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José Antonio Páez: ni traidor, ni ignorante, ni acaudalado

Wilfredo Bolívar
Cronista Oficial del Municipio Araure y ex-Presidente de la
Asociación Nacional de Cronistas Oficiales de Venezuela

El 16 de junio de 1826 cir­culó por primera vez en Bogotá un impre­so bajo el títu­lo “La Ban­dera Tri­col­or”, per­iódi­co “fun­da­do para com­bat­ir” a Páez dirigi­do por el abo­ga­do con­ser­vador san­tanderista Rufi­no Cuer­vo Bar­reto (Titiri­ta, 1801- Bogotá, 1853), tan ene­mi­go de Páez como de Bolí­var. De tal suerte que, aquel año envi­a­ba el edi­tor a Fran­cis­co de Paula San­tander una car­ta pri­va­da con estas expresiones:

“Vea si la adjun­ta car­ta le agra­da para la futu­ra Ban­dera: si le parece bien, cor­rí­jala en el modo que le parez­ca, y déle lugar. Encar­garé a Peru­cho (Pedro Aceve­do) un dial­o­go jocose­rio entre Páez y un veci­no sen­sato de Cara­cas: si lo hiciere, se lo man­daré”. (Luis Augus­to Cuer­vo, Vida de Rufi­no Cuer­vo y Noti­cias de su época, Bogotá, 1946, p. 66).

José Anto­nio Páez pin­ta­do por su sobri­no Carme­lo Fernández

Sobre manip­u­la­ciones como éstas, con­struyó el siglo XIX toda la ima­gen neg­a­ti­va que hizo fal­ta para reducir a cenizas el des­doro de José Anto­nio Páez. La his­to­ria de Venezuela no ha podi­do ser con­ta­da sin Bolí­var, y la his­to­ria de Bolí­var no puede despren­der­se de las actua­ciones de José Anto­nio Páez. Para exal­tar al “super­hom­bre”, (Bolí­var), numerosas pági­nas se siguen ocu­pan­do de hundir los méri­tos del “igno­rante y el sal­va­je” (Páez).

El per­ver­so afán de mostrarnos una his­to­ria falsea­da ha sido tan defor­mador como dev­as­ta­dor. Ninguno de nue­stros próceres vene­zolanos ha resul­ta­do tan defor­ma­do como Páez y Bolí­var. Para encum­brar a Bolí­var, se des­dibu­ja a Páez, o vicev­er­sa. Nat­u­ral­mente, ambos ejer­ci­cios desvirtúan sus actua­ciones públi­cas como mag­istra­dos, ale­ján­do­los del análi­sis como pro­ce­so histórico.

Des­de 1826 has­ta 1888, año del arri­bo de los restos mor­tales de Páez a Venezuela, la his­to­ria pos­i­tivista con­struyó un andami­a­je de redes con­fusas y con­cep­tos maniqueos que, has­ta el pre­sente, con escasas excep­ciones, solo se ha ded­i­ca­do a con­tar el asun­to históri­co des­de una visión per­son­al­ista: un Páez muy bueno has­ta Carabobo y un Páez muy malo has­ta nue­stros días. Mejor estaría en sosten­er: un solo Páez, que le tocó vivir en dos Venezuela distintas.

El canon de una cul­tura de cru­ci­gra­ma y datos de índole anecdóti­ca con­duce a his­to­ri­adores y no his­to­ri­adores a una quin­calla ver­bal de con­clu­siones fal­sas, apren­di­das de lec­turas inocentes, que siguen repi­tien­do nociones esco­lares, casi de cartel­era, basadas exclu­si­va­mente en la actuación per­son­al: Bolí­var, el semi­dios; San­tander el pér­fi­do; Páez el ban­di­do. Como los Catones grie­gos, quienes se creen por­tav­o­ces de la dis­cor­dia, se atreven a sumar más: Páez era un traidor, un igno­rante y como “oli­gar­ca”, murió acaudalado.

FOTOGRAFIA Junior, Cris­tiano. Calle FLORIDA 159. Carte de vis­ite DONACION: ANGEL J. CARRANZA RETRATO DEL GENERAL JOSÉ A. PÁE. CUERPO ENTERO. FOTOGRAFÍA. DEDICADA A ÁNGEL CARRANZA

Páez traidor

Ni siquiera eti­mológi­ca­mente. Según el Dic­cionario de la Real Acad­e­mia Españo­la, “traidor, ra” (del lat. tra­di­tor, ‑oris), es “el que comete traición”; y traición (del lat. tra­di­tio, ‑onis.) es 1. el “deli­to que se comete que­bran­tan­do la fidel­i­dad o leal­tad que se debe guardar o ten­er”; 2. el “deli­to cometi­do por civ­il o mil­i­tar que aten­ta con­tra la seguri­dad de la patria” y 3. alta traición, la cometi­da “con­tra la sober­anía o con­tra el hon­or, la seguri­dad y la inde­pen­den­cia del Esta­do” (DRAE, 1992).

Pre­sumen y ufanan los pos­i­tivis­tas y boli­var­i­anos que Páez deviene en felonía por haber “traiciona­do” el ide­al amer­i­can­ista de El Lib­er­ta­dor en el espíritu que dio ori­gen a la Gran Colom­bia. Bas­ta una lec­tura de la real­i­dad social y económi­ca de Nue­va Grana­da y el Depar­ta­men­to de Venezuela, aún en 1821 durante el Con­gre­so de Cúcu­ta, para explicar la desin­te­gración y el desapego gen­er­al­iza­do que existía en la sociedad post­colo­nial frente a la idea grancolombina. 

Todavía, aquel año, los mis­mos diputa­dos del Con­gre­so de Cúcu­ta dud­a­ban si rat­i­ficar o no una idea de papel lla­ma­da Repúbli­ca de Colom­bia. Una “ilusión ilustra­da” la lla­ma el his­to­ri­ador vene­zolano Luis Cas­tro Lei­va La Gran Colom­bia: una ilusión ilustra­da, Cara­cas: 1985, Monte Ávi­la Edi­tores, en alusión a la expli­cación de las débiles bases de una con­frater­nidad sosteni­da sobre los urgentes y tran­si­to­rios pilares de la guerra.

Dis­tan­cia geográ­fi­ca, “cen­tral­is­mo” vs. “fed­eración”, diver­sa visión de los seguidores y pro­tag­o­nistas del proyec­to; desigual­dad cul­tur­al entre un Vir­reina­to (Nue­va Grana­da) y una cap­i­tanía (Venezuela); desacuer­dos en las for­mas de apli­cación políti­ca de gob­ier­no y del Esta­do; mil­i­taris­mo exce­si­vo y abu­si­vo en una sociedad en ruinas; y la car­ga de una pesa­da deu­da exter­na, con­ll­e­varon a las actuales Colom­bia, Ecuador y Venezuela a dis­olver el proyec­to ide­al­ista de Simón Bolívar.

En orden respec­ti­vo, sobre los hom­bros de Fran­cis­co de Paula de San­tander, Juan José Flo­res y José Anto­nio Páez, recayeron las cul­pas. La his­to­ria fácil los ha pig­no­ra­do para la pos­teri­dad con un solo epíte­to: “traidores”. Pero ¿a qué o quiénes traicionaron San­tander, Flo­res y Páez? En el con­tex­to poco divul­ga­do, guardar fidel­i­dad a El Lib­er­ta­dor en 1829 suponía apo­yar la Pres­i­den­cia “vital­i­cia” prop­ues­ta por Bolí­var para el Proyec­to de Con­sti­tu­ción boli­viana, redac­ta­da con una visión per­son­al­ista del poder con­cen­tra­do “en” y “a la vez” en un “hom­bre-Esta­do” (Simón Bolí­var), es decir autocracia.

No pudo ser la división de Venezuela y Colom­bia “la obra de un solo hom­bre”, se defiende Páez en su Auto­bi­ografía.  La seg­re­gación de Venezuela y Colom­bia respondió a una necesi­dad expre­sa­da por cada uno de los pueb­los colom­bi­nos y venezolanos.

En el caso vene­zolano, revísense las más de 91 actas elab­o­radas por los hom­bres más promi­nentes de los pueb­los de Venezuela quienes, en “asam­blea de ciu­dadanos”, en 1829, rat­i­fi­caron por escrito a Páez, el deseo de volver a “con­sti­tuir” la Repúbli­ca de Venezuela. Algu­nas de las elocuentes actas com­pi­ladas por el prócer José Félix Blan­co y Ramón Azpurúa pueden leerse en la mon­u­men­tal obra Doc­u­men­tos para la Vida Públi­ca del Lib­er­ta­dor.

Para la com­pren­sión colom­biana del pro­ce­so históri­co, es útil la obra El rég­i­men de San­tander en la Gran Colom­bia (Bogotá: El Ánco­ra Edi­tores, 1985, 448 ps.) del his­to­ri­ador y académi­co norteam­er­i­cano David Bush­nell, cal­i­fi­ca­da como “uno de los estu­dios clási­cos sobre la Gran Colom­bia”. En la mejor tradi­ción de la escuela anglosajona de his­to­ri­adores, el autor pre­sen­ta impar­ciales ele­men­tos de juicio sobre tan del­i­ca­do suce­so. Algunos desean con­cluir tam­bién: Bolí­var nos inde­pen­dizó de España; Páez nos inde­pen­dizó de la oli­gar­quía bogotana.

 Postal Estat­ua del Gen­er­al Páez en la Plaza Repúbli­ca en El Paraiso, Caracas

Quer­amos acep­tar­lo o no, más allá de los repet­i­tivos epíte­tos de pupitre, la Gran Colom­bia era una repúbli­ca de papel inspi­ra­da sin duda en el sin­cero ide­al de un hom­bre, nece­saria durante la eta­pa de la Guer­ra (1811–1821, en el caso vene­zolano), para sosten­er las bases estratég­i­cas de la unión forza­da de Venezuela y Nue­va Grana­da, para respal­dar los inmen­sos crédi­tos adquiri­dos en el extran­jero y con­tin­uar el proyec­to; pero, inaplic­a­ble en la real­i­dad. Léase este extrac­to de una car­ta de El Lib­er­ta­dor fecha­da el 2 de enero de 1830, dirigi­da al Gral. Rafael Urdane­ta, el mis­mo año de la segregación:

“Creo que el Con­gre­so debe dividir a Colom­bia con cal­ma y jus­ti­cia. Ningu­na oposi­ción debe­mos pon­er a Venezuela, porque nadie quiere hac­er este sac­ri­fi­cio a favor de una unión políti­ca que com­bate inte­ri­or­mente con las antipatías. La Nue­va Grana­da no nos quiere, y Venezuela no quiere obe­de­cer a Bogotá: esta­mos a mano (…)”.

Aún así, Páez y solo Páez car­ga con la culpa.

Páez igno­rante

Parece una ofen­sa de taber­na y baja ralea. Como la his­to­ri­ografía fácil no desea echar mano del análi­sis despren­di­do del Páez en sus difer­entes épocas, se recurre a la ofen­sa per­son­al. En el estra­do de los his­to­ri­adores de anéc­do­tas e his­to­rias menores, en la visión del pro­cer­a­to bajo la visión icon­o­clas­ta de “lam­pos e inmarce­si­bles destel­los”, pro­pios de la epopeya de los román­ti­cos del siglo XIX, Páez está con­de­na­do a ser un prócer de orilla. 

Blan­co de oril­la, sin lina­je de cuna, que nace a oril­las de un riachue­lo; un “pata en el sue­lo”, agreste campechano que atraviesa ríos, mon­ta en pelo y solo parece cono­cer del arte de la doma de cabal­los y toros sal­va­jes, que para más señas ape­nas puede leer y escribir, y no conoce el uso del cubier­to. Nada es verdad.

For­ma­do bajo un sis­tema de val­ores y prin­ci­p­ios, impuesto por su madre María Violante Her­rera, Páez es un niño for­ma­do en la fe católi­ca de finales del siglo XVIII, con una cul­tura propia de su tiem­po, quien habi­en­do apren­di­do a leer y a escribir en Gua­ma a los ocho años, ayu­da a su cuña­do en una pulpería en San Felipe; que por un hecho for­tu­ito, aban­dona la for­ma­ción de su nat­ur­al inteligen­cia y va a escon­der­se en el hato “La Calza­da” de Manuel Anto­nio Puli­do, para apren­der las fae­nas de la llan­ería has­ta que lo encuen­tra la guerra. 

Estat­ua de Páez en El Paraiso. Wil­fre­do Bolí­var, 2012

No obstante, des­de 1815, Páez cruza cor­re­spon­den­cia con los próceres granadi­nos en la región de Casanare, recibe y lee de manos de Bolí­var, mucho antes de cono­cer al caraque­ño tomos de “Tác­ti­ca Mil­i­tar”, fir­ma despa­chos, imprime mon­edas, mues­tra un sel­lo pro­pio o mono­gra­ma y lo mis­mo orga­ni­za unidades mil­itares sin haber pisa­do una acad­e­mia militar.

No es ver­dad que la “cul­tura” de Páez, en un con­cep­to eurocén­tri­co, se ini­cia en 1821 a par­tir de su ayun­tamien­to car­nal con Bar­bari­ta Nieves (Choroní 1803- 1847). Suele aso­cia­rse cul­tura a “ortografía”. Por tan­to, en la anéc­do­ta miope de los pos­i­tivis­tas, es Páez un “igno­rante” por la lec­tura super­fi­cial de cor­re­spon­den­cia de guer­ra de escasa fac­tura lit­er­aria, escri­ta antes y poco después de la Batal­la de Carabobo.

Peor aún, a par­tir de la Auto­bi­ografía, como fuente pri­maria, des­de Bar­alt, Guinan y Gil For­toul, casi todos los his­to­ri­adores han segui­do repi­tien­do la con­se­ja acer­ca de la “igno­ran­cia” de Páez, sim­ple y sen­cil­la­mente, porque los jóvenes sol­da­dos ingle­ses escri­bieron en sus memo­rias y relatos “fan­tás­ti­cos” de la Guer­ra de Inde­pen­den­cia, la con­se­ja fácil de que la igno­ran­cia de Páez se refle­ja­ba en sus modales al ver­lo “com­er con las manos”. Val­dría la pena pre­gun­tarse, más allá del deter­min­is­mo geográ­fi­co, ¿cómo se come una tern­era en los llanos, al rit­mo del vivac y en pleno cam­po de batalla.

Con­tribuyó a incre­men­tar la fábu­la el pro­pio Páez, quien, para ahor­rarse el autoel­o­gio, decidió inser­tar a la letra en su Auto­bi­ografía (Nue­va York, 1867) pár­rafos enteros escritos por los jóvenes ingle­ses y esco­ce­ses que conocieron a Páez en la región de Angos­tu­ra y el Apure, vesti­do como un sal­va­je, de gar­rasí y san­dalias de cuero, mon­ta­do en pelo, con un som­brero alón, y, “comien­do con las manos” a la usan­za del medio.

A decir de Luis Cubil­lán Fon­se­ca, Pres­i­dente de la Acad­e­mia de la His­to­ria del Esta­do Carabobo (“La Cul­tura de Páez”; con­fer­en­cia graba­da, Acarigua, c. 1990), José Anto­nio Páez “mostra­ba may­ores dotes cul­tur­ales, inclu­so, supe­ri­or a Bolívar”. 

En su cri­te­rio, y en el de muchos bió­grafos e his­to­ri­adores, Páez man­i­fi­es­ta dones para el can­to, con dominio del barítono; toca igual instru­men­tos de tecla y cuer­das. O´Leary, le encuen­tra en el Apure en 1828 tocan­do el arpa para un hom­bre ciego; en Argenti­na se le ve tocar el piano y enseñar con este instru­men­to el Him­no Nacional a los niños de la famil­ia Car­ran­za donde vive exi­la­do en su ancianidad.

Páez. Creyón de Alfre­do Rodríguez. 25 Dis­cur­sos sobre el Gen­er­al José Anto­nio Páez. Año, 1973

De la mis­ma man­era, aprende a tocar el vio­lon­cel­lo; y en Buenos Aires deja escritas dos mod­estas com­posi­ciones bajo el títu­lo “Escucha bel­la María”, ded­i­ca­da a la niña María Car­ran­za; y “La Flor del Retiro”, can­ción melancóli­ca con la nos­tal­gia aními­ca del exilio y sus últi­mos años de vida.

En cuan­to a otros géneros del arte, su casa de Valen­cia des­de 1829, es prác­ti­ca­mente un ate­neo. Remod­e­la­da por aquel año por Páez, orde­na al pin­tor Pedro Castil­lo, abue­lo mater­no de Arturo Miche­le­na, dec­o­rar toda la res­i­den­cia con diver­sos fres­cos rep­re­sen­tan­do sus prin­ci­pales batal­las, Mata de la Miel, El Yagual, Pal­i­tal, Mucu­ri­tas, San Fer­nan­do, Que­seras del Medio, Carabobo y el Asalto a Puer­to Cabello. 

Encar­ga al mis­mo pin­tor dec­o­rar las pare­des con esce­nas alegóri­c­as a la mitología clási­ca, estam­pan­do murales con imá­genes de la Ser­pi­ente Pitón, Minos, Eaco, Radaman­to, Arión, Casamien­to de Venus y El Juicio de París; y en el cielor­ra­so del salón prin­ci­pal Páez orde­na pin­tar el “Sol de Carabobo” con los ras­gos faciales de El Lib­er­ta­dor Simón Bolívar.

El mis­mo his­to­ri­ador del arte Luis Cubil­lán, ha con­segui­do en Valen­cia un pequeño libro tit­u­la­do Cur­so de Mitología (D.L.B. de V; París, 1826) iden­ti­fi­ca­do con las ini­ciales “V” y “J. Páez”, en su pre­sun­ción, José Anto­nio Páez y Bar­bari­ta (¿” V”?), obra de la que se habrían extrac­ta­do las imá­genes pin­tadas por Castil­lo.  En el Diario de un Diplomáti­co Británi­co en Venezuela: 1825–1842, escrito por Sir Robert Ker Porter (Fun­dación Polar, Cara­cas: 1997, 1.040 ps.) abun­dan las alu­siones a la man­i­fi­es­ta cul­tura com­par­ti­da con Páez y Bar­bari­ta por el céle­bre diplomáti­co británi­co, tan­to en Cara­cas, Mara­cay y Valen­cia, bien en La Viñe­ta o la céle­bre casa de Valencia.

En el patio trasero de la casa se escenif­i­can obras del teatro clási­co bajo la direc­ción de un español apel­l­i­da­do Fer­rer. Se mon­ta “Ote­lo”, con Páez en el per­son­aje prin­ci­pal, secun­da­do por un curioso repar­to: Car­los Sou­blette (Bar­ban­cio), Miguel Peña (Yago), Fran­cis­ca Romero de Alcázar (Des­dé­mona).

En las afueras de la casa, la casa mues­tra modestos pen­samien­tos de su inge­nio: “Sin vir­tudes no hay Patria”, “El vicio hace al hom­bre escla­vo, la vir­tud ciu­dadano”, “Es un gran mal no hac­er el bien”, “El ciu­dadano inútil es un hom­bre per­ni­cioso”, “No conoce las dulzuras de la paz quien no ha proba­do las amar­guras de la guer­ra”, “Mi ami­go es otro yo”, “Primero olvi­darme a mi mis­mo que olvi­dar a mis ami­gos”, “La vista de un ami­go refres­ca como el rocío de la mañana”; y una máx­i­ma escri­ta en latín con la cual con­cluirá su Auto­bi­ografía: “Nihil mortálibus ardu­um” (Nada es difí­cil a los mortales).

La inteligen­cia nat­ur­al de Páez le per­mite apren­der el idioma inglés y francés; y en Nue­va York se ded­i­ca a tra­ducir y a comen­tar las Máx­i­mas de la Guer­ra escritas por Napoleón Bona­parte (New York, junio 1867), anticipo edi­to­r­i­al de su céle­bre Auto­bi­ografía pub­li­ca­da en dos volúmenes (c. 1867 y 1869; imprenta de Mal­let y Breen) has­ta el pre­sente úni­ca nar­ración edi­to­r­i­al escri­ta por un Pres­i­dente de la Repúbli­ca en toda la his­to­ria de Venezuela.

Si Bolí­var recibió con indis­cutibles méri­tos el títu­lo de “Lib­er­ta­dor”, bien mere­ció Páez en 1836 el de “Ciu­dadano Esclare­ci­do”, otor­ga­do por el Con­gre­so. Lison­ja o no de sus con­mili­tones, el títu­lo emu­la su ascen­so des­de la agreste cul­tura esteparia al difí­cil estra­do de las deci­siones colec­ti­vas. No es ver­dad que Bar­bari­ta haya con­ce­di­do la cul­tura a Páez.

En el mar­co de la his­to­ria como “acusación” desigual, la his­to­ria ofi­cial colo­ca en tien­da aparte la vida pri­va­da de nue­stros pro­hom­bres, como jus­ti­fi­cación semi­ológ­i­ca de un men­saje que con una man­i­fi­es­ta inten­cional­i­dad encum­bra o denigra.

Los vene­zolanos per­don­amos a Bolí­var su adul­te­rio públi­co con una mujer casa­da, Manuela Sáenz, a la vista de la ran­cia sociedad bogotana; pero no somos capaces de per­donar los amores entre José Anto­nio Páez y Bar­bari­ta Nieves, a pesar de la sep­a­ración for­mal con Domin­ga Ortiz, pues­ta de man­i­fiesto en su epis­to­lario con­ser­va­do en la Fun­dación Boul­ton y la Bib­liote­ca Nacional. Manuela Sáenz es la “lib­er­ta­do­ra del Lib­er­ta­dor”, Bar­bari­ta la “adul­tera” de Valencia.

Páez, acau­dal­a­do

Con may­or énfa­sis, des­de la “His­to­ria Con­sti­tu­cional de Venezuela” de José Gil For­toul, (1907–1909) el clis­sé antipaecista preg­o­na: “Páez se con­vir­tió en instru­men­to de la oli­gar­quía con­ser­vado­ra caraque­ña y se hizo fácil­mente de mal habidos bienes de fortuna”.

Es mate­ria para revis­ar, y no en bre­viario. Se endil­ga a Páez el cal­i­fica­ti­vo de “oli­gar­ca”, aso­ci­a­do este con­cep­to a un sin­tag­ma vin­cu­la­do a “riqueza”. Ambas pal­abras envuel­ven una tram­pa fuera de con­tex­to. La “Repúbli­ca de Venezuela” fun­da­da por Páez en 1830 es emi­nen­te­mente lib­er­al, entendién­dose con ello a una con­cep­ción dis­tin­ta del “hac­er Nación”, al que tenía Bolívar.

No es sino quince años después cuan­do Páez, enreda­do en la made­ja de la cod­i­fi­cación jurídi­ca nacional y las políti­cas económi­co-sociales, ter­mi­na dis­fru­tan­do de una vida hol­ga­da que le hacen lucir su Hato “San Pablo” (Apure), la Hacien­da La Trinidad (Aragua) y otros bienes inmue­bles en Cara­cas, Guári­co y el Apure.

Todo le fue con­fis­ca­do y embar­ga­do por su com­padre José Tadeo Mon­a­gas, por decre­to del 20 de mar­zo de 1848, diez días después de haber sido der­ro­ta­do en Los Araguatos. Una sim­ple revisión de la tradi­ción legal de estas pos­e­siones puede verse en el Reg­istro Prin­ci­pal del Esta­do Aragua (Pro­to­co­los 1849, Nº 14, folio 1), entre otros archivos ofi­ciales, para inda­gar el des­ti­no de las pos­e­siones “paeñas”. De ello ya se ha ocu­pa­do el Cro­nista de Mara­cay, Old­man Botel­lo, en su ameno Páez en Aragua y apuntes genealógi­cos sobre el prócer (Mara­cay, 1990, 83 ps.) 

Sobre el dra­ma de sus mis­e­rias en el exilio, un tan­to más encon­tramos en Páez per­gri­no y pro­scrito (Acad­e­mia Nacional de la His­to­ria, Cara­cas: 1973) del enjun­dioso Rafael Ramón Castel­lanos. Y aún cuan­do hubo inten­tos de resti­tuir­le sus bienes, el 11 de junio de 1857, el dra­ma de su mis­e­ria trasluce sus pal­abras escritas des­de Nue­va York a su esposa Domin­ga Ortiz:

“…la seño­ra del hom­bre a quien Venezuela tit­uló su Ciu­dadano Esclare­ci­do sin un peda­zo de pan para com­er y escondién­dose de la gente civ­i­liza­da, bus­can­do qui­etud entre los que no lo son, ¡qué opro­bio para mi Patria! Esto, mi queri­da Domin­ga, es lo que más me ator­men­ta en mi destierro”.

Las expre­siones cor­re­spon­den a la mis­ma época en que escribe a Domin­ga no se esmere en alquilar una casa cos­tosa para su regre­so después de diez años de exilio, porque es mejor alquilar una casa mod­es­ta y sin ostenta­ciones que ten­ga un pequeño patio donde pue­da cul­ti­var con las manos el pan que me he de com­er. Con­trari­a­mente, como ha escrito recien­te­mente el diplomáti­co e his­to­ri­ador San­ti­a­go Ochoa Antich “Lo intere­sante es que nue­stros his­to­ri­adores han lla­ma­do oli­gar­cas a los rev­olu­cionar­ios y rev­olu­cionar­ios a los oli­gar­cas”.  Esto es: Páez fue y sigue sien­do para la his­to­ria de fol­letín un pres­i­dente que “murió acaudalado”.

Nada más incier­to. Escribe sus Memo­rias para vivir de un género lit­er­ario en boga a finales del siglo XIX. Con sus ejem­plares a cues­tas, se trasla­da de Nue­va York a Brasil y Uruguay, has­ta res­i­den­cia­rse en Argenti­na entre agos­to de 1868 y abril de 1871.

Inten­ta empren­der un nego­cio en Buenos Aires, prác­ti­ca­mente engaña­do por un fraude mecan­iza­do de un arte­fac­to para des­ol­lar semovientes, inven­ta­do por el norteam­er­i­cano Horace J. Lewis. Envuel­to en la más pre­caria desven­tu­ra, Domin­go Fausti­no, su pro­tec­tor en Argenti­na, casi ha de rog­a­r­le al Con­gre­so de aquel país le con­cedan una pen­sión al ven­er­a­ble anciano, con el gra­do hon­orí­fi­co de Brigadier Gen­er­al, como “vet­er­a­no de la Inde­pen­den­cia Suramericana”.

Una pequeña agen­da de bol­sil­lo bajo el títu­lo Lib­ri­to de Memo­ria, regal­a­da en aque­l­la ciu­dad por su pri­mogéni­to Ramón Páez, con­ser­va­da has­ta su lecho de muerte da cuen­ta, entre otras perte­nen­cias, de la lista de su ropa a su regre­so en Nue­va York, en un modesto inven­tario elab­o­ra­do el 19 de febrero de 1872:

“7 pan­talones de paño, 3 lev­i­tas, 10 chale­cos, 7 cal­z­on­cil­los, 13 camise­tas, 21 camisas, 1 chali­na, 14 pañue­los, 1 sobreto­do, 1 cha­que­ta de paño, 1 sal­vavi­das, 1 uni­forme mil­i­tar com­ple­to (…) y 1 caji­ta de lata” (Copia foto­státi­ca; s.f. Archi­vo W. Bolívar).

¡Vaya que acau­dal­a­do murió nue­stro Cen­tau­ro de los Llanos! Un cal­z­on­cil­lo para cada día…

Cuan­do fal­l­ece el 6 de mayo de 1873, en el Nº 42, de la calle 20 este de Nue­va York, dos médi­cos cubanos, Fed­eri­co Galvez y (?) Boza, son quienes “embal­samaron su cadáver gra­tuita­mente” a fal­ta de recur­sos con qué preparar sus restos. Poco después, cuan­do la mis­e­ria toca las puer­tas de doña Domin­ga Ortiz de Páez, la viu­da humil­la la pobreza hereda­da del Cen­tau­ro naci­do en Cur­pa de la Vil­la de Arau­re, con una peti­ción al Con­gre­so implo­ran­do el deber de una pen­sión incumplida.

En el Resumen de la Vida Mil­i­tar y Políti­ca del Ciu­dadano Esclare­ci­do Gen­er­al José Anto­nio Páez, pub­li­ca­do en 1890 por la Jun­ta Direc­ti­va de la Sociedad que cele­bró el Primer Cen­te­nario de su nacimien­to, viene inser­ta la car­ta, de la cual bas­tan estos pár­rafos que acom­pañan la digna pobreza:

Doña Domin­ga Ortiz Orzúa

“Soy la viu­da, señores, de aquel cuyos ser­vi­cios en la magna lucha de la Inde­pen­den­cia, ha cal­i­fi­ca­do la his­to­ria de emi­nentes, y de hero­icos sus hechos. No hago méri­to de los presta­dos a la infan­cia de la Repúbli­ca, que estos han sido puestos en tela de juicio por los par­tidos (…) edu­ca­da en la escuela del infor­tu­nio no reclamo un dere­cho adquiri­do por la ley, sino que humilde, como cumple a mi sexo y a mi edad, imploro en nom­bre del Gen­er­al José Anto­nio Páez, Ciu­dadano Esclare­ci­do de Venezuela, una limosna de los rep­re­sen­tantes de la grat­i­tud nacional” (Ib. 205).

A pesar de algunos inten­tos his­to­ri­ográ­fi­cos por aprox­i­mar a los vene­zolanos a la ver­dad históri­ca, Páez sigue sien­do para muchos el bár­baro igno­rante, el oli­gar­ca que murió acau­dal­a­do y el “traidor” del ide­al boli­var­i­ano, como cabeza vis­i­ble en el mar­co de la “Cosi­a­ta” de 1826, sin duda el movimien­to nacional que devolvió a la Repúbli­ca su prim­i­ge­nio fuero con­sti­tu­cional. Simón Alber­to Con­salvi, en un pequeño ensayo para la Acad­e­mia Nacional de la His­to­ria de Venezuela, puede brindarnos un sin­gu­lar epígrafe:

“Lo primero que intri­ga al pen­sar de La Cosi­a­ta es adver­tir cómo a una con­spir­ación políti­ca de tan vas­tas reper­cu­siones se le pudo lla­mar de una man­era tan despec­ti­va, sobre todo en un país donde cualquier gen­er­al roba­gal­li­nas lo primero que hizo fue bau­ti­zar como rev­olu­ción su asalto al gallinero. Cualquier golpe de esta­do era una rev­olu­ción, cualquier procla­ma mal escri­ta prometía cam­biar al mun­do. La Cosi­a­ta, en cam­bio, cam­bió la his­to­ria, pero no se dejó de lla­mar La Cosi­a­ta” (Boletín ANH, Nº 341; mar­zo 2003, p. 57).

Aún así, Páez y solo José Anto­nio Páez, sigue car­gan­do con la culpa.

Por­ta­da: Postal Plaza El Paraiso, Cara­cas, 1920

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

3 comentarios en «José Antonio Páez: ni traidor, ni ignorante, ni acaudalado»

  • Luis Alber­to, gra­cias por pub­licar este tex­to guarda­do en nue­stros archivos. Dejamos en los lec­tores nue­stro anh­elo que caiga en bue­na tier­ra, en jus­ti­cia de un Páez muy mal­trata­do por la His­to­ria de Venezuela

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  • Exce­lente! Causó admiración en el chat de la Acad­e­mia de His­to­ria del Esta­do Carabobo.

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  • Nada es pro­pio de “a quien le cuen­tan la his­to­ria a cam­bio de quien la ha vivi­do”. En nue­stros días de hoy, feliz­mente doc­u­men­tos como éste, ofre­cen la opor­tu­nidad de por lo menos despe­jar dudas y posi­ble­mente enfa­ti­zar la verdad.

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