Bolívar, el último adiós no anunciado
Rebeca Figueredo
Docente — Investigadora
Era necesaria la presencia del Libertador en su tierra natal por motivos políticos; situaciones que estaban atentando a la estabilidad de su proyecto, es entonces cuando decide dirigirse desde Lima al centro de los acontecimientos, no sin antes cumplir con un extenso itinerario; Guayaquil, Bogotá, Cúcuta, Maracaibo y Coro para luego desembarcar el 31 de diciembre de 1826 en Puerto Cabello en donde permanecerá cinco días y después continuará con su viaje que lo llevará a su objetivo principal; apaciguar los ánimos divisionista con Páez, evitar la ruptura de su anhelada obra y una posible guerra civil. Aquel Centauro de los llanos; muy vestido a lo Murat, con una comitiva de empleados y servidores parten desde valencia para encontrarse con el Libertador al pie de aquella montaña de Bárbula; testigo de las glorias y en un pasado panteón del valiente Girardot.
De aquel importante encuentro del 5 de enero de 1827 el historiador González Guinan describirá parte de esa entrevista citando las palabras de Bolívar: “La sierpe de la discordia huye despavorida ante el iris de Colombia. Hoy es el día de Venezuela, el día del General Páez y el día más grande para mi” ambos Generales se abrazaran y al separarse, para sorpresa de ambos notan que de los cordones del uniforme de Páez se aferra la guarnición de la espada de Bolívar y éste exclamará: “¡Hola! Hemos quedado enlazados, feliz augurio, feliz augurio” una vez más lo abraza y se retira para asistir al agasajo que lo esperaba en la calle Real de aquel pueblo de Naguanagua.
Su llegada a Caracas
Aún era notable las ruinas de aquel fatídico terremoto de 1812 y las consecuencias de la guerra estaban más que nunca presente, sin embargo, el recibimiento fue apoteósico y delirante, la llegada del Libertador junto al General Páez en enero de 1827 sin duda era lo más esperado en años. El camino de Antímano estaba lleno por una comisión de la municipalidad y muchas personas que le da una primera bienvenida, lo acompañan hasta la entrada de Caracas en donde deja su caballo y sube a un magnifico coche adornado y una vez mas hace su entrada triunfal como en aquellos inolvidables años de gloria, es recibido con repiques de campanas, disparos de cañones, aplausos, flores y el llanto de muchos que lo querían de vuelta.
Con su sombrero en la mano va saludando a todas las personas que lo aclaman y vestido impecablemente de General llega hasta la plaza, se baja para abrazar a sus hermanas, parientes, amigos, abraza a toda persona que se acerque, entre la multitud visualiza a su negra Matea dueña de un brillo inmenso de felicidad en sus ojos y con aquella ternura no duda en abrazarla, ella rompe en llanto, pues, volver a ver al niño Simón era una mezcla de alegría y orgullo.
Su primera parada es asistir a un Tedeúm que lo espera en la Catedral para luego dirigirse a casa con su familia que lo homenajean así: “Quince jóvenes le ofrecen estandartes de las repúblicas liberadas por su espada; Bolivia, Colombia y Perú. Banderolas con alusiones a las virtudes de los héroes; para él se reserva la constancia; para Caracas la generosidad; el valor para Páez; el desinterés para Rodríguez del Toro; la probidad a Mendoza y la justicia, la magnamidad y la gloria para sus otros amigos, dos coronas de laurel en alusión a sus triunfos y poder son lanzadas al soberano”.
Por la noche la municipalidad lo invita a disfrutar de un “ambigú” y a los tres días asiste a un banquete junto a la asistencia de 200 personas más. El comercio de Caracas no se queda atrás y ofrece un refinado baile con un banquete para 600 personas, lo extraordinario y lo distinguido en su honor.
A los cuatro días de haber llegado a Caracas recibe la invitación de su buen amigo el Marqués del Toro para que asista a su residencia en la casa de Anauco (hoy en día Museo Quinta de Anauco) una cena, un baile, un gran evento social y político, todo en honor a Bolívar. La esplendorosa fiesta la describe sir Robert Ker Porter quien pudo asistir a las 9 de la noche al lugar de los acontecimientos:
“Todo el camino hasta la casa estaba decorado como lo estuvo el que lleva de Valencia a Caracas: arcos, templos, palmas, plátanos, laurel, plantas, cortinas, banderas y flores. Las calles estaban llenas de peatones y las casas resonaban con música de varios tipos incitando al canto y baile: todo en honor de Bolívar y Colombia. Estás demostraciones de alegría alcanzaban al más humilde de los Colombianos en el último extremo de la ciudad, cuyos oscuros grupos aquí y allá se meneaban en un ilegítimo fandango al son del rasgueo de una guitarra de negros acompañada por el repiqueteo rítmico de una cantidad de guisantes secos en una caja cilíndrica. Al compás de esta armonía — si es que así puede llamarse — cantaban y bailaban esos grupos delirantes de alegría, divirtiéndose hasta el regreso de su jefe favorito, para poder echarle otra mirada a quien sin duda era su ¡Libertador! Al llegar encontramos la casa llena de damas, oficiales y civiles. La guardia cívica mantenía fuera a la gente, que, por otra parte, colgaba de las ventanas. El baile estaba en pleno apogeo, y el humo de los cigarros era tal que la sala apenas era habitable para aquellos cuyas narices y ojos están habituados a tan abominable costumbre. Yo, por supuesto, después de ver al Marqués, pedí que se me condujera ante S.E. el Presidente y con mucha dificultad logré pasar a un cuarto más pequeño — el dormitorio del anfitrión — dónde no había nadie más que el objeto de mi deseo, balanceándose en una hamaca. Al oír mi nombre instantáneamente saltó del chinchorro y nos sentamos en un sofá. Conversamos largo y tendido sobre los acontecimientos del país”.
La familia del Libertador esperaba con ansias su llegada, su hermana; María Antonia, durante muchos años a través de cartas le suplicó que retornara al país, para ella, la presencia de su hermano era indispensable tanto en el aspecto familiar como en lo político, una vez enterada que esta vez sí estaba próximo a llegar se encargó de su hospedaje, organizó preparativos para su bienvenida, le consultó en cual casa deseaba alojarse, hizo todo lo necesario para que su hermano se encontrara lo más cómodo posible. María Antonia; quien siempre lo encomendó a la Santísima Trinidad para que saliera sano y salvo de la guerra, al fin podía abrazar a su hermano, sin saber que esta sería la última vez.
En los seis meses que estuvo en Venezuela, se quedará algunos días en la casa de las Gradillas para luego fijar su residencia en la hacienda Ibarra (actualmente terrenos que ocupa la UCV). Se dedica a resolver problemas familiares, su herencia, sus bienes, se halaga por el progreso de su sobrino Fernando que cursa sus estudios en Estados Unidos, ordena que la hermana de Fernando; Felicia contraiga matrimonio con el General Laurencio Silva, con el fin de no dejarla desamparada, describirá Rumazo: “Valeroso soldado de la libertad, muy caballeroso, pero mulato”.
Entre tantas obligaciones su prioridad era establecer el orden del país “reorganiza la administración pública, crea la dirección de Manumisión con el fin de acelerar la libertad de esclavos, da impulso a la instrucción pública y especialmente a la universidad. Junto a José María Vargas y José Rafael Revenga redacta los Estatutos Republicanos de la Universidad de Caracas, que le da plena autonomía, rentas y democracia”. Por otra parte, la codicia avanza desde su misma gente, las insurrecciones no solo se levantan en Valencia, en el mes de marzo Bolívar moviliza tropas en diferentes sentidos del país, había descontento, su visita le revela las crecientes dificultades para mantener la unión aun así contando con su presencia.
Durante el brindis en uno de los tantos banquetes que se le ofreció, Bolívar sorpresivamente le hace entrega de su espada hecha de oro y piedras preciosas al General Páez, un obsequio como símbolo de unión y paz, a lo que el llanero con sus ojos inundados de lágrimas exclama: “En mis manos, esta espada nunca será otra cosa que la espada de Bolívar. Su voluntad la dirigirá, mi brazo la sostendrá. Pereceré mil veces, derramaré toda mi sangre antes que dejarla caer de mis manos o antes de intentar con ella derramar la sangre que se ha libertado. En mi mano está la espada de Bolívar. Por el iré con ella hasta la eternidad” opinará Rumazo: ¡Para Páez la eternidad duró menos de tres años!
El tiempo que estuvo en Venezuela, se hospedó varias veces en la casa de su viejo amigo el Marqués del Toro incluyendo la última noche antes de embarcarse el 5 de julio 1827, se despedirá de su familia no sin antes asignarle a su hermana Juana una pensión vitalicia proveniente del sueldo del Libertador como presidente, se despedirá de sus amigos y compatriotas, le hará entrega del poder a Páez, expresará su deseo de regresar y tomará un barco desde la Guaira con rumbo a Cartagena para no regresar nunca más con vida a la tierra que tanto amó y libertó.
Fuentes:
Alcántara Borges, Armando. “Naguanagua, Un Poblado Cercano” Ediciones del Gobierno de Carabobo, Valencia 1992.
González Guinan, Francisco. “Tradiciones de mi Pueblo” Editorial Empresa El Cojo, Caracas 1927.
Quintero, Inés. “La Criolla Principal” Editorial Santillana, Caracas 2008.
Quintero, Inés. “El Último Marqués” Fundación Bigott, Caracas 2005.
Rumazo González, Alfonso. “Bolívar” Editorial Mediterráneo, Madrid 1973.