Crónicas

A Páez lo invadía el miedo y seguido la epilepsia

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
luisperozop@hotmail.com
IG/TW: @LuisPerozoPadua

Para Fabián Capecchi, 
faro de investigadores

Es un hecho cono­ci­do que, des­de la guer­ra de inde­pen­den­cia de Venezuela, José Anto­nio Páez sufría, con más o menos fre­cuen­cia, de ataques nerviosos de for­ma epilép­ti­ca, en una que otra ocasión, al comien­zo o fin de los choques ter­ri­bles que, con­tra las caballerías de López, de Morales, de La Torre y de Moril­lo, pro­tag­o­nizó el cen­tau­ro llanero.

Gen­er­al José Anto­nio Páez, litografía

«El modo de batirse los llaneros con­siste en dar repeti­das car­gas con la may­or furia a lo más den­so de las filas ene­mi­gas, has­ta que logran pon­er en des­or­den la for­ma­ción y entonces destrozan cuan­to ven en torno suyo. Al prin­ci­pio de estos ataques, son tan vio­len­tos los esfuer­zos de Páez, que le acomete un vér­ti­go y cae del cabal­lo, el cual está tan bien enseña­do que se detiene en el momen­to que siente que el jinete se ha despren­di­do de su lomo; el hom­bre que­da en tier­ra has­ta que algunos de sus com­pañeros vienen a lev­an­tar­lo. Llé­van­lo entonces a reta­guardia y el úni­co medio de hac­er­le reco­brar el sen­ti­do es echarle enci­ma agua fría, o si se puede, sumer­girlo pronta­mente en ella, sacud­ién­do­lo al mis­mo tiempo».

El pár­rafo ante­ri­or cor­re­sponde al libro inti­t­u­la­do: “Rec­ol­lec­tions of a ser­vice of three years dur­ing the war-of exter­mi­na­tion in The Repub­lic of Venezuela and Colom­bia. Lon­don, 1828”, cita­do por el Dr. Raúl Ramos Calles, uno de los fun­dadores de los estu­dios uni­ver­si­tar­ios de Psiquia­tría de Venezuela, en una con­fer­en­cia pro­nun­ci­a­da en Bar­quisime­to, esta­do Lara, el 20 de abril de 1991, en la V Jor­nadas Nacionales sobre epilep­sia, orga­ni­za­da por la Sociedad Vene­zolana de Neurología.

Pero deje­mos que sea el pro­pio José Anto­nio Páez, el míti­co gen­er­al llanero, héroe de la Guer­ra de Inde­pen­den­cia cuyo poder e influ­en­cia grav­itó sobre Venezuela durante más de medio siglo, y quien era «poseí­do» con­stan­te­mente por ataques: «Al prin­ci­pio de todo com­bate, cuan­do son­a­ban los primeros tiros, apoderábase de mí una vio­len­ta excitación nerviosa que me impedía lan­zarme con­tra el ene­mi­go para recibir los primeros golpes, lo que habría hecho siem­pre, si mis com­pañeros, con grandes esfuer­zos, no me hubiesen contenido».

Asalta­do por el ter­ri­ble ataque

En el Ban­co de Chire, desar­rol­la­da en los llanos de Casanare, el 31 de octubre de 1815, Páez con­fron­tó con el ejérci­to real­ista al man­do del coro­nel Sebastián de la Calza­da que, al momen­to de aden­trarse con la caballería, con las primeras descar­gas de artillería, «me acometió dicho ataque al entrar en el com­bate de Chire, cuan­do ya me había ade­lan­ta­do y tenido un encuen­tro con la des­cu­bier­ta. Mis com­pañeros, que force­je­a­ban por suje­tarme a la espal­da del ejérci­to, tuvieron que dejarme para ir a ocu­par sus puestos en las filas, cuan­do oyeron las primeras descar­gas de los realistas».

Un real­ista lo salvó en Carabobo

El his­to­ri­ador Luis Her­a­clio Med­i­na Canelón, refiere que el 24 de junio de 1821 en pleno fragor de la batal­la de Carabobo, luego de que Páez con su caballería logra la ren­di­ción del batal­lón Bar­bas­tro, este gen­er­al llanero, jun­to a otros 300 jinetes se enfrenta a los escuadrones de Morales en el “Zan­jón del Guaya­bal”, pero sucede que en pleno com­bate le sobre­viene un ataque de epilep­sia y Páez pierde el sentido.

 

Es allí donde el coman­dante real­ista Anto­nio Martínez logra sacar a Páez del tro­pel, suje­ta por las rien­das el cabal­lo del gen­er­al y lo lle­va has­ta donde se encuen­tra un teniente repub­li­cano lla­ma­do Ale­jan­dro Salazar, cono­ci­do como “Guadalupe” y lo hace mon­tar a la gru­pa del cabal­lo de Páez para que éste no cay­era, y entre ambos lo lle­van a sal­vo tras las líneas repub­li­canas, donde se recu­pera para luego volver al com­bate. El pro­pio Páez reconoce que, si Martínez no acude en su aux­ilio, lo más posi­ble es que hubiera muer­to en el sitio.

El coro­nel británi­co Gus­ta­vo Hip­pis­ley, quien com­bat­ió jun­to a Páez, apun­tó en sus memo­rias el sigu­iente rela­to: «En la acción de Ortíz, Páez por orden de Bolí­var cubrió la reti­ra­da y una o dos car­gas bas­taron para sal­var la infan­tería de su total aniquil­amien­to. Después de la últi­ma car­ga, dada por él per­sonal­mente, fue víc­ti­ma de un acce­so epilép­ti­co y cayó al sue­lo echan­do espuma por la boca. Pres­en­cié el hecho y al ver­lo en aquel esta­do, cor­rí hacia él, aunque algunos de sus sub­al­ter­nos me insta­ban a que no me ocu­para del gen­er­al, ase­gurán­dome ´que pron­to estaría bien´; que a él a menudo le ocur­ría aque­l­lo y que no se atrevían a tocar­lo has­ta que no se le pasara completamente».

En aque­l­la ocasión Hip­pis­ley, sin embar­go, se aprox­imó a Páez, le roció la cara con agua y le hizo tra­gar algunos gen­erosos sor­bos, lo que lo restable­ció inmedi­ata­mente. Al volver en sí le dio las gra­cias, dicién­dole que se encon­tra­ba un poco cansa­do por el día de fati­ga, habién­dole dado muerte con su propia lan­za a trein­ta y nueve ene­mi­gos y al atrav­es­ar al número cuarenta le acometió el sín­cope. A su lado se hal­la­ba la ensan­grenta­da lanza.

Páni­co a las serpientes

Un dato rev­e­lador es el apor­ta­do por el men­ciona­do Dr. Raúl Ramos Calles, cuan­do expone en su dis­cur­so que Páez tenía la pere­g­ri­na idea fóbi­ca, de que la carne de pesca­do se le con­vertía en carne de cule­bra en el estó­ma­go, inducién­dole una cri­sis convulsiva.

A juicio del médi­co, nat­u­ral­ista e his­to­ri­ador larense Dr. Lisan­dro Alvara­do «La causa de estos ataques de gota coral deben ser atribui­dos a causas hered­i­tarias, pues el género de vida que llevó el gen­er­al Páez des­de niño fue de lo más a propósi­to para aguer­rir y for­t­ale­cer su con­sti­tu­ción. Se cor­rob­o­ra esto con la obsesión que lo acom­paña de creer que al tra­gar carne de pesca­do se con­vertía, una vez en el estó­ma­go, en carne de ser­pi­ente, y por la impre­sión de ter­ror y espan­to que la vista de un ofidio le caus­a­ba, has­ta pro­ducir­le, aún a la edad de ochen­ta años, un acce­so de epilep­sia inmedi­ata­mente. No es de extrañar que, en estas condi­ciones, tan­to las causas deter­mi­nantes del mal como las obse­siones vari­asen has­ta imi­tar bas­tante bien un esta­do histero-epiléptico».

En una car­ta de H. Nadal dirigi­da des­de New York al Dr. José M. Fran­cia, yer­no de Páez, leemos: «Ayer le dio Phelps una comi­da: el Gen­er­al tomó pesca­do y le dio una rev­olu­ción que le acomete cuan­do come aquel alimento…».

Según lo ocur­ri­do en el Ban­co de Chire, no fue oca­sion­a­do por las descar­gas de la artillería real­ista, sino más bien que uno de los lanceros de Páez se topó con una ser­pi­ente la cual inten­tó aplas­tar­le la cabeza con su lan­za des­de el cabal­lo, lo que gen­eró que el ani­mal se enrol­lara en la pun­zante lan­za. El llanero sigu­ió su camino has­ta donde se encon­tra­ba Páez y mostrán­dole el rép­til abraza­do a la lan­za le increpó:

«Aquí está mi jefe, el primer ene­mi­go apri­sion­a­do en el cam­po de batal­la» Páez miró el arma del jinete y «al instante fue víc­ti­ma del mal».

Por su parte, el céle­bre cro­nista Arístides Rojas inser­ta en sus “Leyen­das Históri­c­as”: «Cuan­do lle­ga el momen­to de la céle­bre acción del Yagual, (1816), en la cual figu­ra Páez como jefe Supre­mo, el gen­er­al Rafael Urdane­ta esta­ba a su lado en al momen­to de comen­zar la batal­la, cuan­do Páez es víc­ti­ma de fuertes convulsiones».

Daguer­rotipo de 1845 del Gen­er­al José Anto­nio Páez, prócer de la inde­pen­den­cia nacional y quin­to pres­i­dente de Venezuela

Rojas tam­bién men­ciona que otro episo­dio se escenificó años más tarde cuan­do ya el pres­ti­gioso gen­er­al pis­a­ba los ochen­ta años, cuan­do asistía a una exhibi­ción de enormes boas (ser­pi­entes) en el museo de Barnum.

«Uno de sus ami­gos lo invitó una tarde a que le acom­pañara al museo, donde iba a sor­pren­der­lo con algo intere­sante. Páez, al ver los ani­males, se siente indis­puesto y se reti­ra; lle­ga a su casa, ya a la hora de com­er, se sien­ta a la mesa, cuan­do al acto pide que le con­duz­can a su dor­mi­to­rio. Allí, se pre­sen­tan las con­vul­siones y de una man­era tan alar­mante, que el doc­tor Beales, céle­bre médi­co de New York, ami­go de Páez, es lla­ma­do al instante. Sin perder el uso de la razón, Páez le ase­gu­ra al médi­co que muchas ser­pi­entes le estran­gu­la­ban el cuel­lo. A poco siente que le bajan y le opri­men los pul­mones y el corazón y en segui­da la región abdom­i­nal. Y a medi­da que la imag­i­nación creía sen­tir los ani­males en su descen­so de la cabeza a los pies, las con­vul­siones se sucedían sin inter­rup­ción. El doc­tor Beales quedó mudo ante aque­l­la esce­na y no podía com­pren­der cómo una mono­manía podía desar­rol­lar en el sis­tema nervioso tal inten­si­dad de sín­tomas. Páez que había rev­e­la­do los diver­sos sín­tomas que exper­i­menta­ba, a pro­por­ción que los ani­males imag­i­nar­ios pasa­ban de una a otra región, pedía a gri­tos que le sal­varan en tan hor­ri­ble trance. El doc­tor le hace varias pre­gun­tas al paciente y éste le responde con lucidez.

Gen­er­al, le pre­gun­ta el doc­tor, ¿me conoce ust­ed? ¿quién soy?

– Sí: ust­ed es el doc­tor Beales, uno de mis buenos amigos.

– Pues bien, como tal, le ase­guro a ust­ed que no hay ningu­na cule­bra en su cuerpo.

No había ter­mi­na­do de pro­nun­ciar la últi­ma pal­abra cuan­do las con­vul­siones toman cre­ces, llenan­do de espan­to a los espec­ta­dores… A poco todo desa­pare­ció, y Páez con­tin­uó en per­fec­ta salud…»

Ni el tiem­po, ni los via­jes, ni los esfuer­zos de la vol­un­tad más firme, lograron extin­guir en Páez, el mal con­vul­si­vo que se apoderó de su organ­is­mo des­de los días de su fogosa juventud.


Fuente: Raúl Ramos Calles. Los “Ataques del Gen­er­al José Anto­nio Páez”. Con­fer­en­cia pro­nun­ci­a­da en Bar­quisime­to, esta­do Lara. Abril, 1991, V Jor­nadas Nacionales sobre epilep­sia, orga­ni­za­da por la Sociedad Vene­zolana de Neurología.
Luis Her­a­clio Med­i­na Canelón. Anto­nio Martínez, el real­ista que salvó a Páez. Pub­li­ca­do en CorreodeLara.com 6 de agos­to de 2020.

CorreodeLara

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