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La Colonia Tovar, una comarca alemana en Venezuela

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y escritor
luisperozop@hotmail.com
En las redes sociales: @LuisPerozoPadua

 

Para Jean Carlo Durán y Yuleica Smith, 
colonieros que llevan su lar nativo a donde quiera

El via­je más áspero es aquel que se emprende con ocasión del exilio.
Impli­ca no sola­mente lejanía, sino desar­rai­go y extrañamiento.
Diego Pérez Ordoñez

En 1830, cuan­do Venezuela se sep­a­ra de la Gran Colom­bia, el gen­er­al José Anto­nio Páez, pres­i­dente de la nación se ve en la impe­riosa necesi­dad de recon­stru­ir la economía del despobla­do país pro­duc­to de la larga Guer­ra de Independencia.

Escasean los medios económi­cos y la expe­ri­en­cia admin­is­tra­ti­va; entonces se plantea un proyec­to con ben­efi­cios que pudiera dejar la inmi­gración, esce­nario que acon­tecía en Esta­dos Unidos.

Entonces pide refor­mar las leyes en un inten­to de favore­cer la entra­da de europeos no españoles (antes pro­hibi­da por leyes emanadas de Madrid), a través de las tími­das dis­posi­ciones legales y con­tratos que pudier­an cel­e­brar los primeros diplomáti­cos vene­zolanos en Lon­dres o en París.

Se tra­ta más que todo de recon­stru­ir la agri­cul­tura y la cría, esta­bi­lizar las pobla­ciones rurales e implan­tar la paz y el tra­ba­jo pro­duc­ti­vo allá donde antes imper­a­ba la guer­ra y la destrucción.

1917.-Escuela de la Colo­nia Tovar recién ter­mi­na­da con el padre Dobert y grupo de alum­nos.  Foto: Repro­duc­ción del libro «Colo­nia Tovar tier­ra vene­zolana» de Leszek Sawisza

 

1917.-Escuela recién ter­mi­na­da con el padre Dobert y grupo de alum­nos. Foto: Repro­duc­ción del libro «La Colo­nia Tovar y su gente» de Leopol­do Jahn

Para este propósi­to el min­istro de Inte­ri­or, Dr. Ángel Quin­tero, instruyó al coro­nel Agustín Codazzi, un mil­i­tar de ori­gen ital­iano que llegó a Venezuela atraí­do por la lucha inde­pen­den­tista, y que además era geó­grafo, que ubicara algunos pre­dios en los que pudier­an asen­tar a inmigrantes.

Codazzi hal­ló el lugar “per­fec­to”, era un enorme ter­reno en la zona cono­ci­da como Pal­mar del Tuy, en el actu­al esta­do Aragua, que bien serviría de asen­tamien­to a los inmi­grantes europeos. Entonces nego­ció con Manuel Felipe de Tovar, que era el propi­etario del predio.

En 1840 Codazzi se embar­ca con rum­bo a París con toda su parafer­na­lia: datos demográ­fi­cos y car­tas geográ­fi­cas de toda Venezuela, tarea que había empren­di­do durante diez años. Iba a imprim­ir su gran Resumen de la Geografía de Venezuela, esco­gien­do uno de los mejores talleres de imprenta.

Entre los emplea­d­os de la imprenta se encon­tra­ba un alemán ori­un­do de Endin­gen, el agri­men­sor y litó­grafo Alexan­der Benitz, con quien Codazzi estrecha una pro­fun­da amis­tad. Uno de los temas en que coin­cidían era el prob­le­ma de la inmi­gración, entonces Benitz sugir­ió a su ami­go pro­bar suerte con veci­nos de la región del Kaiser­stuhl, donde el siglo XIX no comen­z­a­ba muy bien: primero por las guer­ras napoleóni­cas, después por las cose­chas fal­l­i­das por razones de heladas o fuertes tor­men­tas y, por últi­mo, la población esta­ba empo­bre­ci­da y bus­ca­ba emigrar.

Colo­nia Tovar, 1843

La penosa travesía

Benitz jun­to a los casi 400 migrantes partieron de Baden, en la Sel­va Negra ale­m­ana, rum­bo a Fran­cia. Cruzaron el río Rin y desem­bar­caron en el puer­to de Estra­bur­go. Luego de 21 días de cam­i­na­ta tor­tu­osa de casi 700 kilómet­ros a través de la campiña france­sa que los llevó has­ta el puer­to de Havre, des­de donde final­mente partieron hacia Sudaméri­ca, el buque francés Clemence, el 19 de enero de 1843.

Reseña el cro­nista y escritor Peter Leit­ner, adi­cio­nan­do que, en las primeras sem­anas de la penosa trav­es­ía, pavorosas tem­pes­tades atac­aron el bar­co sin piedad, cau­san­do ter­ri­bles mare­os en casi todos los pasajeros, ya que nadie antes había esta­do en alta­mar. Después lle­ga­ba un tiem­po de pairo y el bar­co casi no se movía. La coci­na en la cubier­ta se incendió, y el fuego pudo ser con­tro­la­do. Con el paso de los días en alta­mar, estal­ló una epi­demia de viru­ela, cau­sa­da por un marinero enfer­mo: 19 almas, en su may­oría niños pequeños “fueron entre­ga­dos a las olas”.

El 4 de mar­zo de 1843, el Clemence atracó en la rada de La Guaira, pen­san­do desem­bar­car al día sigu­iente, pero como aún había enfer­mos en el bar­co, una cuar­ente­na fue impues­ta por cua­tro sem­anas, por lo que el bar­co sigu­ió has­ta Choroní, donde pudieron anclar y, después de cumplir la cuar­ente­na pudieron bajar el 31 de marzo.

Allí ini­cia­ron otra calami­tosa cam­i­na­ta que los llevó des­de Playa Grande atrav­es­an­do Mara­cay, La Vic­to­ria, has­ta Pal­mar del Tuy, el sitio de su nue­vo asen­tamien­to, a donde lle­garon el 8 de abril de 1843, después de 112 días de penurias des­de Ale­ma­nia has­ta Venezuela.

“Pero no había ningún nue­vo pueblo. Sola­mente algu­nas defor­esta­ciones recién que­madas, con tron­cos todavía ardi­en­do, algu­nas chozas techadas con hojas de pal­ma y casi nada de caminos. Cada famil­ia debería haber recibido una vaca con becer­ro, un cochi­no con lechones, un gal­lo con gal­li­nas y una mula. De todos esto, nada se veía”, describe Leit­ner en su crónica.

No se rindieron

Es real­mente inspi­rador la vida de estos inmi­grantes ale­manes en los primeros años de vida en Venezuela que, lejos de rendirse y entre­garse a la men­di­ci­dad se organizaron.

Apun­ta el pro­fe­sor Leszek Zaw­isza direc­tor del Cen­tro de Inves­ti­ga­ciones Históri­c­as y Estéti­cas de la Uni­ver­si­dad Cen­tral de Venezuela, que no había entre los inmi­grantes ale­manes lle­ga­dos a Venezuela otros val­ores de cam­bio que el tra­ba­jo en el cam­po y en la con­struc­ción de casas y de caminos, tra­ba­jo efec­tu­a­do en gran parte en for­ma colectiva.

Durante el primer año en el enclave alemán en Venezuela, eligieron un con­se­jo comu­nal Gemein­der­at, por medio de elec­ciones libres y espon­táneas; edi­taron un boletín bil­ingüe, el gob­ier­no les pro­por­cionó asis­ten­cia médi­ca, ade­lan­taron un estu­dio de los cul­tivos y de las téc­ni­cas agrarias apropi­adas, orga­ni­zaron la escuela para todos los niños de la comu­nidad, un almacén gen­er­al, con­struyeron una capil­la, una alfar­ería y un molino.

Codazzi sigu­ió al frente del ambi­cioso proyec­to y el gob­ier­no cen­tral le ade­lan­ta crédi­tos en varias par­tidas has­ta lle­gar a 100.000 pesos en total, mien­tras que el orga­ni­zador del grupo era Benitz, quien se establece en la mis­ma Colonia.

Pre­cisa Leit­ner, que después de cua­tro meses de estable­ci­dos, los colonieros habían con­stru­i­do más de 50 casas, una fragua pro­ducía hachas, sier­ras y picos, un car­bonero fab­ri­ca­ba exce­lentes car­bones para dicha fragua. Los torneros hacían cubos y platos de madera, los toneleros bar­riles y cube­tas, algu­nas de estas fueron llenadas por el cerve­cero con su espumante líqui­do de ceba­da y lúpu­lo. Sas­tres y zap­a­teros tra­ba­jaron todo el día, igual aque­l­los que hacían velas y jabones. Los alfareros fab­ri­ca­ban ladril­los y blo­ques, en la mon­taña se corta­ban tablas, que los carpin­teros con­vertían en mue­bles, puer­tas y ventanas.

En el río Tuy fun­ciona­ba un aser­radero y un moli­no para mol­er gra­nos, ambos impul­sa­dos por la fuerza del agua. Un matadero ben­e­fi­cia­ba carne, la gente tenía car­retil­las para trans­portar más fácil los sacos y las piedras. Los teje­dores hacían cor­rer sus lan­zaderas de hilos y un bar­bero hacía sonar sus tijeras todo el día. Los mar­moleros y cor­ta­dores de piedra con­fec­ciona­ban piedras para mol­er y amo­lar. “Des­gra­ci­ada­mente tam­bién muchas láp­i­das, ya que en los primeros meses murieron 29 per­sonas la may­oría niños, pero tam­bién 14 adul­tos que deja­ban una brecha grande en la población”.

Además del primer grupo prove­niente de Keis­er­stuhl y com­puesto may­or­mente por famil­ias católi­cas, lle­gan entre 1851 y 1862, otras 90 per­sonas prove­nientes de Meck­lem­bur­go, Hesse, Sajo­nia y Alsa­cia, en gran parte protes­tantes, gra­cias a la ini­cia­ti­va del nat­u­ral­ista alemán Her­mann Karsten, huésped en la Colo­nia en 1848.

Lo que no cuenta la historia

Pese a estar sumergi­dos en las largas jor­nadas de sobre­viven­cia diaria, los colonieros comen­zaron a sufrir por el desam­paro guber­na­men­tal y aunque las prome­sas lle­ga­ban a medias, estas fueron cada vez dis­min­uyen­do por lo pron­to surgieron los des­en­cuen­tros, con­sti­tuyén­dose dos gru­pos: los que esta­ban a favor de Codazzi y Benitz, y los que detractores.

Y como cada jefe de famil­ia tenía deu­das casi impagables con el coro­nel Codazzi, este dis­pu­so de un grupo de mil­itares que vig­i­la­ra ‑con fusil en mano‑, a cada hom­bre fir­mante del contrato. 

Pron­to el ambi­ente en el pueblo se tornó ten­so y hos­til has­ta que una madru­ga­da estal­ló una revuelta. Algunos colonos se fugaron por la sel­va has­ta Cara­cas para cla­mar aux­ilio en la recién fun­da­da Aso­ciación Ale­m­ana de Beneficencia.

Al final de aquel día casi todos fueron cap­tura­dos por Codazzi y con­duci­dos a la prisión de La Vic­to­ria, y cuan­do en 1846, el coro­nel fue envi­a­do a Bari­nas como gob­er­nador, quedaron en Tovar sola­mente 225 per­sonas que, más tarde se redu­jeron a 176.

El 22 de mar­zo de 1852 los ter­renos del pueblo fueron don­a­dos por su propi­etario Manuel Felipe de Tovar.

Pero el sufrim­ien­to de los colones se poster­ga­ba en el tiem­po y se agudizó durante la Guer­ra Fed­er­al entre 1859 y 1864, pues las per­iódi­cas incur­siones de la sol­dadesca, de un ban­do y otro, saque­a­ban lo que veían, además de destru­ir lo que qued­a­ba. En 1865 murió Alexan­der Benitz en Tovar.

Aislados por un siglo 

Los gob­ier­nos suce­sivos a Páez se olvi­daron del enclave alemán, y auna­do a la inex­is­ten­cia de caminos la Colo­nia Tovar per­maneció ais­la­da del resto del país durante 100 años, tenien­do lugar en ese lap­so inten­tos de fuga y aban­dono de la tier­ra, amén de la caren­cia de una asis­ten­cia edu­ca­cional, por lo cual la comu­nidad se volvió ‑en su mayoría‑, anal­fa­be­ta y desli­ga­da cul­tural­mente del resto de Venezuela.

Cada vez menos colonieros sabían leer y escribir; ni en alemán que su idioma orig­i­nario y tam­poco en español. Esta situación, jun­to con los «estatu­tos» redac­ta­dos por el donante de las tier­ras, que las des­ti­na exclu­si­va­mente a los «colonos europeos», perdién­dose los dere­chos de propiedad si ocur­riese enlace mat­ri­mo­ni­al con vene­zolanos, cre­an una comu­nidad cer­ra­da en sus propias cos­tum­bres, con un idioma arcaico (dialec­to badense), étni­ca­mente pura y emparenta­da entre sí en una for­ma siem­pre más estrecha.

Sin embar­go, no siem­pre fue tor­tu­ra y sufrim­ien­to para los colonieros, y las penas de un prin­ci­pio se ali­vian cuan­do la colo­nia ale­m­ana se aden­tra en la bonan­za cafe­talera hacia finales del siglo XIX, quienes aban­do­nan grad­ual­mente los tradi­cionales cul­tivos europeos.

El Dato: En 1877 la Colo­nia Tovar tenía nue­va­mente 200 habi­tantes. En 1920 su número ascendía a 850 vecinos

En el año 1943 se ele­va la Colo­nia Tovar al ran­go de munici­pio, abolien­do los estatu­tos restric­tivos, instau­ran­do el con­se­jo comu­nal y un juz­ga­do, además de anexar var­ios caseríos cir­cun­ve­ci­nos a la población criol­la o mixta.

Señala el pro­fe­sor Zaw­isza, que la aper­tu­ra de la mod­er­na car­retera que une la Colo­nia Tovar con Cara­cas, en 1951–1963 per­mite tam­bién su may­or inte­gración con el resto del país y la grad­ual pen­e­tración de la cul­tura criol­la den­tro del grupo antes encer­ra­do en sí mis­mo, que no obstante ha con­ser­va­do algunos ele­men­tos pro­pios, tales como el idioma, el estric­to rég­i­men mat­ri­mo­ni­al, rel­a­ti­va­mente bue­na con­ser­vación del ambi­ente nat­ur­al (bosques y aguas), altos índices pro­duc­tivos obtenidos de la agri­cul­tura inten­si­va (huer­tas, árboles fru­tales, prin­ci­pal­mente duraznos, fre­sas, flori­cul­tura) así como su her­mosa infraestructura.

Cuan­do Tovar cumplía casi un siglo, el entonces pres­i­dente del esta­do Aragua, inge­niero Tomás Pacanins Aceve­do, inte­gró en 1942 la Colo­nia Tovar como munici­pio irrev­o­ca­ble al esta­do Aragua. A par­tir de allí, La plaza del pueblo se con­vir­tió en plaza Bolí­var y todas las leyes locales cad­u­caron en ben­efi­cio de las nor­mas nacionales. Así, Tovar pasó a for­mar parte de Venezuela.

En 1964, el Decre­to pres­i­den­cial N 1.165 establece a la Colo­nia Tovar y áreas ady­a­centes como una zona de interés turís­ti­co. A par­tir de allí la Colo­nia Tovar comen­zó a for­t­ale­cer su indus­tria arte­sanal y la prestación de ser­vi­cios de hotel­ería y turismo.

Hoy, la Colo­nia Tovar es la cap­i­tal del munici­pio Tovar, del esta­do Aragua. Está ubi­ca­da a 56 kilómet­ros de Cara­cas, en el nacimien­to del río Tuy, a una altura de 1.800 met­ros sobre el niv­el del mar. Su tem­per­atu­ra prome­dio es de 16°C. Posee una población que ron­da los 28,000 habitantes.

Este enclave alemán es el com­pen­dio de her­mosos paisajes, tier­ras fér­tiles y un pueblo tesonero y tra­ba­jador con­ver­tido en uno de los des­ti­nos turís­ti­cos más icóni­cos de Venezuela.


 

Fuente:
Peter Leit­ner. His­to­ria de la Colo­nia Tovar. 2014.
Leszek Zaw­isza. Colo­nia Tovar. Dic­cionario de His­to­ria de Venezuela. Fun­dación Empre­sas Polar. 1999

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