quien fuere ine­fi­ciente en su tra­ba­jo debido a poco conocimien­to del mis­mo, se le dará dos meses para pon­erse al día, si no logra super­ar su fal­la será susti­tu­i­do por otro más com­pe­tente, y al saliente se le enviará a un cen­tro de ori­entación donde puede encon­trar su vocación y su ubi­cación en la vida. Estas gran­jas ten­drán carác­ter autónomo en cuan­to al mane­jo admin­is­tra­ti­vo, pero el Esta­do estará pron­to a con­tro­lar la mar­cha de la orga­ni­zación, detec­tar fal­las y pro­pon­er solu­ciones para cada caso.

Las gran­jas en ref­er­en­cia fun­cionarán como coop­er­a­ti­vas de pro­duc­ción y con­sumo y bus­carán los mod­os de evi­tar inter­me­di­ar­ios entre el pro­duc­tor y el con­sum­i­dor. Dichas gran­jas ten­drán escue­las, come­dor esco­lar, salón para actos cul­tur­ales, salón para espec­tácu­los (teatro, cine, ambos con tenor educa­ti­vo, cul­tur­al o recre­ati­vo); par­que-jardín (recre­ativos); salón de músi­ca (coros, estu­di­anti­nas, concier­tos, creación musi­cal); salón para bailar, salón para artes plás­ti­cas y pin­tu­ra; cam­pos deportivos (…) taller para apren­der mecáni­ca y pro­ducir repuestos para maquinas usadas en la gran­ja” (Tamayo, 1993:70)   

En esta prop­ues­ta plantea la necesi­dad de pro­duc­tivi­dad y mod­ern­ización  pero des­de la visión endó­ge­na para crear lo que el mis­mo lla­ma en este tex­to la fuerza creado­ra, que debe redun­dar en la elim­i­nación de la pobreza y la inclusión de la may­oría en el  bien­es­tar social; hemos cita­do en exten­so por la cal­i­dad de planteamien­to oper­a­ti­vo for­mu­la­do por Tamayo, como vemos se tra­ta de una prop­ues­ta que recoge inte­gral­mente el pro­ce­so económi­co y visu­al­iza el sen­ti­do orga­ni­za­ti­vo social como parte del desarrollo. 

Eso que denom­i­nan aho­ra cap­i­tal social ya esta­ba pre­sente en la visión del desar­rol­lo que visu­al­iza nue­stro nat­u­ral­ista; aquí encon­tramos el disidente frente a los dis­cur­sos desar­rol­lis­tas que vieron en los mod­e­los del sis­tema cap­i­tal­ista la úni­ca vía para alcan­zar el bien colectivo.

El cues­tion­amien­to no solo es para el sis­tema económi­co, tam­bién  cues­tiona el Esta­do pater­nal­ista y pop­ulista; por esta vía es críti­co de la riqueza adquiri­da sin tra­ba­jo, así como el despliegue de una sociedad de con­sumo que secues­tra al hom­bre y cas­tra la posi­bil­i­dad de crear bien­es­tar; veía con clar­i­dad la impor­tan­cia del Esta­do pero aten­to a estim­u­lar al hom­bre en sus poten­cial­i­dades para abrir camino en la búsque­da de su feli­ci­dad en colec­ti­vo y no sólo en la vari­able económi­ca sino en la dimen­sión  humana de la exis­ten­cia terrenal.

Sobre la acción del Esta­do pater­nal­ista, comenta:

Me parece muy peli­grosa una ten­den­cia que está toman­do cuer­po actual­mente como medi­da para resolver el prob­le­ma de esos desh­ereda­dos de la per­ife­ria urbana: la de dar­les limosnas de dinero, ropa, y ali­men­tos. Esto tiende a con­ver­tir en parási­tos a los ben­e­fi­cia­r­ios de esas dádi­vas; a trans­for­mar­los en un rela­ja­do mate­r­i­al com­prable; sin per­son­al­i­dad; sin hor­i­zontes para su reden­ción.  (Tamayo, 1987a:66)

Este mal ha acom­paña­do a todas las admin­is­tra­ciones políti­cas en la Venezuela del siglo XX y aho­ra en este siglo XXI. De allí que una bue­na parte de su escrit­u­ra estu­vo cen­tra­da en reflex­ionar sobre el éxo­do del cam­po, y el mal gen­er­a­do por los lla­ma­dos cin­tur­ones de mis­e­rias que cre­cen en las per­ife­rias  de las ciudades.

El petróleo no logra artic­u­lar el desar­rol­lo y menos inte­grar el ter­ri­to­rio en su total­i­dad; auna­do al fra­ca­so de la refor­ma agraria, ver­e­mos cómo los prin­ci­pales cen­tros urbanos servían a su vez, para la for­ma­ción de bar­rios y ran­chos que con­trastan al paisaje urban­iza­do por los ser­vi­cios e insti­tu­ciones mod­er­nas de salud y edu­cación, pero sin capaci­dad para la mayoría. 

Estas anom­alías habrán de ten­er expre­sión en el des­bor­damien­to social vivi­do en Cara­cas en 1989, la vio­len­cia, más las cri­sis políti­cas desem­bo­caron en ese estal­li­do urbano que ponía en evi­den­cia el fra­ca­so de la Democ­ra­cia rep­re­sen­ta­ti­va, del pop­ulis­mo y el ago­tamien­to de la renta petrolera.

La solu­ción para Tamayo esta­ba en la opor­tu­nidad, que describe en el sigu­iente texto:

Lo que se requiere para ellos es tra­ba­jo, opor­tu­nidad de ser útiles, opor­tu­nidad para dig­nificar sus vidas destrozadas por la mis­e­ria; opor­tu­nidad para hon­rar sus hog­a­res y famil­ias; opor­tu­nidad para dar­les a sus hijos una edu­cación; opor­tu­nidad para vivir con el señorío y la noble cat­e­goría de los seres humanos. (Tamayo, 1987a: 66–67)

Y a su visión del desar­rol­lo le agre­ga dos dimen­siones fun­da­men­tales: una referi­da a que la sober­anía y el afi­an­za­mien­to nacional no puede ir de espal­da al pro­gre­so social y la otra, que en vez de pedir a gri­to las inver­siones de cap­i­tal y la indus­tri­al­ización se afer­ra al papel de la inves­ti­gación, es decir, de la Cien­cia tan­to para el desar­rol­lo como para la conservación.

El pen­sador, una vez más se encuen­tra con la idea de José Martí: “cono­cer es resolver”. Así lo encon­tramos impul­san­do la Sociedad Vene­zolana de Cien­cias Nat­u­rales, la Estación biológ­i­ca de los Llanos,  el Herbario del Insti­tu­to Pedagógi­co de Cara­cas,   y un may­or esfuer­zo por la creación de Par­ques que además como cen­tros de recreación con­sti­tuían ver­daderos espa­cios para las inves­ti­ga­ciones apli­cadas en el cam­po de la biología y la botánica.

De modo que en Tamayo, el hom­bre nat­u­ral­ista como le lla­maron sus bió­grafos, el hom­bre que cono­ció sue­los y flo­ra, ante todo planteó una vía del desar­rol­lo sus­ten­ta­do en lo ecológi­co y con la con­vic­ción de mirar hacia aden­tro para pre­sen­tarse en el concier­to del mun­do. Y para ello dejó una obra que es el andar por Venezuela, pero sobre todo cono­cer a Venezuela en su geografía e his­to­ria, lo que sig­nifi­ca la base para pro­gre­sar y gener­ar feli­ci­dad colec­ti­vas que tan­to le preocupó. 

En este orden de ideas, sobre­sale lo que él denom­i­na el dra­ma ecológi­co, el cual define en los sigu­ientes términos: 

Las eta­pas del dra­ma ecológi­co están señal­adas en sus coyun­turas por grandes des­cubrim­ien­tos o por inven­tos que gen­er­an trans­for­ma­ciones sus­tan­ti­vas del hom­bre frente a la nat­u­raleza, tal como pudo ser el des­cubrim­ien­to del modo de pro­ducir fuego, en épocas remo­tas, o el des­cubrim­ien­to de la desin­te­gración del áto­mo, en nue­stros días. (Tamayo, 1987b: 94)

Des­de este pun­to de vista, asume que el dra­ma pro­duc­to de las inno­va­ciones pudiera resol­verse por lo que el mis­mo lla­ma “sabia políti­ca ecológ­i­ca”. A esta idea agre­ga: “otras vías hay para el bien­es­tar y el desar­rol­lo, cuan­do éste se con­cibe y real­iza en ben­efi­cio inte­gral del ser humano” (Tamayo, 1987b: 106).

Esta ver­tiente en la obra de Tamayo resul­ta con­tra­cor­ri­ente en su momen­to, ya que des­de los cen­tros de poder y su refle­jo en los país­es per­iféri­cos, lo que se tra­ta es bus­car la riqueza para el ben­efi­cio par­cial y en detri­men­to de la ecología.

Des­de su pen­samien­to creyó que los obje­tivos del desar­rol­lo eran en fun­ción del hom­bre, que sig­nifi­ca respetar los límites y la inter­de­pen­den­cia com­ple­ja en todos los ele­men­tos del eco­sis­tema que expli­can al hom­bre y su habi­ta natural. 

En su dis­cur­so en el día mundi­al del ambi­ente el 5 de junio de 1980, se mues­tra agu­do y pre­ciso al indicar la esen­cia de la Venezuela con­tem­poránea. Parece que se ade­lanta­ba a lo que podía venir a par­tir de 1989:

Quiero rat­i­ficar que no soy con­trario al desar­rol­lo; sola­mente pro­pon­go que se gob­ierne al desar­rol­lo, que se le ori­ente y diri­ja; primero que nada, hacia la reha­bil­itación de las gen­era­ciones ahogadas en el mar­gin­amien­to, para que esa enorme fuerza humana entre a for­mar parte en la mar­cha total del país, pero no como las­tre, como gente inhab­il­i­ta­da, sino como fuerza creadora.

Debe­mos abrir­le los bra­zos, nue­stro entendimien­to, com­pren­sión y amor social y cris­tiano para ele­var­las a la igual­dad de opor­tu­nidades a la par de los demás hom­bres, pues con ese mag­ní­fi­co aporte de las dos ter­ceras partes de la población vene­zolana a que alcan­za el número de la gente yacente, de la gente poster­ga­da, es como Venezuela, ya sin las­tre social, podrá echar a andar deci­di­da­mente por los caminos del pro­gre­so y del desar­rol­lo. Esto es, desar­rol­lo para toda Venezuela (Tamayo, 1987a: 29) (énfa­sis nuestro)

El tex­to es con­tun­dente en el diag­nós­ti­co para aquel momen­to; se apre­cia la pre­ocu­pación por la dis­tor­sión y anom­alías del desar­rol­lo. Exclusión y pobreza sub­y­a­cen en el mod­e­lo; gob­ernar el desar­rol­lo con­sti­tuye la estrate­gia y la mis­ma se fil­tra nece­sari­a­mente por la inclusión; desar­rol­lo para toda Venezuela. Le angus­tia la pres­en­cia de gen­era­ciones mar­gin­adas, que debier­an ser útiles como fuerza humana y creado­ra, si se garan­ti­za la igual­dad de oportunidades.

De la reflex­ión ante­ri­or se desprende el espi­ral human­ista, cuan­do insiste en que la “pro­mo­ción del hom­bre, inte­gral­mente con­sid­er­a­do, es lo que puede sal­varnos” Lo inte­gral es para Tamayo: bios­fera-hom­bre-desar­rol­lo social, es decir, el reino veg­e­tal, el reino ani­mal y el reino min­er­al, como unidad ecológ­i­ca que desem­bo­ca en bien­es­tar sin aten­tar con­tra la naturaleza.

A modo de conclusión 

A 35 años de estas ideas seguimos visu­al­izan­do un mod­e­lo y una ref­er­en­cia en Fran­cis­co Tamayo; ya con­ta­mos con un instru­men­to impor­tante como lo es la Con­sti­tu­ción vigente, que recoge en su esen­cia la visón de un país, una nación que se encamine para el ben­efi­cio del colec­ti­vo con val­ores sociales y una éti­ca sus­ten­ta­da en la sol­i­dari­dad humana y la lucha per­ma­nente con­tra cualquier sis­tema que atente con­tra el hom­bre como parte de la bios­fera y como la bios­fera mis­ma que alude nece­sari­a­mente a un nue­vo mod­e­lo de desar­rol­lo que ten­ga como cen­tro el humanismo. 

El manosea­do debate desarrollo/subdesarrollo, que ha ocu­pa­do por un buen tiem­po a los inves­ti­gadores de las Cien­cias Sociales tan­to en el sec­tor públi­co como el pri­va­do, por lo menos, has­ta la déca­da de los 90 del siglo XX,  no encon­tró en Tamayo una uti­lización académi­ca for­mal;  dedicó su vida a inves­ti­gar para cono­cer el país y así poder pos­tu­lar sal­i­das y pro­pon­er caminos, record­a­ba a su gen­eración que para salir del atra­so no había otro camino que el tra­ba­jo, la efi­cien­cia, la edu­cación, la cul­tura, la cien­cia y la tec­nología “apli­ca­dos masi­va­mente a todo el pueblo vene­zolano, al mar­gen de las elites y de los sec­tores priv­i­le­gia­dos”, advir­tien­do en segui­da que no es por el  pater­nal­is­mo, sino por las opor­tu­nidades de tra­ba­jo y educación.

En 1976, Fran­cis­co Tamayo, establece lo que él denom­inó errores fun­da­men­tales del hom­bre en el pre­tendi­do desar­rol­lo económi­co lin­eal, leámoslo: 

  • Al pre­tender salirse total­mente de su eco­sis­tema natural
  • En susti­tu­ción del nat­ur­al no ha plan­i­fi­ca­do la con­sti­tu­ción de un eco­sis­tema arti­fi­cial, sino que a medi­da de las cir­cun­stan­cias va intro­ducien­do mod­i­fi­ca­ciones arbi­trarias, sin ten­er en cuen­ta, antecedentes ni consecuentes.
  • El móvil de su acción, lejos de ser la pro­mo­ción del bien­es­tar de la sociedad humana, ha sido la idea del lucro con miras egoístas.
  • Pre­tender, a esta altura del tiem­po, que sea posi­ble vivir sin una plan­i­fi­cación uni­ver­sal que trate de rec­ti­ficar los errores sus­tan­tivos de su actuación anterior.
  • Pre­tender igno­rar o per­manecer indifer­ente ante la per­spec­ti­va del muy próx­i­mo ago­tamien­to de los recur­sos, cuan­do ya es evi­dente el dese­qui­lib­rio de los ren­ov­ables y el ago­tamien­to de los no renovables.
  • Per­mi­tir que la sociedad de con­sumo con­tinúe empeña­da en despil­far­rar la capaci­dad humana y los recur­sos nat­u­rales. (Tamayo, 1993: 29)

En las acciones de estos errores, lo más per­ju­di­ca­do ha sido el recur­so nat­ur­al incluyen­do al hom­bre. Por eso Tamayo, no des­cansa en adver­tir y divul­gar el conocimien­to de la nat­u­raleza, de la ecología, no como pren­das académi­cas sino como un sis­tema de val­ores que cruzan toda la exis­ten­cia del hom­bre. En el sigu­iente tex­to de 1975, está por exce­len­cia el pen­samien­to que delin­ea un espíritu con­ser­va­cionista que abre paso a la teoría de la sus­tentabil­i­dad. Leamos:

Los recur­sos nat­u­rales con­sti­tuyen, después de los seres humanos, el pat­ri­mo­nio más valioso de la nación. No pueden ser ena­je­na­dos. El uso de los mis­mos no deberá rebasar la medi­da de su capaci­dad de recu­peración, si fueren ren­ov­ables; y si no lo fueren; como es el caso de los min­erales, la explotación deberá ser muy come­di­da, para alargar lo más posi­ble su duración de man­era que puedan usufruc­tu­ar­los el may­or número de gen­era­ciones. De ahí que los recur­sos nat­u­rales tienen estric­ta fun­ción social que obliga a man­ten­er una celosa políti­ca de con­trol y estu­dio, ten­dente a usar­los racional­mente, de acuer­do con la más alta capaci­dad de los mis­mos. (Tamayo, 1993:58) (Énfa­sis nuestro)

Que­da explic­i­to el planteamien­to de la con­ser­vación, no como acción román­ti­ca o ide­ológ­i­ca, se tra­ta de una filosofía con­ser­va­cionista que le abrió camino a la cien­cia y a la téc­ni­ca que se refle­jan en los alcances de los aportes que hace Tamayo a la Geografía, la Ecología, a la Botáni­ca, Antropología y Soci­ología para hac­er de su pen­samien­to la sín­te­sis teóri­ca sobre el desar­rol­lo social y económi­co den­tro los lim­ites, de la inter­de­pen­den­cia y com­ple­ji­dad que guar­da la relación sociedad-nat­u­raleza. Su exi­gen­cia era pen­sar en fun­ción de la humanidad y nat­u­raleza como con­tra­parti­da al yo y a mi grupo; vivir en fun­ción de la sol­i­dari­dad con todos los seres y las cosas. (Tamayo, 1993: 30)

Sir­van por tan­to, estas líneas sus­ten­tadas en la escrit­u­ra de Tamayo, que sin aparata­je académi­co, echó las bases para el desar­rol­lo endógeno y con una ple­na sabiduría de que ese desar­rol­lo reúne al hom­bre y a la ecología. 

Que­da pen­di­ente estable­cer las líneas maes­tras de su obra en la que la His­to­ria, la Geografía y la Cul­tura no pueden igno­rarse al plan­ear y visu­alizar el desar­rol­lo humano. 

Tamayo es con­cien­cia y pat­ri­mo­nio int­elec­tu­al, pero ante todo un pro­gra­ma de inves­ti­gación, en el que se des­cubra y se car­ac­terice cien­tí­fi­ca­mente la com­ple­ja relación: nat­u­raleza, economía y sociedad que seguro abrirá camino para per­fi­lar un nue­vo orden social que ten­ga como cen­tro la frater­nidad hombre-biosfera. 

Esper­e­mos que esa con­cien­cia, ese pat­ri­mo­nio int­elec­tu­al se despliegue en la con­struc­ción de un nue­vo sen­ti­do de la his­to­ria en los vene­zolanos de aho­ra. Y de igual man­era, que los futur­os pro­fe­sion­ales de Economía Social, Urban­istas, Agrónomos, de la med­i­c­i­na humana y ani­mal, inge­nieros fore­stales, los plan­i­fi­cadores de políti­cas y los recientes pro­fe­sion­ales de Desar­rol­lo Humano no desconoz­can la obra de Fran­cis­co Tamayo.

Hay todo un filón para la visión y filosofía de los nuevos retos en este siglo XXI, sig­na­do paradóji­ca­mente por la dis­min­u­ción de la democ­ra­cia social y políti­ca, para dar paso a  la expan­sión del cap­i­tal financiero mundi­al, que final­mente orga­ni­za la geopolíti­ca en la que se expre­san y se pro­fun­dizan las bre­chas de la cal­i­dad de vida y se agran­da  la con­tradic­ción cen­tro-per­ife­ria en mun­do vir­tual­mente glob­al­iza­do, en el que la per­ife­ria entra en las coor­de­nadas mundi­ales cuan­do resul­ta el mer­ca­do por exce­len­cia para la economía dig­i­tal y arti­fi­cial que se engalana con las nuevas tec­nologías de la infor­ma­ción y comunicación.

En este con­tex­to de fes­tivi­dades, de espec­tácu­los y entreten­imien­tos pro­lon­ga­dos, y de abun­dan­cia infor­ma­ti­va, gra­cias a las ultra mod­er­nas redes de tele­visión, se ocul­ta muy bien el dete­ri­oro evi­dente de la bios­fera, en tan­to que las energías de ori­gen fósil siguen man­te­nien­do prác­ti­cas económi­cas y has­ta gob­ier­nos pop­ulis­tas y demagógicos. 

Carlos Giménez Lizarzado

Per­son­al Docente y de inves­ti­gación de la Uni­ver­si­dad Politéc­ni­ca Ter­ri­to­r­i­al Andrés Eloy Blan­co y de la Uni­ver­si­dad Cen­troc­ci­den­tal Lisan­dro Alvarado.

carglizarzado@gmail.com

Ref­er­en­cias
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Pre­bisch, Raúl (1979) Pro­l­o­go a: Rodríguez, O. (1980). La teoría del sub­de­sar­rol­lo de la CEPAL .Méx­i­co. Siglo vein­tiuno editores.
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CorreodeLara

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