Cenizas de Colón estuvieron en Duaca
Juan José Peralta
Periodista
Además del gigantesco genocidio a la raza autóctona americana y el saqueo a las riquezas del continente, la llegada del navegante y cartógrafo genovés Cristóbal Colón a América permitió el desarrollo del comercio a Europa de gran cantidad de alimentos de estas tierras como el maíz, la papa o patata, el cacao, el tabaco, el pimiento, el zapallo, la calabaza, la vainilla, la caraota y nuevas variedades de frijoles, rápidamente adoptados por los europeos y el resto del mundo. Los investigadores han estimado que tres quintas partes de los cultivos actuales del mundo provienen de estos lares.
Con el descubrimiento y posterior conquista de América, la lengua española se enriqueció con palabras propias de las diferentes lenguas indígenas con las que entró en contacto en tal cantidad que resultaría casi imposible contar el número de indigenismos que nutrió al idioma castellano. Las expediciones colombinas trajeron a América la rueda, el hierro, el asno, el caballo, el cerdo, el café, la caña de azúcar, el vino y las armas de fuego. Y la esclavitud.
El origen de este judío al principio artesano y comerciante que a pulso se hizo navegante aún genera dudas, toda su vida estuvo llena de misterios creados por él mismo y por su primer biógrafo, su segundo hijo Hernando Colón.
En sus averiguaciones y contactos, al navegante le llegó la idea que siendo la Tierra esférica, a la costa oriental de Asia se podría llegar navegando hacia el oeste pero no tenía los recursos para emprender tremenda odisea y se acogió a la iniciativa de solicitar apoyo a su propuesta.
Pese a cálculos erróneos, después de varios ofrecimientos al reino de Portugal primero y después a España, logróconvencer a los reyes católicos, Fernando e Isabel la Católica, de efectuar el viaje a descubrir nuevos horizontes que sería de gran importancia económica, en principio, para Europa,. No calculó nunca cuanto habría de significar para la humanidad. Previa consulta con navegantes y cartógrafos del reino, el proyecto logró respaldo para emprender su desafío y así el 12 de octubre de 1492 avistó las tierras del Nuevo Mundo, como se le llamó más tarde, aunque él creyó haber llegado a las Indias.
El interés económico del proyecto era indudable en aquella época por el lucrativo comercio europeo con el Extremo Oriente para la importación de especias y productos de lujo, realizada por tierra a través de Oriente Medio, controlado por los árabes otomanos.
Todavía se investiga su lugar de nacimiento y así como fue su vida, controversial y de aventuras, su muerte aún es objeto de especulaciones y polémicas. Se habla de varias tumbas del descubridor, consecuencia de los traslados de sus restos. Cristóbal Colón falleció el 20 de mayo de 1506 en Valladolid y se le enterró por primera vez en el convento de San Francisco, donde su cuerpo fue descarnado, proceso de separar toda la carne de los huesos.
A los tres años, en 1509 sus restos fueron llevados a la capilla de Santa Ana de la Cartuja en Sevilla, donde se mantuvieron hasta 1542 cuando por deseos del almirante, a petición de Diego su primer hijo, fueron trasladados a América y sepultados en la catedral de Santo Domingo donde permanecieron por más de dos siglos, hasta 1795 cuando fueron llevados a la catedral de La Habana por la cesión de esta isla a Francia.
Tras la guerra de independencia cubana y la cesión de la isla a Estados Unidos, en 1898 de nuevo los restos del almirante Colón fueron trasladados, esta vez a bordo del crucero Conde de Venadito hasta Cádiz, con destino a la catedral de Sevilla, donde reposan en un suntuoso catafalco.
En 1877 en República Dominicana se formó un gran alboroto al hallarse en unas excavaciones en la catedral un ataúd de plomo con la inscripción “Varón ilustre y distinguido, don Cristóbal Colón” y se llegó a la conclusión que los restos conducidos a Sevilla eran los de su hijo Diego.
Ante tal descubrimiento los dominicanos reunieron a todo el cuerpo diplomático acreditado en la isla, encabezado por el nuncio apostólico con las autoridades eclesiásticas y nacionales quienes certificaron haber encontrado los verdaderos restos del descubridor de América.
En un acto protocolar, en representación del gobierno del general Antonio Guzmán Blanco estaba el general Lugardis Olivo, a quien entregaron una pequeña porción de las cenizas del navegante genovés en un frasco sellado y notariado con la conformación del nuncio de documentos protocolizados y legalizados por los cónsules de Alemania, Italia y Estados Unidos.
Se estima que al momento de la exhumación en la catedral dominicana, debido al pésimo estado de las tumbas no estuvo muy claro cuál era exactamente la de Colón y es probable que sólo se recogiera parte de la osamenta, quedando la otra parte en el templo, pero faltan estudios más concluyentes.
Parte de estos restos permanecieron en la catedral de Santo Domingo hasta 1992 cuando fueron trasladados al Faro a Colón, faraónico monumento erigido para homenajear y conservar en la memoria del mundo al eminente personaje.
Supuestamente la entrega de los restos al enviado de Guzmán Blanco no fue oficial sino personal, entonces el general Olivo se quedó con el frasco que le entregaron los dominicanos y a su muerte el envase con tan insignes cenizas pasó a manos de su sobrina Etelvina González Olivo, esposa del telegrafista de Duaca, Alfredo Benítez.
Tiempo después doña Etelvina, la sobrina del general Olivo, enfermó y debió ser trasladada a Caracas donde murió. Su esposo no regresó y los documentos se extraviaron en la ignorancia de quienes pudieron guardarlos por su importancia histórica.
En extenso y bien documentado trabajo publicado en junio de este año en “El Nacional” de Caracas el periodista Alexander Cambero señala que en 1927 las cenizas estaban en posesión de la sobrina del general Olivo, posteriormente adquiridas por el gobierno de Eleazar López Contreras en 1941 y colocadas en la capilla de Nuestra Señora del Pópulo de la Catedral de Caracas.
Según Cambero, “el 24 de julio de 1972 se realizó un acto solemne en la Escuela Naval de Venezuela, en la meseta de Mamo de la parroquia Catia La Mar, para depositar las cenizas del almirante genovés. Desde entonces reposan en algún lugar del mencionado recinto, sin honores ni glorias y con la sospecha de su autenticidad. La realidad es que nadie sabe cuáles son las auténticas cenizas. Si las que quedaron en Santo Domingo, las que están en Sevilla o las que durante un tiempo estuvieron en Duaca”.
Fue mi padre, César Peralta, el primero en contarme estas historias, me ratificaba lo contado por algunos vecinos sobre los restos del almirante en Duaca y el cronista Vicci Oberto investigó la suerte del frasco y supo que fue entregado al presidente Rafael Caldera quien giró instrucciones de enviarlo al Museo de la Academia Naval, donde reposan en un sarcófago, como me ratificara una alta oficial de la armada quien contó que allí fueron colocados en una ceremonia especial, historia que Igor García contó una vez en la prensa local en 1984.