El 19 de abril de 1810 en Puerto Cabello
José Alfredo Sabatino Pizzolante
Vicepresidente de la Academia de Historia del estado Carabobo
jose.sabatino@sabatinop.com
¿Cómo es que una población asiento de un importante componente castrense y funcionarios de la corona, además de un reducido número de Vizcaínos que dominaba el comercio, termina tomando partido por la Junta de Caracas?
Las marcadas diferencias entre las clases sociales de las últimas décadas del siglo XVIII, presagiaban los cambios por venir. Los levantamientos de José Leonardo Chirinos en Coro (1795) y de Gual y España en La Guaira y Caracas (1798–1799), no son más que prolegómenos de los acontecimientos que indefectiblemente ocurrirían a principios del siguiente siglo.

En Puerto Cabello, al igual que en el resto del país, estas diferencias y el malestar entre las clases estaban presentes, como algunos testimonios así lo confirman. El Conde de Ségur escribe a su esposa desde el puerto (1783) que “… los españoles temen además que extranjeros instruidos eduquen a sus desdichados súbditos, a los que ellos tienen interés en mantener en la ignorancia; mientras más pesadas son las cadenas con las que los agobian, más les interesa ocultarles que podrían romperlas fácilmente. Pero a pesar de sus precauciones, a pesar de la superstición, la instrucción comienza a difundirse, el espíritu de comercio a nacer, el descontento a fomentarse, y de aquí a cincuenta años este país será el teatro de una revolución parecida a la de América del Norte”.
Agudo observador del entorno, en otra carta escribe:
“Los más irreductibles enemigos de España en este lugar, son los descendientes de españoles, nacidos en el país. Como el interés es su dios, y puesto que la corte de España les estorba de una manera bárbara su comercio, ellos hacen continuamente una guerra sorda de contrabando, que nutre su odio contra los tiranos, y los liga con los ingleses y los holandeses, que llegan armados para tomar sus mercancías sin pagar derechos…”.
Pocos años más tarde, otro visitante que dejaría un interesante trabajo sobre la ciudad, observa que “…los indígenas detestan a los españoles, quizás más por el recuerdo de los males que les han ocasionado, que por las experiencias actuales. Sufren y gimen en silencio el yugo que se les obliga a soportar, pues no se sienten con suficiente fuerza y carácter como para hacer resistencia a la opresión…()… Por todo ello, se puede llegar a la conclusión de que este país no está tan alejado —como se cree— de una sacudida, y puede ser que solamente esperen una oportunidad propicia”.

No se equivocaron estos viajeros en su apreciación, pues el 19 de abril de 1810 los acontecimientos del cabildo caraqueño anuncian aires de cambio. Aquel día un grupo de caraqueños desconocen la autoridad del Gobernador General Vicente Emparan, y se pronuncia por un gobierno independiente, en su momento conservador de los derechos del Rey. Llegaban así los tiempos de asumir posiciones a favor de uno y otro bando, y Caracas envía rápidamente representantes a los poblados interioranos para informarlos y persuadirlos sobre lo trascendental de aquel paso.
Desde el Ayuntamiento de Valencia ya sumado al movimiento caraqueño, don Fernando del Toro comisiona al Capitán de Caballería don Pablo Arambarri para transmitir las nuevas a las autoridades locales, esto el 21 de abril de 1810, en términos que se transcriben a continuación:
“Habiendo sido la Metrópoli subyugada por los franceses, ha quedado naturalmente disuelto el lazo que nos unía con ella; en cuya virtud la capital de Carácas ha tomado la medida de separar del mando las primeras autoridades sin el menor alboroto y pública tranquilidad, encargándose el cabildo provisionalmente del gobierno: á imitación suya esta ciudad ha reconocido el nuevo gobierno como verá V.S. por la adjunta Acta de este I. Ayuntamiento, y no dudamos del patriotismo de V.S. y amor al órden, union y felicidad del pais, publicará solemnemente este nuevo estado de cosas, reconociéndolo y cumpliendo cualquiera disposición que reciba dictada por la nueva autoridad; bajo el supuesto de que cualquiera disposición de parte de V.S. le hacemos responsable ante la pátria, de las funestas consecuencias que podrian originarse”.
Su condición portuaria permitía a la población seguir muy de cerca el pulso de la guerra en Europa, y formarse un criterio de cómo los acontecimientos podía inclinar la balanza. Así, la Gaceta de Caracas del 17 de febrero de 1809 hacía referencia a las noticias recibidas de boca del capitán de la goleta española “Esperanza”, que daban razón de la información obtenida en Puerto Rico sobre los reñidos combates entre los bandos en pugna, con considerables pérdidas para ambas partes.
Apenas el 15 de abril de 1810, un número extraordinario del periódico caraqueño publica el oficio de fecha 10 del mismo mes, enviado por el Comandante de la Plaza de Puerto Cabello, don Matías de Letamendi, al Capitán General en el que informa del fondeo en este puerto del buque inglés “Venus”, procedente de San Tomas, a través del cual se conoce la victoria de los ejércitos españoles sobre el Mariscal Victor.
Por ello cuando don Pablo Arambarri llega al puerto para informar sobre el movimiento de la capital, seguramente se encontró allí con vecinos bien informados y conscientes de lo que esta noticia significaba para el país. Días más tarde, luego de escuchados los comisionados llegados de Caracas don José Vicente Calguera y don Luis López Méndez, el 24 de abril la Diputación de Puerto Cabello compuesta por don Francisco de Roo, don Narciso Comas, don Pedro Antonio Lavaca y don Joaquín Celestino Mendiri, acompañados del Jefe Supervisor Político y Militar de la plaza don Matías de Letamendi y del Comandante General del Apostadero de Marina, Juan de Tiscar invitaban al pueblo para ponerlo en cuenta de los sucesos de Caracas y solicitar de él su aprobación.
Fue así como reunidos los vecinos más notables del puerto en la Sala de la Diputación, se pronunciaron unánimemente a favor del movimiento de Caracas, jurando solemnemente obedecer y sostener el gobierno que de él había surgido, firmando el acta correspondiente cincuenta y siete personas de las más notables del vecindario.
El comercio manifestó abiertamente su apoyo al nuevo orden, “obsequiando á los comisionados con un explendido banquete en que brindaban a porfia la delicadeza y buen gusto, con los sentimientos y los brindis patrioticos, celebrados con salva de la artilleria de la Plaza y buques de la Marina Real”, según puede leerse en el Suplemento de la Gazeta de Caracas del 2 de junio de 1810.
Los días que siguieron fueron de gran euforia. En mayo arriba al puerto el buque británico “Asp”, saludando a la plaza fuerte y la insignia del apostadero con 13 cañonazos, que fueron contestados por los anfitriones. Antes de partir para Martinica repitió el saludo extraordinario en obsequio de la instalación de la Suprema Junta con 19 cañonazos, izando la bandera inglesa y española, y alternando las voces de saludo por la gente que se hallaba sobre la jarcia y vergas.
“El Pueblo —agrega la nota de prensa aparecida en la Gaceta de Caracas del 18 de mayo de 1810— congregado en el Puerto correspondió con la mayor cordialidad á esta sincera y evidente prueva de adhesión á nuestra causa por parte de nuestros fieles aliados, y en seguida recibió tiro por tiro, de la bateria del ornabeque, y el Bergantin de S.M. el Argos donde estaba Arbolada la insignia”.
Surge aquí una pregunta obligada: ¿Cómo es que una población asiento de un importante componente castrense y funcionarios de la corona, además de un reducido número de Vizcaínos que dominaba el comercio, termina tomando partido por la Junta de Caracas? La interrogante, sin duda, admite muchas respuestas.
Una interpretación convencional sobre el tema, trata de buscar antecedentes en “el inquietante y efervescente trasegar de nuevas ideas y escritos libertarios, que arribaban subrepticios en los barcos, o en las noticias que se susurraban en los conciliábulos marineros”, tal y como lo apunta el historiador Lucas Guillermo Castillo Lara.
Pero al margen de las ideas de libertad e igualdad que pudiesen conocer y profesar los porteños, y respecto de las cuales las fuentes documentales conocidas guardan absoluto silencio, la verdad es que existían en la población, razones de peso para sumarse al movimiento caraqueño que representaba una oportunidad cierta de cambio.
Las muchas carencias que el puerto experimenta por aquellos años, a pesar de los importantes negocios que por más de cinco décadas adelanta la Compañía de Caracas, las constantes pugnas entre el poder castrense y civil por el manejo del gobierno local y las maniobras que dilataban la posibilidad de que Puerto Cabello fuera elevada a ciudad, pueden contarse entre esas razones, sin desestimar los intereses económicos y políticos, así como el revanchismo, que a lo largo de la historia han movido a los hombres a tomar partido por una bando en particular.
Así, mientras Daniel Antonio Chambon señala que el interés del gobierno español por negarle a los porteños el rango de ciudad, manteniéndole reducida a una plaza fuerte sujeta al régimen puramente militar, fue el detonante para que aquel cuerpo “mas por la respetabilidad de los hombres que lo componían, que por la autoridad de que estaba investido”, lograse imponerse sobre los jefes militares adhiriéndose al llamado de Caracas, don Pedro Urquinaona y Pardo atribuye la adhesión de Puerto Cabello a las diferencias existentes entre los actores de los acontecimientos: “La discordia de los Tiscar y Blanco —escribirá este funcionario español— oficiales de este apostadero había cundido en el vecindario y algunos dueños de buques mercantes esperaban la coyuntura de vengar resentimientos personales. El oficial de marina don Eusebio [Juan] Tiscar insultó pocos días antes al catalán don José Basora, individuo de aquel comercio y en el trastorno del gobierno creyó éste y otros encontrar la satisfacción de sus agravios. El espíritu de venganza los sedujo al reconocimiento de la Junta, prodigando donativos voluntarios para sostenerla y el mismo Basora que después hizo señalados servicios a la causa del estado, declarandose enemigo irreconciliable de la insurrección, fue quien por abatir la preponderancia de los marinos, pasó en persona á apoderarse y poner á disposición de los facciosos el timon y velas del bergantín de guerra que estaba anclado en el puerto. Á esta prevencion y discordias se debió la sumisión de Puerto Cabello”.
Sean cuales fueren las razones que movieron a los habitantes de Puerto Cabello a sumarse al movimiento de abril de 1810, las diferencias políticas, las intrigas y las deserciones estuvieron presentes desde entonces, no sólo determinadas por los ideales libertarios, sino también por los intereses económicos y las diferencias sociales.
Un interesante cuadro sobre los acontecimientos lo brinda Robert Semple, testigo de excepción del puerto de finales de enero o principios de febrero de 1811, cuando escribe:
“La población de Borburata como es razonable esperarlo de sus componentes, es decididamente partidaria de la nueva forma de gobierno. La de Puerto Cabello era de una clase en cierto modo más dudosa, hasta que casi todos los españoles que allí residían fueron expulsados de los cargos públicos y privados. No obstante esto, parece que ellos dejaron numerosa cantidad de partidarios suyos, que habían conquistado por el prolongado intercambio, por los hábitos adquiridos y porque tenían nexos de familia.

Existe un poderoso, aunque secreto partido, más fuerte por su relativa capacidad y extensas relaciones que por su número y poder, el cual ha sido excluido casi completamente. La cercanía y frecuente intercambio con Curazao, proporcionaba una información regular acerca del estado verdadero de la situación en España, y de ese modo, ellos podían desmentir las falaces e infundadas versiones, explicando, a su vez, secretamente, lo que sabían sobre la retirada de los ingleses y la extinción definitiva de la causa española. Sus enemigos, por otra parte, suplían con su número y vehemencia lo incorrecto de sus informaciones, y como continuaban diariamente acusando y expulsando a sus adversarios principales, un partido aumentaba en fuerza en proporción que el otro iba, gradualmente, perdiendo todos los caracteres de su antiguo poderío”.
Luego de declarada la independencia, a la que la ciudad marinera se adhiere sin reservas, el Supremo Poder Ejecutivo recompensa la incondicional fidelidad y servicios de Puerto Cabello, concediéndole el privilegio de Ciudad y otorgándole el respectivo Título firmado por don Baltasar Padrón en fecha 5 de agosto de mil ochocientos once.
Nota: Las citas entre comillas (“”) conservan su ortografía original