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Nicolás Patiño Sosa, el León de Terepaima: de guerrillero a arquitecto del gran estado Barquisimeto

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista especializado en crónicas históricas
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Naci­do en Cabu­dare, se con­vir­tió en uno de los caudil­los más aguer­ri­dos de la Guer­ra Fed­er­al. Gob­ernó el Esta­do Bar­quisime­to con puño firme y visión fun­da­cional, dejan­do una impronta pro­fun­da en la his­to­ria de Lara

Cabu­dare, esa vil­la veci­na de Bar­quisime­to mar­ca­da por el aro­ma de caña y pol­vo de caminos, vio nac­er hacia 1821 a Nicolás Ambro­sio Patiño Sosa. Hijo de José Fran­cis­co Patiño y Joaquina Sosa, fue uno entre cin­co her­manos, en una famil­ia sin for­tu­na ni escuela. No sabía leer ni escribir, pero su tem­ple nato y su arrai­go a la tier­ra lo harían, años más tarde, una figu­ra car­di­nal del fed­er­al­is­mo venezolano.

Es per­ti­nente cor­re­gir la errónea creen­cia de que nue­stro biografi­a­do carecía de instruc­ción en lec­tura y escrit­u­ra. Por el con­trario, diver­sos doc­u­men­tos ofi­ciales que con­ser­van su fir­ma dan tes­ti­mo­nio feha­ciente de que poseía conocimien­tos bási­cos en estas áreas. En tal sen­ti­do, el peri­odista e his­to­ri­ador Home­ro Boscán, en un artícu­lo pub­li­ca­do en la pági­na de opinión del diario El Impul­so, apor­ta valiosa infor­ma­ción sobre su for­ma­ción ini­cial, seña­lan­do que fue ori­en­ta­do en las primeras letras por el ilus­tre mae­stro Rito Valera, quien actuó como su pre­cep­tor en los años de infancia.

Des­de joven tra­ba­jó como peón en los cafe­tales de Tere­paima, esa ser­ranía que divide al valle de Bar­quisime­to de los altos caminos de Quí­bor. Allí, en los mator­rales bravos, for­jó su carác­ter endure­ci­do por el sol y la injus­ti­cia. La repre­sión oligárquica, el cen­tral­is­mo cróni­co y la desigual­dad endémi­ca serían sus com­bustibles de lucha cuan­do la Guer­ra Fed­er­al estal­ló en 1859.

Nicolás Patiño. Ilus­tración real­iza­da con IA para CorreodeLara

Ape­nas ini­ci­a­da la rebe­lión encabeza­da por el gen­er­al Eze­quiel Zamo­ra, Patiño Sosa se sumó a la causa lib­er­al el 2 de sep­tiem­bre de 1859. Al día sigu­iente, cuan­do el gen­er­al Juan Crisós­to­mo Fal­cón toma Bar­quisime­to, lo nom­bra Coman­dante Mil­i­tar de Cabudare. 

Des­de allí, jun­to jun­to a sus her­manos Juan Anto­nio y Cayetano, orga­nizó guer­ril­las con campesinos, lanceros y antigu­os peones. En las mon­tañas de Tere­paima —su bastión nat­ur­al— logró con­tener a las fuerzas con­ser­vado­ras por meses. Esa tenaci­dad le val­dría un apo­do temi­do y ven­er­a­do: el León de Terepaima.

La san­gre, la guer­ra y la dignidad

La Guer­ra Fed­er­al fue bru­tal, despro­por­ciona­da y larga. Patiño Sosa, al frente de hom­bres rús­ti­cos pero deci­di­dos, pro­tag­o­nizó un rosario de com­bat­es que lo con­sol­i­daron como caudil­lo de Occi­dente. Par­ticipó en el sitio de Bar­quisime­to, en los enfrentamien­tos de Los Ras­tro­jos y en la toma de Cabu­dare. En esta últi­ma, abril de 1860, fue der­ro­ta­do por tropas cen­tral­is­tas y tuvo que reple­garse, pero regre­saría. Siem­pre regresaba.

En noviem­bre de 1859, la trage­dia lo golpeó cuan­do su padre, un hom­bre de 60 años, fue toma­do pri­sionero por los cen­tral­is­tas. En un acto de bar­barie, lo arras­traron ata­do a un cabal­lo has­ta “Dividi­vi Mocho” en el sitio de Tabu­re, y allí lo eje­cu­taron. Aquel episo­dio no que­bró a Patiño: lo endure­ció. No por ven­gan­za, sino por compromiso.

Ya como Jefe de las guer­ril­las del sur del esta­do Bar­quisime­to, nn octubre de 1860, perdió el ojo izquier­do en un com­bate en el cer­ro Negro. Sem­anas después, una heri­da pro­fun­da en la pier­na izquier­da casi le cues­ta la vida. No fue su últi­mo sac­ri­fi­cio. Pese a sus lim­ita­ciones físi­cas, sigu­ió com­bat­ien­do, y en abril 1860, fue nom­bra­do jefe de opera­ciones del esta­do y aux­il­iar de los esta­dos Coro y Yaracuy, alcan­zan­do el gra­do de general. 

Der­rotó al coman­dante Mar­rero en Tabu­re en 1861, y volvió a vencer­lo en la Sabana de Tara­bana meses después. A ini­cios de 1862, asaltó Bar­quisime­to, pero el cen­tral­is­mo aún resistía.

A lo largo de esos años, su figu­ra cre­ció no solo por la destreza béli­ca, sino por su entre­ga sin cál­cu­lo: lucha­ba sin pedir, heri­do, pero de pie, y siem­pre por la gente pobre, los olvidados.

Gob­er­nador entre pólvo­ra y tinta

La guer­ra ter­minó ofi­cial­mente en 1863, con la fir­ma en abril del Trata­do de Coche. La vic­to­ria lib­er­al reor­ga­nizó a Venezuela en Esta­dos fed­erales. Bar­quisime­to, aho­ra Esta­do sober­a­no, eligió en 1865 a Nicolás Patiño Sosa como su primer Pres­i­dente Con­sti­tu­cional (1865–1868), títu­lo que entonces era equiv­a­lente a gobernador.

Instaló su gob­ier­no en Cabu­dare, y por vez primera esa vil­la se con­vir­tió en cap­i­tal de un esta­do. Des­de allí empezó a mold­ear el país que había imag­i­na­do en las mon­tañas: uno con dig­nidad pop­u­lar, sober­anía y comunicación.

En abril de 1866, pro­tag­o­nizó un episo­dio ten­so: ordenó la invasión del esta­do Yaracuy por un con­flic­to limítrofe ocupán­dola mil­i­tar­mente. Solo la inter­ven­ción del pres­i­dente Juan Crisós­to­mo Fal­cón detu­vo el avance. Pese a ello, Patiño ejer­ció el con­trol políti­co y mil­i­tar sobre la región.

Durante ese perío­do, gob­ernó con firmeza, con­sol­i­dan­do su influ­en­cia como jefe lib­er­al en una zona estratég­i­ca del occi­dente vene­zolano. Su admin­is­tración en Yaracuy se inscribe den­tro de los tur­bu­len­tos años pos­te­ri­ores a la Guer­ra Fed­er­al, cuan­do el país aún vivía en per­ma­nente efer­ves­cen­cia, mar­ca­do por caudil­lis­mos regionales y con­tin­uas dis­putas por el poder.

Entre sus obras más sim­bóli­cas está el Puente San Nicolás, hoy cono­ci­do como puente de La Cei­ba. Fue erigi­do sobre el río Tabu­re como conex­ión entre la mon­taña y el llano, y aún hoy una de sus colum­nas exhibe una láp­i­da en su hon­or: “Nicolás Patiño. Predilec­to hijo de Cabu­dare. Gen­er­al en Jefe i Pres­i­dente Con­sti­tu­cional del Esta­do.  ¡Loor á sus proezas de guer­rero y como ciu­dadano inmac­u­la­do! ¡Hon­or á sus vir­tudes inmor­tales! 1865”.

Los recur­sos financieros para la edi­fi­cación de estas grandes y aún vigentes infraestruc­turas que man­tenían divi­di­do al pueblo de Cabu­dare fueron ero­ga­dos de las rentas públi­cas del Estado.

Patiño entendió que no basta­ba con ganar batal­las: había que con­stru­ir repúbli­cas. Com­pró una imprenta para el Esta­do y fundó el primer per­iódi­co region­al: El Cón­dor de Tere­paima, órgano difu­sor de las ideas fed­erales y tri­buna sobre las obras del Gob­ier­no Fed­er­al en Bar­quisime­to y fuera de sus fron­teras. Sus redac­tores fueron el doc­tor en jurispru­den­cia y gen­er­al de división Eduar­do Ortiz y el gen­er­al Tomás Pérez.

En 1868, al tri­un­far la Rev­olu­ción Azul, fue muda­da la cap­i­tal a Bar­quisime­to y por ende la sede del gob­ier­no, quedan­do Cabu­dare sin imprenta, desa­pare­cien­do así El Cón­dor de Terepaima.

Tam­bién erigió un mer­ca­do de carnes en Cabu­dare, cono­ci­do como La Pesa, y colaboró en la cul­mi­nación de la torre de la igle­sia de San Juan Bautista. Cada acción, por mod­es­ta que fuera, apunt­a­ba a la autonomía, la civil­i­dad y el progreso.

Gen­er­al Nicolás Patiño. Retra­to real­iza­do con IA para CorreodeLara

Se alzó con­tra los azules

En 1868 estal­ló la Rev­olu­ción Azul, encabeza­da por José Tadeo Mon­a­gas y apoy­a­da por sec­tores opuestos al gob­ier­no lib­er­al. Nicolás Patiño, fiel al proyec­to fed­er­al, defendió su ter­ri­to­rio des­de las Lomas de Tere­paima, pero fue der­ro­ta­do el 26 de agos­to de ese mis­mo año por los gen­erales Bue­naven­tu­ra Fre­it­ez y Fer­nan­do Adames, lo que lo obligó a ced­er el poder al doc­tor Ilde­fon­so Riera Aguinagalde.

No obstante, Patiño no aban­donó la lucha. En noviem­bre de 1869 se alzó en armas con­tra el gob­ier­no azul y se incor­poró al ejérci­to del gen­er­al José Igna­cio Puli­do. Par­ticipó en la ofen­si­va que cul­minó con la toma de Bar­quisime­to el 7 de enero de 1870, y días antes, entre el 27 de diciem­bre de 1869 y el 9 de enero de 1870, sos­tu­vo inten­sos com­bat­es jun­to a Puli­do frente a los mis­mos gen­erales que lo habían ven­ci­do, logran­do esta vez la victoria.

Durante la Rev­olu­ción de Abril de 1870, lid­er­a­da por Anto­nio Guzmán Blan­co, las fuerzas lib­erales der­ro­caron al pres­i­dente José Ruper­to Mon­a­gas y retomaron el con­trol del poder cen­tral. Patiño fue una pieza clave en el occi­dente del país, y su papel en la toma de Bar­quisime­to con­solidó el avance lib­er­al en la región. Como reconocimien­to a su trayec­to­ria, la Asam­blea Con­sti­tuyente del Esta­do Sober­a­no de Bar­quisime­to lo con­decoró con 2.000 pesos, prue­ba de que su lid­er­az­go seguía sien­do una fuerza viva y reconocida.

Sin embar­go, la guer­ra no ter­minó ahí. El 17 de octubre de 1870, en Los Ras­tro­jos, Patiño fue der­ro­ta­do por el gen­er­al Pablo Man­zano, fiel al mon­aguis­mo. A pesar de este revés, la causa lib­er­al se con­solidó defin­i­ti­va­mente: Guzmán Blan­co y sus ali­a­dos ocu­paron el poder por los sigu­ientes diecio­cho años, inau­gu­ran­do una nue­va eta­pa en la his­to­ria republicana.

Fac­símil de El Cón­dor de Terepaima

El retiro del León

Ya sin car­gos ni ejérci­to, regresó a la vida pri­va­da en su ama­da Cabu­dare. Heri­do, enve­je­ci­do, pero no ven­ci­do del todo. El León se recogió en silen­cio, pero no en el olvido.

Adquir­ió var­ios fun­dos y tier­ras tan­to en Cabu­dare, el Valle del Tur­bio y otras lat­i­tudes, en donde ini­ció siem­bras de caña de azú­car y otros rubros.

A las 7 pm del 7 de sep­tiem­bre de 1876, a los 55 años, murió en su hog­ar. En escrit­u­ra públi­ca recono­ció a sus tres hijos — José Leonidas de Jesús, María Inés y Cle­ofe María— que pro­creó con Isaura Navas, legán­doles una casa en el pueblo.

 

Estos frag­men­tos fotográ­fi­cos son mucho más que sim­ples imá­genes: son tes­ti­gos mudos del reposo final del gen­er­al en jefe Nicolás Patiño. Cap­tadas con respeto y devo­ción por el cro­nista de la Par­ro­quia Agua Viva, José Luis Sotil­lo, con­sti­tuyen parte de una labor silen­ciosa y tenaz por rescatar del olvi­do a un hom­bre cuya vida merece ser con­ta­da. Sotil­lo, incans­able sabue­so de la memo­ria, ha recor­ri­do veredas polvorien­tas y archivos silen­ci­a­dos, desen­trañan­do huel­las y despe­jan­do la niebla que cubre episo­dios larga­mente igno­ra­dos. A él, artí­fice de este rescate, le exten­demos nue­stro reconocimien­to y grat­i­tud profunda

Des­cansa bajo el altar may­or de la igle­sia San Juan Bautista de Cabu­dare, donde una pla­ca en már­mol incrus­ta­da en el sue­lo guar­da silen­cio en su hon­or y recuer­da, a quienes cruzan ese umbral sagra­do, la huel­la de su paso por la historia.

«Yo, Nicolás Patiño, veci­no y com­er­ciante de esta ciudad…declaro que poseo propiedades: en la calle prin­ci­pal de esta ciu­dad una casa de tejas en solar propio…demarcación…naciente y sur, casa y solar que fue del fina­do Jus­to Zalazar, hoy de sus herederos, por el poniente, solar de mi propiedad y por el norte la cita­da calle prin­ci­pal, la casa la dono…a mis hijos cono­ci­dos Leonidas, Ynés y Cle­ofe María Navas, hijos de Isaura Navas…»

Con el paso de los años, la figu­ra de Nicolás Patiño Sosa se fue des­dibu­jan­do en la memo­ria colec­ti­va, con­ver­ti­da en bronce silen­cioso y letras grabadas en pla­cas olvi­dadas. Su nom­bre sobre­vive en una calle des­de aquel 5 de junio de 1958, y tam­bién en una escuela pri­maria de Cabu­dare, donde quizás algún niño pre­gunte quién fue ese hom­bre al que todos lla­man el León de Terepaima.

Pero más allá de esos hom­e­na­jes mudos, son pocas las voces que recuer­dan su ges­ta. Las nuevas gen­era­ciones cam­i­nan entre los ecos de su lega­do sin saber que algu­na vez exis­tió un guer­rero que luchó por los ide­ales de su tiem­po, y que en los llanos y mon­tañas del occi­dente vene­zolano dejó mar­ca­da, con san­gre y cora­je, una huel­la que merece ser contada.


Fuente: Artícu­los sobre Nicolás Patiño en www.CorreodeLara.com

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