Crónicas

Andresote, el defensor de los indios

Cruz Enrique Otero Duno
cruzoteroelcronista@gmail.com
@cruzoteroelcronista

Las áreas mon­tañosas y costeras com­pren­di­das entre los ríos Yaracuy, Aroa y Tocuyo se vieron influ­en­ci­adas por la pres­en­cia de un per­son­aje, a quienes los veci­nos iden­ti­fi­ca­ban como Andresote, cuyo nom­bre era Juan Andrés López del Rosario. Andresote era de porte robus­to, alta estatu­ra, valiente y de carác­ter rudo para el trabajo.

Nació en Valen­cia el año de 1699. Era hijo de un negro que fue traí­do de Guinea y una india criol­la que per­manecían en cal­i­dad de esclavos en una hacien­da de café y cacao, propiedad de un por­tugués de apel­li­do Da Sil­va, que esta­ba ubi­ca­da en los fér­tiles valles de Yagua.

En algunos pará­grafos escritos por el recor­da­do his­to­ri­ador Manuel Vicente Mag­a­l­lanes podemos leer lo sigu­iente “Andresote era su nom­bre para todo el que lo conocía. El era expre­sión del deriva­do racial que en Venezuela se conoce con el rótu­lo de zam­bo. Por su fornido aspec­to y su tal­la más alta que medi­ana tenía la apari­en­cia de un atle­ta distinguido.

Su activi­dad pri­mor­dial era el trans­porte de car­gas y el inter­cam­bio con pro­duc­tos de cam­po. Poseía su propia recua para el trán­si­to a través de caminos que sabía com­bi­nar con canoas en las vías fluviales.

Conocía muy bien los ata­jos y ver­icue­tos de las mon­tañas, tan­to como los pasos y atra­caderos de los ríos. Eran sus pre­dios la zona selváti­ca com­pren­di­da entre los ríos Tocuyo, Aroa y Yaracuy y toda la fran­ja litoral que se recorre entre las desem­bo­caduras de estos mis­mos ríos”

Pre­lu­dio de las luchas

En 1730, en com­pañía de su mujer lla­ma­da Jose­fa y su her­mano de nom­bre José Fran­cis­co, llegó a los pre­dios de Morón para luego irse hacia los valles del río Aroa. Allí ini­ció una fer­oz lucha con­tra los rep­re­sen­tantes de la coro­na españo­la, quienes man­tenían ase­di­a­dos a los indios nativos y se ded­i­ca­ban a robar­les sus perte­nen­cias y plantaciones.

El zam­bo se enfure­ció cuan­do los españoles insta­laron un cen­tro de aco­pio de la Com­pañía Guipuz­coana en Boca de Aroa. Los pro­duc­tos con­cen­tra­dos allí fueron café, cacao, maíz, caña de azú­car, plá­tanos, cam­bu­res, naran­jas, limones, algo­dón y cueros. 

El zam­bo se con­vir­tió en el guía de los indígenas

Fue cuan­do el zam­bo logró per­suadir a los miem­bros de los cua­tro cumbes insta­l­a­dos en la zona, al igual que a los negros ubi­ca­dos entre las már­genes del río Aroa y los nativos que residían en las zonas com­pren­di­das entre Morón, Ura­ma y Canoabito para que evi­taran ser saqueados.

Razón de su perseverancia

El tra­ba­jo de Andresote era defend­er las perte­nen­cias y pro­duc­tos com­er­cial­iza­dos de man­era libre pero clan­des­ti­na por los com­er­ciantes y hacen­da­dos. A su vez estable­ció el sis­tema de trueque reci­bi­en­do a cam­bio pro­duc­tos tex­tiles, calza­dos, jabones y armas de guerra.

Por todo ello luchó con­tra los pre­cep­tos de la Com­pañía Guipuz­coana logran­do por vez primera en la zona empren­der, con un gran número de negros e indios cypari­cotes, arawua­cos y jira­ha­ras, una guer­ra de guer­ril­las con­tra var­ios españoles.

La cru­el­dad de los comi­sion­a­dos reales enfure­ció a Andresote

El mer­can­til­is­mo ile­gal y clan­des­ti­no de los holan­deses caribeños le per­mi­tió estrechar vín­cu­los con un numeroso grupo de com­er­ciantes ubi­ca­dos en tier­ras yaracuyanas. Esto tra­jo a Andresote serios prob­le­mas con las autori­dades colo­niales encar­gadas de la vig­i­lan­cia costera.

Fue entonces cuan­do ini­ció la protes­ta y lucha con­tra las autori­dades españo­las al notar que fue insta­l­a­da la Com­pañía Guipuzcoana.

Las luchas de Andrés le lle­varon a der­ro­tar a Luis Lovera, Juan Romual­do de Gue­vara y Luis Arias Altami­ra­no en los pre­dios de Boca de Yaracuy el día 31 de julio de 1731. Días antes estos tres emis­ar­ios habían lle­ga­do de man­era sor­pre­si­va por el puer­to de Tuca­cas en una balandra.

Pres­en­cia ante los indígenas

Juan Andrés via­jó de comar­ca en comar­ca para per­suadir a los negros e indios de que no se dejaran manip­u­lar ni vencer de los españoles. Fue sabio al man­ten­er rela­ciones con las partes; es decir con los nativos e intru­sos, ya que así conocía o des­cubría de inmedi­a­to las pre­ten­siones de los que desea­ban man­ten­er el com­er­cio de man­era clandestina.

En Riecito, ámbito perteneciente al can­tón de Cos­ta Arri­ba, Andresote man­tenía res­i­den­cia, comar­ca y pertre­chos. De allí le era fácil abor­dar embar­ca­ciones en el río Tocuyo para diri­girse a la desem­bo­cadu­ra y vig­i­lar los alrede­dores para evi­tar la lle­ga­da de fun­cionar­ios regios.

Andresote, el die­stro de la bondad

Con la prác­ti­ca de las guer­ril­las volantes con­for­madas por indí­ge­nas y negros el valeroso hom­bre man­tu­vo en con­ster­nación a los españoles durante los tres primeros años de la ter­cera déca­da del siglo XVIII, de hecho, los hizo cor­rer de río en río.

En cuan­to a los negros Andresote logró sub­l­e­var al com­po­nente de sus cua­tro cumbes; es decir, a los loan­gos libres que forma­ban una numerosa colo­nia de refu­gia­dos en los ríos Aroa y Tocuyo proce­dentes de la isla de Curazao, a los negros ubi­ca­dos entre el Aroa y el camino de San Nicolás, a los situ­a­dos entre el mis­mo camino y el río Yaracuy, y a los que pobla­ban la zona entre el río Yaracuy y la comu­nidad de Taría. 

Incur­sión final

Un día Andresote se enteró de la pres­en­cia de un gran número de fun­cionar­ios pertenecientes a la cap­i­tanía gen­er­al de Venezuela, quienes venían fuerte­mente apertrecha­dos y lis­tos para exter­mi­narlo a como diera lugar; pero el valeroso zam­bo de inmedi­a­to se preparó para empren­der la hui­da toman­do el rum­bo hacia el embar­cadero de Chichiriviche donde abor­dó, jun­to a sus inmedi­atos par­tidar­ios, una balan­dra holan­desa que lo trasladó has­ta Curazao, donde poseía sin­ceras amis­tades y goz­a­ba del apoyo del gob­er­nador de la isla.

Mien­tras tan­to los negros con­tin­uaron alza­dos en las mon­tañas y ríos uti­lizan­do sus cuadrillas armadas. Des­de Curazao Andresote les presta­ba aux­ilio y envi­a­ba reca­dos ya que nun­ca perdió el con­tac­to con su gente.

Este ordenó que los negros incur­sion­aran preferi­ble­mente durante las noches para sem­brar el páni­co y aunque muchos de ellos cayeron pri­sioneros, las autori­dades españo­las no logra­ban acabar aquel foco de rebeldía pro­movi­do des­de el exte­ri­or por Andresote, el defen­sor de los indios.

CorreodeLara

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