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Ella es Juana Judith, una mujer palavecinense de este y otro tiempo

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y escritor
luisalbertoperozopadua@gmail.com
TW / IG @LuisPerozoPadua

SON 98 AÑOS ESTE 2014. Se dice fácil pero cuánta agua ha pasado por debajo de ese puente.  Pese a su edad, Juana Judith Parra, aun se levanta antes del cantar de los gallos “a las tres de la madrugada” se toma un vaso de agua de avena y emprende su dilatada faena.

Es dueña de una lucidez envidi­a­ble, de la cual hace alarde sin tregua y sin inten­sión, remem­o­ran­do esce­nar­ios añe­jos del Palave­ci­no de antaño. La encon­tramos el Día de la Mujer. Nos topamos con Jua­na Judith en la Plaza Bolí­var de los Ras­tro­jos. Cam­ina­ba ella con cor­tas zan­cadas pero seguras. Iba des­de su casa en esa local­i­dad, a pie, has­ta Cabu­dare, como suele hac­er­lo. Ese día esta­ba de cumpleaños. Se cel­e­bra­ba el Día Inter­na­cional de la Mujer y la munic­i­pal­i­dad le entre­garía un reconocimien­to a su desta­ca­da labor. La fes­tivi­dad era doble.

Con su vesti­do, sus her­mosas cline­jas que atan su gris cabellera, tes­ti­go del tiem­po que no se bor­ra, sus san­dalias de cuero teji­das por sus afa­bles manos, cam­ina­ba con ale­gría recor­dan­do sus años mozos acon­te­ci­dos en El Plac­er, un apaci­ble caserío del ayer y hoy munici­pio Palave­ci­no. Allí vino al mun­do el 8 de mar­zo de 1916, “pero fui pre­sen­ta­da en 1931”, en ple­na dic­tadu­ra gomecista.

Jua­na Judith, nació en El Plac­er el 8 de mar­zo de 1916

Arepas a bolívar y empanadas a medio

Jua­na Judith lev­an­tó a sus hijos a fuerza de tra­ba­jo. Des­de su mocedad aprendió muy bien las labores de la casa, lo que le per­mi­tió, en una época rur­al del país, poder salir ade­lante. A su edad, aun tra­ba­ja: “Ven­do arepas, empanadas, números, elaboro sábanas, o sea, hago de todo menos robar”, rela­ta con jocosi­dad. Con orgul­lo nar­ra que elab­o­ra 70 arepas diarias, “de lunes a lunes”, las que vende pre­vio encar­go. En otra época, vendía diez arepas por un bolí­var y cua­tro empanadas por un medio en La Piedad, a donde lle­ga­ba tem­pra­no con una ces­ta en la cabeza y sus dos retoños a cada lado.

Asimis­mo, elab­o­ra almuer­zos para obreros de la zona, y, eso sí, no fal­tan los números de la lotería, recur­rien­do al aux­ilio de arti­mañas en una lista de com­bi­na­ciones para ver si ati­na uno y adquiere algunos bolí­vares demás. Los miér­coles son de mer­ca­do. Luego del tra­jín, Jua­na Judith agar­ra una marusa y se va cam­i­nan­do para el mer­ca­do La Cruz, el cual recorre en la búsque­da de pre­cios jus­tos y atrac­tivos ingre­di­entes para sus arepas.


Jua­na Judith, a los 22 años
Jua­na Judith a los 18 añosl


En las redes de Cupido

Isme­rio y Raúl son la con­se­cu­ción del flecha­do de Cupi­do. “Me jun­té a los catorce años, muy jovenci­ta, con Juan Abar­ca, nat­ur­al de San Felipe, pero lo conocí en Los Ras­tro­jos. María Gilber­ta Par­ra se llam­a­ba su madre, de quien aprendió el arte de la coci­na. Fue tam­bién su partera y su con­fi­dente. De Tomás Euse­bio Par­ra, su padre, le quedó el gra­to recuer­do de los días en la casa del tamarindo, aledaña a la vivien­da de Vic­ci Sosa.

Sus afa­bles manos como tes­ti­gos del tiempo

“El Plac­er era un cam­po con una cal­lecita de tier­ra por donde cam­ina­ba el gana­do y una que otra car­reta tira­da de bueyes. Aho­ra es un gran caserío que ha cre­ci­do mucho y en donde se han queda­do los hijos y nietos de mis veci­nos”, añade melancóli­ca pero con su increíble son­risa que la acom­paña a donde quiera que va. 

Se desprende de su con­ver­sa la año­ran­za por su lar nati­vo, a donde con­cur­ren sus recuer­dos de infan­cia y juven­tud, moti­vo por el cual, dos veces por sem­ana, emprende camino hacia El Plac­er y antes de caer el oca­so, ya está de vuelta en Los Ras­tro­jos, para hac­er la cena y sen­tarse a cocer las sábanas que sir­ven de sus­ten­to para el hogar. 

A la luz del tele­vi­sor y sin lentes cose, remien­da y elab­o­ra costuras

Repara que no acude al des­can­so sin antes ver los noti­cia­r­ios para estar al tan­to del acon­te­cer diario, y asis­ti­da de la luz del tele­vi­sor, cose, zurce y remien­da pren­des de vestir, pero nun­ca la acom­pañan los lentes, porque no usa.

Las primeras letras

Estudió en El Plac­er y reseña que la escuela fun­ciona­ba en la pulpería del caserío, com­par­tien­do las letras con Car­l­i­tos Gómez, María Justi­na Giménez, Vic­to­ri­na, José Erib­er­to Par­ra, Bar­to­lo Aréju­la, Jose­fi­na, Rafaela, Pedro, Pas­tor y Moisés Sosa, Cán­di­da Pérez, Sat­urni­no, Rufi­no Juárez y Jorge Gutiér­rez, todos de la mano de la maes­tra Ser­gia Vázquez, esposa de Pom­pilio Rivero.

Jua­na Judith elab­o­ra diari­a­mente 70 arepas

La maes­tra Ser­gia, veci­na de Los Ras­tro­jos, acud­ía al aparta­do puebli­to a cumplir con su abne­ga­da labor, y adi­ciona Jua­na Judith: “Ella nos enseñó a leer con EL IMPULSO”. En el año 39 Jua­na Judith aban­dona El Plac­er y se rad­i­ca en Los Ras­tro­jos, en su casa mater­na, aun lado de Ramona Tona, más tarde, en el 83, adquiere un pre­dio “fíao” a don Eustaquio Yépez, por 600 bolí­vares, que can­celó ven­di­en­do números a locha, más tarde a medio para 20 bolí­vares, a real y medio para 50 y a bolí­var para 80. Así con­struyó su hog­ar y una vida admirable. Jua­na Judith, es una mujer palaveci­nense de este y otro tiempo.

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